De la impotencia
neoliberal a
la resistencia y
denuncia
en América Latina
11 de noviembre de 2019
Por Emilio Cafassi (Rebelión)
La glaciación
neoliberal que afecta al mundo en general y a América Latina en particular
comienza a erosionarse ante las primeras expresiones de calor social con
movilizaciones, protestas y búsquedas incipientes de alternativas. En algunos
casos de manera impetuosa, masiva y disruptiva. En otros con tibias reacciones
al interior del propio dispositivo de poder político y electoral. La dirección
no es unívoca. En Bolivia y Uruguay los progresismos sufrieron caídas notables
de sus adhesiones históricas aunque manteniendo cierto nivel de movilización,
mientras en Ecuador y Chile los levantamientos y revueltas recientes y actuales
superan sus propios antecedentes históricos e insinúan un horizonte
insurreccional apasionante. En Uruguay queda aún un esfuerzo titánico por
lograr el incremento de la capacidad de movilización, persuasión y denuncia sin
el cual será imposible recuperar el enorme terreno perdido en materia de apego
electoral para el próximo ballotage del 24 de noviembre. De México a Argentina, López Obrador y
Alberto Fernández atisban zurcir con un tibio hilo de dudosa resistencia los
primeros remiendos de una unidad latinoamericana, económica y políticamente
despedazada por la erosión glaciar del mercado sobre el humus estatal y sus
potencias mitigadoras del salvajismo desigualitario. De conjunto, asistimos a
momentos de transformación de aún inciertas desembocaduras y desiguales
escenarios.
Sin duda nos llamará la
atención entre todas las expresiones sociales de resistencia, la chilena, ya
que conmueve no sólo por su magnitud, persistencia y extensión, sino por la
criminal respuesta de las fuerzas represivas comandadas por el confeso asesino
Piñera quien le declaró la guerra a su pueblo, al que luego dice escuchar y
entender. Al menos 25 muertos, centenares de heridos y miles de detenidos y
torturados se han cobrado hasta ahora las directivas de esta bestia. Pero
además de semejantes características dramáticas, es particularmente notorio que
las movilizaciones populares carecen de instituciones políticas, sociales o
sindicales que direccionen y organicen las manifestaciones, adquiriendo un tono
espontáneo, aunque no exento de antecedentes parciales, desde étnicos,
estudiantiles y populares. Los que sin embargo, en general, no produjeron, ni
producen hasta aquí construcciones político-partidarias alternativas, con el
consecuente riesgo de desgaste aunque estimule la expectativa de superación de
las miserables opciones institucionales.La llamada clase política en su conjunto -y los resultados de tres décadas de arrasamiento mercantil- parece ser el sujeto excluyente de la furia popular. Algo muy similar a la insurrección argentina de diciembre de 2001 cuya consigna generalizada fue entonces “que se vayan todos”. Tanto en aquella Argentina como en el Chile actual, la preocupación prioritaria estaba centrada en la esfera económica y social, mucho más aún que en la política.
Pero en ausencia de representaciones y liderazgos para la masa movilizada, el pasaje hacia formas de reflexión y prácticas de autoorganización y autogestión, comienzan a emerger. Particularmente en Chile, a través de la demanda de una nueva constitución que sustituya a la de la dictadura pinochetista -muy parcialmente emparchada- del ´83.
No considero incompatibles o contradictorias estas dos dimensiones. Por el contrario, las concepciones reduccionistas que sitúan a las esferas política, jurídica o cultural como mero reflejo de la base económica, no sólo empobrecen la mirada social sino que además aherrojan los cambios potenciales en la jaula de la representación profesionalizada, dejando a los afectados a merced de las decisiones tomadas a sus espaldas
.
No
es casual que en esta ocasión se haya vuelto a recurrir al golpe de las
cacerolas como en las protestas que se iniciaron en mayo del ´83 contra la
dictadura y se acompañaron casi mensualmente de algunas marchas incipientes
que, como ahora, fueron reprimidas con saldo de decenas de muertos, heridos y
detenidos. Si bien el cacerolazo no es la expresión más visualmente vigorosa de
la palabra cívica contenida y asordinada, resulta un umbral importante de
superación de la atomización ciudadana, de las formas crecientes vida solitaria
en multitud, como para comenzar a superarse en el mutuo reconocimiento y ánimo
de empoderamiento. Un modo que en Argentina y Chile permitieron y -permiten hoy
al oeste de Los Andes- encontrar un primer rumbo y derrotero, desde los
umbrales a las aceras, desde las calles a las plazas y desde las esquinas hacia
las avenidas. Que cerca de 2 millones de ciudadanos de las más diversas franjas
etarias e intereses personales hayan ocupado las plazas de las principales
ciudades de un país de apenas 18 millones de habitantes es un acontecimiento de
relevancia histórica y sociológica inigualable. Como mínimo conlleva la
superación del miedo ante la represión y la inseguridad de las condiciones de
subsistencia que constituyen los principales dispositivos psíquicos de la
aquiescencia y pasividad ciudadana.
Reiteraré que no concibo contradicción alguna entre los esfuerzos expositivos de acentuación de las grandes conquistas que el pueblo uruguayo (el único sudamericano que este año tiene aún por definir su futuro formalmente político) con la exposición del horroroso tendal de víctimas que dejan las topadoras de la derecha, tras su paso por el poder político.
No hay motivo de renuncia a la denuncia.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=262310
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