Comida no... biomasa.
Cambios agronómicos, ambientales y económicos
en
la agricultura argentina y sudamericana
29 de abril de 2016
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El país necesita con urgencia un análisis integral del territorio, así como definir y seguir los lineamientos científicos sobre las potencialidades y las limitaciones de cada ecorregión, antes de generar una destrucción del hábitat y de la base de recursos por extracción y agricultura minera, de sus nutrientes. La anemia de nutrientes y la exportación de suelo virtual en los granos convierten esta agricultura en un modelo insustentable. Por el contrario, la propuesta de actividades agroecológicas, orgánicas, sustentables y de base familiar integra los territorios, recupera espacios ambientales, restaura ecosistemas y sostiene a culturas enteras en ellos..."
El país necesita con urgencia un análisis integral del territorio, así como definir y seguir los lineamientos científicos sobre las potencialidades y las limitaciones de cada ecorregión, antes de generar una destrucción del hábitat y de la base de recursos por extracción y agricultura minera, de sus nutrientes. La anemia de nutrientes y la exportación de suelo virtual en los granos convierten esta agricultura en un modelo insustentable. Por el contrario, la propuesta de actividades agroecológicas, orgánicas, sustentables y de base familiar integra los territorios, recupera espacios ambientales, restaura ecosistemas y sostiene a culturas enteras en ellos..."
Por Walter A. Pengue
Marzo - Abril
2016
El Sur rural
y sus contrastes
En las dos
últimas décadas, las transformaciones agrícolas, no sólo en la Argentina sino en
buena parte del mundo, han generado un cambio tecnológico sin precedentes en el
campo agronómico, biotecnológico y económico sectorial. No obstante, el nuevo
modelo agropecuario plantea interrogantes acerca de sus efectos ecológicos, que
están contribuyendo a cambiar la faz y la sustentabilidad ambiental del
globo.Desde los años 90, en el agro argentino se desarrolló un importante
proceso de cambio tecnológico, impulsado inicialmente en la planicie
chacopampeana. Esos cambios siguieron luego en Brasil, Uruguay, Paraguay y
finalmente en Bolivia, y generaron transformaciones en las formas de producción,
en la apropiación de los recursos, en el uso de la tierra y de los recursos
naturales. Cabe destacar también la escala creciente de la producción anual de
los cultivos de exportación, la intensificación en el uso de insumos y los
nuevos conocimientos de gestión agropecuaria, de manejo del capital económico y
financiero, y de los recursos humanos. No obstante, los impactos y trade-offs ambientales
y sociales fueron pobremente evaluados.
El cambio
tecnológico en el agro argentino se produjo a partir de la década de 1990 con la
llegada no sólo del paquete tecnológico, sino de una nueva lógica empresaria
vinculada a la siembra directa (1) Pero los impactos más importantes comenzaron
a producirse más allá de la mitad de esa década, con el ingreso de los cultivos
genéticamente modificados, en especial la soja rr (ahora la rr2bt), relacionada
con el herbicida glifosato y el manejo tecnológico asociado.
La transformación
del sector se dio así en un periodo de menos de cinco años (entre 1996 y 2001),
cuando toda la producción sojera pasó a ser transgénica, con crecientes
volúmenes exportables. De esta forma, en la actualidad se llegó a la incursión
de un nuevo estilo de difusión tecnológica con las nuevas sojas rr2bt,
difundidas especialmente en Brasil y Argentina y que comienzan a generar serias
tensiones por el pago de regalías por las semillas, lo cual da cuenta de una
transferencia aún mayor de poder desde los agricultores hacia el gobierno y los
grupos biotecnológicos más concentrados.
Mientras Argentina incorporaba y promovía la
adopción de nuevas tecnologías (granos, agroquímicos, maquinarias para siembra
directa, pulverizadoras), el país perdía tres establecimientos agropecuarios por
día (1996 a 2003), hecho que cambió con el viraje de los precios internacionales
a principios del siglo xxi (2003 a 2012). Esta situación, a su vez, permitió un
proceso de recuperación de los agricultores medianos y grandes que habían
sobrevivido a la crisis del sector.
Demanda
global y recursos: ¿una oportunidad para Argentina?
La agricultura es
una de las actividades humanas que más intensamente han transformado el paisaje
mundial, y en la actualidad se dirimen a escala global varios modos de llevarla
adelante. Los orígenes de las fuentes de alimento y bienes del «campo» dividen
al mundo en tres grandes modelos: el modelo de la agricultura industrial
(transgénico), intensivo y aún comprometido con impactos ambientales globales,
da de comer o genera fuentes de alimento para unos 2.000 millones de personas.
