El carnaval y el mosquito
8 de febrero de 2016
Así como la especie hombre sobrevive en un mundo impiadoso, también las
plagas, las epidemias y la marginalidad no sólo se mantienen sino que son
favorecidas por el mecanismo de aceleración destructiva, a través de un invento
voraz llamado acumulación de capital.
Algunos dicen que el capitalismo no tiene rostro humano. Precisamente rostro humano y condición pretenciosa de dominio de la naturaleza son claves, a mi entender, para que en tantos siglos sostengamos la costumbre de poner el dinero en los pedestales antes que a nuestros pares, a nuestros niños, a nuestros ancianos.
Algunos dicen que el capitalismo no tiene rostro humano. Precisamente rostro humano y condición pretenciosa de dominio de la naturaleza son claves, a mi entender, para que en tantos siglos sostengamos la costumbre de poner el dinero en los pedestales antes que a nuestros pares, a nuestros niños, a nuestros ancianos.
Por Ignacio Pizzo (*) para APe
Desde las plagas de Egipto, que según relatos
bíblicos fueron dictaminadas por Dios, para el éxodo de un pueblo oprimido,
hasta el descubrimiento
en 1762 del mosquito Aedes aegypti, llamado justamente mosquito de Egipto,
hasta nuestros días del 2016. El mismo vector transmite tres enfermedades
virales, que hoy coexisten en una misma geografía: dengue, chikungunya y zika,
pero que no las transmite desde ahora, ni las transmite por propia voluntad.
El Aedes aegypti, como atravesando el tiempo, es también el vector
del virus de la fiebre amarilla, cuya primera aproximación fue expuesta
mediante tesis propia, por el Dr. Carlos Finlay en 1881, en un Congreso médico
en La Habana demostrando que este insecto era el causante de la patología y no
se propagaba por contagio.
Aquella dolorosamente célebre endemia de 1871, que inspiró el
cuadro del Pintor Juan Manuel Blanes, causó la muerte del 8 % de la
población de Buenos Aires. La cifra oficial fue de 13.614. La mitad eran niños.
La institución policial, a cargo en aquel entonces del jefe Enrique O’Gorman,
era la encargada de desalojar los conventillos del sur de la ciudad.
Eran los incineradores, requisadores, despojadores de todo
elemento perteneciente a los habitantes de aquellos pobreríos, acusados de ser
los portadores y transmisores del mal amarillo, por pobres, por inmigrantes,
por juntar miasmas, por habitar el sur de la ciudad
El estado ausente se hizo presente ante el desconcierto, la
incertidumbre y el advenimiento de un nuevo fenómeno epidémico. Las medidas
preventivas con elementos de la época tardaron en implementarse. Como suele
suceder. El propio presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento, había
desatendido -claro que antes de 1871- un pedido de los médicos para
instrumentar cuarentenas de buques en el puerto.
Eran los tiempos premonitorios de la Ley de Residencia, que
extraditaría a los portadores de epidemias libertarias cuestionadoras del orden
social, como el anarquismo, el comunismo, el socialismo. Esas que infectaban,
con ideas, el modo de ver de una sociedad conservadora, las cabezas de los
argentinos e inmigrantes que trabajaban, vivían y morían bajo condiciones
alejadas de toda humanidad. Allí precisamente. En los conventillos, en el sur
de la ciudad.
Faltaba que la peste pusiera a prueba la eficiencia de las leyes
del mercado. Y lo hizo. La peste llegó quizá como una venganza guaraní en enero
de 1871. Como aquellas plagas de Egipto de Dios contra el Imperio. Todo parece
indicar que los vectores de la enfermedad llegaron en un barco procedente de
Asunción del Paraguay, luego de la guerra de la triple Alianza ; los
soldados traían en sus cuerpos al virus.
La encarnizada eliminación de la mayoría de la población
paraguaya, por expansión del imperio de Brasil, y complot de Argentina y
Uruguay, presumiblemente bajo el cipayismo Británico justificó esta masacre.
Los mosquitos no tardaron en llegar.
Al parecer habían llegado para nunca retirarse. Se ubicaron en
sitios adecuados para su reproducción en charcos y pantanos de zonas aledañas
al puerto, ensañándose particularmente con las barriadas populares de San Telmo
y Monserrat. Los primeros casos se dieron en casas de inquilinato ubicadas en
Bolívar 392 y Cochabamba 113. Ese sur de la ciudad donde hace pocos años
aumentó la mortalidad infantil bajo la tutela ministerial de quien hoy está a
cargo de nuestra salud en la Nación.
Comenzaba el carnaval . El 24 de febrero, en un cuaderno de
anotaciones que llevaba durante la epidemia, el periodista catamarqueño
Mardoqueo Navarro escribía: “La fiebre salta de San Telmo al Socorro. Pasada la
locura carnavalesca, viene la calma y a ésta sucede el pánico.”
Es nuestro carnaval, corre el año 2016. Y nos encuentra temerosos
ante un brote del virus Zika, enfermedad asociada con malformaciones congénitas
en el caso de que la mujer embarazada sea infectada con el virus. También puede
provocar parálisis de Guillain Barré.
