Patriotas del desorden
28 de septiembre
de 2019
Por Higinio Polo
El Viejo Topo
El mundo que
llega parece condenado a moverse en el inquietante laberinto que contiene, por
un lado, el progreso hacia un orden internacional multipolar que supere los
años de plomo de una pax
americana llena de guerras y
agresiones militares, y, por otro, la resistencia estadounidense a perder la
hegemonía, obstinación que agita las banderas del desorden y puede encender una
gran conflagración. Los problemas que amenazan el futuro de la humanidad son
muchos, pero los más graves, y peligrosos, son la amenaza de quiebra ecológica,
las armas nucleares y la carrera de armamentos, y la desigualdad en el mundo.
En ninguno de esos problemas, Estados Unidos trabaja por alejar los riesgos: en
el primero, ha renunciado a los Acuerdos
de París y hace oídos sordos
a la evidencia del desastre ecológico; en el segundo, está destruyendo la
estructura en que se basan los actuales convenios de desarme nuclear; y, en el
tercero, prosigue la alocada carrera de la explotación y las guerras.
La impunidad de las grandes
empresas multinacionales y el expolio que padecen muchos países, junto a la
oscuridad interesada, falta de solidez y solvencia de los bancos internacionales
(que los Acuerdos de Basilea IV sobre supervisión bancaria, no resuelven) y la
actuación de los mercados financieros especulativos, encuentran sus refugios en
los paraísos fiscales y en los bancos que guardan, mueven y blanquean el dinero
del crimen, de las mafias, de los traficantes de armas, de los beneficiarios de
la trata de personas y de las empresas sucias. Esos jinetes del apocalipsis
recorren el planeta de la mano de los bombardeos y de las guerras impuestas que
tratan de asegurar el control de territorios y mercados y la continuidad del
dominio occidental (sobre todo, norteamericano) sobre el mundo, que, sin
embargo, amenaza con quebrarse. Estados Unidos, sentado sobre una montaña de
deudas, asiste a su retroceso industrial y manufacturero mientras promueve el
proteccionismo e intenta captar nuevos capitales por la vía del aumento de la
tasa de interés de La cuestión de la deuda es central, y no afecta solo a países pobres: si se hace referencia exclusivamente a la deuda externa que acumulan los gobiernos, Estados Unidos debe 20 billones de dólares, el 32 % de la deuda externa global en el mundo y más del 100% de su PIB; Japón, el 18’7, y el 230% de su PIB: entre esos dos países, superan la mitad de toda la deuda mundial. Según su propia Reserva Federal, el débito total de Estados Unidos (que incluye hogares, empresas, gobiernos estatales y locales, instituciones financieras y el gobierno federal) asciende a 72 billones de dólares. Según del Departamento del Tesoro norteamericano, solo la deuda del gobierno aumenta a un ritmo de 1.600 millones de dólares diarios. Es una situación insostenible a medio plazo.
Por su parte, China mantiene una deuda externa de 5 billones, el 7’9 % del total; y Rusia, 0’18 billones, el 0’3 %. En todo el mundo, asciende, según el Fondo Monetario Internacional, a 63 billones de dólares. Debe recordarse que el PIB mundial es de 80 billones de dólares: el planeta está sentado encima de una bomba. Si en lugar de la deuda externa, se atiende a la deuda global (pública y privada) en el mundo, es hoy de 182 billones de dólares (157 billones de euros) según el FMI: nunca en la historia había sido tan elevada, y, como avisó Christine Lagarde en octubre de 2018, es un 60% añadido a la registrada en 2007, aunque el Instituto Internacional de Finanzas, IIF, la eleva a 247 billones de dólares.
El creciente proteccionismo en muchas áreas de comercio mundial, la crisis y las dificultades de
Trump, aunque está enfrentado a buena parte de los círculos de poder norteamericanos ligados a una visión global y a negocios internacionales, tiene sólidas relaciones con otros: tanto en el partido republicano, como entre los empresarios que temen la competencia china y la decadencia económica del país. Trump representa a la burguesía norteamericana temerosa de la globalización y del retroceso industrial que se enfrenta a quienes desde Estados Unidos impulsan un programa basado en las redes financieras globales y en las grandes compañías con intereses en todo el mundo. Trump simboliza, además, la victoria de la “derecha alternativa” (la alt-right norteamericana) sobre los postulados tradicionales del Partido republicano y del Tea Party; es una extrema derecha nacionalista, partidaria del proteccionismo, anticomunista, racista, contraria al feminismo, y con muchos puntos en común con el fascismo histórico. La idea de Trump de “recuperar” la fuerza de Estados Unidos muestra, por un lado, la evidencia de su retroceso estratégico en el mundo, y, por otro, la relevancia que otorga a recuperar la capacidad industrial, forzando a que empresas multinacionales norteamericanas abandonen sus plantas en el exterior para abrirlas en Estados Unidos, llevando a la práctica el programa de recuperar tejido industrial en el país que tantos apoyos le granjeó en el Manufacturing Belt.
