Propuestas feministas para
un rearme teórico y estratégico
5 de septiembre de 2019
Por Julia Camara y Laia Facet
Las características de
la crisis actual, así como el recorrido práctico y teórico de los últimos años,
han permitido un diálogo fecundo entre dos de las corrientes teóricas centrales
de los últimos dos siglos como son el feminismo y el marxismo. Con una historia
de matrimonios y divorcios a las espaldas parece que los últimos años estamos
asistiendo a un encuentro entre ambas. En la última década ha proliferado la
literatura que dialoga o es deudora de ambas corrientes recuperando, así como
superando, algunos de los debates históricos que han marcado su relación. Sin
duda, la creciente masividad del movimiento feminista ha contribuido a esto. Y,
por otro lado, no revelamos ninguna sorpresa si afirmamos que durante los
últimos años se ha producido una renovación del interés académico y activista
por el marxismo: proliferan los seminarios universitarios, se reeditan las
obras de los pensadores clásicos, etc.
El desorden global y las vivencias de la
crisis sistémica en que nos encontramos insertas desde hace más de una década
(crisis económica, crisis de legitimidad política, crisis de la reproducción
social y crisis de los límites del planeta) han generado una necesidad de
entender que no puede ser cubierta por análisis parciales sino que requiere,
para ser colmada, de una teoría de la totalidad. El marxismo aparece entonces como esa vieja
gran verdad que se abre paso a través de la tan proclamada muerte de los
grandes relatos para demostrar, una vez más, su actualidad y precisión como
herramienta analítica.
Lejos de tratar de llevar a cabo una
aproximación exhaustiva, que por supuesto excedería las posibilidades de este
artículo, hemos decidido centrarnos en algunos de los nudos que consideramos
centrales y estratégicos para rearmarnos teórica y políticamente en el
presente: los debates en torno a la reproducción, el trabajo y la clase, así
como una toma de partido sobre cómo entendemos que el movimiento feminista,
junto a las luchas ecologistas, están reconstruyendo un nuevo horizonte
emancipatorio en medio del caos capitalista.
Los debates sobre la
reproducción
En la década de 1970,
las feministas de la segunda ola, criadas en la máxima de que lo personal es político, comenzaron a poner el foco en
la cuestión de la reproducción.
Se trataba de un
momento complejo, marcado por la crisis del petróleo y por fuertes ataques
contra las conquistas ganadas por la clase trabajadora desde la posguerra.
En este marco de desarrollo y posterior
consolidación de un nuevo tipo de capitalismo (el neoliberal) se estaba
produciendo una transformación sustancial del mercado laboral, del papel del
Estado y del reparto de los tiempos y los trabajos, con el consiguiente impacto
en los mecanismos de construcción identitaria de género. Si ponemos el foco en
los países del Norte global, donde las feministas de la segunda ola estaban
actuando y escribiendo, encontramos los siguientes fenómenos entrecruzados:
- Destrucción de
empleo en sectores tradicionalmente ocupados por hombres, como la minería o la
industria pesada.
- Aumento de la tasa
de explotación y reducción generalizada de los salarios, desapareciendo casi
totalmente el denominado salario familiar: aquel que permitía a ciertos
sectores de la clase cubrir las necesidades vitales del trabajador varón y de
su familia, manteniendo a la esposa en el rol de ama de casa.
- Gran entrada de
mujeres en el mercado de trabajo, buscando complementar los mermados ingresos
del marido con un salario auxiliar y supletorio o bien acceder a su propia
independencia vital y económica.
- Rechazo, por parte
de sectores no despreciables de mujeres, de la carga impuesta de tareas
domésticas, buscando desarrollarse personalmente a través de fórmulas
tradicionalmente más vinculadas a la construcción identitaria masculina:
carrera profesional, éxitos económicos, etc.