El segundo gran modelo global, el de la Revolución Verde, sostenido en una
fuerte carga de agroquímicos, fertilizantes, riego intensivo y maquinaria,
todavía se expande en una parte de África, Asia, América Latina e incluso
Europa, y de él dependen otros 2.500 millones de seres humanos. Los dos primeros
están asociados a fuertes impactos ambientales y sociales, desde la
contaminación por agroquímicos, fertilizantes y otros tóxicos hasta la
degradación ambiental por expansión de la frontera agropecuaria, afectación de
poblaciones rurales y campesinas e impacto creciente en el desplazamiento de
pueblos originarios. El último, el de la agricultura familiar, campesina,
indígena, de prácticas orgánicas o agroecológicas, da de comer a otros 2.500
millones. La propia Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (fao, por sus siglas en inglés) reconoció en 2011, y reafirmó en
2015, la importancia de este modelo productivo en su relación directa con la
seguridad alimentaria y con la construcción de escenarios locales de producción,
consumo e intercambio.
Pero a pesar de lo que se piense a priori, el
modelo de agricultura industrial intensiva no apunta ya a producir alimentos
sino biomasa con distintos destinos. Por biomasa, se entiende toda la materia
orgánica producida con distintos fines: carnes, leche, huevos, madera, granos,
cereales, forrajes, etc. Esta biomasa puede destinarse, en parte, a la
producción de comida para los seres humanos, pero también comienzan a competir
por ella otras industrias, como las de los biocombustibles (energía),
biomateriales o de alimentación animal de ganado mayor (vacas y cerdos),
producción de pescado o la última y quizás menos visible: la de alimento para
mascotas. Antes, el problema era de distribución de los alimentos, y el mundo
tenía 1.000 millones de hambreados y la misma cifra de sobrealimentados. ¿Qué
pasará ahora con las nuevas competencias? A la demanda global se suma la
incursión de los países asiáticos (particularmente de China), con una creciente
clase media y nuevos hábitos de consumo, la creciente demanda proteínica global
y el desarrollo, desde 2008, de un fuerte mercado especulativo mundial en el
negocio de las tierras agrícolas.
Existe en este
momento una auténtica batalla por la proteína mundial, en la cual el cambio de
hábitos alimentarios lleva a las sociedades del consumo de proteína vegetal a su
transformación en proteína animal, vía el aumento mundial del consumo de carnes
rojas, pescados, leche y huevos. Es decir, se trata del paso del consumo de
alimentos basados en vegetales (soja y otros), a animales y sus derivados
(alimentados con esos vegetales). Por otro lado, existe un mayor énfasis en
comprender lo que sucede con los procesos de producción, pero se pone mucha
menos atención en lo que ocurre con los recursos que permiten que esa producción
exista, es decir, lo que llamamos recursos de base, como los suelos (calidad),
tierras (cantidad), aguas y servicios de la biodiversidad.
Los datos
muestran que la expansión de las tierras cultivadas sin control puede llegar a
ser enorme. El proceso es impulsado por el cambio de uso de la tierra, la
degradación del suelo, la ampliación de la superficie construida para ciudades,
caminos y redes portuarias, los cambios en las dietas proteicas de las economías
emergentes y los países más ricos, mientras que, por otro lado, estamos
observando que los aumentos de rendimiento son limitados. Esto va en detrimento de la superficie
mundial disponible de las praderas, sabanas y bosques, en particular en las
regiones tropicales, subtropicales y también en climas templados. Al mismo
tiempo, el precio de la tierra, precisamente por ser cada vez más limitadas su
existencia y disponibilidad, es cada vez más alto. Esto impide que miles de
productores, pequeños, medianos y campesinos, accedan a ella o puedan sostenerse
compitiendo en un sistema de agricultura industrial.
