Debates sobre la estrategia
en el
movimiento popular ante el gobierno Macri
13 de febrero de 2016
Por Julio C. Gambina,
Beatriz Rajland, Daniel Campione y Eduardo Schmidt (Rebelión)
Son diversos los debates que se plantean en
diferentes ámbitos del movimiento popular sobre ¿qué hacer ante la nueva
situación política?
Con estas líneas pretendemos contribuir y
aportar en la discusión, especialmente entre el activo militante de la CTA Autónoma.
A dos meses de la gestión Macri se
despliegan importantes iniciativas políticas para consolidar el proyecto en el
gobierno, con realineamientos de las fuerzas de oposición, especialmente en el
peronismo, lo que incluye al kirchnerismo.
Existen otras iniciativas que pretenden la
construcción de alternativa política, incluso más allá del capitalismo, entre
los que se encuentra un amplio abanico político y social que incluye a la CTA A.
Sugerimos que en la coyuntura actúan por lo
menos dos niveles. Uno que se despliega en la lucha por el gobierno de la
Argentina y otro en la disputa por un nuevo sentido civilizatorio, contra y más
allá del capitalismo.
La coyuntura en un ciclo histórico largo
No puede entenderse el presente (2016) sino asumimos
un ciclo histórico más largo, que parte de una fuerte reestructuración
regresiva del capitalismo local desde 1975/76 y que tiene al 2001 y la pueblada
del 19 y 20 de diciembre como punto de inflexión, no necesariamente de derrota
de la ofensiva capitalista construida desde el accionar paramilitar y la
dictadura genocida.
La ofensiva de las clases dominantes tuvo un
límite en la pueblada del 2001 que cambió la situación de la lucha de clases en
nuestro territorio, aunque no se pudo consolidar un proceso de reversión de la
ofensiva de las clases dominantes para construir una contraofensiva que cambie
de sentido el ciclo histórico en la disputa del poder.
Por eso es imprescindible analizar a fondo los
límites de las movilizaciones en torno al 2001, los proyectos en disputa y el
desenlace posterior con hegemonía kirchnerista. Es una tarea pendiente, que
requiere de análisis pormenorizados.
La inflexión a que aludimos en el 2001 se
deriva de la lucha y organización popular gestada contra la ofensiva reaccionaria,
especialmente en tiempos de la dictadura genocida (1976-83) y en los 90, años
del menemismo y la convertibilidad de la moneda local, con desregulaciones,
privatizaciones y reforma estatal, flexibilización de las relaciones laborales
y extensión de la pobreza y la marginalidad.
El cambio fue económico, político y cultural,
con emergencia de nuevos fenómenos, entre ellos la extensión del narcotráfico y
otros delitos propios de la descomposición presente.
La inflexión alude a la construcción de una
nueva institucionalidad popular, con empresas recuperadas, asambleas populares,
irrupción de los movimientos territoriales y el desarrollo del de piqueteros y
un nuevo modelo sindical manifestado en la proliferación de experiencias de
cuerpos de delegados autónomos de la burocracia sindical, y muy especialmente
con la aparición de la Central de Trabajadores de la Argentina, CTA. También
con manifestaciones culturales diversas y aliento a una nueva subjetividad en
materia de género y diversidad; de lucha ambiental y haciendo visible las
históricas demandas de los pueblos originarios, modificando sustancialmente el
amplio espectro del movimiento popular.
La nueva institucionalidad en su diversidad y fragmentación
pervive muy parcialmente, ya que una buena parte fue absorbida por la lógica
mercantil, el clientelismo estatal y la subordinación a una lógica de
acumulación política desde el gobierno. El problema para nosotros es cómo
avanzar con aquellas experiencias que mantienen los propósitos de origen y
otras que se fueron generando más tarde, en la constitución de una
contraofensiva popular. Esta reflexión apunta a considerar que las clases
dominantes reconstruyeron su capacidad de dominación luego de la crisis del
2001.
En la lucha de clases concreta se necesita
analizar esta contradicción, entre los propósitos explicitados de una nueva
institucionalidad popular en torno al 2001 y la posterior evolución o
involución de estas iniciativas para constituir bloque histórico en la disputa
de poder. Del mismo modo que se requiere profundizar en cuáles fueron las
acciones desde las clases dominantes para fracturar estas experiencias y volcar
para sus objetivos parte del nuevo entramado social construido desde la
resistencia a la dictadura y al menemismo. Tiene que ser parte del movimiento
popular.
