jueves, 28 de abril de 2016

“No tenemos que remontarnos a la década del ‘30 porque la idea de que todos estamos en libertad condicional, que todos vivimos bajo estado de excepción, que todos somos homo sacer, se está consolidando en nuestro presente mundial”.

Poder de excepción, normalizándose, normalizándonos
Nuestro insensible camino hacia 
un totalitarismo

28 de abril de 2016

Por Luís E. Sabini Fernández (Rebelión)
Quien decide el estado de excepción es quien tiene el poder. Carl Schmitt
Si echamos una rana a una olla con agua hirviendo, ésta escapa inmediatamente; salta hacia afuera. En cambio, si ponemos en la olla agua a temperatura ambiente y echamos una rana, ésta se queda tranquila dentro de la olla. Y cuando comenzamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona sino que se va acomodando a la nueva temperatura del agua hasta perder el sentido y, finalmente, morir literalmente cocinada.
¿Somos todos homo sacer?1 Giorgio Agamben consideraba que el estado de excepción, que se supone provisorio, se está convirtiendo en la forma paradigmática del gobierno del s. XX. (wikipedia). Y entonces, ¿del s. XXI?
Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas. Winston Churchill
Primero, algunas precisiones y algunos datos. El estado de excepción borra la diferencia entre la sociedad civil y la militar. Es decir, instaura el terror. Diferencia sustancial en todo tejido democrático. Cualquier conosureño que haya pasado por una (o varias) dictaduras lo sabe con su piel, su memoria, su psiquis. Y hasta con el humor, éste montevideano:
En el bus, repleto, alguien en tiempos de dictadura, pregunta a quien tiene a su lado, con mucha amabilidad: ¿Es usted militar? No. ¿Y policía? Tampoco… ¿Pero tiene usted un hermano militar? Nnnooo… ¿Y un hijo cadete, algún familiar? ¡No!, ¡Mire señor, ni tengo en la familia ni conozco algún militar o policía! Entonces, el “preguntón” cambia el tono: Bueno, ¡sacáme el zapato de encima, que me estás pisando!
¿Qué elementos vemos en la sociedad contemporánea? ¿Algunos que nos lleven a pensar que el concepto de excepción planteado por Schmitt o por Agamben tiene andadura?
En Uruguay, también en Argentina, ha prosperado un debate sobre si, a la vista de la creciente “inseguridad” no hay que “poner a los milicos en la calle”. Periodistas y referentes que en otras cuestiones expresan cierta conciencia crítica, en este punto, acuciados por la expansión del delito, auspician esa inserción, ignorando que la policial, al menos teóricamente, es una profesión civil, entre civiles, y que al militarizar el cuidado de la calle, nos militarizan a todos, que pasamos de ser ciudadanos (con derechos) a ser objetos (de control).
La policía, con sus fueros, con sus privilegios, con sus armas, excepcionalizan a menudo las funciones a su cargo y nos excepcionalizan a menudo de las nuestras, aunque teóricamente no deberían, pero la acción militar arranca de un plumazo todo vestigio de civilidad y de solución civil a cuestiones de la sociedad, borra toda noción de prójimo y nos introduce en su opuesto, la de enemigo. En nuestra propia tierra, en nuestro propio hábitat.
Es lo que han vivido tanto tiempo los pueblos aborígenes en sus propios territorios, despojados. Es lo que viven hoy los palestinos, los libios, los sirios y tantos otros.
Recurrir a los militares para solucionar “la seguridad”, por ejemplo aquí, en el Río de la Plata, se ha visto como intentos de corrientes de derecha o de críticos que tan poca experiencia han cosechado de nuestra historia reciente. Pero antes ha sido el abc de regímenes como el fascismo y el nazismo; recordemos a Mussolini proclamando al soldado por encima del maestro.
Pero no tenemos que remontarnos a la década del ‘30 porque la idea de que todos estamos en libertad condicional, que todos vivimos bajo estado de excepción, que todos somos homo sacer, se está consolidando en nuestro presente mundial. En algunas sociedades esa idea y su funcionamiento se presenta de una manera más radical y abarcativa, como puede ser en EE.UU. donde podríamos tener como mojón la promulgación de la Patriot Act. Por el peso geopolítico mundial de EE.UU. es objeto primordial de análisis. Otro ejemplo, también a su modo excepcional, es el Estado de Israel. El carácter paradigmático de este último ejemplo pasa por la constitución expresamente racista (aunque no asumida) de ese estado.
Aunque estos dos abordajes merecen prelación, la gravedad de la cuestión estriba en su generalización. Prácticamente todos los estados con pena de muerte legal se valen de excepciones. Pero lo hacen de modo mucho más devastador las sociedades donde la pena de muerte se ejerce ilegalmente, fuera de todo marco teórico. Pensemos en el caso argentino, cuando el 24 de marzo de 1976 una junta militar toma el gobierno ignorando la institucionalidad entonces maltrecha pero vigente. La primera medida de la entente militar, autobautizada como Proceso de Reorganización Nacional es establecer la pena de muerte. En su primer día de gobierno. Jamás fue aplicada… la pena de muerte aprobada. Pero la pena de muerte de facto se convirtió en el pan nuestro de cada día para una sociedad crecientemente aterrorizada.
A modo de ejemplo, rozaremos siquiera algunos otros casos.
EE.UU. (…)
Brasil, México, Colombia, Honduras… todo el mundo
Que hayamos abordado con cierto detenimiento la situación y el destino de seres humanos bajo las banderas de EE.UU. e Israel, expresa únicamente el peso aplastante, transnacional, que consideramos tienen las elites de poder de tales estados; la discrecionalidad del poder en todo el mundo convierte los estados de derecho en estados de excepción con demasiada frecuencia y prontitud.

