Precariado e indignación
en las calles de Francia
13
de abril de 2016
Por Antoni Jesús Aquiló (eldiario.es)
Europa viene siendo testigo de la ola de movilizaciones surgida en
el contexto de la crisis de 2008, donde se han formado movimientos de
contestación, como Juventud sin Futuro en España o Precários Inflexíveis en
Portugal, que han colocado en la agenda pública la cuestión de la precariedad
como régimen de vida y mecanismo para perpetuar la desigualdad. En Francia ,
el movimiento Nuit Debout,
articulado contra el proyecto de reforma laboral que pretende aprobar el
gobierno, ha reactivado el ciclo de revueltas populares contra la hegemonía
neoliberal.
En este escenario se plantean varias preguntas: ¿qué tiene en
común este grupo social heterogéneo marcado por la precariedad como pauta de
vida que ocupa calles y plazas para exigir cambios? ¿Constituye un sujeto clave
para las transformaciones sociopolíticas del futuro? ¿Pueden incidir los
precarios e indignados rebeldes del sur global en las formas de dominación del
capitalismo contemporáneo, dando paso a horizontes alternativos?
Cuando en agosto de 2005 Carolina Alguacil
acuñó el término “mileurista”, estaba dando señales inequívocas de lo que Guy
Standing identificaría después como una “nueva clase social”: el precariado.
Pero el mileurismo y la forma de vida a él asociada no eran una realidad
exclusiva de España. Las políticas de precarización impulsadas por la
globalización neoliberal habían configurado antes de la crisis “generaciones”
precarias en diferentes países de Europa: la “generación 700 euros” en Grecia,
la “génération précarie” en Francia, la “iPod generation” en Reino Unido
(inseguros, presionados, ofuscados por los impuestos y dominados por las
deudas), la “generazione mille euro” en Italia, la “Geração à Rasca” en
Portugal, etc.
Generaciones surgidas al calor de las
transformaciones en el campo de las relaciones laborales y el sindicalismo
desde 1980, que legitimaban la ofensiva de las oligarquías financieras para
empobrecer a las clases medias y a los sectores populares: medidas de
austeridad traducidas en recortes sociales y laborales, desmantelamiento del
Estado de bienestar y ascenso de los populismos de derecha para imponer lo que
Robert Castel llama una ideología de la “inseguridad social”.
Para Standing, al menos una cuarta parte de la
población adulta se encuadra en el precariado. Además de categorías laborales
tradicionales (trabajadores temporales, en prácticas, desempleados, entre otros
perfiles), incluye sectores a menudo invisibilizados: estudiantes endeudados,
pensionistas, personas con discapacidad, población reclusa, minorías étnicas,
operadores en centros de telemarketing,
entre otros.
Sin embargo, más que una nueva clase social
independiente, el precariado actual forma parte de la clase proletaria que
sufre las consecuencias de la desregulación del trabajo asalariado mediante
reformas laborales como las aprobadas por socialdemócratas y liberales, por lo
que en buena medida está compuesto por fuerza de trabajo barata y con apenas derechos.
Tal es el objetivo de la reforma laboral del gobierno de Hollande en
Francia, donde el conflicto, además, está atravesado por una dimensión racial
latente, que ya asomó en las rebeliones de 2005 en los banlieues y que ahora resurge con las ramificaciones
de la Nuit Debout en los barrios de la periferia urbana.
Pero el precariado también es carne de cañón de las estrategias de expolio del
capitalismo, vinculadas a la “acumulación por desposesión” de la que habla
David Harvey. El expolio de derechos sociales y laborales se ha convertido en
el principal instrumento de acumulación capitalista.
Aunque no hay que olvidar que los procesos de
precarización no son el resultado de crisis impredecibles ni de una situación
anómala o disfuncional del capitalismo; por el contrario, son un elemento
necesario inscrito en el código genético de la explotación capitalista. El
precariado y la precariedad no son fenómenos nuevos, solo que la crisis los ha
hecho más evidentes, al menos en Europa, porque en las sociedades del sur
global, donde la formación del Estado de bienestar ha sido frágil e incluso
inexistente, no son la excepción, sino la norma.
Hay otros factores explicativos que forman
parte del eje de las movilizaciones de París, en concreto la cuestión del déficit
democrático y la crisis de representatividad de un régimen electoral liberal
tutelado por el capitalismo, que impone límites al horizonte democrático. Los
indignados franceses han puesto de manifiesto el divorcio entre el ideal y la
práctica democrática, revelando las tensiones entre regímenes formalmente
democráticos con contenidos económicos autoritarios y refinadas formas de
fascismo social, como explica Boaventura de Sousa. Lo que está en cuestión no
es solo la desigualdad entre clases, sino la separación abismal entre el poder
económico y la participación popular.
Nos encontramos, pues, ante una nueva fase del
conflicto de clases, pero también ante un nuevo capítulo de luchas por una
democracia conforme a los intereses de las clases trabajadoras y populares,
pues la democracia liberal, históricamente, se ha construido por encima y a
costa de las formas democráticas de los sectores populares. De ahí la
importancia de prácticas de democracia radical desde abajo que aspiran a
redistribuir el poder económico y social e inciden en la formación de una
cultura política fundada en el asamblearismo, la horizontalidad y la
autogestión sin líderes.
Como sujeto político, el potencial transformador del precariado
reside en su capacidad de establecer articulaciones con otras luchas y
movimientos emancipadores, de la misma manera que el capitalismo teje redes por
todas partes. La economía de la precariedad resulta de un sistema que funciona
en red y promueve a escala global fenómenos como la especulación con alimentos,
la guerra permanente o la crisis de refugiados, de los que se benefician los
mercados financieros. Enfrentarlo requiere una dinámica de acción
anticapitalista que aglutine las fuerzas y movimientos por la radicalización
democrática, interpelando al movimiento obrero y a la cultura sindical
heredada. En este sentido, las alianzas entre la clase trabajadora, los
sectores medios empobrecidos y los
grupos subalternos son fundamentales. El apoyo a refugiados, migrantes y a la causa LGTB en las
asambleas de la plaza de la République es una señal esperanzadora.
En el poema Crepúsculo
de la tarde, Baudelaire celebra el poder inspirador de la noche, de las
“tinieblas refrescantes”, sentidas por el poeta como una “señal de fiesta
interior”, de “liberación de angustia”. Parece que la Nuit Debout ha
decidido seguir las huellas de Baudelaire y hacer de la noche un espacio
público de rebeldía creativa, palabra y acción colectiva.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=211068
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