La recomposición de poder de las clases
dominantes es lo que explica las actuales “condiciones de revancha” (dicho
metafóricamente) que se manifiestan en ciertos intentos de recreación de la
liberalización explícita de la economía local, con aperturas y realineamientos
con la estrategia de las transnacionales y el imperialismo. Ese accionar puede
explicarse desde los límites y debilidades del accionar del movimiento popular
en la construcción de poder alternativo.
Con la inflexión del 2001 se habilitó una lucha y un debate sobre
la crisis, política, económica, ideológica. Claro que a dos puntas, ya que se
mueve la disputa por la representación política y el sistema de dominación
entre las clases dominantes, tanto como los mecanismos de acumulación de poder
popular entre los de abajo.
Kirchnerismo y macrismo como novedad política
La crisis política se evidenció con la
consigna: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Sin perjuicio del
reacomodamiento de parte de la vieja burocracia, la situación política supuso
novedades.
En este sentido, el kirchnerismo y sus doce
años de gobierno, que requieren ser considerados y estudiados, fueron una
novedad importante, de recreación del peronismo y con propuesta de articulación
con otros sectores e identidades vía transversalidad, con impacto en sectores
juveniles, intelectuales y de las capas medias de la sociedad.
La novedad reciente del periodo deviene que
por primera vez, en tiempos constitucionales, con el triunfo reciente de Macri,
no gobierna ni el peronismo ni el radicalismo. Es cierto que del macrismo
también forman parte sectores del peronismo y del radicalismo. Estos últimos en
alianza oficial, y constituyen novedad las recurrentes iniciativas para acercar
fracciones del peronismo a una alianza más o menos explícita con el gobierno de
Macri, especialmente en el Parlamento. En ese plano se inscribe la reciente
fracción kirchnerista con objetivo de diálogo con el macrismo.
Kirchnerismo y macrismo son las novedades de
este tiempo en el régimen político del país.
No anticipamos pronóstico sobre el futuro de
ambos fenómenos políticos, pero hoy expresan dos núcleos que se autoerigieron y
auto eligieron en las antípodas de la disputa política.
La sociedad se divide esencialmente entre ambas
identidades. Es la foto del balotaje del 22 de noviembre del 2015.
Es cierto que la política es más compleja que
el momento del balotaje. Sin embargo, esa situación convoca a un análisis
binario que es incorrecto para pensar la diversidad que ofrece la disputa
política contemporánea, que es más que la lucha electoral, aun cuando esta pesa
sobremanera en la percepción mayoritaria de la sociedad, especialmente en los
armadores de opinión pública.
La política trasciende lo electoral
Hay lucha política más allá de la
institucionalidad sistémica republicana establecida en la Constitución Nacional.
Debatir al respecto es uno de los desafíos en
la coyuntura y puede ser definitorio para instalar una política de acumulación
de poder de sectores subalternos y con capacidad de disputar hegemonía en el
debate sobre la política.
Buscar un lugar propio más allá del macrismo y el kirchnerismo es
el desafío del movimiento popular. Ambas expresiones de la política, son formas
de restablecer el orden capitalista.
No se trata de lo mismo y no es correcto identificar a ambos
fenómenos, pero la lucha por un “capitalismo en serio” es lo que se disputa
desde ambas identidades, y en el marco de la crisis mundial del capitalismo, el
horizonte programático del reordenamiento sistémico oscila entre la mayor o
menor intervención del Estado capitalista y la forma y límites de la promoción
del mercado capitalista.
En todo caso, siempre está en debate quiénes son los beneficiarios
y perjudicados de una u otra de las orientaciones políticas, ya que lo que no
se discute es el modelo productivo y de desarrollo.
Lo definitorio para calificar de sistémicas las estrategias
gubernamentales es que el modelo productivo y de desarrollo es intocado. Con
una u otra política, más a la derecha o más al centro, se consolida la
extranjerización, concentración y transnacionalización de la producción.
Es lo que ocurre con la extensión de la
frontera de la soja y la creciente asociación a la producción transgénica.
Ocurre del mismo modo con la promoción de la mega minería a cielo abierto, a la
que apuesta la mayoría de los proyectos y partidos políticos que disputan el
gobierno de la
Argentina. Es la misma apuesta al aliento a los hidrocarburos
no convencionales vía fractura hidráulica (fracking).
Son formas que asume el capitalismo
extractivista en este tiempo, aunque está asimilado a la producción industrial.
La promoción de la política industrial está orientada a la industria de
ensamble, subordinada a las importaciones de partes, caso emblemático de las
terminales automotrices.
La organización de los servicios apunta a una
inserción internacional dependiente, con grandes cadenas comerciales altamente
concentradas y extranjerizadas, una banca transnacionalizada y mercados
especulativos extendidos con epicentro en la liberalización del movimiento
internacional de capitales y el endeudamiento público y privado.
