Secretaría de Cultura,
intelectuales y creadores
6 de febrero de 2016
Por Gilberto López y Rivas (La Jornada)
El ser humano es definido básicamente en términos de su expresión
simbólica y, por consiguiente, por su capacidad concomitante para producir
cultura. En el desarrollo evolutivo de los primates, la especie humana aparece
cuando despliega la habilidad de dar un significado abstracto a un objeto o
suceso. En ese proceso, el lenguaje articulado es la más característica de las
formas de simbolizar, única en esta especie. Por ello, todo grupo humano produce
y reproduce una cultura, una forma específica de hacer sociedad y vivir
socialmente. Así, el patrimonio cultural, en su significado amplio, se conforma
de lenguas, conocimientos o saberes, técnicas y prácticas de diversas
sociedades locales, regionales o nacionales; todo ese legado material e
inmaterial que confiere identidad a etnias, pueblos y naciones.
Estos conceptos antropológicos de cultura y patrimonio cultural
estuvieron por completo ausentes en los debates previos a la creación de la Secretaría
de Cultura, mediada por una paupérrima discusión legislativa en la que quedaron
fuera, paradójicamente, aquellos que trabajan desde hace años en las
disciplinas antropológicas e históricas, y para quienes queda sin duda el reto
y la tarea de orientar el desempeño de dicha secretaría en función de su
experiencia y las necesidades actuales de nuestro país, aunque para ello no
hayan sido convocados. Las políticas públicas, en su frecuente imposición, son
tomadas a menudo como decretos divinos e incuestionables. Y para ser
instauradas, esas políticas requieren, además de quienes las imponen, quienes
las acaten sin chistar. Sin embargo, ante los problemas que hoy se agudizan en
nuestro país, los investigadores y docentes de las ciencias sociales y las
humanidades, que es el gran espacio donde se ubican la antropología y la
historia, han de emerger de manera firme y propositiva, aliados a los
movimientos sociales y las resistencias y no al margen de ellos. Los expertos y la intelectualidad del poder se
mueven en circuitos sociales exclusivos, con sus propias claves de comunicación
y sus propias definiciones de la realidad. Crean y reproducen una cultura de
élite, a la que denominan cultura, en total aislamiento de la problemática de
la mayoría de la
población. Sin embargo, intelectual es todo ser humano que piensa y actúa
sobre su entorno. Antonio Gramsci lo supo pronto en su condición de alteridad,
como nativo de la isla de Cerdeña, al arribar a la Italia continental.
Precisamente por eso subrayó con tino la necesidad de enfrentar y resolver el
problema de la cultura de élite, que pasa por alto, no casualmente, ésta
condición de todo ser humano como creador e intelectual. Nuestro país es un
país de intelectuales y de creadores, pero la mayor parte de ellos no pasa por
las universidades ni por las academias de arte. Sin embargo, se trata de
intelectuales y creadores cuyo potencial se encuentra precarizado en virtud de
la desigualdad y la
exclusión. Y ese es un rubro más a través del cual estamos
pagando caro todo el caos sociopolítico y económico actual, un rubro de
afectación invisibilizado, que es el del desperdicio de vidas causado por el
gran despojo neocolonial, acompañado por las violencias de un narcoestado. No se ha calculado
cuánto potencial intelectual y creativo perdemos cada día, no sólo en el
conflicto armado interno por el que atraviesa el país, sino en virtud del
dispositivo neocolonial vigente y manifiesto en tantos ámbitos.
Así, ante la imposición de la Secretaría de Cultura, muchas son
las pistas que obligan a preguntarnos por la renovación del papel de los
intelectuales, sobre su potencial, inserción, proveniencia y responsabilidad. Y
si La domesticación del
pensamiento salvaje es el
título de un excelente estudio de Jack Goody, aquí nos estamos refiriendo más
bien al problema de la domesticación del pensamiento cultivado, a la
domesticación del ejercicio investigativo y docente y, en particular, a la
domesticación política y analítica de quienes lo llevan a cabo, proceso que se
basa en la separación existente entre el sector poblacional dedicado a ese
ejercicio, y la realidad cotidiana de la mayoría de la población.
El llamado al apoyo a los creadores que ha acompañado a las exiguas
argumentaciones esgrimidas para justificar la Secretaría de Cultura sería
perfectamente pertinente si no fuera demagógico. Los creadores, aunque acosados por una
estructura social que tiende a menudo a limitar potencialidades desde el
proceso educativo mismo, están en todas las áreas de conocimiento y actividad
humana, y la figura del creador artístico, imprescindible, es una más de ellas.
La creación se da en el arte, pero también en la técnica y la ciencia, en el
ejercicio del intelecto y las relaciones interpersonales: se da como proceso
cultural que permea sociedades y estratos sociales. Entonces, no sólo en la
amplitud y alcance del concepto de cultura,
cuya discusión tiene una derivación operativa esencial, se ubica uno de los
puntos nodales a profundizar, como objeto mismo de una secretaría de Estado:
también, la figura de los creadores y del arte mismo hace tiempo que
vienen siendo motivo de reflexión teniendo como contexto a la sociedad, a sus
procesos, necesidades, problemas y potencialidades. No pocos artistas mexicanos
han profundizado en el sentido social del arte y de la creación artística, de
modo que éstas definiciones y análisis vienen al caso precisamente ahora,
porque no se trata de un mero ejercicio retórico, sino de una definición cuya
calidad y alcances tienen trascendencia.
Toda imposición se acompaña de contradicciones
discursivas y prácticas que es preciso identificar. Es el caso de la Secretaría
de Cultura, que no puede ser definida al margen de los colectivos de
investigadores y docentes de las diversas áreas que tienen que ver con un
ámbito tan amplio como el de la cultura, la cual, a pesar de sus innumerables
definiciones, tiene como uno de sus elementos esenciales su carácter holístico
y multidimensional. Y menos aun puede ser definida al margen de los pueblos que
conforman la nación mexicana, comprendidos sus intelectuales y creadores.
http://www.jornada.unam.mx/2016/02/05/opinion/021a1pol
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=208643
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