Nuestro Fidel
3 de diciembre de 2016
3 de diciembre de 2016
Con Fidel se nos fue
la principal figura revolucionaria de América Latina del último siglo. Resulta
difícil valorar esa dimensión en medio del gran pesar que genera su
fallecimiento. Aunque la emoción dificulta cualquier evaluación, la gravitación
del Comandante se aprecia con más claridad cuando ha partido.
Por
Claudio Katz.
Los medios sólo
enfatizan esa importancia en un sentido descriptivo. Ilustran cómo estuvo
presente en los principales acontecimientos de los últimos 50 años. También sus
mayores enemigos del imperio registran ese apabullante peso histórico.
Festejan el fallecimiento para olvidar que doblegó a 10
presidentes estadounidenses y sobrevivió a incontables intentos de asesinato
por parte de la CIA.
Cuba es la obsesión del Pentágono y la frustración del
Departamento de Estado. Ningún otro país de esa extensión infringió tantas
derrotas al imperio. Al cabo de 53 años David obligó a Goliat a restablecer
relaciones diplomáticas.
Fidel suscita admiraciones que lindan con la devoción. Las
alabanzas provienen de su capacidad para tornar posible lo que era muy
improbable. Pero frecuentemente esa fascinación está divorciada del contenido
de su obra.
Muchos idolatran a Fidel reivindicando al mismo tiempo al
capitalismo. Ensalzan al líder caribeño promoviendo variantes del sistema de
explotación que Comandante combatió toda su vida. En realidad ponderan al
hacedor de universos ajenos, descartando cualquier tránsito propio por caminos
semejantes.
Fidel siempre tuvo otro significado para la izquierda. Fue el
principal artífice de un proyecto revolucionario, socialista y de emancipación
latinoamericana. Llevó a la práctica el objetivo que inauguró Lenin en 1917 y
por eso ocupó en América Latina un lugar equivalente al impulsor de los
sóviets.
Pero a diferencia de su precursor, Fidel condujo durante
varias décadas el proceso que inició en 1960. Puede ser evaluado tanto por su
triunfo como por su gestión.
Desde una óptica de mayor duración la gesta de Castro se
emparenta con las campañas emprendidas por Bolívar y San Martín. Encabezó
acciones regionales para intentar el enlace de una segunda independencia de
América Latina, con el avance internacional del socialismo.
Fidel abordó esas metas ciclópeas manteniendo una relación
muy estrecha con sus seguidores. Transmitió directamente sus mensajes a
millones de simpatizantes que lo vitoreaban en varios continentes. Logró una
conexión racional y pasional con las multitudes que lo escucharon en
incontables mítines.
EL HOMBRE Y LA EPOPEYA
El dirigente cubano siempre actuó con osadía. Radicalizó
su proyecto bajo la presión del imperio y asumió una adscripción socialista que
pulverizó todos los dogmas de la época. Demostró que era posible iniciar un
proceso anticapitalista a 90
millas de Miami y con la OLAS retomó el objetivo de la
unidad antiimperialista de la región.
Estas tres facetas de revolucionario, socialista y
emancipador latinoamericano fueron compartidas por Fidel con el Che. La misma
sintonía que los reunió en el desembarco del Granma se verificó en la
estrategia de acciones armadas contra las dictaduras y los gobiernos
reaccionarios. Mantuvieron coincidencias políticas que desmienten todo lo
escrito sobre la enemistad entre Castro y Guevara.
El Comandante restauró el internacionalismo socialista al
cabo de varias décadas de simples enunciados (o explícitas traiciones) por
parte de la burocracia del Kremlin. Extendió esa práctica al África, con el
envío de combatientes que tuvieron una participación central en la derrota del
apartheid.
Esas acciones sustituyeron la antigua conexión de
esclavitud entre África y América Latina por una nueva relación de solidaridad
contra los enemigos comunes. Esa actitud afianzó el enorme afecto de las
comunidades afroamericanas hacia Cuba. Las impactantes visitas de Fidel a
Harlem (y sus encuentros con Mouhamad Alí, Malcom X o Harry Belafonte)
corroboraron ese efecto.
Pero la estatura histórica de Fidel emergió con mayor
nitidez luego de la implosión de la URSS. Logró nuevamente lo que parecía imposible
al sostener la supervivencia de Cuba, en medio de una adversidad sin
precedentes. Encabezó los durísimos sacrificios del período especial y sostuvo
una resistencia colectiva forjada al cabo de tres décadas de revolución.
