Una vida subordinada al petróleo: así dependen
las grandes ciudades de los combustibles fósiles
Alimentación,
transporte, vivienda..., la vida en las grandes urbes queda supeditada a las
fuentes de energía fósil. Este es un recorrido por los puntos más simbólicos de
la petrodependencia de las sociedades industriales.
MADRID
03/10/2019 07:28 Actualizado: 03/10/2019
ALEJANDRO TENA
La emergencia climática es una realidad multidimensional. En
cierta medida, el colapso al que la humanidad se está viendo abocada es fruto
de un modelo de producción que se expande más allá de los límites materiales de
la Tierra y se sustenta en el uso casi derrochador de los recursos naturales.
La humanidad se asoma a un abismo desconocido, así lo advierten los
científicos que
estudian los efectos que tienen las acciones de los seres humanos en los ciclos
del cambio climático.
Esta suerte de hecatombe tiene una relación estrecha con el uso de
combustibles fósiles para sustentar los ritmos productivos de las sociedades
industriales. Nada se escapa de las manchas del petróleo y los recursos
extractivos. Todo queda manchado por el oro negro que tantos
conflictos bélicos ha generado en el último siglo. Tanto es así, que se podría
trazar un eje con puntos simbólicos en cualquier gran ciudad con el que
simbolizar esa subordinación.
Desde la alimentación que nos llevamos a la boca, hasta los
proyectos urbanísticos, pasando por el regadío y el sector energético. Son
ejemplos claros del nivel multidimensional de esta crisis climática ligada, en
gran medida, al alocado ritmo de emisiones de gases de efecto invernadero. En
Madrid, una selva de cemento de más de tres millones de habitantes, se erigen algunos puntos calientes que personifican esa dependencia de
los combustibles fósiles.
CLH, la despensa de
petróleo
A poco menos de veinte minutos de Atocha, en el barrio obrero de
Villaverde, se ubica el gigante del que todos los sectores terminan
sirviéndose, la Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH). Entre las verjas metálicas de
un recinto industrial se atisba un skyline de
tanques que guardan toneladas y toneladas de combustibles líquidos. Gasolina,
gasóleo, queroseno y, en menor medida, biocarburantes. Este lugar es una de las
cuarenta instalaciones que CLH tiene por toda la península y una de las tres
que se asientan en la Comunidad de Madrid. Solo bastan unos minutos en la
puerta para ver cómo los camiones entran y salen del lugar con sus cisternas
llenas.
"Las
instalaciones de hidrocarburos son la mayor contradicción entre la
emergencia climática y la dependencia del petróleo"
“Aquí fluye la energía más importante para que pueda funcionar
nuestro modelo económico. Este punto simboliza la mayor contradicción entre la
emergencia climática y la dependencia del petróleo y los combustibles líquidos
de nuestras sociedades”, explica a las puertas del emplazamiento Tom Kucharz, miembro de
Ecologistas en Acción. Los depósitos que alberga CLH en este lugar
tienen una capacidad de almacenamiento de 176.295 metros cúbicos .
El combustible llega ya refinado a través de una red de oleoductos de cerca de 4.000 kilómetros
que se vertebra por toda la península ibérica.
Los combustibles que se almacenan en esta planta y otras tantas se
destinan a prácticamente todas las actividades económicas, desde el transporte
hasta para calentar establecimientos y hogares. Se calcula que en 2017 se
consumieron en España 80 millones de toneladas de combustibles, lo que se
podría traducir en diez barriles anuales por cada ciudadano. Teniendo en cuenta
las cifras de emisiones que hay detrás de la quema de estos productos, “¿este es el camino a seguir
para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París?”, se pregunta el
activista de manera retórica, haciendo hincapié en los gases de efecto invernadero (GEI)que
hay detrás de la quema de estos líquidos.
Alimentación
petrodependiente
En un inmenso polígono industrial, a unos quince kilómetros de las
instalaciones de CLH se encuentra Mercamadrid, la despensa de la capital. Más de doscientas hectáreas de
almacenamiento logístico de alimentos de hasta cuarenta países diferentes.
