La sequía y el
calentamiento climático empiezan a
matar de hambre a
América Central
19 de febrero de 2016
19 de febrero de 2016
Por Marie-Pía Rieublanc (Basta!)
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
La sequía que ataca a la región desde hace más de un año afecta a
más de tres millones de personas, sobre todo a las familias de pequeños
agricultores, en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. La sequía ha
destruido entre el 75 % y 100% de las cosechas de maíz y de frijoles. Es una de
las consecuencias del cambio climático a las que se enfrenta América Central. A
ello se añaden las inundaciones, la multiplicación de mosquitos portadores de
enfermedades graves, como el virus Zika que provoca enfermedades congénitas, y
huracanes... Reportaje en Guatemala sobre las familias afectadas por la sequía.
Blanca y Floridalma acarician tristemente las
hojas de sus plantas de sorgo que se han vuelto negras. Es la primera vez que
la «mancha de asfalto» hace su aparición en Chiltote, una pequeña comunidad
rural de la ciudad de Concagua dominada por las montañas que separan Guatemala
de El Salvador. Esta compleja mezcla de hongos carcome perniciosamente las
plantas y las deja sin fuerzas para producir las bolitas amarillas que tanto
esperaban estas dos hermanas que están en la cuarentena.
El maicillo,
nombre con el que se conoce el sorgo en castellano debido a su parecido al
maíz, era su única esperanza de salir de la crisis económica y alimentaria en
la que las había sumido la sequía, que afectó duramente a una parte de América
Central durante los inviernos de 2014 y 2015, y reemplazó a las estaciones de
lluvias, que se suponía iban a caer desde junio a finales de octubre. En estos
dos últimos años la ausencia de precipitaciones ha privado a millones de
personas de maíz y de frijoles. También ha favorecido la propagación en los
cultivos de muchas enfermedades provocadas por hongos.
«No sé qué vamos a hacer»
Para cubrirse las espaldas, además del maíz
habitual ambas madres de familia plantaron en agosto un campo de maicillo, emparentado con el
cereal favorito de los centroamericanos y conocido por su resistencia a los
fuertes calores. Pero está acabando noviembre y ya saben que «no saldrá nada».
«No sé qué vamos a hacer», se preocupa Blanca. «Vamos a tener que buscar trabajo
en los campos de café. Como todo el mundo está en el mismo caso y además la
roya a atacado a muchas plantaciones, hay pocas posibilidades de encontrar
trabajo». La roya es otro
hongo que pulula desde hace tres años en los cafetales de América Central y se
ha extendido enormemente este año.
Una tortilla y un mango al día
«Antes de la sequía nuestra familia cosechaba
entre una y dos toneladas de maíz, y 276 kilos de frijoles. Consumíamos una
parte y vendíamos otra», recuerda Floridalma, que vive con su marido, sus cuatro
hijos y la familia de su hermana. «En
2014 se secaron nuestro cultivos, apenas tuvimos qué comer y no pudimos vender
nada. Este año es peor: lo que sembramos en mayo no ha dado absolutamente nada
y lo que plantamos en junio nos ha dado justo para comer un poco y pagar la
tasa al propietario del terreno», añade Blanca.
Después del invierno de 2014 tanto estas
familia como otras miles de familias de la zona se beneficiaron de programas
alimentarios procedentes de los gobiernos locales, instituciones
internacionales y ONG. Esta ayuda está a punto de terminar. El hambre vuelve a
acecharles. En 2014 «hubo días
en los que solo comimos una tortilla (torta de maíz) y un mango cada uno»,
cuenta Floridalma. «Varias
veces no hemos comido en todo el día y hemos dado a los niños un poco de yuca
que hemos comprado al vecino».
Una de sus hijas, Berlin Marina, de 8 años, lo
pasó muy mal en este periodo. Desde entonces padece violentos dolores de
estómago que le impiden ir al colegio. Sus padres no tiene medios de pagarle las pruebas que le tendrían que
hacer en el hospital y no mejora con las infusiones de menta que le preparan.
