miércoles, 24 de junio de 2020

Compartimos, y nos identificamos con, reflexiones de Fernando Cabaleiro (Naturaleza de Derechos)

Mientras que un movimiento contrainsurgente consiente el pisoteo del concepto político de soberanía alimentaria asociándolo al sector agroexportador de granos y biocombustibles, la sociedad se ve expuesta nuevamente a un escenario de disputas entre las exacerbaciones de una derecha reaccionaria, destituyente y beneficiaria exclusiva de un modelo agroalimentario ecocida y la obnubilación política de un pensamiento monolítico e impulsivo rebasado de discrecionalidad arbitraria.

En el centro de esas disputas, estamos todas y todas, víctimas de un modelo agroalimentario que enferma, mata y contamina. 

La praxis insurgente contra el régimen del agronegocio, ha enseñado a quienes desde hace casi 20 años lo enfrentan cara a cara, a leer las letras chicas de esas reglamentaciones hechas a medidas del sector agroindustrial, aún vigentes. A saber de las metas del Plan Estratégico Agroalimentario siempre activas y con un guiño permanente a los desmontes y la extensiòn de la frontera agropecuaria de la mano de los monocultivos transgénicos, como la verdadera política de Estado en materia de agricultura, cualquiera sea el gobierno de turno.

También, a vigilar los reclamos judiciales por las patentes de secuencias genéticas que las corporaciones como Monsanto y Bayer mantienen antes los poderes judiciales para quedarse con todo el material genético. A estar en alerta continua a todos los proyectos de leyes, ordenanzas o resoluciones, en danza, de cualquier signo político, que a lo largo de estos años han procurado beneficiar al agronegocio explícita o subrepticiamente. Entre otros, desde el proyecto de ley de Basterra sobre el SENASA, en el año 2015, procurando darle una mano a Monsanto para ocultar los daños del glifosato y de todos los agrotóxicos; pasando por el proyecto de ley de semillas de Gabriel Delgado creando el canon tecnológico y restringiendo el uso propio, o la ley de buenas prácticas agrícolas en Córdoba (apoyada increiblemente por actores impensados); y la resolución 246/18 de Sarquis en la Provincia de Buenos Aires permitiendo fumigar con venenos al lado de las viviendas y escuelas rurales; hasta la reciente resolución del Canciller Solá autorizando la importación de insumos para la fabricacion de venenos y garantizar su uso en la cuarentena y el flamante proyecto de ley de Agroecología del senador Durañona, en la Provincia de Buenos Aires, que pretende validar el uso de agrotóxicos a 300 metros de los proyectos agroecológicos (y por ende, viviendas familiares) y reducir el estandar de 2 kms para las aéreas a 500 metros, como si la lucha de los pueblos fumigados por estándares de protección - muy superiores logrados durante éstos últimos 20 años - fuera una mera mueca de la historia destinada a un olvido inaceptable, y lo mas grave, dando una señal de alerta para la post-pandemia: que siga todo igual.


La soberania alimentaria y los impactos ambientales y socioeconómicos del modelo agroexportador, contaminante, extractivista y de acumulación del agronegocio son cosa seria como para someterlos a semejante escenario de subterfurgios, con los que se viene improvisando e intentando un ensayo de disputa en un callejón sin salida, en el cual el Estado, en manos de un gobierno decidido a profundizar el modelo agroindustrial  - a través de YPF AGRO y con Gabriel Delgado a la cabeza - sueña mas que nunca con la Vaca Viva de la misma manera que soñó con Vaca Muerta, y ya sabemos de que se tratan, la una y la otra, por mas negación de la realidad que se haga, ni una es soberanía enérgetica ni la otra soberanía alimentaria, sino las dos caras de una misma moneda del extractivismo.

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