Con el camino abierto
por toda la producción teórica ya realizada por la segunda ola en torno a la
politización y problematización social de los roles de género, las relaciones
de pareja y la cuestión sexual, tuvo lugar una serie de debates que podemos
ubicar entre el debate sobre el trabajo doméstico y la problematización de la
reproducción.
Estos debates partían
de varias constataciones que en la actualidad han pasado a formar parte del
sentido común feminista, pero que hace cincuenta años estaban empezando a
bosquejarse: que el trabajo no remunerado realizado por las mujeres en los
hogares es fundamental para la supervivencia social, que la equiparación de
trabajo y empleo impide politizar el trabajo
doméstico, y que la articulación de la lucha política a través
únicamente del conflicto laboral-asalariado deja fuera a partes importantes de
la clase, fundamentalmente las mujeres.
A grandes rasgos, las
inquietudes que motivaron estas reflexiones fueron dos:
·
La primera fue tratar de discernir quién era el beneficiario del trabajo
no remunerado realizado por las mujeres y cuál era, por lo tanto, el enemigo principal. Para Christine Delphy y las
denominadas feministas materialistas,
eran los hombres quienes explotaban económicamente a las mujeres a través del
contrato matrimonial, configurándose así un modo de producción doméstico autónomo del modo de
producción capitalista (Delphy, 1976). Sin embargo, Mariarosa Dalla Costa y
otras feministas de formación marxista procedentes de la autonomía defendían
que los verdaderos beneficiarios del trabajo doméstico eran los empleadores y
el Estado (Dalla Costa, 2009: 21-52). Aunque ambas posturas abogaban por la
construcción de un movimiento feminista autónomo, la diferencia política era
fundamental: las materialistas conceptualizaban a las mujeres como clase,
señalaban la explotación patriarcal como experiencia que unificaba la vida de
todas ellas y entendían la lucha contra el patriarcado y contra la clase
explotadora (los hombres) como primera tarea; las marxistas reconocían el factor
diferencial de la clase social en la vivencia concreta de la opresión de género
y, además de defender la autonomía del movimiento feminista, apostaban también
por la participación de las mujeres en la lucha de clases (Pérez Orozco, 2014:
49-73).
·
La segunda inquietud, que preocupó fundamentalmente a aquellas
feministas que se definían como marxistas y que coincidían en articular el
trabajo doméstico dentro del conjunto del sistema capitalista, tenía que ver
con la caracterización de dicho trabajo: ¿era o no era productivo de la
mercancía fuerza de trabajo? O lo que es lo mismo: ¿el trabajo doméstico
produce (plus)valor? No vamos a entrar en los detalles de este debate, que
acabó en ocasiones enredándose en disquisiciones teóricas algo infructuosas,
pero es útil nombrarlo porque nos permite comprender de qué manera las
feministas marxistas estaban tratando de ampliar el análisis de Marx para
incluir la esfera doméstica,
concibiendo el trabajo de las mujeres en el hogar como objeto de estudio
crítico propiamente dicho.
La aportación más
interesante y teóricamente sólida llegaría unos años más tarde, con la
publicación de Marxism and the Oppression of
Women. Toward a Unitary Theory por Lise Vogel en 1983. Vogel
partía de las consideraciones que Iris Young había hecho un par de años antes
al señalar cómo el estudio de las relaciones patriarcales como un sistema
diferente aunque profundamente interconectado con el capitalismo permitía al
marxismo mantener intacto su análisis de las relaciones de producción y tratar
la opresión de las mujeres como un simple añadido. Frente a ello, Young
defendía la necesidad de conceptualizar la diferenciación de género como un
elemento nuclear de la formación capitalista, haciendo un esfuerzo por
desarrollar una teoría unitaria de
la producción y reproducción capitalistas (Young, 1981).
Esta es la tarea que
asume Lise Vogel, con dos aportaciones fundamentales que están en la base de
sendos desarrollos teóricos del feminismo actual.