Lo que
importa es la tierra…
La tierra es
limitada y la buena tierra disponible lo es aún más. Solo quedan siete grandes
espacios en el mundo que mantienen la canasta de alimentos de la humanidad, de
los cuales uno es el «sur del sur» de América. La superficie total de los
continentes es de 14.900 millones de hectáreas. De ellos, las ciudades ocupan
actualmente entre 1% y 3%, y las proyecciones muestran que, si no se ordenan,
llegarían a demandar, en 2.050, unos 420 millones de hectáreas (5% de la
superficie terrestre potencialmente productiva) desde donde se dirimen todos los
usos de los recursos globales. La expansión se produce sobre tierras agrícolas
(más de 80%). Más importante aún es que durante los últimos 50 años las tierras
agrícolas han crecido a expensas de los bosques. Un estudio de 2009 sobre las
tendencias pasadas y futuras opciones de desarrollo basadas en diferentes
escenarios indica que la pérdida de bosques probablemente continuará en los
trópicos y en algunas zonas templadas del mundo, entre las que se encuentra
América Latina. (2)
Las tierras de
cultivo (cereales y granos) constituyen en la actualidad alrededor de 10% (unos
1.500 millones de hectáreas) de la superficie terrestre, mientras que el área
para pasturas representa alrededor de 33% (4.900 millones de hectáreas). Entre
1961 y 2007, el uso general de la tierra para cultivos aumentó en 11% a escala
mundial, pero con grandes diferencias regionales. Europa (ue-15), Europa
oriental (Polonia, Bulgaria y Rumania) y Estados Unidos mostraron una
disminución de uso de sus tierras de cultivo y se permitieron incluso áreas de
recuperación de la biodiversidad, mientras que las tierras agrícolas se
expandieron sobre todo en América del Sur (Brasil, Argentina, Paraguay y
Uruguay), África (Nigeria y Sudán) y Asia (China e Indonesia). Muchas de esas
tierras provienen directamente de procesos de deforestación masiva de
ecorregiones relevantes en virtual desaparición (como el Gran Chaco) o los
Cerrados Brasileños.
En la región pampeana, el llamado «proceso de
refinación de campos» a través de las rotaciones agrícola-ganaderas promovió,
desde hace 100 años, una mejora sustancial en la productividad del pastizal. Los
sistemas «mixtos» permitieron que los campos pampeanos mantuvieran e incluso
aumentaran su calidad en nutrientes y materias orgánicas con ciclos de cultivos
y pasturas (ganadería) que, manejados de manera extensiva, prácticamente sin
insumos externos, emulaban hasta los años 70 y 80 del siglo xx aquellos sistemas
recomendados por la producción orgánica. Empero, la demanda de tierras para
cultivos y la caída de los precios relativos del ganado en detrimento de los
granos generaron un proceso de agricultura continua que, si bien no desplazó,
concentró a los animales en feedlots en
las ecorregiones de mayor productividad (pampas) y trasladó la producción
extensiva hacia áreas marginales (Chaco, Cerrados, bosque Chiquitano, islas del
Delta). Esta «desganaderización» de las pampas presenta ya consecuencias
ambientales respecto de la estabilidad de la estructura de los suelos, pérdida
de nutrientes, disponibilidad de materia orgánica, pérdida de riqueza biótica y
procesos erosivos.
En Argentina, 37,5% del territorio (unos 105
millones de hectáreas) está afectado por procesos de erosión hídrica y eólica.
En el último cuarto de siglo, la superficie afectada por la erosión hídrica pasó
de 30 a 64,6 millones de hectáreas, lo que significa por otro lado que la
erosión eólica está alcanzando ya los 41 millones de hectáreas.
A su vez, las
regiones áridas y semiáridas del país, que cubren alrededor de 75% del
territorio, albergan ecosistemas frágiles vulnerables a la desertificación.
Estas regiones, que abarcan el oeste y el sur del país, se ven afectadas en 10%
de su superficie por una desertificación clasificada como muy grave, mientras
que en otro 60% la erosión es calificada de moderada a grave a causa del
pastoreo excesivo y el sobreuso de los recursos naturales.
Entre las
principales causas del aumento de los procesos erosivos se encuentran las de
origen antrópico, derivadas de la disminución de las rotaciones
agrícola-ganaderas y la concentración de la tierra en la agricultura y el
monocultivo. También inciden fuertemente el desmonte de millones de hectáreas
convertidas a la agricultura, la degradación en el periurbano y el aumento de
las superficies para transporte, logística y puertos, que derivan en un intenso
proceso de cambio de uso del suelo. Finalmente, la quema de pastizales, la
pérdida de materia orgánica y la expansión de la demanda urbana de tierras
(geofagia) degradan las mejores tierras del mundo.
¿Comida o
biomasa?
En Argentina,
entre 1970 y 2009, la extracción de materiales resumidos en biomasa (granos,
carnes, maderas, áridos, energéticos) pasó de 386 millones a 660 millones de
toneladas, con una tasa de crecimiento superior a la de la población del país.
