Agroecología y derecho
a la alimentación: ¿hay herramientas de cambio a nivel local?
17 de febrero de 2016
17 de febrero de 2016
Por Paula Fernández-Wulff
y Pablo Saralegui (Diagonal)
Comienzan a observarse articulaciones de redes agroecológicas en
el sur de Europa frente a la agricultura industrial y el monocultivo de gran
expansión.
Desde finales de la II Guerra Mundial ,
la aparición de los Estados como garantes de la pujanza de sus economías impulsó la industrialización a través
de la inversión pública en sectores estratégicos, subyugando todo a la lógica
productivista.
De entre los varios sectores afectados, la
agricultura y la alimentación aplicaron
los modelos tayloristas cayendo en la lógica
de acumulación capitalista en
los procesos de producción y distribución agroalimentaria. Esto desembocó en el empoderamiento
de dos eslabones clave de
la cadena agroalimentaria por encima del resto: la industria de fabricación de inputs agrícolas, y la industria de
transformación y distribución alimentaria.
Con la llegada del proyecto globalizador, la
ingeniería financiera se incorporó a los distintos sectores económicos,
desplazando así el papel que los Estados jugaban en sus economías.
La interconexión entre distintos lugares del
mundo por la facilidad de transporte que los combustibles fósiles generaron,
junto con la capacidad del sector financiero de manejar el funcionamiento del
resto de sectores, permitieron a grandes empresas expandirse cada vez más,
dándose un proceso de concentración de mercados.
Con ello, fueron creándose oligopolios que garantizaron su estatus por los
pactos comerciales suscritos por la mayoría de los países al calor de los
tratados de la
Organización Mundial del Comercio, en donde las legislaciones
de los países ya no dependían del poder democrático de los parlamentos, sino de
las decisiones tecnocráticas asociadas a dichos tratados.
Para el caso de la agroalimentación, a través
de la externalización de los impactos socio-ambientales por el incremento en la
productividad y la especulación con commodities, estos dos eslabones
fortalecidos resultaron en el incremento de la producción agraria orientada
a la exportación,con leves impactos en la capacidad de
alimentarse de la población.
Este desarrollo histórico es determinante en
el hecho de que derivar la cuestión del hambre mundial hacia un debate sobre la
producción de alimentos no basta para abordar el problema,
e incluso resulta contraproducente en un escenario globalmente mercantilizado.
Achacar el reto de acabar con el hambre a
factores tecnológicos, más allá de la voluntad política, es la excusa
perfecta para la
excesiva tecnificación de los procesos de producción, la intensificación por
encima de los ritmos biológicos de los agroecosistemas, y el reforzamiento de
la I+D en esta línea.
Pero si el hambre se resolviera aumentando la
cantidad neta de alimentos, el problema se habría resuelto hace tiempo. Amartya
Sen ya demostró hace veinte años que el problema no está en la cantidad de alimentos, sino en la disponibilidad,
y en esto la elección política del modelo de desarrollo agrícola es clave.
La crisis mundial del precio de los alimentos
en 2007-2008 fue un gran tirón de orejas para gobiernos y organizaciones
internacionales. A partir de este momento, se volvió a entender la importancia
crucial de la agricultura en
la realización del derecho a la alimentación.
Este derecho humano, muy pocas veces
comprendido y menos aún implementado, está sin embargo reconocido por tratados
internacionales (entre ellos la Declaración Universal
de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales), Constituciones de numerosos países, y leyes marco.Según
palabras del antiguo Relator Especial del Derecho a la Alimentación:
"El derecho a la alimentación no es el
derecho a una mínima ración de calorías, proteínas y otros nutrientes
específicos, o el derecho de una persona a ser alimentada. Se trata de que se
garantice el derecho de todo individuo a poder alimentarse por sí mismo, lo que
supone no sólo que los alimentos estén disponibles –que la proporción de la
producción sea suficiente para toda la población– sino también que sea
accesible –esto es, que cada hogar pueda contar con los medios para producir u
obtener su propio alimento".
Y ello no solamente por tratarse de una obligación
del Estado, sino también por su propio interés: el aumento de
los precios de los alimentos se encontró entre las causas de las revoluciones
ciudadanas en el Norte de África y Medio Oriente entre 2008 y 2011. Parece
claro pues que se trata de un derecho humano que todos los Estados deberían
querer respetar, proteger y cumplir. En lo que difieren es en el cómo.
