sábado, 3 de diciembre de 2016

"Estamos asistiendo al agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural".

Crisis civilizatoria
Revista Herramienta Nº 42/Octubre de 2009

 
Renán Vega Cantor
Historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia. Doctor de la Universidad de París VIII. Diplomado de la Universidad de París I, en Historia de América Latina. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; Gente muy Rebelde (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; Entre sus últimos trabajos podemos mencionar: Los economistas neoliberales, nuevos criminales de guerra: El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo (2010). La República Bolivariana de Venezuela le entregó en 2008 el Premio Libertador por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo). Es integrante del Consejo Asesor de la Revista Herramienta, en la que ha publicado varios de sus trabajos..
 
En estos momentos se desenvuelve otra crisis que, a primera vista, hace parte del recurrente ciclo capitalista que en forma periódica desemboca en una caída drástica en todos los órdenes de la vida económica. Pero si se mira con algún cuidado, la crisis actual tiene unas características diferentes a todas las anteriores ya que hace parte de un quiebre civilizatorio de carácter integral, que incluye factores ambientales, climáticos, energéticos, hídricos y alimenticios.


La noción de crisis civilizatoria es importante porque con ella se quiere enfatizar que estamos asistiendo al agotamiento de un modelo de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural. Esta crisis señala las terribles consecuencias de la producción de mercancías, que se ha hecho universal en los últimos 25 años, con el objetivo de acumular ganancias para los capitalistas de todo el mundo y que sólo es posible con el gasto exacerbado de materiales y energía.(...)


6. El capitalismo y sus límites
 
Como acabamos de mostrar, la actual crisis es completamente distinta a todas las anteriores, en virtud de la sincronía de diversos factores, que hacen de la presente una crisis civilizatoria, que marca la frontera de una época histórica en la que se ha puesto en peligro la misma permanencia de la especie humana, conducida al abismo por un sistema ecocida y genocida, regido por el afán de lucro.
Sin embargo, el capitalismo pretende en forma arrogante que no existen ningún tipo de límite que impida su funcionamiento hacia el futuro inmediato, y por ello sus voceros más emblemáticos (jefes de Estado, banqueros, empresarios, economistas) proponen como recuperación de la economía más de lo mismo, es decir, un regreso a las pautas de crecimiento económico existente antes de que comenzara la crisis, esto es, más producción en gran escala de mercancías, con derroche de materia y energía, para que se sigan consumiendo y se reactive la economía en su conjunto. Efectivamente, el capitalismo no va a desaparecer en esta crisis, por la sencilla razón que, por lo menos por ahora, no se dibuja en el horizonte una fuerza alternativa que lo derrote, pero esto no quiere decir que vaya a seguir funcionando “armónicamente” como antes, porque debe afrontar límites infranqueables, que como nunca antes la crisis civilizatoria actual ha puesto al orden del día y no pueden eludirse. Entre dichos límites debe mencionarse los siguientes:
  • el límite energético, relacionado con el agotamiento del petróleo, el gas y el carbón y cuando no emerge a la vista una alternativa real a esos combustibles fósiles, lo cual indica que la sociedad del automóvil y de las ciudades iluminadas no tiene perspectivas de mantenerse en el largo plazo, aunque de seguro se va extender en los próximos años, con lo cual se estará metido con plena certeza, para usar una metáfora del mismo medio automovilístico, en un carro de alto cilindraje pero sin combustible para andar;
  • el límite científico y tecnológico, que en la práctica supone reconocer el carácter restringido y relativo de cualquier solución basada en los desarrollos de la ciencia y la tecnología como panacea que va a solucionar cualquiera de los problemas creados por la sociedad capitalista, los cuales incluso, en muchos casos, son causados y agravados por los mismos inventos tecnológicos o los descubrimientos científicos, lo que se ejemplifica con el caso del automóvil, considerado hoy, con toda razón, como uno de los peores inventos de todos los tiempos;
  • el límite ambiental, que resulta del hecho comprobado que los recursos naturales se encuentran en un momento crítico, en razón del ritmo desenfrenado de explotación a que han sido sometidos en los últimos decenios, junto con la extinción de miles de especies, y aunque esto último no parece preocupar al capitalismo, éste si debe enfrentar la perspectiva poco halagadora de mantener unos irracionales ritmos de producción y consumo que no pueden ser satisfechos ante la disminución real de los recursos materiales que posibilitan la producción;
  • el límite demográfico, como producto del crecimiento de la población, que se apiña en grandes urbes de miseria, y cuya mayoría soporta deplorables condiciones de vida –mientras recibe mensajes ideológicos y propagandísticos de que las cosas van a mejorar para los exitosos y triunfadores– y que deben luchar por participar en la repartición de un pedazo de la tarta, cada vez más concentrada en pocas manos, hace que tarde o temprano el capitalismo busque la reducción de población y para eso, como está demostrado hasta la saciedad, empezará por eliminar a los más pobres, como se ejemplifica hoy con las epidemias, hambrunas, guerras y otros mecanismos maltusianos de control demográfico; 
  • límites sociales y laborales, porque con la crisis se acentúan las diferencias de clases, la explotación y diversas formas de opresión que, de seguro, originarán resistencias, rebeliones, revoluciones y estallidos sociales, de los cuales no sabremos hacia donde conduzcan, pero si podemos decir que estarán presentes ante la confluencia de todas las crisis señaladas en este escrito.
En forma sintética el problema de los límites reales para el capitalismo puede expresarse con una formula elemental: I = C x T x P(Impacto sobre la tierra = Consumo x Tecnología x Población).[11] Aunque en teoría existirían varias posibilidades por parte del capitalismo para contrarrestar su impacto sobre la tierra y alargar su permanencia, en la práctica se está impulsando la reducción de la población más pobre del planeta, mientras se incrementan los niveles de consumo y el desarrollo tecnológico. Valga recordar los diferentes instrumentos de reducción demográfica en marcha en estos momentos, como las guerras, las epidemias, las nuevas enfermedades, la privatización de los servicios médicos y sanitarios, la conversión del agua en una mercancía, todos los cuales pueden considerarse como mecanismos neomalthusianos.