Esa batalla de convicciones fue probablemente más
extraordinaria que muchas acciones bélicas. Fidel logró lo que muy pocos
dirigentes han conseguido en circunstancias semejantes.
Esa victoria sirvió de ejemplo para los procesos radicales
que despuntaron en el nuevo milenio. Cuándo el neoliberalismo quedó afectado
por las rebeliones populares de Sudamérica, Chávez y Evo Morales tuvieron una
referencia política, ausente en otras partes del mundo. Fidel mantuvo el ideal
socialista como un norte a recrear sobre otras bases.
En la nueva etapa de América Latina al Comandante motorizó
campañas contra la deuda externa y los Tratado de Libre Comercio, mientras
fomentaba con el ALBA organismos adaptados al contexto pos dictatorial de
América Latina.
En este marco el anhelo del hombre nuevo reapareció en las
misiones de los médicos cubanos. Esos contingentes sanitarios demostraron cómo
se protege la vida de los desamparados que el capitalismo descarta.
Fidel combinó aptitudes de tribuno (discurso “la historia
me absolverá”) con genio militar (batalla de Cuito Cuanvale en Angola) e
inteligencia geopolítica (para actuar en el orden internacional).
Desenvolvió ese notable perfil manteniendo una conducta
personal muy sobria. Su vida privada es casi desconocida por la estricta
separación que estableció entre la intimidad y la exposición pública.
Durante varias décadas estuvo involucrado en todos los
detalles de la realidad cubana. Su incansable actividad fue popularizada con un
dicho que aludía a esa omnipresencia (“y en eso llegó Fidel”).
Probablemente decidió organizar su propio retiro para
contrarrestar esa abrumadora incidencia. Desde el 2006 se ubicó en un segundo
plano y concentró toda su actividad en la batalla de ideas. Desplegó un prolífico
análisis crítico de la depredación ambiental y la pobreza que genera el
capitalismo.
La sorprendente trayectoria de Castro confirma muchas
conclusiones de teóricos marxistas sobre el papel del hombre en la historia. El rumbo
que sigue una sociedad nunca está dictado por la conducta excepcional de los
próceres. Esa evolución queda principalmente determinada por las condiciones
objetivas imperantes en cada época. Pero en los acontecimientos decisivos que
definen ese curso, ciertos individuos cumplen un rol insustituible. Fidel
ratificó ese principio.
Es importante recordar ese protagonismo frente al ingenuo
mito que atribuye los logros del proceso cubano a la “presión de las masas”.
Esa fórmula supone que el extraordinario rumbo seguido por el país obedeció a
exigencias radicales desde abajo, que los dirigentes debieron convalidar.
En los hechos ocurrió lo contrario. Una dirección
consecuente convenció a la mayoría mediante la ejemplaridad de su conducta.
Fidel encabezó a los líderes que comandaron esa gesta.
LOS DILEMAS IRRESUELTOS
Cuba no realizó la revolución que quiso sino la que pudo
hacer. Por eso subsiste una significativa distancia entre lo ambicionado y lo
obtenido. La principal causa de esa brecha salta a la vista: ningún titán puede
construir plenamente el socialismo en un pequeño terreno, bajo el acoso de la
principal potencia del planeta. Lo sorprendente es cuánto se logró avanzar
frente a semejante rival.
El pequeño país conquistó enormes triunfos que reforzaron
la autoestima nacional y la autoridad del Comandante. Desde Bahía de los
Cochinos hasta la devolución del niño Elián y la liberación de los cinco
apresados en Estados Unidos, Cuba obtuvo importantes victorias bajo el impulso
de Fidel.
Pero ninguno de esos hitos alcanzó para remover el
bloqueo, cerrar Guantánamo o desactivar a los grupos terroristas que entrena la CIA. Frente al acoso
económico, la extorsión familiar, la tentación de ciudadanía estadounidense o
el espejismo de opulencia que transmite Miami resulta milagroso el tesón de los
cubanos.
Este heroísmo ha coexistido con los problemas propios que
la revolución afronta desde hace mucho tiempo. Esas dificultades deben ser
evaluadas en proporción a la obra realizada, recordando las limitaciones
objetivas que afectan a la isla.
La economía es un área central de esos inconvenientes.
Cuba demostró cómo un esquema no capitalista permite evitar el hambre, la
delincuencia generalizada y la deserción escolar. En un país con recursos más
cercanos a Haití que a la Argentina se lograron avances en la nutrición
infantil, la tasa de mortalidad o el sistema sanitario que sorprenden a todo el
mundo.