A un lado del espectro se encuentra la respuesta dada por la agricultura industrial, que se
caracteriza por el monocultivo de gran expansión, la producción
de las mismas variedades en
el mismo terreno año tras año mediante el uso de pesticidas y fertilizantes
químicos, y laacumulación de beneficio.El monocultivo,
introducido a través de la selección de cultivos de alto rendimiento y
palatabilidad, ha sacrificado las formas de resistencia natural en beneficio de
la productividad.
Uno de los muchos problemas del monocultivo es que no
tiene los mecanismos ecológicos de defensa contra brotes de plagas, ya que afecta
negativamente a los enemigos naturales.
A pesar de que determinadas formas de
biotecnología prometen futuras mejoras en la agricultura, su control por
empresas transnacionales hace que resulte incompatible con la sustentabilidad
ecológica, social y económica de los pequeños agricultores, los cuales
representan alrededor del 80% en lugares como Asia o África subsahariana.
A nivel mundial, agricultores que cultivan en menos de 10 hectáreas producen
el 70% de la comida que consumimos –en el caso del cacao, por ejemplo,
esta cifra es del 90%. De hecho, de los aproximadamente 500 millones de
pequeños agricultores que existen en el mundo, el 85% opera en terrenos de
menos de dos hectáreas.
Ante este modelo industrializado de producción
de mercancías que no hace sino ser uno de los mayores contaminantes a nivel
global, losmovimientos
anti-globalización defienden, en lo que a agroalimentación se
refiere, proyectos de transformación radical en la manera de producir, consumir y
vivir.
Esta respuesta trata de alcanzar la sostenibilidad dentro del proyecto político de la
soberanía alimentaria, energética y tecnológica, que se persigue implementando
la agroecología. Ésta es puede entender como "una ciencia, un conjunto de
prácticas y un movimiento social. Esta triple caracterización hace de ella una
visión diametralmente opuesta a la llamada agricultura convencional o
industrial, que sin embargo ha sido utilizada para supuestamente transformar la
realidad del hambre en el mundo".
Sin menospreciar a los fuertes movimientos
procedentes de Latinoamérica, donde su capacidad de
articulación-descentralización ha permitido alcanzar conquistas
puntuales contra
el proyecto globalizador, comienzan a observarse articulaciones de este tipo en
el sur de Europa, como es el caso de España.
A pesar de la gran diversidad de proyectos
desarrollándose en el territorio peninsular, en la región central de la
península los movimientos agroecológicos avanzan tejiendo redes de redes, en
donde el consumo y la producción se funden en una amalgama de opciones, y donde
producir sosteniblemente pasa por cerrar ciclos de nutrientes, utilizar monedas
sociales y apostar por el consumo de cercanía.
Una de estas red de redes es la Plataforma Madrid
Agroecológico , una plataforma que a través de distintas
comisiones ciudadanas pretendeestimular
un cambio estructural en
el sistema agroalimentario de la región central de la península, incidiendo en
las administraciones públicas, y generando espacios donde confluyen distintas
iniciativas de base de la economía social y solidaria.
En esta plataforma se tratan temas como los bio-residuos y la creación de redes de agro-compostaje que
reduzcan los desperdicios de materia orgánica diaria inutilizados, que
supondrían un insumo de alta calidad para la producción sostenible agroalimentaria, o
temas como la creación de asociaciones de productores/as, la creación de
espacios de venta directa de alimentos, los sistemas participativos de garantía
o la flexibilidad en las normativas sanitarias para pequeñas transformadoras.
Asimismo, no cejan en su empeño por denunciar
la cooptación de los espacios de debate sobre el modelo agroalimentario, que en
el caso de España, por ser un territorio de gran producción agroalimentaria, es
foco de presiones e influencias políticas para la continuidad del actual modelo
de producción insustentable.
La Plataforma es una de las muchas iniciativas
que se engloban en los movimientos sociales que luchan por la soberanía alimentaria a nivel global, en donde el derecho a
alimentarse juega un papel principal como demanda, y donde no sólo depende de
la soberanía de cada gobierno para implementar sus políticas agrarias, sino que
trata la cuestión de la alimentación como un derecho de toda persona a alimentarse en función de sus
necesidades nutritivas y culturales, haciendo uso de la agroecología como
herramienta de cambio.
Un escenario de lucha política se viene
estableciendo a nivel global, en donde las alternativas generadas desde lo
local comparten discursos comunes en torno a la comida, y donde está en juego
el incumplido derecho a la alimentación y la sostenibilidad del planeta.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209009
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