En primer lugar, Vogel rompe con las
explicaciones funcionalistas que conciben el trabajo doméstico como
estrictamente necesario para la reproducción del capitalismo, y plantea que el
origen de la opresión de género bajo el capital no es la división sexual del
trabajo, sino la necesidad que este tiene de asegurar la reproducción social.
Esta teoría de la reproducción
social está siendo desarrollada en la actualidad con gran
perspicacia por Tithi Bhattacharya (2017) entre otras. En segundo lugar, y respondiendo con
esto al debate de los años previos, Vogel sostiene que el trabajo doméstico
o reproductivo no
es generador de (plus)valor puesto que no produce valores de cambio, sino
valores de uso. Esto no le resta importancia social, pero nos permite
comprender que, de algún modo, el trabajo reproductivo es un tipo de trabajo
especial con características propias. Y en esta evolución del término (trabajo
doméstico/trabajo reproductivo) llegamos a uno de los conceptos fundamentales de la
corriente actual conocida como economía
feminista: el trabajo de cuidados.
La economía feminista recoge, consciente o
inconscientemente, la constatación de Vogel de que el trabajo doméstico es un
tipo de trabajo diferente de aquel que, realizando aparentemente las mismas
actividades y tareas, sí produce valores de cambio que se ofrecen en el
mercado. ¿Qué diferencia el trabajo de una cocinera en un restaurante del que
esa misma mujer puede realizar en su casa? La respuesta que da la economía
feminista es la siguiente: aunque ambos son trabajos reproductivos, el segundo
es además trabajo de cuidados.
El trabajo de cuidados se entiende como una actividad que se define
precisamente a partir de la relación y de la implicación emocional que
conlleva; cuando esta misma actividad se realiza en el mercado, pierde esta
implicación y pasa a incorporar un tipo distinto de relación humana (la
mercantil). La economía feminista redefine el conflicto capital-vida y señala
los cuidados como los garantes de la reproducción social. Su apuesta política,
como veremos más adelante, no pretende reivindicar ese tipo de actividades tal
y como existen actualmente, sino empujar hacia una reorganización de los
trabajos y de los tiempos que rompa con las dinámicas de acumulación y ponga la vida en el centro.
Casi cinco décadas de
debates en torno a la reproducción han ido asentando algunas ideas, aún
simplificadas y desprovistas de su complejidad teórica, en el sentido común feminista: la importancia social del
trabajo no remunerado de las mujeres, el recurso al mismo en épocas de crisis,
su vinculación con la precariedad femenina y con la pobreza específica de las
mujeres, etc. Todo esto es lo que ha salido a flote con las huelgas feministas:
la reivindicación de la importancia del rol social y la consciencia del poder
político que nos otorga. No se trata de simples movilizaciones sectoriales,
sino de procesos que, en su desarrollo, están transformando y actualizando las
propias concepciones del trabajo y la clase.
Actualización del concepto de
trabajo
Como hemos visto, bajo
el neoliberalismo el trabajo ha sufrido una gran transformación a escala
mundial que por supuesto no es homogénea a escala internacional ni regional. En
el Norte global, sin embargo, esa transformación ha estado marcada las últimas
décadas por el fenómeno de la llamada feminización
de la fuerza de trabajo, comúnmente utilizado para explicar dos
fenómenos distintos pero que a menudo se dan simultáneamente. Por un lado, se
ha usado para explicar la entrada masiva de mujeres en el mercado laboral, con
las consecuencias ya comentadas y su efecto en los debates del feminismo de los
años 70. Pero, por otro lado, el concepto de feminización de la fuerza de
trabajo se ha utilizado también para explicar el proceso por el que las
condiciones que han vivido históricamente las mujeres de clase trabajadora se
generalizan a amplias capas de la masa asalariada más allá de las mismas.