La exigencia a Pekín para reducir el déficit comercial (en 2018, el superávit de China con Estados Unidos fue de 323.000 millones de dólares) por la vía de sanciones y de aranceles choca con el temor a la inestabilidad y al estallido de una nueva crisis, que en Estados Unidos puede afectar al sector agrícola, a la venta de automóviles y de productos industriales, y a empresas como Apple, que intentan limitar los daños, aunque el demagógico lema “America first” (que recuerda al America First Committee de preguerra, de Robert E. Wood) lanzado por Trump fuerza a una dinámica de enfrentamiento con China. Al déficit comercial con China, se añade el que Estados Unidos mantiene con Japón, Alemania y México, que, sumados, representa casi la mitad del déficit norteamericano con China. Trump ha atacado también a organismos internacionales como la ONU y la UNESCO, e incluso a sus propios aliados europeos por el reparto del presupuesto de la OTAN (la cita de Varsovia, con Obama, ya acordó destinar el 2% del PIB de todos los países aliados a gastos militares). En la cumbre de Bruselas de julio de 2018, Trump criticó con severidad a Alemania, exigió que sus aliados dediquen a los ministerios de Defensa el 4% del PIB, e incluso llegó a amenazar con abandonar
Con
Trump es un personaje peligroso, y las élites financieras y el Estado profundo que gobierna Estados Unidos lo saben. Mantuvo como responsable de su estrategia en los primeros meses de su mandato presidencial a Steve Bannon, un hombre que mantiene excelentes relaciones con la extrema derecha europea, que no ha dudado en criticar a Wall Street, y es contrario a una globalización que percibe como expresión del retroceso estratégico norteamericano, rasgos que le acercan a las precarias ideas de Trump sobre el mundo actual y el fortalecimiento chino. Bannon incluso ha especulado con la idea de una “guerra inevitable” contra China. Trump eligió también a un hombre de ExxonMobil, Rex Tillerson, para el Departamento de Estado, con quien no tardó en enfrentarse, sustituido después por el jefe de la CIA, Mike Pompeo, implicado en la guerra sucia y en las operaciones encubiertas de asesinatos en distintas partes del mundo. Designó a James Mattis (perro loco, un fiero veterano de Iraq) para el Pentágono, aunque el desconocimiento de Trump de las relaciones internacionales le llevó a chocar con él (a causa de la anunciada retirada en Siria y la reducción de tropas en Afganistán, aunque también por otras diferencias) y a sustituirlo de forma provisional por Patrick M. Shanahan, un hombre de los grupos de presión de la industria armamentística, que trabajó para Lockheed Martin. En la importante cartera de Comercio, Trump designó a Robert Wilbur Ross, un tiburón financiero dedicado a compras de empresas en dificultades para negociar con sus activos, y que intervino en los casinos propiedad de Trump; acompañado en otros órganos de la administración por Robert Lighthizer y Peter Navarro, quienes, como Ross, son activos partidarios del enfrentamiento con China.