Pero la errónea imitación del modelo ruso de estatización
completa condujo a inoperancias, que afectaron severamente la productividad
agro-industrial. Esa equivocación obedeció a la dificultad para compatibilizar
estrategias revolucionarias continentales con políticas contemplativas hacia el
mercado. El idealismo que exige el primer objetivo choca con el egoísmo de la
vida comercial.
Luego del período especial el país sobrevivió con el
turismo, los convenios con empresas extranjeras y un doble mercado de divisas,
que segmentó a la población entre receptores y huérfanos de remesas. La
sociedad cambió con esa incipiente estratificación social y con la posterior
ampliación de la actividad mercantil para ahorrar divisas y reanimar la
agricultura.
Fidel impulsó personalmente ese difícil viraje captando el
suicidio que significaba volver a las penurias de los años 90. Muchos analistas
estiman que inauguró el retorno al capitalismo, olvidando que ese sistema
presupone propiedad privada de las grandes empresas y bancos. Hasta ahora las
reformas han abierto mayores caminos para las cooperativas, la pequeña
propiedad y los emprendimientos, sin permitir la formación de una clase
dominante.
El modelo actual pretende recuperar altas tasas de
crecimiento limitado al mismo tiempo la desigualdad social. Por eso preserva la
preeminencia económica del sector estatal junto a los sistemas públicos de
salud y educación.
Mientras los cambios avanzan lentamente en un marco de
mayor desahogo se mantienen abiertas las tres alternativas de largo plazo:
restauración capitalista, modelo chino o renovación socialista.
La primacía de uno de estos modelos ya no surgirá de la
mano de Fidel, que rechazaba la primera opción, evaluaba la segunda y
propiciaba la tercera. Su
legado es continuar el proyecto igualitario, dentro de los estrechos márgenes
que actualmente existen para implementarlo.
No es fácil desenvolver ese rumbo cuando aumenta el peso
del mercado, la inversión extranjera, el turismo y las remesas. Pero la
supresión de esos soportes de la economía conduciría al fin de la revolución
por simple asfixia. El equilibrio que buscan las reformas es un cimiento
indispensable para cualquier transformación futura.
DESAFÍOS MAYÚSCULOS
El establishment burgués siempre contrastó la “dictadura”
de la isla con las maravillas de la democracia occidental. Los presidentes de
la plutocracia estadounidense suelen objetar con gran hipocresía, el sistema de
partido único que rige en la
isla. Suponen que la corporación indistinta que comparten los
Republicanos con los Demócratas contiene mayor diversidad.
Además, evitan mencionar cómo los colegios electorales
violan el sufragio mayoritario y cuán bajo es el nivel de concurrencia a las
urnas en su país, en comparación a la alta participación de los cubanos.
Una duplicidad aún mayor exhiben los derechistas de
América Latina. Mientras convalidan el golpismo institucional en Honduras,
Paraguay o Brasil se indignan con la ausencia de formalismo republicano en
Cuba.
Las críticas de la izquierda apuntan hacia otra dirección.
Cuestionan las restricciones a las libertades individuales que han generado en
la isla numerosas injusticias.
Pero si se evalúan las cinco décadas transcurridas, llama
la atención el carácter poco cruento de todas las transformaciones radicales
implementadas. Basta comparar con los antecedentes de otros procesos
revolucionarios, para notar ese reducido número de pérdidas humanas. El alto
nivel participación popular explica ese logro.
Cuba nunca padeció la tragedia de los Gulags y por eso se
sustrajo al desplome que soportó la
URSS. Su modelo político es muy controvertido, pero hasta
ahora ningún teórico de la democracia directa, soviética o participativa ha
indicado cómo se podría gobernar bajo el asedio imperial, sin recurrir a normas
defensivas que restringen los derechos ciudadanos. La propia revolución ha
ensayado distintas mecanismos para corregir los errores que genera esta
situación.
Muchos analistas consideran que la burocracia es la
principal causa de las desgracias del país o la gran beneficiaria de las
malformaciones del régimen político. No cabe duda de su responsabilidad en
muchas adversidades. Pero como ese estamento existirá mientras subsista el
Estado, no se avanza mucho culpándolo de todos los males.
