Una economía al
servicio del 1%
Desigualdad y dignidad
11 de abril de 2016
Por Miguel González
Abeytua (El Salmón
Contracorriente)
El informe publicado por OXFAM: “Una economía al servicio del 1%” ha producido titulares tan llamativos
como que “en 2015, sólo 62 personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones”
y que “no hace mucho, en 2010, eran 388 personas” o que “los 20 españoles más
ricos tienen tanto como el 30% más pobre”.
El mismo día que OXFAM presentaba dicho documento escuché, no por error, sino por pura indiscreción, como el que se asoma al patio para escuchar los chismorreos de los vecinos con la intención de descubrir el edificio en que vive, la tertulia matinal del programa “Más de uno” de Onda 0.
El mismo día que OXFAM presentaba dicho documento escuché, no por error, sino por pura indiscreción, como el que se asoma al patio para escuchar los chismorreos de los vecinos con la intención de descubrir el edificio en que vive, la tertulia matinal del programa “Más de uno” de Onda 0.
Escuché con curiosidad a los distintos
colaboradores de Carlos Alsina poniendo en cuestión y quitando importancia el
demoledor documento publicado por la ONG.
Para nuestros vecinos de patio el problema no es tan grave. El
argumento defendido, en definitiva, es algo así como que poner el foco en la
desigualdad es erróneo porque, si la economía fuese un pastel y conseguimos que
este crezca continuamente, ¿qué más dará que la porción de los más ricos sea
más grande cada vez respecto a la de los más pobres si la parte que les
corresponde a estos últimos también crece en términos absolutos y su pobreza,
por tanto, disminuye?
Este argumento, tan “de sentido común” en la
cabeza de muchos de nuestros vecinos, es cómo mínimo cuestionable.
Sin ir más lejos, para no salirnos demasiado
del patio que nos ocupa, la evolución social y económica de España en los
últimos años contradice esta sucesión de hechos. Aun en un
teórico escenario de recuperación económica, amplios sectores de nuestra
sociedad han visto empeorar sus condiciones laborales y se han visto afectados
por el deterioro de servicios públicos básicos como la educación, la sanidad o la dependencia. Por
no hablar de las personas que ha sufrido la infamia de los desahucios, los que
se han quedado sin trabajo o los que, aun trabajando, se mantienen en la pobreza. Así
pues, podríamos afirmar que en nuestro patio hay más pobreza hoy que cuando
comenzó la llamada “recuperación económica” allá por 2014. En términos relativos pero también en términos absolutos.
Lo que deseaba gritar al patio mientras charlaban desenfadadamente
(sin entrar en el debate del crecimiento económico y la distribución de la
riqueza) es que la desigualdad de la que habla el documento que dio origen al
debate, en sí misma, es un disparate y un gran problema. En primer lugar porque
creo que es injusta y evitable. Y si es así, debemos intentar paliarla por puro
sentido ético. En segundo lugar porque la desigualdad dificulta el propio
desarrollo de la economía y puede generar situaciones de riesgo para el
conjunto de la
sociedad. Pero además, en tercer lugar, porque la desigualdad
económica se traduce en último término en desigualad política y social.
En escenarios de empobrecimiento y crecimiento
de la desigualdad, la participación pública y política de los más afectados, si
no se combate activa y conscientemente, se reducirá drásticamente. Las
legislaciones locales, nacionales e internacionales velarán entonces por los
intereses de los agentes sociales más poderosos y organizados que serán quienes
puedan participar de manera activa e influyente en las distintas instituciones
más o menos formales que rigen las políticas públicas haciendo que sus
expectativas sean satisfechas.
Esta situación podrá ser combatida activa y conscientemente y se
deberá hacer desde distintos ámbitos. Por un lado desde las propias
instituciones cuando sea posible y por otro desde la participación política a
través de distintas formas de asociacionismo de base. Pero también,
coherentemente, desde el terreno económico que ya lleva tiempo desarrollando modelos de trabajo,
producción, distribución y consumo que representen modelos alternativos al
paradigma dominante. Se debe democratizar la economía de igual
manera que se debe profundizar en la democratización de la política.
Desde hace años, en algunos ámbitos del mundo
de la
Cooperación Internacional , se ha identificado que la manera
más eficaz de cambiar las condiciones de vida de la población a medio y largo
plazo, es acompañar y promocionar los procesos de empoderamiento político,
social y económico de las poblaciones afectadas por las situaciones más
desfavorables. Esta misma receta, traducida a nuestra realidad y nuestros
códigos, se puede aplicar a nuestra situación en este “Primer Mundo” que
habitamos. La hegemonía del modelo económico a nivel mundial hace que, salvando
las distancias, las lógicas que suceden allí sean las mismas que suceden aquí.
En realidad, pese a lo que defienden nuestros
vecinos de patio, como también señala de alguna manera el informe OXFAM, parece que la
economía es algo más compleja que ese “crecer para repartir y enriquecernos
todos en cascada”. Parece que el enriquecimiento de unos, tiene que ver con el empobrecimiento
de otros. Parece difícil entender Europa sin pensar en la colonización de
América, África y Asia. Parece complicado imaginar Estados Unidos sin Centro
América, Asía y América del Sur. Parece complicado, de igual manera, pensar en
Alemania y Francia sin los países del sur de Europa. Parece raro también pensar
en el norte de España sin el sur y en los barrios céntricos de Madrid o
Barcelona sin sus periferias.
Parece por tanto lógico pensar que en los
centros pero también en las periferias, aquí y allí, comiencen a surgir lógicas
de participación política, social y económica, no sólo como polos de
resistencia a los cambios y abusos que se les vienen encima, sino con la
convicción de poner en práctica una vida alternativa al modelo que intenta
convertir su vida en una no vida.
No sé si estos experimentos
político-económicos que se ponen en práctica en las esquinas de nuestro patio
imaginando horizontes posibles y alternativos serán suficientemente profundos,
estables y transformadores o serán cooptados por el conjunto del sistema
económico y servirán para apuntalarlo más si cabe. No sé si formarán parte de
la desconexión que defendía Samir Amin a finales de
los años 80 o no conseguirán más que entrar precariamente en las lógicas de las
que intentan escapar. No lo sé. Lo que es seguro es que son una dosis de
dignidad necesaria en un mundo que parece empeñado en sumergirse en la indiferencia
y la indignidad.
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