Hillary Clinton, como Obama, representaba mejor los intereses de Wall Street y del capital financiero. Trump encarna un nacionalismo discordante, inclinado a la mentira, anclado en
La inclinación del gobierno de Trump al proteccionismo en economía, y a una política internacional que impugna decisiones de gabinetes anteriores y considera excesiva la carga que para Estados Unidos suponen muchas bases militares en el exterior, y la participación en guerras en Oriente Medio, coexiste con la inercia del Estado profundonorteamericano que sigue a grandes rasgos la elaboración estratégica de las presidencias de Bush y Obama, pese a diferencias forzadas por la evolución de los conflictos y por decisiones ejecutivas de Trump, como la salida del TPP o de los Acuerdos de París. Así, Estados Unidos, mientras mantiene los pactos con sus aliados en el Pacífico y el Índico, sobre todo con Japón, Corea del Sur, Thailandia y Australia, persigue la “contención de China” y, para ese plan, especula con utilizar a Rusia, aunque no ha conseguido una relación con Moscú que le aproxime a ese objetivo: el propio Lavrov declaraba en diciembre de 2018 que Washington no va a conseguir instrumentalizar a su país para “utilizarlo contra China”, y criticaba la presión diplomática, política, económica y militar que destinaba Estados Unidos contra su país, añadida a las crecientes tensiones en Europa oriental, en el Mar Negro y en los Balcanes: Kosovo se ha convertido en una gran base de operaciones (Camp Bondsteel) y el Pentágono apoya la creación de un ejército kosovar, mientras Rusia defiende a
Si, con Obama, Estados Unidos mantuvo una agresiva política hacia Rusia (en Ucrania, el Cáucaso, en el Este europeo, Asia central, en Siria, en el despliegue de los escudos antimisiles y en el sabotaje a
Trump se ha enfrentado con China desde el inicio de su mandato, y durante su encuentro de Florida con Xi Jinping, en abril de 2017, el Pentágono, sin ni siquiera comunicar su acción al Consejo de Seguridad de la ONU, bombardeó Siria en represalia de un supuesto bombardeo químico lanzado por Damasco, ataque que se reveló posteriormente como una intoxicación. En realidad, Trump buscaba subrayar el poder norteamericano ante su homólogo chino, consciente de la pugna por la hegemonía económica: China está alejándose de la subcontratación con que inició su crecimiento, y ya puede innovar y cuenta con tecnología propia en muchas áreas. En todas esas iniciativas estadounidenses, China está en
Trump acusa a China de manipular su moneda, de favorecer sus exportaciones con maniobras comerciales ilegales, de robar propiedad intelectual norteamericana, y, por añadidura, de ser responsable de la destrucción de millones de puestos de trabajo en Estados Unidos, acusación que es utilizada también contra México. En las hipótesis estratégicas que elabora el Departamento de Estado ni siquiera se renuncia a la fragmentación de China, como hicieron con
La presión militar estadounidense, obvia en el Mar de China meridional, en las idas y venidas de Washington en relación a Corea del Norte (donde Trump exigió que Pekín aplicase sanciones económicas a Pyongyang en vez de asegurar negociaciones entre las partes, como pretenden el gobierno chino y el ruso, opción que se abre paso con dificultad con la propuesta de la “doble suspensión”) en las acusaciones de espionaje cibernético, y en los intentos de atraer a su campo a países como la India, han obtenido una respuesta de Pekín: el reforzamiento constante de su fuerza militar, la expansión de su marina, el perfeccionamiento de su fuerza nuclear, y el impulso de su carrera espacial. El gobierno chino es consciente de que Estados Unidos va a utilizar factores de presión: el apoyo a los movimientos nacionalistas en el Tíbet y Xinjiang (donde se ha reactivado la campaña mundial de presión con acusaciones, a todas luces falsas, de que millones de uigures son encerrados en campos de trabajo), en el estímulo a la independencia de Taiwán (que Pekín considera una línea roja que no está dispuesta a que nadie franquee), en la intervención en las disputas territoriales y marítimas de China con países de la ASEAN, y en el nuevo papel que puede desempeñar Japón con la reforma constitucional que pretende aprobar el primer ministro Shinzo Abe, acompañada del nuevo nacionalismo japonés y del reforzamiento del ejército y de la opción, hasta ahora vedada, de que sus tropas puedan actuar en el exterior, asunto al que Pekín otorga gran relevancia.