La temporalidad, la alta rotatividad, la falta
de estabilidad, los salarios complementarios,
sectores con una práctica ausencia de derechos laborales formales, trabajo
informal y un largo etcétera son las condiciones que hoy configuran la
organización del empleo en nuestra sociedad. Por descontado, este proceso a
gran escala, además de configurar las formas de explotación, está
reconfigurando también las condiciones del trabajo reproductivo y en general de
las condiciones de vida y su sostenibilidad.
Estas consideraciones tienen implicaciones
tanto teóricas como estratégicas. Estas formas de trabajo, lejos de ser un
subproducto precapitalista o un subproducto de formas capitalistas anteriores,
son formas constitutivas de un capitalismo que siempre genera márgenes. El trabajo eventual, en negro o informal,
entre otras fórmulas, constituye un área de explotación que algunos
considerarán que se encuentra en los
márgenes del mercado laboral y que sin embargo hoy se ha
convertido en la regla que desmonta la excepción.
A su vez, se ha dado
un proceso de mercantilización de actividades que antes se encontraban en
esferas no laborales, aunque siempre constituyeron trabajo en un sentido amplio,
como puede ser el cuidado de ancianos o la propia procreación. Sea porque los
márgenes ya constituyen la regla o porque lo reproductivo está en fase de
mercantilización, podemos constatar que la separación artificial entre lo
productivo y lo reproductivo, así como la frontera entre empleo y trabajo de
cuidados, se diluye. Quizás esto es lo que ha permitido una expansión teórica
en el marxismo contemporáneo del concepto de trabajo que durante mucho tiempo
estuvo secuestrado por los sesgos más economicistas.
Además de las
implicaciones teóricas, estas consideraciones pueden tener también
consecuencias estratégicas. Así, sostenemos que las huelgas feministas y las
huelgas de mujeres pueden considerarse una experiencia central para pensar la
organización, no solo de las mujeres, sino del grueso de la clase trabajadora.
Judith Carreras (2018) recuperaba en un artículo reciente en esta misma revista
una cita de Mariana Montanelli, quien expresaba la siguiente intuición que
compartimos: “Las perspectivas feministas constituyen un punto de vista
privilegiado para analizar las condiciones de explotación contemporánea”.
Podríamos añadir que también constituyen un punto de vista privilegiado para
experimentar nuevas formas de organización y de lucha.
Tras décadas de
sindicalismo de pacto y concertación, el movimiento feminista está permitiendo
un proceso de democratización de la herramienta de la huelga que probablemente
tenga consecuencias a largo plazo. Los últimos dos 8 de Marzo han permitido a
una capa de trabajadoras nada desdeñable hacer y organizar una huelga, en
muchos casos, por primera vez en su vida. La autoconfianza, empoderamiento, la
experiencia acumulada y las redes establecidas por miles de mujeres pueden
suponer un salto cualitativo para el conjunto de la clase solo evaluable con el
paso del tiempo. El otro elemento de democratización es la organización de la
huelga en trabajos tradicionalmente olvidados por el sindicalismo de
concertación, como son los cuidados o el consumo, que sin embargo sí tuvieron
importancia en el movimiento obrero de principios de siglo: las huelgas por la
carestía de la vida o las de alquileres son un buen ejemplo. En este sentido,
la democratización de la huelga permite experimentar esta herramienta en
los márgenes del
mercado laboral que comentábamos anteriormente y refuerza la idea de que esas
actividades son también y sobre todo trabajo.
