¿Qué es el extractivismo?
Apuntes críticos para un debate necesario
2017
Por Guido Pascual Galafassi y Lorena Natalia Riffo
En las últimas décadas
la discursividad sobre la problemática ambiental y territorial se ha visto
inundada por el concepto de “extractivismo”. Ha entrado en escena superando las
disquisiciones previas que remitían la problemática ambiental fundamentalmente
a desajustes de planificación, organización o hasta de conductas individuales
para poner en el centro de la escena al modelo de desarrollo y sus injusticias
geopolíticas o, por lo menos, a ciertos aspectos de dicho modelo como la fuente
primordial a partir de donde poder entender la “crisis ambiental” del presente.
Sin embargo, previo al concepto de extractivismo los pensamientos más lúcidos y
críticos ya habían puesto sobre el tapete la centralidad del desarrollo, pero
fueron voces escasas y casi solitarias.
En función de esto
nos preguntamos cuál o cuáles son los conceptos más pertinentes para dar un
debate dialéctico sobre el proceso de despojo, entendiéndolo como central en la
confrontación con el pensamiento científico hegemónico orientado a profundizar
la instrumentalización de la naturaleza a escalas cada vez más profundas. A su
vez, en esta tarea indagamos qué tipo de importancia tiene, en el contexto
actual, recuperar las nociones de capitalismo y lucha de clases y qué nociones
o perspectivas podemos incorporar para complejizar este tipo de reflexiones.
Aproximación a la
conceptualización extractivista
Varios autores muy
citados apelan hoy al concepto de extractivismo como explicación de la sociedad
latinoamericana actual. De este modo, al extractivismo debemos tanto la pobreza
como las crisis económicas, así como el modelo democrático y de convivencia. Al
mismo tiempo, el carácter autónomo del extractivismo, en el sentido de que
desde esta práctica puede explicarse tanto el patrón de desarrollo como el
derrotero político y hasta la división internacional de trabajo, es ampliamente
compartido por la bibliografía sobre el tema. Pero, además, aflora en muchos
escritos su carácter novedoso, como nueva forma de producción que, si bien
puede guardar ciertos lazos con el pasado, asume todas sus características y
fuerzas en este presente extractivista. Por otra parte, el carácter autónomo
del extractivismo, junto a su novedad, se colige muy ajustadamente con una de
las más ilustrativas definiciones de las últimas décadas como es aquella
referida a la “sociedad del riesgo”. En síntesis, el extractivismo, bajo un
manto de novedad, se presenta como un modelo autónomo distinguido de otras
variables que hasta el momento han sido utilizadas para explicar el sistema
dominante. A su vez, al vincular el extractivismo con la globalización y la
ruptura con lo local, se eclipsa las antiguas teorizaciones sobre la división
internacional del trabajo. En función de estas reflexiones, y teniendo en cuenta la
importancia del rol que ocupa la naturaleza y lo territorial en la constitución
de este sistema, proponemos, a continuación, un análisis alternativo.
Antes, un repaso histórico: ¿extractivismo o
acumulación? Para percibir y entender toda la complejidad del proceso de
relación sociedad-naturaleza-territorio es necesario tomar el proceso
extractivo en tanto integrante de un complejo entramado de relaciones,
operaciones y procesos que adoptan las formaciones sociales en tanto estrategia
de producción, distribución y reproducción de los recursos (naturales y
humanos), los beneficios y el trabajo, tal como ya lo explicó Marx en El
capital. Por esto, resulta indispensable pensar al proceso extractivo (en
tanto práctica), más que al extractivismo (en tanto fenómeno sustantivo), como
una etapa del proceso total de la acumulación. Y como etapa, va sufriendo –al igual
que el proceso de acumulación– cambios y transformaciones a lo largo del
tiempo, pero siempre en relación con los principios básicos que implican tanto
la explotación del trabajo como de la naturaleza (primera y segunda
contradicción del capital).