El patrón de consumo está subordinado a esta
organización dependiente de la producción local. El consumismo configura un
modelo de desarrollo asentado en el individualismo y la pérdida de un
imaginario colectivo de transformación social.
Aunque parezca reiterativo en el uso del
lenguaje, enfatizamos el calificativo “capitalista”, del Estado y del Mercado
para hacer visible el contenido clasista de dos categorías relacionales: el
Estado y el Mercado.
En ambos coexisten contradicciones sociales,
generadoras de conflicto y formas de resolución favorables en uno u otro
sentido, que confirman la hegemonía o la disputan.
Por eso la importancia de los sectores
populares en la lucha por disputar el Estado, su presupuesto, su orientación, e
ir más allá del Estado en la organización de la vida cotidiana con recursos
públicos.
También en la lucha por la
des-mercantilización y a favor del derecho a la educación, a la salud, a la
energía, entre muchos derechos que deben actuar por fuera de las relaciones
mercantiles y ejercerse como derechos de la sociedad.
Ambas expresan relaciones sociales, económicas
y políticas, por ende, correlaciones de fuerzas del orden capitalista.
En términos de paradigma se acude al
liberalismo explícito o al neo-desarrollismo, con variados matices entre ambos.
No es diferente a la asunción de ambos paradigmas en el ámbito mundial. Por
caso, EEUU enfrentó la crisis mundial del 2008 con fortísima intervención del
Estado y apunta hacia la liberalización con los límites de la propia crisis y
por eso mantiene la intervención estatal para mantener bajas tasas de interés,
aunque la decisión política e ideológica tiene años relativos al intento de aumentar
y liberar el precio del dinero.
Neoliberalismo o neo-desarrollismo son formas políticas que asumen
los Estados en función de la lógica de la crisis, del funcionamiento concreto
del orden capitalista y de las correlaciones sociales de fuerzas en cada
momento histórico.
La crisis del 2001 en Argentina y la fuerte movilización popular
impedían acudir al paradigma liberal explícito: el neoliberalismo, aun cuando
algunos aspectos esenciales se sostuvieron, a modo de ejemplo las leyes de
entidades financieras o de inversiones externas.
No hubo en 12 años desmantelamiento de cambios institucionales del
neoliberalismo de los tiempos de la dictadura y del menemismo. Es más, se
aprobaron nuevos institutos, entre el más grave se cuenta la ley
antiterrorista.
La expropiación parcial de YPF no supuso
cambio de la política energética de subordinación y dependencia confirmada con
el acuerdo con Chevron.
Del mismo modo que los acuerdos con el Club de
París, el pago a Repsol, son entre muchas otras acciones en este plano, pruebas
de ratificación de la inserción subordinada en el sistema financiero mundial.
Además, se desaprovechó la ocasión de auditar
el endeudamiento público desde 1976 (previsto en la Comisión bicameral aprobada
en la ley de pago soberano de 2014) y que pretende cerrarse con las
negociaciones de Macri con los fondos buitres y la justicia de EEUU.
El desgaste y límite del gobierno kirchnerista
por 12 años facilita la reinstalación de políticas liberalizadoras.
Vale mencionar, que aun así, al macrismo le
cuesta instalar el ajuste que exigen sectores ortodoxos. Algunos sostienen que
el ajuste debe ser mayor, que las cesantías estatales necesitan ser más amplias
para bajar sustancialmente el déficit fiscal. Se acusa el gradualismo asumido
por Alfonso Prat Gay desde el Ministerio de Economía, a quien se lo considera
un neo-desarrollista.
La demanda política es por asumir
integralmente el sentido de las políticas neoliberales.
Nuestra propuesta es no quedar atrapados entre el paradigma
neoliberal y el neo-desarrollista, sino que debemos ir más a fondo y discutir
el paradigma de desarrollo capitalista: neoliberal o neo-desarrollistas.
Ello impone ir más allá de lo institucional y ganar en el sentido
común de la sociedad para sobrepasar los límites que impone la disputa
electoral contenida en la permanencia en el orden capitalista.
Una propuesta más allá del capitalismo
Macrismo y kirchnerismo disputan la gestión
del orden capitalista en la Argentina y el problema para el movimiento popular
pasa por lograr instalar una propuesta que trascienda la defensa del
capitalismo, sea bajo el neo-desarrollismo o el neoliberalismo y los matices
contenidos entre ambos paradigmas.
Existe una lógica binaria en la disputa
electoral y por eso entre 1983 y 2011 se sucedieron gobiernos peronistas y
radicales. Por primera vez, en el 2015 la opción es matizada con nuevas
identidades que convocan a un realineamiento y recomposición de las diferentes
identidades políticas tradicionales en la Argentina.