Actualización del concepto de
clase
El retorno de la
cuestión de clase ligado a todo lo que venimos contando encierra, sin embargo,
fantasmas que es necesario atajar incorporando las apreciaciones que desde el
marxismo crítico, pero también desde el pensamiento antirracista y el
feminismo, se ha hecho sobre el concepto. De cualquier otro modo, nos
encontraremos reproduciendo debates estériles sobre el sujeto mítico, absoluto
e incuestionable de la lucha de clases, de dudosa existencia material y
difícilmente historizable, que demuestran ser mucho más fetiche estético que
comprensión de las dinámicas sociales y que acaban inevitablemente enfrentados
a las luchas reales. Pero si entendemos, por el contrario, que la clase es siempre el
resultado del proceso de luchas y que no existe de manera aislada sino en
función de su relación de antagonismo con la otra clase (o lo que es lo mismo:
que la lucha de clases precede a la clase y que la clase y la conciencia de
clase son siempre las últimas y no las primeras fases del proceso real
histórico –Thompson, 1984–) entonces las posibilidades que se abren son
múltiples y fecundas.
La formulación histórica o heurística de clase
que propone Thompson, además de diferenciarse de una visión estática
tremendamente problemática en su aplicación política, encaja con las ideas
desarrolladas por las teóricas de la reproducción social y nos permite
comprender uno de los aspectos fundamentales del feminismo marxista con el que
nosotras nos identificamos: la constatación de que la clase se articula de
maneras específicas en la realidad concreta, de que los procesos de acumulación
se despliegan a través de mecanismos de género, raza, etc., y de que estos
fenómenos no pueden desligarse de la experiencia de la desposesión porque
constituyen su propio núcleo. No existe un capitalismo ciego al género o a la
raza, del mismo modo que no existe la clase desgenerizada o desracializada. La
perspectiva material aportada por el feminismo nos permite así comprender el
modo en que las diferentes vivencias clasistas (explotado o explotador) se
encarnan en cuerpos concretos e históricamente situados, proporcionándonos una
visión global del desarrollo de la lucha de clases.
Resulta evidente que
esta interpretación nos aleja de aquellas teorías que, proclamándose también
marxistas, parten de una concepción estática de la clase, dada ya a priori de la experiencia histórica, donde el género
o la raza son añadidos que desvirtúan o modifican el sujeto mítico original.
Pero por otro lado, lo que aquí proponemos nos delimita también de las lecturas
posmodernas de la interseccionalidad que se limitan a “sumar opresiones”,
manteniéndolas como sistemas distintos que se entrecruzan o entremezclan en el
espacio (Ferguson y McNally, 2017). Integrar en un marco analítico unitario
fenómenos como el racismo o el heterosexismo nos permite no sólo afirmar,
siguiendo a Himani Bannerji (2005), que el todo es más que la suma de las
partes, sino también poner el foco en la influencia que esto tiene en la
construcción histórica de la clase.
El enorme auge del
movimiento feminista vivido durante los últimos años en todo el mundo y la
discusión en torno a la irrupción o no de una tercera ola han puesto en el centro los debates
en torno a la clase. ¿De qué modo este movimiento de masas se relaciona con la
lucha de clases?, preguntan algunas voces. Nosotras sostenemos que este
interrogante está mal planteado, pues parte de la noción estática de clase y no
es capaz de comprender el feminismo más que como un añadido externo. El recurso a la
herramienta de la huelga, la centralidad de las luchas por la reproducción
social, la aspiración a comprender los procesos de producción y reproducción
como un todo integrado, y su funcionamiento como vector de politización y
radicalización de masas, hacen que esta tercera ola feminista sea, en sí misma,
proceso de subjetivación de clase. Y esto es así porque a escala mundial el movimiento
feminista está redefiniendo los antagonismos y constituyéndose en lucha de
clases feminista (Arruzza, 2018). La potencialidad de las mujeres para cumplir
este papel en el actual momento histórico no depende de ninguna identidad
esencial, sino que parte de nuestro rol en el proceso de reproducción social,
que hace que nuestros intereses coincidan con los intereses de la humanidad (Facet, 2017).
A quien cuestione esta
evidencia basándose en la supuesta parcialidad o en lo insólito del fenómeno,
las feministas le decimos que “ningún modelo puede proporcionarnos lo que debe
ser la verdadera formación
de clase en una determinada etapa del
proceso. Ninguna formación de clase propiamente dicha de la historia es más
verdadera o más real que otra, y la clase se define a sí misma en su efectivo
acontecer” (Thompson, 1984: 38-39).