Con respecto a todos los elementos antes esbozados, el pensador brasileño Leonardo Boff ha entendido bien el sentido de los límites al capitalismo, resaltando la importancia decisiva de los aspectos ecológicos:
 
Una naturaleza devastada y un tejido social mundial desgarrado por el hambre y por la exclusión anulan las condiciones para reproducir el proyecto del capital dentro de un nuevo ciclo. Todo indica que los límites de la Tierra son los límites terminales de este sistema que ha imperado durante varios siglos.
El camino más corto hacia el fracaso de todas las iniciativas que buscan salir de la crisis sistémica es esta desconsideración del factor ecológico. No es una “externalidad” que se pueda tolerar por ser inevitable. O lo situamos en el centro de cualquier solución posible o tendremos que aceptar el eventual fracaso de la especie humana. La bomba ecológica es más peligrosa que todas las bombas letales ya construidas y almacenadas.[12]
 
Esta situación plantea la pregunta sobre la posibilidad de colapso de la civilización capitalista y con ella de la humanidad, pero esta última perspectiva sólo si no se admite la existencia de alternativas revolucionarias, imprescindibles para evitarlo. Como diría Walter Benjamin hoy la revolución es más actual que nunca para colocar los frenos de emergencia que detengan la caída rauda en el abismo e impida que el capital nos hunda en la locura mercantil que nos conduce hacia la muerte como especie y a la desaparición de diversas formas de vida.[13]
Ahora bien, la posibilidad de un colapso para el sistema capitalista no quiere decir que los capitalistas del mundo vayan a renunciar a seguirlo siendo y vayan a optar por otra forma de organización social, pues está demostrado a través de la historia que el capitalismo no va a desaparecer gracias a sus propias crisis, sino por acción de sujetos colectivos, conscientes de la necesidad de superar esta forma de organización social y que actúan en consecuencia, como sucedió al estallar los procesos revolucionarios que se presentaron durante el siglo XX.  Y, en ese sentido, la actual crisis no es diferente, puesto que, como modo de producción, el capitalismo va a reactivar el crecimiento por un breve tiempo, pero eso va a agravar tanto las condiciones de reproducción del sistema como la vida de la mayor parte de la población mundial. Estas dos circunstancias son las que indican que la crisis actual, en la que confluyen todos los aspectos mencionados en este ensayo, no es otra más, pasajera y circunstancial, sino de repercusiones de largo plazo, porque su costo humano y ambiental va a incidir en la vida de millones de seres humanos, lo cual puede conducir o a un cambio revolucionario o a que se acentúen las tendencias más destructivas y criminales del capitalismo, cuyo funcionamiento se enfrenta a un límite insuperable, el fin del petróleo y el agotamiento de los recursos.
De igual forma, con la crisis civilizatoria ya no se presenta sólo un desplome económico al que sigue una rápida recuperación, sino que por el contrario se asiste, como ahora, a un deterioro incontrolable de las condiciones naturales y sociales de la producción, motivado por la acción del mismo capitalismo, aunque eso no impida que en el cortísimo plazo algunas fracciones del capital alcancen ganancias extraordinarias, como resultado del acaparamiento, la especulación o la inversión en actividades relacionadas con la misma crisis, tal como la compra de empresas petroleras o de automóviles. En pocas palabras, la crisis civilizatoria “es silenciosa persistente, caladora y su sorda devastación se prolonga por lustros o décadas, marcados por estallidos a veces intensos, pero no definitivos, que en la perspectiva de la cuenta larga configuran un periodo de crisis epocal”.[14] 
Y este carácter insoluble de la crisis civilizatoria plantea la urgencia de un cambio revolucionario para sustituir al capitalismo si es que la humanidad quiere tener un mañana. Esto exige la construcción de otra civilización distinta al capitalismo que recobre los valores de la justicia, la igualdad, el valor de uso, la solidaridad, la fraternidad y otro tipo de relaciones con la naturaleza y que rompa con el culto al consumo, a la mercancía y al dinero. Eso supone reconocer la existencia de límites de diversa clase para los seres humanos: naturales, materiales, energéticos, económicos, tecnológicos y sociales que tornan imposible un crecimiento ilimitado, como el postulado por el capitalismo realmente existente, y que hoy se exalta como el milagro salvador que va a sacar al capitalismo de la crisis, y que pretende estar por encima de cualquier tipo de condicionamiento para sostener que no hay ningún tipo de barrera, ni natural ni social, que pueda impedir una expansión incontenible de la acumulación de capital.