La opción entre macrismo y kirchnerismo obliga
a reestructuraciones de todos los partidos y alianzas políticas y sociales.
Es una ecuación que desordena lo conocido y
convoca a organizar viejas y nuevas identidades para la institucionalidad
política.
La derecha parece encaminarse desde el PRO, y
busca alianzas hacia el centro, para no quedar cristalizada en un enfoque
conservador.
El llamado centro izquierda aparece contenido
en el kirchnerismo y podría quitar función a un conjunto de referencias de ese
espacio. En ese sentido es emblemático el giro de la discusión de las alianzas
que se propone el socialismo gobernante en Santa Fe.
La izquierda tiene su propio desafío. Se puede
coincidir en que el trotskismo, aunque con bajos guarismos de votación, quedó
como la expresión más votada del espacio, especialmente con la decisión de
otras opciones subsumidas en propuestas de centro izquierda, particularmente en
el kirchnerismo. El debate en su interior pasaría por afianzar lo logrado y
ampliar el espacio hacia otras identidades y construcciones socio políticas. La
realidad es que no se han dado avances en tal sentido, sino que se han
acentuado las disputas en su interior.
Una convicción que sustentamos es que la política es más que lo
partidario, que lo electoral y lo institucional-constitucional. La política es
vida cotidiana, es cultura, disputa de sentido y abarca todas las relaciones
sociales. En este caso también, la izquierda trasciende a las expresiones
partidarias.
Aludimos a una práctica social, de organización y lucha que se
expresa en la dinámica social en la denuncia contra el orden actual y en las
propuestas de una sociedad alternativa. Para muchos de nosotros es el
socialismo, aunque se trate de una categoría castigada por las concretas
experiencias fallidas en su nombre.
No queremos detenernos en este sentido y sí afirmamos que se
requiere un balance de la lucha por instalar una perspectiva social
anticapitalista, desde la revolución rusa hasta el presente.
La lucha por la revolución tiene su historia y la vigencia del
capitalismo, la explotación y el salvajismo de la sociedad contemporánea supone
la continuidad del objetivo por la revolución socialista.
Construir sujetos, alianzas y programas
Luchar contra el orden del capital requiere de
varias cuestiones, y entre ellas: construir sujetos en lucha que desarrollen la
propia experiencia; constituir alianzas sociales y políticas diversas, incluso
transitorias y definir programas que anticipen la sociedad emancipada por la
que se lucha.
El pueblo argentino tiene tradición de
organización y lucha, con lo cual, la construcción de sujeto popular en lucha
es verificable en la
cotidianeidad. El paisaje social en la Argentina es de
conflicto extendido, sea por reivindicaciones democráticas: salario y empleo,
derechos humanos y otras; pero también por reivindicaciones estructurales,
contra la mega-minería a cielo abierto; contra el modelo sojero y la
destrucción de la tierra y la población rural; contra el fracking y la
explotación de hidrocarburos no convencionales; contra el pago de la deuda, por
la investigación y auditoría de la misma; contra el libre comercio y sus formas
institucionales de tratados bilaterales de inversión o de defensa de los
inversores y más actual contra el tratado transpacífico, como ayer contra el
ALCA.
Sujeto en lucha es una constante en la Argentina. Basta
seguir la crónica de las agencias de noticias del movimiento popular para
identificar innumerables movimientos sociales en la disputa del ingreso, las
condiciones de vida y contra el modelo productivo y de desarrollo. En todo
caso, la reflexión crítica apunta a la fragmentación de esas iniciativas y
acciones. Existe la necesidad de articular ese conjunto de luchas con un
horizonte emancipador compartido.
El problema radica en la multiplicidad de
diálogos y alianzas que se necesitan para esa articulación.
La falsa opción política que congela la
realidad en kirchnerismo y macrismo, o si se quiere entre kirchnerismo o
anti-kirchnerismo limita opciones de generalización de la lucha compartida de
sectores populares.
El desafío pasa por la capacidad de actuar en
unidad de acción al tiempo que se disputa el sentido de la orientación, o en
otras palabras, la discusión será por la acumulación política.
La unidad de acción tiene historia larga en la
Argentina y otros territorios.
Más recientemente y entre nosotros puede
citarse la experiencia de la acción conjunta en el paro general dispuesto entre
la CTA Autónoma
y la CGT entre 2012 y 2015, rechazadas por la CTA y la CGT oficialistas.
Es necesario volver a discutir esa experiencia,
porque ahora pueden darse condiciones para un reordenamiento de las alianzas y
las acciones en común.