Si el proceso de
acumulación capitalista tiene ya casi cinco siglos de existencia es obvio
esperar que el proceso extractivo se haya modificado ampliamente, atendiendo
especialmente al ritmo dinámico de innovación tecnológica que caracteriza al
capital. Sin embargo, esto de ninguna manera implica que con cada renovación se
acceda a un nuevo (neo) proceso extractivo ni nuevo (neo) proceso de
acumulación. La lógica capitalista que subyace no deja de asentarse en tanto
estrategia de explotación y dominación, en la extracción de plusvalía y
producción de desigualdad al separar medios de producción y fuerza de trabajo.
Como vemos, la extracción (expropiación) no es un fenómeno exclusivo de las relaciones
entre sociedad y naturaleza y claramente va adoptando una multiplicidad de
formas y variantes tanto a lo largo del espacio como a través del paso del
tiempo.
La articulación sociedad-naturaleza-territorio
debe entenderse como mediación dialéctica. La mediación social es la forma de
articulación existente entre los mundos físico-biológicos y el mundo humano
(que incluye dialécticamente al primero); y se trata irremediablemente de una
forma de mediación pues cada uno de ellos, si bien conforman la unidad diversa
naturaleza-cultura/historia, se configura en base a premisas particulares y
características singulares.
Esta articulación
sociedad-naturaleza-territorio y esta unidad dialéctica de la existencia
implica siempre el aprovechamiento de la naturaleza por parte de la sociedad
más sus diversas formas de representarla y la consecuente construcción social
de un territorio. El ser humano en sociedad tiene, desde siempre, la capacidad
de “trascender histórico-culturalmente” las leyes ecosistémicas, convirtiéndose
así en sujeto que interactúa con la materia y el espacio, los piensa y los
transforma. Esta transformación implica la valorización y utilización de esta
materia, la representación y extracción de componentes de la naturaleza y que
son resignificados al introducirlos en su propio proceso de producción y
reproducción en relación siempre a un régimen de acumulación predominante
(material y simbólico); procesos que contienen al mismo tiempo la construcción
de uno y múltiples territorios.
Esta transformación
permanente y creciente implica necesariamente un proceso social, histórico y
cultural de construcción del territorio a partir de un espacio dado
naturalmente o ya previamente transformado; un territorio así se hace moldeando
y remodelando el espacio natural en pos de su aprovechamiento. Esta
construcción y reconstrucción territorial se hace siempre sobre la base de la
extracción de recursos de la naturaleza, extracción que es inherente al ser de
lo humano sobre la tierra, pero que se enhebra en cada momento histórico y en
cada espacio con determinados patrones de acumulación que son aquellos que
definirán tipo e intensidad de esta extracción. Así, el proceso de extracción
nunca es la variable independiente del proceso. Y esta construcción está mediada
también por la conflictividad, dadas las relaciones antagónicas inherentes a
toda sociedad de clases y que configuran un determinado proceso y modo de
acumulación.
En cuanto al proceso
socio-histórico regional podemos confirmar que la historia del desarrollo de
los países latinoamericanos ha sido definida primariamente por la ecuación
capital-recursos naturales/territorio, por cuanto emergieron al mundo moderno
con un papel predominante de dadores de materias primas, ya sea recursos
minerales o agropecuarios. Este pasaje de Cristóbal Colón en suDiario de viaje no
deja lugar a dudas: “Yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide
que algunos dellos traían un pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la
nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el
Sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho”
(porque) “del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en
el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”. Es claro que el mismísimo
“descubrimiento” y colonización llevaba en su impronta el objetivo de
aprovecharse de los recursos materiales y humanos disponibles en las tierras
más allá del Viejo Mundo para que sirvieran de incentivo y estímulo al proceso
de acumulación capitalista de la Europa moderna naciente. El hoy llamado
extractivismo es en realidad intrínseco, cuanto menos, a la modernidad misma y
muy especialmente al “nacimiento” de Latinoamérica y el resto de la periferia
como resultado de la expansión europea moderna. Decimos “cuanto menos” dado
que, y como afirmamos más arriba, el ser humano como especie se constituye
cultural e históricamente a partir de su capacidad diferencial para la
utilización de la naturaleza a través del proceso extracción-producción-consumo.