La guerra comercial lanzada por Estados Unidos contra China va acompañada de acusaciones de espionaje y presiones de Washington para que sus aliados no utilicen productos de
A mediados de enero de 2019, en
La relación de Estados Unidos con Rusia no ha mejorado. Obama impulsó el golpe de Estado del Maidán en Ucrania en 2014, apostando por la presión a Moscú, que dio lugar a la formación de un gobierno con ministros fascistas y, después, a la guerra civil en el Donbás, a la represión de la izquierda, con episodios siniestros como la matanza de Odessa, a la integración de Crimea en Rusia, y a nuevos despliegues de la OTAN en el Mar Negro. Al mismo tiempo, se impulsó desde Washington la gigantesca campaña de acusaciones a Moscú sobre su supuesta intervención en las elecciones de 2016 que dieron la victoria a Trump, que hicieron posible el establecimiento de nuevas sanciones económicas norteamericanas y de
Moscú ha sido muy crítico con la expansión y la incorporación de nuevos países a la OTAN, y con la decisión de Trump, anunciada en octubre de 2018, de retirar a Estados Unidos del tratado INF sobre misiles de corto y medio alcance, consciente de que, junto a la salida de Estados Unidos del tratado ABM en 2002, destruye los equilibrios nucleares estratégicos. El pretexto utilizado por Washington para acabar con el INF ha sido el supuesto incumplimiento del tratado por parte de Moscú, acusación rechazada por el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Riabkov, quien alegó que, tras cinco años de conversaciones con Washington, el gobierno norteamericano ha sido incapaz de presentar una prueba concreta del quebrantamiento ruso. Esas decisiones norteamericanas llevaron a Moscú a reforzar la disuasión estratégica con el misil hipersónica Kinzhal y el sistemaAvangard, capaz de lanzar misiles a velocidad hipersónica que pueden cambiar de dirección mientras están en ruta hacia su objetivo.
Sin embargo, pese a esa evidencia denunciada por Riabkov, el secretario de Estado norteamericano, Pompeo, lanzaba un ultimátum a Moscú, en diciembre de 2018, otorgando un plazo de dos meses para que “Rusia cumpla el tratado INF”, advirtiendo que, en caso contrario, Estados Unidos lo abandonaría, y, paralelamente, Trump ordenaba al Pentágono la creación de una “fuerza militar espacial”, como una sexta división de las fuerzas armadas norteamericanas, junto al US Army, la USAF, la US Navy, el Cuerpo de Marines y
También preocupa a Moscú el reforzamiento de la presencia y del dispositivo militar norteamericano en los Balcanes. Fue en esa región donde, en 1999, Estados Unidos inició sus operaciones de castigo y destrucción de gobiernos molestos, que después culminaría en las sangrientas guerras de Oriente Medio: la campaña de bombardeos contra Yugoslavia, sin acuerdo del Consejo de Seguridad, rompió lo que quedaba del país de Tito y fragmentó todavía más la región, abriendo el camino a la guerra kosovar, donde también intervino el Pentágono, y que originó la secesión de Kosovo, donde se estableció un régimen criminal dominado por delincuentes y traficantes de órganos humanos como Hashim Thaçi (actual presidente kosovar y fundador de la organización terrorista UÇK, armada y financiada por Washington) y, después, la construcción de Camp Bondsteel, la mayor base militar norteamericana del mundo fuera de sus fronteras.
La inclinación al proteccionismo mostrada por Trump, contrasta con la posición de China, interesada en impulsar mecanismos de colaboración económica en el mundo, sin exigir contrapartidas políticas, basadas en la construcción de infraestructuras de todo tipo en los cinco continentes, de la mano del gran proyecto de la nueva ruta de la seda, que abrirá el camino al impulso posterior del comercio, una iniciativa que escapa de los planes neoliberales de Occidente y opta por un mundo multipolar articulado alrededor de proyectos que aseguren el beneficio mutuo y consoliden la paz y la cooperación internacional. Así, Xi Jinping anunciaba, en septiembre de 2018, en el Foro de Cooperación China-África (FOCAC) celebrado en Pekín, la condonación de la deuda de algunos países africanos en difícil situación, el aumento de las importaciones africanas, y la concesión de 60.000 millones de dólares en financiación y ayuda a África, “sin condiciones políticas”, que se añaden a los 55.000 millones en apoyo financiero al continente que China anunció en la cumbre de Johannesburgo de 2015. Las iniciativas chinas llevaron a
Junto a ello, la creación por Pekín del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, Asian Infrastructure Investment Bank) fue otra iniciativa que ya agrupa a casi sesenta países y desempeña un importante papel en la financiación de proyectos e infraestructuras, pese a la oposición de Estados Unidos y Japón a su desarrollo. El proyecto chino ha conseguido notables progresos, aunque la hostilidad norteamericana, y los cambios políticos en regiones relevantes del mundo, crean problemas importantes: dos países, ambos del BRICS, la India y Brasil, pueden cambiar algunos equilibrios planetarios.