Apuntes para un rearme
emancipatorio
Sigue siendo cierto
aquello de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del
capitalismo, lo que no es más que una manera muy gráfica de expresar el
derrumbamiento de un horizonte emancipatorio tras la derrota del siglo XX. Sin
embargo, las reflexiones ecosocialistas junto a las experiencias y reflexiones
feministas, empiezan a reconstruir un horizonte emancipatorio. Un horizonte aún
lejano que mantiene continuidades y discontinuidades con las experiencias
revolucionarias y emancipatorias del siglo XX y que constituye también un
terreno de disputa con fracciones de las clases dominantes que buscan construir
una agenda propia en clave feminista y ecologista en un intento de suturar la
crisis de gobernanza neoliberal.
Conscientes de los peligros de las tentativas
neoliberales, hay que rastrear cuáles son los elementos con más potencialidad
del nuevo ciclo de movilizaciones que se ha abierto camino en los últimos años.
Reflexionar de qué modo el feminismo está permitiendo recuperar consignas como
el reparto de los trabajos –esta vez en plural–, la rebaja drástica de la
jornada laboral ligada a la socialización del trabajo reproductivo, repensar
cuáles son los trabajos socialmente necesarios, pero también qué actividades
económicas deben cesar por ser destructivas para las personas o el planeta,
etc. Ante la irracionalidad capitalista y el derroche de recursos y energía
humana que este genera, debemos apostar por una reorganización de los trabajos
en clave ecosocial y feminista. Esta es una tarea fundamental en la fase que
nos encontramos. Los procesos de acumulación y la crisis de la gobernanza
neoliberal han abierto un nuevo ciclo virulento y en muchos casos violento que
busca redefinir los mecanismos de explotación, dominación y opresión. Disputar
esa redefinición será clave para su desenlace.
*Julia Cámara es
historiadora, activista feminista y forma parte de la redacción de la web
de viento sur.
**Laia Facet es
activista feminista y militante anticapitalista
Referencias
Arruzza, Cinzia (2018)
“De la huelga de las mujeres a un nuevo movimiento de
clase”, viento sur, 161, pp. 54-61.
Bannerji,
Himani (2005) “Building from Marx: Reflections on class and race”, Social
Justice, 32, 4, pp. 144-160.
Bhattacharya,
Tithi (2017) Social reproduction theory: Remapping class, recentering
oppression. Londres:
Pluto Press.
Carreras, Judith (2018)
“¿Puede ser el feminismo un revulsivo sindical?”, viento sur, 161,
pp. 71-82.
Dalla Costa, Mariarosa
(2009 [1972]) “Poder femenino y subversión social”, en Mariarosa Dalla
Costa, Dinero, perlas y flores en la reproducción feminista, Akal, Madrid.
Delphy,
Christine (1976) The main enemy, Women’s Research and Resource Centre.
Facet, Laia (2017)
“Mujeres: sujeto estratégico”, https://vientosur.info/spip.php?article12902
Pérez Orozco, Amaia
(2014) “Del trabajo doméstico al trabajo de cuidados”, en Cristina Carrasco
(ed.), Con voz propia. La economía feminista como apuesta teórica y
política, viento sur-La Oveja Roja, 2014.
Thompson, Edward Palmer
(1984) “¿Lucha de clases sin clases?”, en E. P. Thompson: Tradición,
revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad
preindustrial, Crítica, Barcelona, pp. 13-61.
Young,
Iris (1981) “Beyond the unhappy marriage: A critique of the dual system
theory”, en Lydia Sargent, Women and revolution. A discussion on the
unhappy marriage of Marxism and feminism, South End Press, pp. 43-69.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/propuestas-feministas-para-un-rearme-teorico-y-estrategico
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