Ecofeminismo &
Crecimiento económico
Ecofeminismos para
evitar la
barbarie
30 de septiembre de 2019
Por Yayo Herrero
Revista
Ecologista
La autora
reflexiona sobre el ecofeminismo en un mundo que separa humanidad y naturaleza.
Y sobre la necesidad de comprender y actuar frente a las crisis complejas que
afrontamos y el repunte de los fascismos.
La economía,
la tecnología y, en realidad, cualquier producción humana, son subsistemas del
medio natural en el que se insertan. Sin embargo, los metabolismos sociales y
económicos se han configurado como si fuese al revés. Una vez superada la
biocapacidad del planeta, el tamaño de la esfera material de la economía está
condenado a disminuir.
En
consecuencia, el crecimiento económico se estanca y retrocede inevitablemente.
Los poderes económicos y políticos siguen confiando en superar la crisis
económica por la vía del crecimiento. Algunas opciones políticas aspiran a
poder superar la crisis económica y ecológica a partir de un crecimiento verde
sin que en la mayor parte de los casos se hable de reducción de la huella ecológica
y de la redistribución de la
riqueza. En los próximos años nuestro trabajo no estará tan
centrado en combatir el negacionismo, sino el capitalismo verde y las falsas
soluciones.
La mirada de
los ecofeminismos permite reflexionar desde otro ángulo. Permite comprender
mejor las crisis complejas e interconectadas que afrontamos; permite entender
por qué la economía real está estancada y no genera puestos de trabajo; permite
comprender quién se está ocupando de sostener las vidas en la situación de empobrecimiento
creciente que estamos viviendo; permite entender que los movimientos
migratorios emergentes presentan diferencias con los del pasado.
Los
ecofeminismos explican que la producción capitalista tiene una precondición: la
producción de vida que se realiza en espacios invisibles y que sigue una lógica
opuesta a la del capital. Fuera de los focos, invisibilizadas y subordinadas,
están las aportaciones cíclicas que regeneran cotidiana y generacionalmente
tanto la existencia humana como la del resto del mundo vivo.
En esos
espacios ocultos, mujeres, territorios, sujetos colonizados animales y plantas,
posibilitan la satisfacción de las necesidades humanas y, a la vez, estas
aportaciones hacen posible que la producción capitalista exista. Cuanto más
crece esa producción, más se explotan y exprimen las bases materiales que la
hacen posible.
La sacralización del dinero como motor de la vida –sustituyendo al
sol, la biodiversidad, la tierra fértil, el agua o las relaciones de
interdependencia– hace que una buena parte de las personas crean que más que
necesitar agua, alimentos, cuidados o vivienda, lo que necesitan es dinero.
El dinero es
el salvoconducto que permite obtener todo lo que se necesita para sostener la
vida y, bajo esta creencia, se instaura una lógica sacrificial que defiende,
como un dogma sagrado, que todo –territorio, vínculos y relaciones, libertad o
dignidad– merece la pena ser sacrificado, con tal de que crezca la economía.
Pérdida de
hábitat
Siguiendo esta
lógica, estamos asistiendo a la destrucción de lo que nos mantiene vivos. Una
acelerada pérdida de hábitat causada por la expropiación de la tierra, el
envenenamiento de suelos, del aire y del agua a causa de los extractivismos, la
agricultura y la ganadería intensiva, y la violencia extrema causada por
guerras formales e informales.
Estos procesos se dan en el medio rural, en los territorios de
pueblos campesinos e indígenas, pero también en las ciudades, en las que las
luchas por la vivienda y contra la mercantilización de los barrios son
parecidas a las luchas en defensa del territorio.
Sumado a lo anterior, el cambio climático disminuye aún más el
espacio habitable. Todo ello provoca expulsiones de sujetos y comunidades de
los lugares en los que habitan. Cuanto más inhabitables se tornan los
territorios, más personas –también otras especies– se ven obligadas a salir de
ellos.
Estos procesos
no son nuevos en la historia del capitalismo. Sin embargo, la escala ha
aumentado de forma exponencial. A partir de los 80 el capitalismo mundializado
ha perfeccionado los mecanismos de apropiación de tierra, agua, energía,
animales, minerales, urbanización masiva, privatizaciones y explotación, de
trabajo humano.
