domingo, 7 de junio de 2015

Consideremos otra prueba que China no se desarrolla hacia el buen vivir de los pueblos planetarios.


Los paradójicos logros “burgueses” de la revolución maoísta
¿Qué capitalismo es el chino?
19 de diciembre de 2013
Por Maurice Meisner
Le Monde Diplomatique
(edición Cono Sur)

El programa de reformas lanzado por Deng Xiaoping en 1978 pretendía construir las bases para la modernización socialista del país. Pero produjo el más espectacular proceso de desarrollo capitalista de la historia. Paradójicamente, las condiciones para esta transformación provienen de los logros “burgueses” de la revolución maoísta de 1949.
En 1978, cuando Deng Xiaoping lanzó su programa de reformas de mercado, su finalidad no era crear una economía capitalista. Deng, el “líder supremo” de China en el período post-maoísta, fue comunista desde sus 20 años, cuando era estudiante en Francia e ingresó al Partido Comunista Chino (PCCh), en 1924. En 1978 todavía preveía un futuro socialista para China. Pero como Lenin, Deng no se oponía a usar los medios del mercado capitalista para lograr los objetivos socialistas. El objetivo inmediato era el rápido desarrollo económico, empleando los métodos más expeditivos disponibles, manifiestamente para construir la base material para el socialismo. Si el poder político permanecía en manos del PCCh, Deng asumía que los deseados resultados socialistas surgirían finalmente del “desarrollo de las fuerzas productivas”.

Pero lo que realmente se produjo no fue la construcción de los cimientos del socialismo, sino el más masivo proceso de desarrollo capitalista en la historia contemporánea.

Hacia mediados de la década de 1990, los aspectos esenciales de una economía capitalista estaban firmemente establecidos. En primer lugar, la obtención de ganancias fue universalizada en la vida económica y establecida como el principal criterio para juzgar el éxito o el fracaso de virtualmente todas las empresas económicas. En segundo lugar, China se integró en la economía capitalista mundial, y ello inevitablemente tiende a remodelar las relaciones económicas y sociales internas de acuerdo con las normas capitalistas internacionales. En tercer lugar, se creó un enorme mercado de trabajo, en parte por la proletarización de cientos de millones de campesinos que fueron forzados a ello por la nueva mercantilización de la tierra; en parte por la destrucción del “tazón de arroz y de hierro”, el término despreciativo que utilizaban los reformistas partidarios del mercado para referirse al sistema de seguridad de empleo y los beneficios de seguridad social de que gozaba una parte de la clase obrera urbana. Y en cuarto lugar, los reformadores post-maoístas procedieron con cautela pero inexorablemente hacia un sistema de facto (si no necesariamente de jure) de propiedad privada de los medios de producción, primero en el campo a través de formas variadas de tierras “contratadas”, y luego más explícitamente en las empresas urbanas y las propiedades inmobiliarias.

“Empresarios socialistas”
Los dirigentes chinos post-maoístas reconocieron desde el inicio que una economía de mercado presuponía una burguesía, o una clase de “empresarios socialistas”, tal como preferían llamarlos. Pero la burguesía china moderna, que siempre fue una clase pequeña y débil, había dejado de existir a fines de los años 1950. La mayoría de los miembros más ricos de la burguesía se fueron del continente en 1949, cuando el triunfo comunista, y sus empresas abandonadas fueron nacionalizadas inevitablemente por el nuevo régimen. Las industrias y otros negocios de aquellos burgueses que se quedaron fueron expropiados o comprados por el nuevo Estado comunista. En el segundo caso, los ex propietarios recibieron como compensación bonos del gobierno a tasas bajas no heredables. Así, lo que quedaba de la burguesía china al final del período maoísta, en 1976, era un pequeño grupo de ancianos jubilados que cobraban modestos dividendos de los bonos estatales.

De modo que si se iba a implementar una estrategia de mercado debía crearse una burguesía. ¿Y qué más lógico que ésta fuese en gran parte reclutada en las filas del PCCh? Los funcionarios del partido tenían la influencia política y las habilidades para aprovechar mejor las ventajas pecuniarias que ofrecía el mercado. Superando las inhibiciones ideológicas –cuando existían– muchos cuadros del partido se precipitaron a participar ellos mismos en los negocios o a acomodar a sus hijos, parientes y amigos en posiciones lucrativas en lo que pronto se convertiría en una red de relaciones clientelares.