Es sin dudas en la
modernidad cuando el usufructo de la naturaleza y el espacio se intensifican
exponencialmente para ponerlo al servicio de la ganancia. Es que la
territorialización capitalista es, por propia definición, sinónimo de instrumentalización
diferencial del territorio que conlleva en sí mismo los mecanismos
extractivistas. Extractivismo no solo significa extraer componentes de la
naturaleza para el sostenimiento, sino también una extracción asociada con el
proceso de acumulación, ganancia y desigualdad de clases. El extractivismo de
la modernidad capitalista es consecuencia precisamente de la racionalidad
instrumental que se constituye con la propia modernidad y no sólo en las
últimas décadas neoliberales.
Instrumentalidad, por cuanto la naturaleza
pasa a ser primordialmente un objeto de usufructo en tanto instrumento esencial
para la construcción del “confort” (ideario de felicidad según la razón
subjetiva), en el sentido en el que ampliamente lo desarrollaron Theodor Adorno
y Max Horkheimer a mediados del siglo XX. Este extractivismo que responde a la
maximización de las ganancias variará en su expresión y modo de articulación a
medida que los procesos de producción económica y reproducción social y
política vayan evolucionando, de manera que lo que ayer no era extraíble o
transformable, hoy sí lo sea; y lo que ayer no era una necesidad, hoy se erija
como tal. Entonces, lo que ha variado en estas últimas décadas, además de las
herramientas tecnológicas, es la presencia complementaria en mayor o menor
medida de algún proceso parcial de industrialización y la consolidación de un
determinado tipo de consumo. De ahí que aquellos que la definen como
extractivista (o neoextractivista) están de alguna manera soslayando la
historia latinoamericana y de la propia modernidad, planteando como novedad un
proceso que define a toda la trayectoria de “acumulación dependiente” del
subcontinente americano.
En relación al
concepto de neoextractivismo, que algunas posiciones esgrimen como noción diferenciadora,
vale recordar que desde una perspectiva dialéctica referir un momento en base
al prefijo “neo” es por sí mismo obvio y evidente, por cuanto la dialéctica
implica precisamente una dinámica cambiante. Por lo tanto, lo “neo” resultaría
redundante, debido a que cada nuevo momento del proceso dialéctico implicaría
un “neo”-momento. Solo desde miradas que fijan la realidad y la conciben más
bien como estática, asume el prefijo “neo” algún sentido por cuanto con él se
refieren al cambio como una novedad. Claramente no es el caso, si entendemos al proceso
extractivo como un componente esencial del proceso de acumulación moderno, en
donde el cambio y la novedad son unas de sus definiciones fundantes. Más que
hablar de “neo” quizás sería más preciso definir como “ni todo nuevo, ni
siempre igual”.
A su vez, la
particular conjunción entre tecnología y territorio constituye un eje clave de
la competencia internacional a la vez que pilar fundamental en el proceso de
construcción de hegemonía. Las disputas internas al capital, disputas por el grado de
participación en la distribución de los beneficios, se expresan cada vez más
fuertemente tanto en el desarrollo tecnológico como en la carrera por la
búsqueda y transformación de territorios, ya sea para la extracción de los
recursos-insumos como para la construcción de mercados de consumo (de esos
recursos extraídos y transformados). Esto viene generando relaciones desiguales
entre los territorios y las naciones gestando situaciones diferenciales de
desarrollo, subdesarrollo, dependencia, desigualdad y subordinación.
Si la propia
acumulación originaria se basó en la apropiación por la fuerza (mediación
violenta) de tierras y recursos para convertirlos en la matriz esencial de
arranque del sistema capitalista de producción, su evolución posterior no
estuvo tampoco ajena a esta ecuación expropiatoria (lo que hoy se denomina
“extractivismo”). Esta acumulación, basada en la predación y la violencia sin
disimulo, en un sector (clase social y territorio), mediada por la desposesión
de otro adquiere entonces en la actualidad una evidente visibilidad, cuando el
agotamiento de muchos recursos está llamando la atención incluso al propio
capital. Vale
aclarar que este proceso de crecimiento y desarrollo basado en la desposesión,
el saqueo y el pillaje no es privativo del capitalismo, aunque el ritmo y la
eficiencia del actual proceso de predación son inhallables en cualquier ejemplo
del pasado. De diversas formas y expresiones se lo registra en reiteradas
oportunidades en la historia de occidente.