Estadísticas que grupos de derechos humanos se han tomado el triste trabajo de llevar nos revelan que en Brasil, por ejemplo, racismo policial mediante, mientras que los llamados negros y pardos (es decir, no blancos) constituyen menos de la mitad de la población y los varones a su vez constituyen también algo menos de la mitad de la población del país, los jóvenes varones negros son el 77% de las víctimas de las balas policiales (de la policía militar en primer lugar; un cuerpo represivo compuesto mayoritaria-mente por blancos). Tendríamos así identificado una suerte de homo sacer brasiliensis.

Esa condición está vigente en Honduras para activistas ambientales, referentes de pueblos originarios y periodistas, por ejemplo.
Los asesinatos masivos de campesinos refractarios a los paramilitares, los “falsos positivos” y toda la gama represiva de la “Israel de América Latina” según la definición de Colombia del extinto Hugo Chávez explica que alrededor de un octavo de toda la población haya abandonado sus lugares de residencia, huyendo tras los devastadores ataques de los “asistidos técnicamente” por los ejércitos de EE.UU. e Israel.
México tiene el triste “privilegio” de tener 27000 (¡veintisiete mil!) seres humanos “sin paradero”. 19 Brasil, México, Colombia, Honduras, son apenas exponentes de esa impunidad que nos convierte a todos en víctimas potenciales, a todos porque el poder de nuestro tiempo deviene sin transición en estado de excepción aun invocando su carácter democrático. Por eso, la mención de ejemplos es apenas eso, porque no nos referimos a estados en particular, ni a sus habitantes, sino a todos en cualesquiera estados en que vivamos… sólo que en algunos casos y situaciones, la excepcionalidad se da con mayor frecuencia.
Por eso, extraemos apenas algún otro pasaje del informe anual de Amnistía Internacional (23/2/2016): “En Nigeria y Camerún, las operaciones militares y de seguridad se caracterizaron por detenciones arbitrarias masivas, reclusiones en régimen de incomunicación, ejecuciones extrajudiciales y tortura […].”
Entendemos que un rasgo de nuestro presente es que la excepción es la norma, como lo ejemplifica un pasaje del mismo informe apenas más abajo, aunque lo haga referido al África (por cuyo motivo suprimimos el listado particular): “La rendición de cuentas por los crímenes de derecho internacional cometidos por las fuerzas de seguridad y los grupos armados fue escasa o inexistente en países tan dispares […].”
En resumen
La discrecionalidad con que cuentan los poderosos del planeta traduce lo que formuláramos inicialmente, de que todos estamos siendo llamados a la condición de homo sacer, porque el poder en otro tiempo limitado por la geografía, la escasez de recursos y las limitaciones tecnológicas, hoy nos alcanza a todos, en todo el planeta.
Y la globocolonización en curso nos enfrenta a una brutalización, de la cual sus responsables no están eximidos mediante el ardid de considerar al nazismo como el non plus ultra del mal y el maniqueo recurso de que si no es nazi no es malo. Winston. Churchill, conservador, colonialista y racista, fue lúcido al respecto.
Sin anteojeras tendríamos que ver lo que realmente está en juego. E ir haciendo lo que podamos para enfrentar este futuro pesadillesco. 

Notas 
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211696

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