Desde que tomó
estado público el hecho de que la epidemia está presente, se conoce que en
Brasil la cantidad de niños ascienden a 4.783 al día 3 de febrero: son casos
sospechosos de microcefalia. Aunque no está comprobada del todo la relación del
Zika con esta malformación. El mosquito es el mismo, parece dispuesto a poner
su manto de oscuridad sobre el carnaval. Las volanteadas con fotos de insectos
asesinos, son los brazos de las políticas sanitarias que intentan extenderse,
con la habitual ineficiencia, extemporáneas, tardías, e intentado cubrir el sol con una falange.
Imposible. Mientras, se cuentan niños a merced de los latigazos de la
desnutrición, la anemia, y tal vez un virus que achique sus cabecitas, poniendo
fin a toda magia de palabras, colores y bailes cariocas.
En la folletería no se cuenta lo esencial, lo invisible a los
ojos. Esos ojos que nos encuentran siempre mirando el idilio de la propiedad
privada.
Los folletos de difusión de Brasil, dicen que el mosquito puede
matar. Se dice que el que calla otorga. Pero no decir, es una política de
salud, de enfermedad. La falta de transformación de las condiciones de vida, de
trabajo, de un porvenir mediato e inmediato, es lo que favorece el proceso por
el cual se genera un brote, una epidemia.
A esto se agrega que la depredación generada por la destrucción
de ecosistemas para la siembra de monocultivo, con la posterior
desertificación, devenga en condiciones favorecedoras de proliferación de vectores
Aedes aegypti. Cada medio grado de recalentamiento, mejores condiciones para
reproducirse. Los anfibios y peces que se alimentan de mosquitos son arrasados
por la
desertificación. El metabolismo de la muerte, la negación de
la vida, es lo que nos enferma.
El Movimiento por la Salud Dr. Salvador
Allende, en un documento firmado el 28 de enero del corriente, manifiesta que
la empresa británica Oxitec le oferta a El Salvador que sea parte de su
“experimento genético” con mosquitos modificados para esterilizar al Aedes
aegypti. Los detalles quizá sobren.
Culpabilizar a las
familias por acumular agua, que no abunda; realizar fumigaciones en los
domicilios con disfraces de astronauta y repartir fotos de mosquitos villanos,
es un grotesco montaje. La
velocidad destructiva, el despojo y la paranoia alimentan el negocio de la
salud como
mercancía. Comprar
salud, es comprar repelentes, comprar antifebriles, comprar vacunas. Vender
experimentos a países pobres. Si no se compra no se es saludable. Así como en
los conventillos del sur de la ciudad la fiebre amarilla se colaba por los
intersticios.
Hoy Zika, Dengue o
Chikungunya son los gérmenes que hacen abarrotar los hospitales con madres
desesperadas, desoladas. Como expone en el Diario el País Talita Bedinelli: “Acomodada
en una de las sillas, Ana (nombre ficticio) balancea los pies de forma
obsesiva, hacia arriba y hacia abajo. Explica que tuvo Zika a los cinco meses
de embarazo, pero que el bebé se desarrollaba según lo previsto. Hasta ahora,
pocos días antes del parto”. “La ecografía ha mostrado que la cabeza ha dejado
de crecer. Tenemos que hacer más pruebas”.
Podemos rebasar de
ejemplos, de mamás con vientres a la espera de estudios, de bebés que esperan
que una cinta métrica rodee su pequeño cráneo, para determinar si es o no un
ser completo.
Nuestra era
criminal, sin duda nos deja fuera de juego. Me siento en el deber de
cuestionarme, sin retóricas, el porqué estar escribiendo un texto acerca de
enfermedades que nos encierran, para no mirarnos, para no repartir ni recibir
abrazos. Nos encierran para no repartir ni recibir baldazos de agua o espuma de
carnaval, como yo lo hacía en mi calle de tierra de Ituzaingó, entre vecinos,
como Don Juan y Doña Ana que con miradas cuidadoras, sentados en sus sillas de
mimbre, se reían de nuestros cuerpos descalzos y mojados. Pero sin duda felices
y perfumados de carnaval.
¿Será nostalgia o anacronía? Sin embargo le otorga un parche de
hermosura, conmovedor al alma. Por eso debemos llenar los baldes y las bombitas
con agua de carnaval y desempolvar los disfraces. Quizá así espantemos a los
mosquitos y no haya que esperar a que vuelva el invierno.
Fuentes originales: Scielo :Salud Colectiva: Médicos y policías
durante la epidemia de fiebre amarilla (Buenos Aires 1871).( D Galeano.)
El Historiador . La fiebre amarilla en Buenos Aires. (F. Pigna).
El Zika,la
Determinación Social en Salud y la Soberanía en Salud.
Movimiento por la
Salud Dr. Salvador Allende.
Diario El País: Talita Bedinelli, Salvador de Bahía. 26 de Enero del 2016.
El Historiador . La fiebre amarilla en Buenos Aires. (F. Pigna).
El Zika,
Diario El País: Talita Bedinelli, Salvador de Bahía. 26 de Enero del 2016.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article11445
No hay comentarios:
Publicar un comentario