Frutas, verduras, hortalizas y otros productos frescos con una huella ecológica
cuyo rastro toma partida en América, Asia o África.
De este lugar depende, en cierta medida, la alimentación de más de 12 millones
de consumidores situados en un radio de 500 kilómetros .
"El
centro de la producción es generar beneficios y no alimentar"
A grandes rasgos, estos datos y esta forma de organización
industrial son un retrato del modelo industrial imperante en las sociedades
industriales. “Este es un sistema en el que el centro de la producción es
generar beneficios y no alimentar”, valora Adrián Almazán, doctor en filosofía que
investiga cuestiones rurales. El pensador, ligado al movimiento ecologista,
advierte que los conflictos que esconde este sistema van más allá de las
emisiones que se puedan generar durante toda la cadena de distribución. Se
trata de ver cómo las formas de consumo masivo que se ejercen desde las grandes
ciudades pueden derivar en pugnas bélicas por el control de la tierra. Esta es una realidad muy presente en
latinoamérica, donde la deforestación para el cultivo masivo de productos como
soja o café desplazan a colectivos indígenas.
También tiene que ver con la forma de entender la extracción de
recursos de una forma intensiva que despoja a comunidades sin industrializar de
sus formas de entender la vida. “Yo soy un ejemplo de una persona que se ha
tenido que marchar de un lugar jodido por la forma de vivir”, expone Serigne
Mbaye, miembro fundador de El Fogón Verde, un restaurante agroecológico y
cooperativo. De origen senegalés, tuvo que dejar su país y sus gentes cuando
los grandes buques pesqueros europeos saquearon las costas y sus peces. Ya no
había nada que pescar en aquellas aguas. “Soy un refugiado climático”, apunta.
El caso de Mbaye es un ejemplo de lo que viene; del éxodo
climático que se puede dar si no se pulsa el freno de emergencia de un sistema que crece por encima
de sus posibilidades materiales.
En busca de viviendas
sostenibles
El hormigón, el cemento, los ladrillos. Los materiales que
levantan las grandes estructuras donde se asientan los ciudadanos europeos
presentan una fuerte subordinación de los combustibles fósiles, sea para su
transporte o su fabricación. Tanto es así que la industria cementera es
responsable de cerca del 8% de las emisiones mundiales de GEI, según el informe Making Concrete Change.
Pese al apogeo de las renovables, el parque inmobiliario de España
y Europa se presenta viejo y ligado a los combustibles fósiles para el
calentamiento del hogar o la refrigeración de alimentos, entre otras prácticas
cotidianas como una simple ducha caliente. Sin embargo, existen alternativas
que van asentándose en las sociedades urbanas. El proyecto Entrepatios se presenta como una de las muchas
opciones de viviendas limpias y, además, alejadas de la especulación inmobiliaria.
Cerca del río Manzanares, en el barrio obrero de Usera, se levanta uno de los edificios que en el próximo verano darán cobijo
a más de una decena de familias. Las casas, en propiedad de la cooperativa de Entrepatios, se
componen de materiales eficientes, con un aislamiento extremo que permite
ahorrar y su nutren de la energía solar que decora la azotea del bloque. “Todo
por un alquiler de cerca de 700 euros, por debajo del precio de la zona”,
explica Luis González Reyes, miembro de la cooperativa y uno de los vecinos que
entrará a vivir en uno de los pisos que se están levantando en el lugar.
Decía Murray Bookchin que
“el proyecto de dominar la naturaleza seguirá existiendo y conducirá
inevitablemente a nuestro planeta a la extinción ecológica”. Por el momento, el
camino hacia el colapso lleva un largo trecho recorrido. Quizá esta sea una
buena ocasión para desandar lo andado.
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/vida-subordinada-petroleo-dependen-grandes-ciudades-combustibles-fosiles.html
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