Esto significa que el aumento de la extracción de materiales no está impulsado
por el consumo doméstico sino, fundamentalmente, por la exportación de commodities(agricultura,
explotación forestal, ganadería, energía y minería). Comparando con otros países
exportadores de la región, Argentina tiene la mayor extracción de materiales per
cápita: 16,46 ton, frente a una extracción per cápita promedio de 8,3 ton en
Colombia y en 7,4 de Ecuador. La biomasa, representa 70% del flujo material y se
compone en 71% de pasturas y alimentos para el ganado, en 2% de pesca y
extracción maderera y en 27% de cultivos.
Entre 1997 y
2009, la producción de cultivos en Argentina pasó de 50 millones de toneladas a
137 millones, y la soja fue el cultivo que más creció, ya que pasó de 11
millones de toneladas a más de 30,9 millones. El área cultivada con soja también
se vio disparada: de 38.000 hectáreas a 18 millones de hectáreas entre 1970 y
2009, lo que representa más de la mitad de la tierra cultivada. La soja ha
venido desplazando otros cultivos de consumo doméstico como cereales,
tubérculos, hortalizas y frutas. (3)
Dado que la
biomasa es un producto muy importante en las cuentas de exportación de las
economías latinoamericanas y en especial de Argentina, es llamativo que tanto
desde las políticas públicas como desde la investigación integral que incumbe a
los territorios se haya prestado poca atención a los impactos y procesos que
inciden en la cancelación de relevantes servicios ambientales, entre ellos, a
los importantes efectos sobre los ciclos biogeoquímicos.
La utilización de nuevas tecnologías en la
agricultura, sumada a la difusión del sistema de siembra directa en la llanura
pampeana –cuyos suelos se ubican entre los más productivos del mundo–, ocurrió
en forma exponencial desde principios de la década de 1990. Ello permitió, por
un lado, la mejora de la calidad en algunos nutrientes de los suelos (carbono)
gracias a un efectivo control de la erosión y al incremento de la materia
orgánica, junto con un mejor aprovechamiento del agua de origen pluvial. Pero,
por otro lado, facilitó un proceso de agriculturización que contribuyó a
provocar mayores problemas de compactación de suelos, aceleración de ciclos
agrícolas y cambios en las poblaciones debido a las plagas y las enfermedades.
En los últimos años se ha producido una simplificación de los sistemas
productivos pampeanos y extrapampeanos, con un paulatino reemplazo de las
rotaciones tradicionales por el monocultivo, en especial de soja seguida por
maíz, lo cual
genera preocupación debido a su impacto desfavorable sobre las
funciones del suelo y la sostenibilidad del agroecosistema.
Es evidente que
existe una tendencia hacia el crecimiento de la agricultura (v. gráfico 1), que
se intensificó hacia mediados de la década de 1990 con una permanente expansión
de la frontera agropecuaria, particularmente hacia el noreste argentino, y hacia
la adopción masiva de variedades de maíz y soja transgénicos con un paquete
tecnológico más sofisticado (siembra directa, agroquímicos, fertilizantes, a los
que se suman nuevas tecnologías como el banderillero satelital en el manejo de
parcelas por ambiente (4), lo que permitió alcanzar niveles de producción
récord, que duplicaron los registrados tan solo un par de décadas atrás.
Así, se modificó
la canasta productiva y tomó especial relevancia el grupo de semillas
oleaginosas (particularmente la soja), que representan más de 60% de la
superficie con granos, en tanto que la participación se reduce a 53% de la
producción debido al mayor rendimiento de los cereales (en especial, maíz)
respecto de las oleaginosas.
El
desplazamiento de cultivos a escalas provinciales es aún más notable, tanto en
las provincias pampeanas como en las extrapampeanas, y siempre es la soja, en
aquellas ecorregiones donde las condiciones agroecológicas lo permiten, el
cultivo preeminente, lo cual genera un desplazamiento atípico en las
ecorregiones.
No obstante, desde 2013 se detecta una retirada importante de los grandes
actores que promovieron el avance sobre la frontera agropecuaria (pools y
grandes grupos), generada por el aumento de los costos de producción y la caída
de los precios internacionales. Hoy en día, existen en ambas ecorregiones (Pampa
y Chaco) tres factores cruciales que están afectando la producción de granos
gruesos (soja y maíz especialmente), vinculados al paquete tecnocéntrico: la
aparición de una resistencia en malezas, una anemia de nutrientes que obliga a
la fertilización sintética y el avance cruzado de plagas y enfermedades.