Tres millones de personas afectadas
Según un informe de la Oficina de las Naciones
Unidas para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios en América Latina y el
Caribe (OCHA-ROLAC, por sus siglas en inglés) publicado en octubre[1],
la sequía de estos últimos años afecta actualmente a 1,3 millón de personas en
Guatemala, cerca del 10 % de la población. En El Salvador son 825.000 personas
(13 % de la población) y en Honduras, 1,4 millón (cerca del 20%) . Se trata
esencialmente de familias de pequeños agricultores o de jornaleros que dependen
de su producción para comer y cubrir sus necesidades más básicas. De estos 3,2
millones de víctimas del «Triángulo del Norte» al que se limita este estudio,
1,1 millón requiere una asistencia alimentaria inmediata según esta
institución, que calcula que se han perdido entre el 75 % y el 100 % de las
cosechas de maíz y frijoles. El norte de Nicaragua también se ha visto
afectado.
Estos cuatro países están atravesados por «el
corredor seco», el nombre dado por los geógrafos a una franja de selva tropical
seca cerca de las costas del Pacífico y del Caribe caracterizada por una larga
estación seca (su verano, que dura de noviembre a finales de mayo) y una corta
estación húmeda. Estos dos últimos inviernos ha llovido demasiado poco para que
puedan ser fértiles las tierras de los pequeños agricultores que siembran en
mayo y no tienen sistema de irrigación. Los habitantes de determinadas
comunidades de Guatemala no han visto caer del cielo una sola gota de agua
durante 48 días seguidos entre julio y agosto, algo que no les había ocurrido nunca.
El Niño crece bajo los efectos del
calentamiento climático
Hace diez años que las estaciones de lluvias
se reducen en la zona. En
2014 la perturbación climática El Niño, que se produce entre cada tres y siete
años, todavía no había hecho su aparición y, sin embargo, las precipitaciones
ya eran mucho más débiles de lo normal. Este calentamiento del océano Pacífico
tropical ha sido de una intensidad enorme que no se había visto desde hacía dos
décadas. Además de la sequía, el enfant
terribletiene otros efectos no deseados, como las lluvias torrenciales
fuera de la estación que han empezado a causar estragos en la zona, sobre todo
en Guatemala. En octubre 280 personas murieron durante un corrimiento de
tierras en El Cambray, cerca de la capital.
El fenómeno solo acabará en la primavera de
2016. Según los expertos, es de esperar que vuelva con fuerza más
frecuentemente que antes. Un estudio publicado el año pasado en la revista Nature por un equipo de investigadores
internacionales concluyó que la frecuencia de los episodios extremos de El Niño
iba a «duplicarse en el futuro
bajo los efectos del calentamiento climático» y
a pasar de un caso cada veinte años a cada diez años [2].
«Nosotros somos quienes pagamos los daños»
«Los países de nuestra zona no producen tanto
CO2 como los países desarrollados y, sin embargo, somos nosotros
quienes pagamos los daños», se lamenta Guido Calderón, secretario general de la Concertación Regional
para la Gestión del Riesgo (CRGR), al que conocemos en su oficina de la ciudad
de Guatemala. La Concertación reúne a asociaciones de toda América Central
especializadas en el acompañamiento de las poblaciones afectadas por desastres
como la sequía y las inundaciones.
Forma parte del Foro «América Central
Vulnerable Unida por la Vida» que nació en 2008. Su miembros, muy movilizados
durante la COP21, esperaban que el nuevo acuerdo sobre el clima fuera
vinculante, que hiciera realidad la reducción de las emisiones y que el
objetivo de limitar el aumento de la temperatura global se fijara en 1,5°C y no 2°C respecto a la era
preindustrial de aquí a 2100. Además, eso es lo que había recomendado
discretamente un informe técnico de la Convención Marco
de las Naciones Unidas sobre los Cambios Climáticos (CCNUCC) el pasado mes de
mayo [3].
El acuerdo de París, que no es «suficientemente
ambicioso» según el Foro,
menciona este objetivo de 1,5ºC, pero sin convertirlo en su verdadero objetivo,
que sigue siendo 2ºC
(con muchas dudas respecto a la voluntad de la comunidad internacionales de
alcanzarlo verdaderamente).