Los
instrumentos financieros, la deuda, las compañías aseguradoras, y toda una
pléyade de leyes, tratados internacionales y acuerdos allanan el camino para
que complejos entramados económicos transnacionales, apoyados en gobiernos a
diferentes escalas, despojen a los pueblos, destruyan los territorios,
desmantelen la red de protección pública y comunitaria que pudiese existir y
criminalicen y repriman las resistencias que surjan. En este contexto se
produce un repunte significativo de opciones políticas de corte xenófobo,
populistas, misóginas, antiecológicas y ultraderechistas.
Cuando los
discursos xenófobos dicen “aquí no cabemos todos”, aluden a la imposibilidad de
que los estándares de consumo y estilos de vida materiales, políticos y
simbólicos que se habían alcanzado solo para algunas partes minoritarias de la
población sean viables para todos “los nacionales”, si llegan muchas personas
de fuera.
Como si
existieran varios planetas
La realidad
incómoda es que no es posible que quepamos todos si los estándares materiales
deseados suponen vivir como si existiesen varios planetas en lugar de uno
parcialmente agotado. El bienestar material desigual de los países enriquecidos
no se sostiene sobre la base material de su territorio, sino que se satisface
acaparando otros territorios y expulsando irreversiblemente a quienes viven en
ellos.
Sin
transformar radicalmente el metabolismo económico, no son sólo las personas
forzosamente desplazadas las que no caben, sino que, según se profundiza la
crisis material y el cambio climático, y a pesar de que en su carnet de
identidad diga que “son de los nuestros”, paulatinamente muchas personas
quedarán también fuera.
Cuando
hablamos de exclusión, personas desempleadas de larga duración, jóvenes que no
acceden al mercado de trabajo, desahucios o mujeres que sostienen la vida en un
sistema que la ataca, estamos hablando de cómo la dinámica de expulsión del
capital se expresa también en el supuesto mundo rico. El decrecimiento material
de la economía es simplemente un dato.
Los neofascismos
criminalizan, estigmatizan, deshumanizan, abandonan y matan a personas
“sobrantes” con un discurso y escenografía que busca legitimar socialmente el
exterminio.
Poner las
vidas en el centro
Desde el
ecologismo social ponemos encima de la mesa la necesaria relocalización de la
economía, el ajuste a los límites físicos de los territorios y la producción y
acceso, sobre todo de alimentos, energía y agua con base fundamentalmente
local. Hablamos también de poner las vidas en el centro, de las asalariadas y
las que trabajan sin salario.
Paradójicamente,
esta relocalización de la economía, aprender a vivir con los recursos cercanos
es fundamental para frenar la expulsión de personas de sus territorios y
garantizar su derecho a permanecer en ellos, teniendo en cuenta que una parte
de los desplazamientos forzosos ya será inevitable y que tenemos la obligación
de organizarnos para acoger a aquellos con los que hemos contraído una deuda
ecológica y no tienen dónde volver.
Adoptar
principios de suficiencia, equitativos y justos, es condición necesaria para la
solidaridad dentro y fuera de nuestras fronteras. ¿Cómo hacer para garantizar
las condiciones de vida para todas las personas? ¿Qué producciones y sectores
son los socialmente necesarios? ¿Cómo afrontar la reducción del tamaño material
de la economía de la forma menos dolorosa? ¿Qué modelo de producción y consumo
es viable para no expulsar masivamente seres vivos? ¿Cómo abordar las
transformaciones que el cambio climático va a causar en nuestros territorios?
¿Cómo mantener vínculos de solidaridad y apoyo mutuo que frenen las guerras
entre pobres, vacunen de la xenofobia y del repliegue patriarcal? ¿Cuál es la
escala adecuada de actuación? ¿Qué papel juega la autoorganización, el
municipalismo, el Estado-nación y las alianzas internacionales? ¿Qué diálogo
puede establecerse entre el trabajo socialmente garantizado y la renta básica?
En este marco
nos parece a muchas mujeres de Ecologistas en Acción que los ecofeminismos
proporcionan elementos para la reflexión y la praxis absolutamente
fundamentales. Contribuyen a desmantelar ese abismo que separa ficticiamente
humanidad y naturaleza; establecen la importancia material de los vínculos y
las relaciones; se centran en la imanencia y vulnerabilidad de los cuerpos y la
vida humana; y dan al vuelta a las prioridades, situando la reproducción
natural y social como elementos, indisociables entre sí, y cruciales para
metabolismo social.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=260948
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