El talón de
Aquiles: malezas y apropiación de la semilla
El mal llamado
«productor de punta» y muchas de las entidades que promovieron tanto desde el
Estado (Ministerio de Agricultura, ministerios provinciales, unidades técnicas)
como desde el sector privado (Asociación Argentina de Productores en Siembra
Directa –aapresid–, Asociación Argentina de Consorcios Regionales de
Experimentación Agrícola –aacrea–, cámaras –soja, maíz, girasol, trigo– y
grandes empresas), estas prácticas agrícolas intensivas han actuado de manera
más temeraria que visionaria o emprendedora. La actual situación de aparición de
malezas resistentes al glifosato (por ejemplo, el sorgo de Alepo resistente a
glifosato, sarg), y a otros herbicidas en prácticamente todas las ecorregiones
agroproductivas del país rememora el grave problema que Argentina enfrentó
cuando en los albores del siglo pasado, de manera irresponsable y poco evaluada
técnicamente, facilitó desde el mismo Estado la entrada de sorgo de Alepo como
forrajera. Nunca más se resolvió el problema y esta secuencia de resistencias
solo exacerba un problema cada día más grave.
Esto nunca debió haber sucedido, pues desde la
ciencia independiente se alertó reiteradamente sobre este serio problema de la
agricultura en su camino a la intensificación. Al problema de la resistencia en
malezas, gravísimo para una agricultura que depende del funcionamiento adecuado
de su agroecosistema y que es el emergente de la agricultura industrial
implementada en la región, se suma otro serio problema y por el que los
agricultores argentinos vienen batallando desde hace tiempo: la apropiación de
la semilla.
La estrategia de
las compañías (en especial Monsanto) para controlar el pago del feetecnológico
de cada tonelada de soja en caminos, puertos y fletes sólo pone en evidencia lo
que apenas algunos se atrevieron a denunciar con vehemencia: el serio riesgo de
Argentina si cambia su legislación sobre semillas y pasa de los acuerdos de upov
78 a upov 91. (5)
Las presiones
del gobierno y de las grandes empresas semilleras, así como de sus cámaras
defensoras, para que se apruebe una nueva ley de semillas que atenta contra los
intereses nacionales y en especial los de los agricultores y los de la
agricultura campesina y familiar, deja ver la forma en se seguirá promoviendo el
modelo transgénico en el próximo quinquenio. Pero, a poco que se mire y evalúe,
si la ciencia con conciencia prevalece, esto puede llegar a detenerse.
Agricultura
industrial: ¿el comienzo del fin?
Cuando hace más
de 20 años se destacaban las grandes bondades de la implementación de la
revolución biotecnológica, uno de los argumentos fuertes residía en su
importancia como elemento tecnológico que disminuiría la presión sobre los
espacios vírgenes y, por tanto, reduciría la deforestación y se traduciría en
otros beneficios vinculados a la protección de la biodiversidad. Esta falacia ha
sido contrastada con una realidad nacional y global que sigue demandando tierras
y espacios para sostener una producción creciente y con preocupantes impactos
ambientales.
La intensificación
de la agricultura sin sustentabilidad ambiental es un camino con final incierto,
con efectos adversos no sólo sobre los seres humanos –y las generaciones
futuras– sino también sobre otras especies y ecosistemas. Pero el conocimiento
científico y tecnológico, integrado al saber y la participación social, tiene
múltiples e interesantes oportunidades para lograr un porvenir mejor y más
armónico utilizando los recursos finitos de que disponemos.El desacople del
bienestar humano del crecimiento económico, de los impactos ambientales
negativos y de la demanda creciente de recursos aplicados a la agricultura es
posible, y para ello es necesaria la implementación de una visión de mediano
plazo en la que la mejor ciencia y tecnología puedan implementarse en beneficio
del bien común (¡y lo primero es la comida!). Se trata de una obligación que los
Estados no pueden dejar en manos de las empresas, más allá de lo altruistas que
estas pudieran mostrarse.
Para revertir la actual situación, las prácticas agrícolas deberán cambiar
paulatina pero constantemente y reorientarse hacia modelos más sostenibles de
agricultura que incorporen saberes y procesos desde las bases mismas del
conocimiento y el manejo ecológico de los agroecosistemas, incluyendo,
obviamente, lo mejor y lo demostrable científicamente de la agronomía más
moderna, que tanto necesitan nuestro país y la humanidad.