En la década de 1980, con la creación de una burguesía funcional, se cubrieron los requisitos esenciales, sociales e institucionales para una economía capitalista. Al mismo tiempo, las condiciones sociales para el capitalismo fueron reforzadas ideológicamente por la creciente influencia de las teorías económicas neoliberales y una creencia casi mística en la “magia del mercado”. Los planificadores económicos chinos, algunos de los cuales habían estudiado en las escuelas de negocios de los países industrializados, comenzaron a imitar a sus homólogos occidentales. Y, como un signo del humor intelectual imperante, los escritos de Milton Friedman adquirieron una popularidad extraordinaria entre los intelectuales, estudiantes y funcionarios gubernamentales. Friedman, el gurú del “libre mercado”, visitó China para dar una muy publicitada gira de conferencias en 1980 y 1988, prodigando elogios a sus nuevos discípulos chinos. 

Costos sociales extremos
Durante las tres décadas transcurridas desde 1978, y sobre la base de una ya considerable estructura industrial moderna construida durante el cuarto de siglo anterior, el PIB chino creció a una tasa anual promedio del 9%, un ritmo a largo plazo sin precedentes en la historia contemporánea. El frenético y masivo avance del desarrollo capitalista en China rememora el asombro que llevó a Karl Marx a escribir que la burguesía “ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones precedentes juntas. La sujeción de las fuerzas de la naturaleza al hombre, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y la agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, los telégrafos eléctricos, la preparación de continentes enteros para el cultivo, la canalización de ríos, poblaciones enteras trasladadas fuera de sus tierras... ¿quién un siglo antes tenía siquiera un presentimiento de que semejantes fuerzas productivas dormían en el regazo del trabajo social?” (1).

Pero en Marx la celebración de las fuerzas productivas del capitalismo iba acompañada por un agudo reconocimiento de su destructividad social y de una razonada advertencia sobre los espantosos costos humanos que exigirían las ingobernables fuerzas económicas que el capitalismo había desencadenado. “Una sociedad que ha conjurado semejantes medios poderosos de producción e intercambio –escribió Marx– es como el hechicero que ya no puede controlar los poderes subterráneos que ha invocado con sus sortilegios” (2).

Los “poderes subterráneos” que los reformadores de mercado del PCCh han desatado son ahora evidentes. Cientos de millones de campesinos han sido expulsados de las tierras que ocupaban, transformándose en una gran “población flotante” de trabajadores que buscan trabajos temporales en la construcción o como sirvientes en las ciudades y pueblos. Aquellos que permanecen en el campo son oprimidos por los corruptos funcionarios locales, una fuente continua de “acumulación primitiva de capital” para los empresarios burocráticos. En las florecientes ciudades, los nuevos ricos alardean de sus riquezas e imitan a sus homólogos occidentales en una orgía de consumo ostentoso. Al mismo tiempo la clase obrera urbana, amenazada por un vasto ejército de reserva laboral, sufre la erosión de su tradicional seguridad de empleo y de sus beneficios sociales.

Por supuesto, no hay nada particularmente chino en lo que se refiere a estos costos sociales del desarrollo capitalista. La mercantilización del trabajo y la tierra, el crecimiento de agudas disparidades sociales, la masiva destrucción ambiental: en las tempranas etapas de la industrialización capitalista esos males sociales fueron generados en todas partes. Pero en China, debido a la escala y al ritmo extraordinariamente acelerado del desarrollo, las consecuencias sociales son más extremas y se producen en la mayor escala de la historia capitalista mundial.


Pero aún habría que preguntarse si el capitalismo chino es realmente capitalismo. Un pequeño y menguante número de observadores extranjeros simpatizantes enfatiza el rol del Estado y los sectores colectivos en la economía china, sosteniendo que es efectivamente una “economía socialista de mercado”, a mitad de camino entre el capitalismo y el socialismo, y tienen la esperanza de que finalmente se dirija hacia este último. Un número mucho mayor de observadores occidentales duda de la autenticidad del capitalismo chino, al que frecuentemente llaman “capitalismo de compinches” o “corporativismo leninista”. Ambos puntos de vista se centran alrededor del papel del Estado comunista en la economía china, un asunto de necesario análisis para lograr cierta comprensión de la naturaleza social del régimen chino y su futura dirección. (…)
Maurice Meisner es profesor de Historia de la Cátedra Harvey Goldberg, Universidad de Wisconsin, Madison, Estados Unidos. Autor deLa China de Mao y después, Comunicarte, Córdoba, 2007. 
Traducción: Jorge Santarrosa y Jaime Silbert
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178411


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