Construir sujeto en lucha y organizar al
movimiento popular requiere de una decidida política de alianzas, que al tiempo
que se coincide en la lucha reivindicativa, democrática, contra las cesantías,
las suspensiones y la contención de la demanda salarial, se pueda confrontar
sobre el sentido y alcance de la organización y la lucha.
Hay que ser conscientes que las organizaciones
y dirigentes sociales, sindicales o políticos que tienen opción partidaria,
siempre intentarán orientar al movimiento social hacia la convergencia con la
estrategia partidaria. Nuestra histórica tradición en la militancia confirma la
necesidad de la acción articulada de la relación movimiento y partido, o
partido y movimiento, para no jerarquizar la ecuación.
En 1902 Lenin aportó sustancialmente al tema
en el ¿Qué hacer? En las condiciones rusas llevó adelante una actualización de
los cambios en la sociedad y la necesidad de construir una fuerza política para
la revolución, y luego, en las condiciones políticas de 1917 impulsó la
consigna todo el poder a los soviets, que eran los consejos de obreros,
campesinos y soldados. Es a lo que aludimos cuando sugerimos la relación dialéctica
entre partido y movimiento, o a la inversa.
No somos parte de la lectura autonomista de la
realidad, negadora del papel de los partidos, pero si de una adecuada
articulación de lo político y lo social, y viceversa.
Por eso, la tarea central apunta a la disputa
de un nuevo sentido en la lucha por la emancipación, intentando romper la
cristalización de un objetivo limitado a la lucha por el gobierno del
capitalismo y superar las formas de lucha política contenidas en el avance
institucional que remite sólo a lo electoral.
Lo logrado en la nueva institucionalidad
popular tiene ese desafío. No sólo debe construir sujeto en lucha y
organizarlo, sino también construir intervención política alternativa.
Una forma posible puede darse con la
construcción de instrumentos electorales o el aliento a confluencias
electorales, las que se definirán si existe una real acumulación de fuerzas en
la lucha y organización popular. Insistamos en la articulación de lo social y
lo político, sin subordinaciones caprichosas.
Fue la dinámica de la lucha popular y la
creatividad en la construcción de nuevos instrumentos políticos partidarios,
movimientistas o frentistas, la que generó las condiciones de posibilidad del
cambio político en la región latinoamericana al comienzo del Siglo XXI.
Si bien existen experiencias de construcción de partidos que
articularon con el movimiento popular, caso de Uruguay o Brasil, no tiene el
mismo recorrido en Venezuela, Ecuador o Bolivia, donde la impronta del
movimiento social en lucha construyó los instrumentos y la dinámica de opciones
electorales para disputar los gobiernos en esos países.
Pretendemos sugerir la necesidad de articular dialécticamente las
construcciones y lógicas partidarias con la dinámica social más allá de los
partidos, como condición de posibilidad para la acción masiva en la disputa de
poder en este tiempo histórico.
Lo político partidario y lo político social en una dimensión
integrada de la acción transformadora, pero en clave emancipatoria y por tanto
y aunque, en forma diversa: anticapitalista.
Son alianzas para construir sujeto y programa, es decir “rumbo”,
estrategia, incluso táctica, y que en la confianza de la lucha y la
organización se puedan definir los instrumentos políticos más adecuados,
también en la perspectiva de la lucha electoral.
Para pensar y aportar a la discusión
En este trayecto en el que pensamos, el de los últimos 40 años
(1975-2016), o de los últimos 15 años (2001-2016) se necesita hacer un balance
crítico de las estrategias desplegadas desde el movimiento popular y si se
quiere desde la Izquierda (política y social).
Las estrategias diversas a la salida de la dictadura nos
permitieron la máxima acumulación de poder popular hacia el 2001, donde el
intento de estructurar en la CTA un nuevo modelo sindical constituye un gran
aporte teórico y práctico en la lucha por la emancipación.
Todas las estrategias que confluyeron en la pueblada del 2001 no
lograron constituirse en nueva experiencia de poder del pueblo, por lo que la
recomposición de las clases dominantes en la “normalización” capitalista
fragmentó las diversas organizaciones populares, limitando la capacidad
transformadora de esta nueva institucionalidad popular.
Nuestra reflexión, para pensar y discutir es que existen
condiciones para construir desde lo logrado y con imaginación y audacia avanzar
en una nueva experiencia de organización y lucha, de alianzas sociales y
políticas para disputar el sentido de la acumulación de poder, para disputar no
sólo el gobierno, lo institucional, sino también y muy primordialmente la
cultura derivada de la hegemonía capitalista.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=208888
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