Pero para
muchos de los promotores del modelo agrícola industrial argentino, las
externalidades no eran más que un reclamo de grupos ambientalistas urbanos que
responden a intereses foráneos. Lamentablemente, luego de 20 años de
liberalización y proyectando los procesos futuros del modelo, los impactos
ecológicos y sociales vinculados a la salud humana comienzan a generar
preocupación incluso entre quienes tiempo atrás negaban los impactos.
Estas externalidades van desde los efectos derivados directamente
de la implementación del cambio tecnológico y los del trangen o
de sus productos asociados hasta los procesos de deforestación o, peor aún, el
efecto de la resistencia en malezas y las bioinvasiones o los costos para la
salud humana de las fumigaciones. Ya son más de 14 las malezas resistentes, a
las que habría que sumar las que ya muestran tolerancia manifiesta al glifosato.
La aparición de «ensorgamiento» en los campos, particularmente en aquellos
espacios vinculados a climas templados y subtropicales, como los existentes en
el norte argentino, Paraguay y Bolivia, es un tema que puede llegar a implicar
su abandono por una cuestión de costos para los agricultores. El enorme
potencial expansivo del sorgo de Alepo puede verse en estos campos, donde los
ciclos de la maleza se multiplican por dos o tres generaciones por año, lo que
demandaría también una forma de manejo diferente a la de las pampas. Los campos
«ensorgados» comienzan a ser una imagen familiar en los territorios del norte y
son también una nueva fuente de material genético de semillas de la maleza que
seguirá ayudando a expandir aún más el problema.
Tanto el sur de América como, en especial, la agricultura argentina
enfrentan nuevos procesos y coyunturas internas y externas distintas. Promover
sólo la exportación de materias primas, sin contemplar los costos ecológicos
involucrados, es directamente matar a la gallina de los huevos de oro. La
agricultura transgénica de base sojera en Argentina se recluye ahora en las
regiones más productivas. Ya ha degradado todo el norte y el este argentinos, de
la mano de la irresponsabilidad existente en el Estado y los privados, que
impulsaron un enorme proceso de deforestación en el norte, especialmente entre
los años 2002 y 2012.
El país necesita con urgencia un análisis integral del territorio,
así como definir y seguir los lineamientos científicos sobre las potencialidades
y las limitaciones de cada ecorregión, antes de generar una destrucción del
hábitat y de la base de recursos por extracción y agricultura minera, de sus
nutrientes. La anemia de nutrientes y la exportación de suelo virtual (6) en los
granos convierten esta agricultura en un modelo insustentable. Por el contrario,
la propuesta de actividades agroecológicas, orgánicas, sustentables y de base
familiar integra los territorios, recupera espacios ambientales, restaura
ecosistemas y sostiene a culturas enteras en ellos, lo que las convierte no solo
en una forma de producción, sino especialmente en una forma de asentar la vida y
recuperarse tanto en el plano ambiental como en la salud de los pueblos y sus
ecosistemas.
Notas
1) La siembra
directa es una práctica de manejo agronómica mediante la cual, en lugar de
utilizar el antiguo arado de rejas y otros instrumentos, prácticamente no se
remueve el pan de tierra. En la agricultura industrial, el control de malezas en
la siembra directa se hace utilizando agroquímicos, lo que genera un conjunto de
críticas relacionadas especialmente con el aumento del uso de herbicidas.
2) Eric F. Lambin y Patrick Meyfroidt: «Land Use Transitions: 77 Feedback versus
Socio-Economic Change» en Land Use Policy vol. 27 Nº 2, 2010.
3) W. Pengue:
Agricultura industrial y transnacionalización en América Latina. ¿La
transgénesis de un continente?, pnuma / gpama, Ciudad de México, 2005.
4) Esto permite
hacer mapas de producción, productividad, necesidades de nutrientes,
fertilizantes aplicados y dosis de agroquímicos, e incluso mapear plagas y luego
seguir la evolución, por ejemplo midiendo el índice verde.
5) UPOV es la
sigla de la Unión para la Protección de los Obtentores Vegetales. Con UPOV 78,
los agricultores argentinos pueden guardar semillas para uso propio. Caso
contrario deberían pagar por el uso de esas semillas, sea para consumo propio o
siembra.
6) El suelo
virtual refiere al volumen de nutrientes que se exportan incluidos en los granos
y van de una región a otra del planeta. La pérdida de estos nutrientes deriva en
un vaciamiento cuyo final es la cancelación o afectación de la producción por
agotamiento del suelo.
Fuente:Leer
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