India, gobernada por un partido nacionalista de fuertes raíces religiosas, el Baratiya Janata, impulsa un programa neoliberal en la economía, mientras intenta mantener difíciles equilibrios en política internacional entre la tradicional desconfianza y el deseo de colaboración económica con China, entre el mantenimiento de los lazos con Rusia, que se originaron en los años de Nehru y cuya sólida relación militar conserva, y el acercamiento a Estados Unidos. En 2018, el gobierno de Delhi reanudó la cooperación militar con Pekín con la realización de ejercicios conjuntos. Pese a su creciente peso en la economía mundial, la India sigue manteniendo un bajo perfil en las cuestiones internacionales, atrapada en la interminable disputa con Pakistán, sobre la que pende la amenaza nuclear; y buena parte del país sigue inmersa en una pobreza a la que el programa económico de Narendra Modi no ofrece solución ni futuro. Además, la India cuenta con un vigoroso movimiento obrero y agrario, capaz de movilizar decenas de millones de personas, como en la reciente huelga general de enero de 2019, donde doscientos millones de trabajadores y campesinos protagonizaron una histórica protesta.
Tras la llegada de Macri al gobierno argentino, la victoria de la extrema derecha de Bolsonaro en Brasil es un contratiempo para Pekín: el nuevo presidente brasileño apoya la guerra comercial contra China, y no solo se ha mostrado dispuesto a acompañar a Estados Unidos en su acoso a Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, sino que aceptaría albergar bases militares norteamericanas en Brasil, un gesto similar al ofrecido por el presidente polaco Duda, que se declaró partidario de crear una gran base militar norteamericana en Polonia que llevaría el nombre deCamp Trump. Los sectores económicos que apoyaron la campaña de Bolsonaro son las compañías mineras, que buscan arrebatar tierras comunales para nuevas excavaciones, las grandes empresas agrícolas y madereras que pugnan por explotar tierras vírgenes de la Amazonia, dejando a los indígenas sin protección legal, las redes corruptas de iglesias evangélicas, utilizadas por los narcotraficantes para el lavado de dinero, y la industria de guerra, que pretende que el gobierno acepte la venta libre de armas en el país. Todos esperan modificaciones del gobierno de Bolsonaro en las leyes brasileñas para iniciar nuevos proyectos.
Desde 2009, China es el principal socio comercial de Brasil, por lo que la reactivación económica brasileña, abriendo al mismo tiempo conflictos con Pekín, será muy difícil para el gobierno Bolsonaro. Es probable que el pragmatismo y las presiones de los grupos que exportan a China, configuren un nuevo escenario donde Brasil mantenga en su política exterior una dependencia de Washington, y, al mismo tiempo, sostenga su relación económica con Pekín, aunque los proyectos de cooperación surgidos en el grupo BRICS se van a resentir: el nuevo ministro brasileño de Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, cree que el “cambio climático” es una “conspiración marxista” para ayudar a China, y el economista elegido por Bolsonaro como ministro para aplicar su plan económico es Paulo Guedes, formado en la “escuela de Chicago” y profesor en la universidad de Chile cuando estaba bajo control de los militares de Pinochet. A su vez, Rusia, a través de Lavrov, declaró que no espera que Bolsonaro desempeñe “un papel destructivo” en el grupo BRICS. Si Brasil y Argentina han girado hacia Washington, la elección de López Obrador ha hecho que México se convierta en un nuevo protagonista en América Latina, cuya acción de gobierno puede crear problemas políticos a Trump. Ya bajo Peña Nieto, el gobierno mexicano participó en
La capacidad económica china ha cambiado mucho en los últimos años: de país exportador de productos baratos ha pasado a ser fabricante de alta tecnología, capaz de competir con las principales economías capitalistas en muchos campos. El gobierno chino pretende establecer con Estados Unidos una relación basada en el respeto mutuo y en la aplicación del concepto de “una sola China”, donde se aborden diplomáticamente las disputas para evitar conflictos, y, al mismo tiempo, se establezca una colaboración que sea ventajosa para ambos, en línea con lo que Pekín plantea en sus relaciones con otros países del mundo. Pero el fortalecimiento chino, que Estados Unidos difícilmente puede impedir, crea una peligrosa paradoja: aunque Pekín insiste en su renuncia a conseguir la hegemonía en el mundo y defiende el multilateralismo, la paz y la estabilidad, su pujanza puede conducir a la guerra, porque Washington no se resigna a perder su condición de potencia dominante, y la alocada carrera de armamentos no se detiene: según la consultora británica IHS Markit, el gasto mundial en armas no ha parado de aumentar en los últimos cinco años, llegando en
National Cyber Strategy de Estados Unidos:
El Viejo Topo, septiembre de 2019.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=260926
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