Fue muy intensa la
discusión sobre estos tópicos en las décadas previas a la instalación del
neoliberalismo y nos remiten de alguna manera a las discusiones actuales sobre
el desarrollo y el extractivismo. Las discusiones y reflexiones sobre la
relación metrópoli-satélite, desarrollo-subdesarrollo, liberación-dependencia,
civilización-formación social, etcétera, se centraban justamente en la
discusión sobre la producción y distribución de los recursos, que incluye
obviamente todo lo referido a la actividad extractiva, pues no hay producción
sin extracción. Si el hoy llamado extractivismo no estaba presente como
concepto tiene que ver, por un lado, con la todavía escasa sensibilidad
ambiental de aquellos años, pero también, por otro lado, con la secuencia
intelectual obvia que remite a la renovación permanente de las categorías y de
su capacidad de interpelación de la realidad en relación dialéctica con los
procesos sociopolíticos.
Sin embargo, esta
renovación permanente no implica desconocer o no reconocer la existencia de un
modo de acumulación particular. Por el contrario, lo ideal sería recuperar
conocimientos y discusiones previas sobre su caracterización y profundizar en
su análisis. Un ejemplo interesante es el aporte realizado por Silvia Federici
en El calibán y la bruja, respecto del rol de las mujeres
como reproductoras de la fuerza de trabajo y sobre la necesidad del
aniquilamiento de miles de mujeres consideradas “brujas” en el proceso
constitutivo del capitalismo como sistema dominante. Por poner solo un ejemplo
de todo el desarrollo que hace la autora, las mujeres al ser consideradas como
máquinas de producción de nuevos trabajadores también son parte del proceso
dialéctico de acumulación-producción-extracción. Así, la innovación
intelectual, dentro de los estudios dialécticos y complejos estructurados sobre
la reflexión del modo de acumulación, es una tarea fundamental para continuar
repensando en profundidad el mundo en el que vivimos.
En resumen, el extractivismo implica una mirada
sobre lo emergente, cuando lo importante sigue siendo una perspectiva de raíz,
de la fuente misma de los sucesos. Entonces, la recuperación del análisis del
capitalismo como modo de acumulación, y de la lucha de clases como conflicto
social inherente, forma parte tanto de la disputa política como de la disputa
epistemológica en el contexto actual. Para estas disputas no es suficiente
elegir un tema de investigación/estudio/enseñanza de relevancia
histórico-coyuntural, sino que también es clave el modo de analizar ese tema y
los presupuestos que cada herramienta conlleva. Asimismo, son relevantes porque
no quedan enclaustrados en los limitados espacios académicos, también influyen
en la lucha diaria de numerosos movimientos sociales, en los que investigadores
e investigadoras solemos participar.
Acumulación-producción-extracción
como proceso dialéctico
Acumulación primitiva,
reproducción ampliada y nuevos cercamientos representan una ecuación importante
a la hora de entender la estrategia de apropiación de la naturaleza y
construcción del territorio en la sociedad capitalista. Los nuevos cercamientos
entonces implican la apropiación de aquellas porciones de territorio y espacios
de vida aún no incorporados plenamente a la lógica del capital, reeditando así
algunos de los procesos de la llamada acumulación primitiva que conviven de
esta manera con los mecanismos predominantes de la reproducción ampliada.
Así, debemos
considerar la “segunda contradicción del capital” (como la denomina James O ´Connor),
o sea la contradicción capital-naturaleza (la primera sería la contradicción
capital-trabajo), como aquel proceso que trata en tanto mercancía a la
naturaleza y el espacio, de manera tal de poder incluirlos en su ecuación
instrumental. La tendencia es al socavamiento de la propia base natural de
sustentación del sistema productivo, dado que el capital no puede prever los
costos de reproducción de la naturaleza en pos de una sustentabilidad real
debido a que afectaría claramente la tasa de ganancia.
