Los paradójicos
logros “burgueses” de la revolución maoísta
¿Qué capitalismo es el
chino?
19 de diciembre de 2013
Por Maurice Meisner
Le Monde Diplomatique (edición Cono Sur)
Le Monde Diplomatique (edición Cono Sur)
El programa de reformas lanzado por Deng Xiaoping en 1978
pretendía construir las bases para la modernización socialista del país. Pero
produjo el más espectacular proceso de desarrollo capitalista de la historia. Paradójicamente ,
las condiciones para esta transformación provienen de los logros “burgueses” de
la revolución maoísta de 1949.
En 1978, cuando Deng Xiaoping lanzó su
programa de reformas de mercado, su finalidad no era crear una economía
capitalista. Deng, el “líder supremo” de China en el período post-maoísta, fue
comunista desde sus 20 años, cuando era estudiante en Francia e ingresó al
Partido Comunista Chino (PCCh), en 1924. En 1978 todavía preveía un futuro
socialista para China. Pero como Lenin, Deng no se oponía a usar los medios del mercado capitalista para lograr los
objetivos socialistas. El objetivo inmediato era el rápido desarrollo
económico, empleando los métodos más expeditivos disponibles, manifiestamente
para construir la base material para el socialismo. Si el poder político
permanecía en manos del PCCh, Deng asumía que los deseados resultados
socialistas surgirían finalmente del “desarrollo de las fuerzas productivas”.
Pero lo que realmente se produjo no fue la
construcción de los cimientos del socialismo, sino el más masivo proceso de desarrollo
capitalista en la historia contemporánea.
Hacia mediados de la década de 1990, los aspectos esenciales de
una economía capitalista estaban firmemente establecidos. En primer lugar, la
obtención de ganancias fue universalizada en la vida económica y establecida
como el principal criterio para juzgar el éxito o el fracaso de virtualmente
todas las empresas económicas. En segundo lugar, China se integró en la
economía capitalista mundial, y ello inevitablemente tiende a remodelar las
relaciones económicas y sociales internas de acuerdo con las normas
capitalistas internacionales. En tercer lugar, se creó un enorme mercado de
trabajo, en parte por la proletarización de cientos de millones de campesinos
que fueron forzados a ello por la nueva mercantilización de la tierra; en parte
por la destrucción del “tazón de arroz y de hierro”, el término despreciativo
que utilizaban los reformistas partidarios del mercado para referirse al
sistema de seguridad de empleo y los beneficios de seguridad social de que gozaba
una parte de la clase obrera urbana. Y en cuarto lugar, los reformadores
post-maoístas procedieron con cautela pero inexorablemente hacia un sistema de facto (si no necesariamente de jure) de propiedad privada
de los medios de producción, primero
en el campo a través de formas variadas de tierras “contratadas”, y luego más
explícitamente en las empresas urbanas y las propiedades inmobiliarias.
“Empresarios socialistas”
Los dirigentes chinos post-maoístas
reconocieron desde el inicio que una economía de mercado presuponía una
burguesía, o una clase de “empresarios socialistas”, tal como preferían
llamarlos. Pero la burguesía china moderna, que siempre fue una clase pequeña y
débil, había dejado de existir a fines de los años 1950. La mayoría de los miembros
más ricos de la burguesía se fueron del continente en 1949, cuando el triunfo
comunista, y sus empresas abandonadas fueron nacionalizadas inevitablemente por
el nuevo régimen. Las industrias y otros negocios de aquellos burgueses que se
quedaron fueron expropiados o comprados por el nuevo Estado comunista. En el
segundo caso, los ex propietarios recibieron como compensación bonos del
gobierno a tasas bajas no heredables. Así, lo que quedaba de la burguesía china
al final del período maoísta, en 1976, era un pequeño grupo de ancianos
jubilados que cobraban modestos dividendos de los bonos estatales.
De modo que si se iba a implementar una estrategia de mercado
debía crearse una burguesía. ¿Y qué más lógico que ésta fuese en gran parte
reclutada en las filas del PCCh? Los funcionarios del partido tenían la
influencia política y las habilidades para aprovechar mejor las ventajas
pecuniarias que ofrecía el mercado. Superando las inhibiciones ideológicas
–cuando existían– muchos cuadros del partido se precipitaron a participar ellos
mismos en los negocios o a acomodar a sus hijos, parientes y amigos en
posiciones lucrativas en lo que pronto se convertiría en una red de relaciones
clientelares.