Ciertamente la burocracia multiplica la desigualdad y la ineficiencia. El
igualitarismo contribuye a contrarrestar el primer problema pero no corrige el
segundo. Una democratización creciente aporta contrapesos a esas desventuras
pero no genera milagros. En estos intrincados terrenos del funcionamiento
estatal siempre fueron más útiles las convocatorias de Fidel a asumir
responsabilidades, que la expectativa en mágicas recetas de laboratorio.
La política exterior concentra otro campo de severos
cuestionamientos al castrismo. Los grandes medios
presentaban a Fidel como un simple peón de la Unión Soviética ,
desconociendo la diferencia que separa a un revolucionario de cualquier
gobernante servil. No concebían para Cuba otro comportamiento que el practicado
por las marionetas del imperio.
Algunos críticos de izquierda tampoco comprendieron la
estrategia de Fidel. El líder cubano se apoyaba en alianzas con la URSS para
impulsar un proceso revolucionario mundial que su socio rechazaba.
La tensión entre ambas partes se verificó en incontables
oportunidades (crisis de los misiles, guerra de Vietnam, sublevaciones en
África o Latinoamérica). Hubo concesiones y también errores del Comandante,
como su aprobación de la invasión rusa a Checoslovaquia. Esa ocupación sepultó
la renovación socialista que prometía la primavera de Praga.
Pero transcurrido el período de mayor fermento
revolucionario en América Latina, Fidel optó por un equilibrio entre compromisos
diplomáticos y continuado sostén de los movimientos rebeldes. Buscó superar el
aislamiento de Cuba manteniendo el apoyo a las luchas de los oprimidos. Castro
debió combinar las nuevas exigencias de política exterior con sus ideales de
revolucionario.
La derecha continuó criticándolo por su apoyo a las
revueltas populares y algunas corrientes de izquierda objetaron su actitud
contemplativa hacia los gobiernos de las clases dominantes.
Ciertamente muchos consejos de Fidel fueron problemáticos,
pero la responsabilidad de las decisiones quedó en manos de los receptores de
esas sugerencias. El Comandante siempre transmitió el valor de la decisión
propia en los procesos de cada país y su trayectoria estuvo signada por la
desobediencia a las autoridades de la izquierda de su época.
No hay que olvidar cómo Castro desoyó las recomendaciones
del Partido Comunista en Sierra Maestra y las opiniones del Kremlin frente a la
insurgencia latinoamericana. El líder cubano enseñó con su propia práctica de
qué forma actúa un revolucionario
EL MEJOR HOMENAJE
Fidel ha fallecido en un año muy difícil. Figuras tan
detestables como Macri, Temer o Trump han llegado al gobierno. Sus ideólogos
vuelven a proclamar el fin de los proyectos igualitarios, olvidando cuántas
veces enunciaron esa misma sentencia. Fidel habría dicho que corresponde
entender lo que ocurre para sobreponerse al desánimo.
Muchos editorialistas afirman que Castro no comprendió la
época actual de consumo, individualismo y pragmatismo. Pero en todo caso captó
la crisis del capitalismo que determina esos comportamientos. Ese dato central
es invisible a los impugnadores de Fidel.
Sus enemigos más vulgares de Miami celebraron con música
el fallecimiento, confirmando el nulo valor que le asignan a la vida humana.
Pero ese festejo fue un magro consuelo, para conspiradores que no han logrado
construir un mínimo basamento dentro de la isla.
Cómo Fidel se retiró hace una década las repetidas
especulaciones sobre el futuro de Cuba despiertan menos atención. En cambio
interesa mucho lo que hará Trump. No se sabe aún si las brutales declaraciones
que formuló sobre la muerte de Castro forman parte de su descontrolada
verborragia o si anticipan agresiones de mayor porte.
En cualquier caso América latina debe prepararse para
resistir a un mandatario que prometió expulsar a millones de indocumentados. Se
aproxima una nueva batalla antiimperialista que requiere lidiar con el
escepticismo y la resignación.
Algunos afirman que Fidel encarnó los ideales de un
segmento maduro ajeno a las expectativas de la juventud. No toman en
cuenta cómo golpea el capitalismo a la nueva generación empujándola a recrear la resistencia. El
desarrollo de esa acción tenderá a actualizar el proyecto socialista de
emancipación latinoamericana.
Fidel bregó por las transformaciones revolucionarias que
necesita la sociedad actual. Ya partió y nosotros continuaremos su obra.
Claudio Katz -
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su
página web es: www.lahaine.org/katz
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13264
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