Necesidad de fondos y de asistencia técnica
El Foro desea que se reconozca la zona como
«altamente vulnerable al calentamiento climático», algo no obtuvo en el acuerdo
de París, cuyo preámbulo menciona, sin embargo, las «necesidades y circunstancias
especiales» de los países en desarrollo. «Esto
nos permitiría beneficiarnos de financiaciones que nuestros países necesitan
para reforzar su capacidad de hacer frente a los desastres, sobre todo para constituir unos
fondos nacionales destinados a una asistencia alimentaria que se puedan activar
antes de que las poblaciones empiecen a padecer hambre. La ayuda también debe
ser técnica y preventiva, y servir entre otras cosas para mejorar nuestros
centros de investigación meteorológicos e hidrológicos, y para formar a su
personal», explica Guido Calderón.
Lejos de negar la responsabilidad de los
gobiernos centroamericano, defiende también unas reformas internas en materia
de opciones energéticas, de gestión de residuos, de infraestructuras y de
transportes. «Es una cuestión
de agenda política: los ministerios que tienen mayores presupuestos en
Guatemala después de Defensa son los de Alojamiento e Infraestructuras, que
utiliza mal su dinero, y el de Economía, que prefiere concentrarse en la
promoción de la industria extractiva”. Un
sector en el que desempeñan un papel muy importante las empresas extranjeras.
En el departamento de Jutiapa, donde viven Blanca y Floridalma, la empresa
canadiense Goldcorp, primera empresa minera de las Américas, empezó a extraer
sobre todo oro y plata en 2007 en una mina subterránea a través de su filial
local Entremares. El proyecto, llamado «Cerro Blanco», se suspendió
temporalmente cinco años después por razones financieras. Las poblaciones
tienen todavía suspendidas sobre ellas una espada de Damocles ya que hay una
grave amenaza sobre sus recursos hídricos debido a esta actividad.
Costas inundadas, mosquitos y pérdida de
semillas nativas
Los miembros del Foro están a favor de
establecer un sistema que permita cuantificar las «pérdidas y perjuicios»
climáticos padecidos por determinados países e identificar a los países que son
los responsables para obligarles a indemnizar a las víctimas. Es la idea del
mecanismo de Varsovia, que se integró a medias en el acuerdo de París: en efecto,
se habla en él de «pérdidas y perjuicios» pero, algo que lamenta profundamente
el Foro, en absoluto se obliga a nadie a compensarlos. En América Central estos
pérdidas y perjuicios van mucho más allá de la pérdida de cosechas. Entre otras
cosas, se puede citar la elevación del nivel de las aguas que amenaza con
inundar las ciudades costeras del istmo, la multiplicación de huracanes, la
salinización de los terrenos costeros debido a la pérdida de agua dulce en las
tierras o incluso la propagación de mosquitos transmisores de enfermedades
graves: dengue, malaria, chikungunya y ahora el virus zika.
La pérdida de especies agrícolas endémicas
también es un auténtico problema. «Tenía
maíz amarillo, maíz negro y maíz blanco, pero perdí todas mis semillas en 2014,
cuando no pude cosechar nada», recuerda Valdemero Pérez, que vive y trabaja
la tierra en San Jacinto, cerca de la frontera con Honduras. En mayo plantó
semillas de maíz blanco que le había proporcionado el ayuntamiento, pero no
dieron nada. En agosto sembró granos híbridos procedentes de un programa
humanitario, también blancos. Eran fértiles y espera poder plantarlos al año
que viene, haciendo que los colores que jalona los campos de América Central se
difuminen poco a poco.
La esperanza de la agroecología para recuperar
la soberanía alimentaria
Para Carlos Sotto, de la Fundación para la
Reconstrucción y el Desarrollo en El Salvador (REDES), miembro también del
«Foro América Central Vulnerable por la Vida», la adaptación de la zona al
calentamiento climático reside en parte en el paso de la agricultura
tradicional heredada de la
Revolución Verde , la que promueve el uso de productos
químicos y el monocultivo, a la agroecología. «Los
agricultores bio de El Salvador solo perdieron entre el 20 % y el 30 % de sus
cosechas durante la sequía», afirma, y explica que «la tierras de los agricultores bio
tiene una cobertura vegetal mejor y una diversidad de cultivos gracias a los
cuales la humedad se conserva durante más tiempo, aunque deje de llover durante
varios días». ¿Estarán dispuestos los llamados Estados unidos frente al
calentamiento climático desde la COP21 de París a apoyar una transición
agrícola que no dependa de las multinacionales?
Fuente original: http://www.bastamag.net/La-secheresse-et-le-rechauffement-climatique-commencent-a-affamer-l-Amerique
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209101
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