En la década de 1980, con la creación de una
burguesía funcional, se cubrieron los requisitos esenciales, sociales e
institucionales para una economía capitalista. Al mismo tiempo, las condiciones
sociales para el capitalismo fueron reforzadas ideológicamente por la creciente
influencia de las teorías económicas neoliberales y una creencia casi mística
en la “magia del mercado”. Los planificadores económicos chinos, algunos de los
cuales habían estudiado en las escuelas de negocios de los países
industrializados, comenzaron a imitar a sus homólogos occidentales. Y, como un
signo del humor intelectual imperante, los escritos de Milton Friedman
adquirieron una popularidad extraordinaria entre los intelectuales, estudiantes
y funcionarios gubernamentales. Friedman, el gurú del “libre mercado”, visitó
China para dar una muy publicitada gira de conferencias en 1980 y 1988,
prodigando elogios a sus nuevos discípulos chinos.
Costos sociales extremos
Durante las tres décadas transcurridas desde
1978, y sobre la base de una ya considerable estructura industrial moderna
construida durante el cuarto de siglo anterior, el PIB chino creció a una tasa
anual promedio del 9%, un ritmo a largo plazo sin precedentes en la historia
contemporánea. El frenético y masivo avance del desarrollo capitalista en China
rememora el asombro que llevó a Karl Marx a escribir que la burguesía “ha
creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones
precedentes juntas. La sujeción de las fuerzas de la naturaleza al hombre, la
maquinaria, la aplicación de la química a la industria y la agricultura, la
navegación a vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la
preparación de continentes enteros para el cultivo, la canalización de ríos,
poblaciones enteras trasladadas fuera de sus tierras... ¿quién un siglo antes
tenía siquiera un presentimiento de que semejantes fuerzas productivas dormían
en el regazo del trabajo social?” (1).
Pero en Marx la celebración de las fuerzas productivas del
capitalismo iba acompañada por un agudo reconocimiento de su destructividad
social y de una razonada advertencia sobre los espantosos costos humanos que
exigirían las ingobernables fuerzas económicas que el capitalismo había
desencadenado. “Una sociedad que ha conjurado semejantes medios
poderosos de producción e intercambio –escribió Marx– es como el hechicero que
ya no puede controlar los poderes subterráneos que ha invocado con sus
sortilegios” (2).
Los “poderes subterráneos” que los
reformadores de mercado del PCCh han desatado son ahora evidentes. Cientos de
millones de campesinos han sido expulsados de las tierras que ocupaban,
transformándose en una gran “población flotante” de trabajadores que buscan
trabajos temporales en la construcción o como sirvientes en las ciudades y
pueblos. Aquellos que permanecen en el campo son oprimidos por los corruptos
funcionarios locales, una fuente continua de “acumulación primitiva de capital”
para los empresarios burocráticos. En las florecientes ciudades, los nuevos
ricos alardean de sus riquezas e imitan a sus homólogos occidentales en una
orgía de consumo ostentoso. Al mismo tiempo la clase obrera urbana, amenazada
por un vasto ejército de reserva laboral, sufre la erosión de su tradicional
seguridad de empleo y de sus beneficios sociales.
Por supuesto, no hay nada particularmente
chino en lo que se refiere a estos costos sociales del desarrollo capitalista.
La mercantilización del trabajo y la tierra, el crecimiento de agudas
disparidades sociales, la masiva destrucción ambiental: en las tempranas etapas
de la industrialización capitalista esos males sociales fueron generados en
todas partes. Pero en China, debido a la escala y al ritmo extraordinariamente
acelerado del desarrollo, las consecuencias sociales son más extremas y se
producen en la mayor escala de la historia capitalista mundial.
Pero aún habría que preguntarse si el
capitalismo chino es realmente capitalismo. Un pequeño y menguante número de
observadores extranjeros simpatizantes enfatiza el rol del Estado y los
sectores colectivos en la economía china, sosteniendo que es efectivamente una
“economía socialista de mercado”, a mitad de camino entre el capitalismo y el
socialismo, y tienen la esperanza de que finalmente se dirija hacia este
último. Un número mucho mayor de observadores occidentales duda de la
autenticidad del capitalismo chino, al que frecuentemente llaman “capitalismo
de compinches” o “corporativismo leninista”. Ambos puntos de vista se centran
alrededor del papel del Estado comunista en la economía china, un asunto de
necesario análisis para lograr cierta comprensión de la naturaleza social del
régimen chino y su futura dirección. (…)
Maurice Meisner es profesor de Historia de la Cátedra Harvey Goldberg ,
Universidad de Wisconsin, Madison, Estados Unidos. Autor deLa China de Mao y
después, Comunicarte, Córdoba, 2007.
Fuente original: http://www.eldiplo.org/notas-web/que-capitalismo-es-el-chino/
Traducción: Jorge Santarrosa y Jaime Silbert
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178411
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178411
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