En este esquema de racionalidad instrumental,
segunda contradicción y conjunción de procesos de acumulación, se vienen
definiendo históricamente toda una serie diversa de recursos estratégicos que
se relacionan dialécticamente: por un lado, aquellos que la dinámica global del
capital define como recurso demandado en un momento histórico determinado y,
por otro, aquellos que las condiciones ecológicas regionales determinan como
aptos para ser producidos o extraídos en cada territorio.
Podemos hablar de un
proceso extractivo que se va transformando en base a la innovación tecnológica
permanente y a la propia dinámica de cambio del proceso de acumulación. En esta
continuidad extractiva, en función del proceso de acumulación, el caucho es un
ejemplo histórico en la América tropical, la plata en la América andina y el
quebracho en la América subtropical. Más contemporáneo, la explotación de los
hidrocarburos y de minerales no deja de generar conflictos sociopolíticos y
territoriales, donde entran en juego intereses geoestratégicos estadounidenses,
capitales multinacionales de base europea y gobiernos con orientación
popular-reformista o conservadora. Sin ir más lejos, es importante no dejar
pasar los importantes conflictos geopolíticos derivados por la posesión de los
yacimientos de gas y petróleo en las recientes historias de Venezuela y
Bolivia, más la llamada
Guerra del Agua, también en Bolivia, o las más recientes
disputas en torno a la potencial energía hidroeléctrica de los ríos patagónicos
tanto como los cuestionamientos al avance de la frontera hidrocarburífera con
el fracking en dicha región, los cuales muestran
de forma elocuente lo central de esta cuestión.
Primordial es también
mencionar el proceso creciente de sojización en Sudamérica, que arrasó con
ecosistemas, agrosistemas y culturas, constituyéndose no sólo en la extracción
de un recurso en base a su “oportunidad” en términos de su demanda por las
naciones más industrializadas (alimento de ganado y biodiésel), sino también en
la aplicación de la tecnología más concentrada y asociada a fuertes niveles de
dependencia. Alienación socioecológica, “extractivismo” histórico e
instrumentalización de la razón están en la base y las consecuencias de todos
estos procesos de acumulación basados en la territorialización extractiva desde
que el continente americano es “descubierto” por el capital europeo. Es así que
la caracterización que hiciera Galeano en Las venas abiertas de América Latina, en la década del
70, sigue absolutamente vigente, poniendo en entredicho los supuestos
“descubrimientos intelectuales” del extractivismo o neo-extractivismo.
Es América Latina la
región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días todo
se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como
tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo, la
tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su
capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos
humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido
sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje
universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función siempre en
beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho
infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos
eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la
opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de
cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre
sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Hace cuatro siglos ya habían
nacido dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la
actualidad).
En definitiva, la clave diferenciadora no está
en pensar en extractivismo, sino en acumulación, entendiéndolo como la
articulación entre el despojo, o sea los mecanismos de la acumulación
primitiva, y la reproducción ampliada del capital. El extractivismo es solo un
instrumento para la acumulación capitalista y debe ser tratado conceptualmente
como tal. El eje está en la lógica de acumulación. Para terminar con el
extractivismo es necesario discutir todo el proceso complejo y dialéctico de la
acumulación y sus diferentes facetas y solo en este entramado discutir la etapa
extractiva del capital, por cuanto el proceso extractivista es parte de la
totalidad y si bien tiene sus especificidades solo se explica en su sentido
íntegro en función de esa totalidad.
Los autores son
miembros del Grupo de Estudio sobre Acumulación, Conflictos y Hegemonía
(GEACH). Lorena Natalia Riffo es docente de la Licenciatura en Comunicación
Social de la
Universidad Nacional del Comahue y becaria doctoral del
Conicet en el Instituto Patagónico de Humanidades y Ciencias Sociales en la
misma universidad. Guido Pascual Galafassi es profesor titular en la Universidad Nacional
de Quilmes, investigador independiente del Conicet y director de la Maestría en
Desarrollo Territorial y Urbano en la Universidad Nacional
de Quilmes y la
Universidad Nacional de Avellaneda.
Fuente: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2939
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