Un movimiento anticapitalista en las actuales circunstancias de crisis civilizatoria debe plantearse una estrategia doble, que es complementaria y no antagónica: uno, impulsar todas las medidas indispensables para mejorar las condiciones de vida de la población pobre mediante la redistribución mundial y nacional de la riqueza que permitan romper con la injusticia y la desigualdad de clase, sin que esto se de por la órbita mercantil que privilegia el afán de lucro sino mediante la recuperación del valor de uso, la solidaridad y la fraternidad, todo lo cual sólo puede hacerse con una revolución que posibilite el control de los medios de producción por los productores asociados que, por supuesto, requiere como condición fundamental la “expropiación de los expropiadores”; y dos, replantear en forma radical la noción de progreso tecnológico, proponiendo un programa político y económico que cuestione la producción mercantil y todos sus efectos ambientales y energéticos.
Esto, desde luego, supone todo un reto ideológico y político para afrontar la crisis porque implica que las izquierdas históricas deben romper con su inveterado culto al progreso, a las fuerzas productivas y a los artefactos tecnológicos generados por el capitalismo, lo cual requiere de un nuevo tipo de educación y politización, porque “es imprescindible refundar un movimiento comunista rojo-verde, que ponga en el centro de su actividad política las medidas ambientalistas radicales”.[15]   
En esta dirección, hoy ante la crisis civilizatoria se precisa complementar dos tipos de crítica, la de Marx a la explotación de los trabajadores y otra, más reciente del ecologismo anticapitalista, a la destrucción de las condiciones que permiten la reproducción de la vida. Y esta doble crítica debería recobrar la indignación, aquella que Marx mostró cuando denunció que la búsqueda insaciable de plusvalía por parte de los capitalistas degrada las relaciones humanas y esa misma indignación se requiere para enfrentar las consecuencias de la crisis ambiental y la transformación climática, ya que “frente a esta posibilidad de una gran perturbación que pondría en peligro la base material de la reproducción social, los sectores dominantes de la burguesía han caído aún más bajo, en una degradación moral sin precedentes, que pone en peligro el futuro de la humanidad en su temerario intento de continuar las prácticas productivas que han creado esta situación”.[16]
Con relación a esta decadencia moral e histórica de las clases dominantes que representan a un régimen económico y social que puede catalogarse como un capitalismo senil, es imprescindible reivindicar otra ética, la de los límites y la de la autocontención, que deben llevar a plantear la urgencia del decrecimiento en algunos lugares del mundo (en los países altamente industrializados), junto con la redistribución económica allá y en el sur del mundo, como resultado de una modificación revolucionaria en las relaciones de propiedad, como un proyecto político, colectivo y urgente, que claramente reivindique la superación del capitalismo porque solamente una ruptura con su culto al crecimiento, su consumismo exacerbado y su productivismo sin límites, puede evitar la catástrofe. Porque, en pocas palabras, “la dinámica del capitalismo de consumo masivo desemboca en la aberración de un planeta para usar y tirar. Frente a esto el ecologismo es insurgente: ¡la Tierra no es desechable!”.[17] Por ello, como dicen Adolfo Gilly y Rhina Roux “en el mundo de hoy, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado”.[18]
En efecto, la historia está abierta y que se consolide otra forma de sociedad depende, en última instancia, de la capacidad de refundar un proyecto anticapitalista de tipo ecosocialista por todos los sujetos que creen que otro mundo es posible y necesario, y que tal vez podría expresarse de manera sintética en la actualización de una célebre máxima revolucionaria, de esta manera: “Ecosocialismo o barbarie tecnofascista”.
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-42/crisis-civilizatoria

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