El marxismo ecológico
ante la crisis ecosocial
2 de septiembre de 2019
Por Jaime Vindel
El elemento común a las
aportaciones más ambiciosas de la teoría ecosocialista reciente es su deseo de
deshacerse del complejo de culpa que habría atravesado a generaciones
anteriores de esa tradición de pensamiento crítico. En la interpretación
propuesta por autores como John Bellamy Foster o Paul Burkett (2017), el surgimiento del ecosocialismo
habría consistido en una rectificación de las inercias productivistas que
atravesaban la obra de Marx.
Las primeras formulaciones del ecosocialismo
intentaron generar una síntesis virtuosa entre la crítica de la economía
política y la ecología política. Pero el hecho de que se tratara de una
síntesis evidenciaba de partida la relación de relativa ajenidad entre el
marxismo y la ecología.
El materialismo histórico debía pasar por un colador verde
que retuviera sus grumos productivistas, así como su pretensión de dominar las
relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Por el contrario, Foster y Burkett,
así como el académico japonés Kohei Saito, cuyos trabajos han sido difundidos
en el espacio editorial de la
Monthly Review , apuestan por situar la ecología en el corazón de la crítica marxiana. Esto supone, sin duda, realizar
un recorte parcial de la obra de Marx 1/. Pero, como señala César Rendueles,
toda reconstrucción de su legado tiende a constituirse como una antología.
La reivindicación de un Marx
ecologista no es una novedad histórica absoluta. De hecho, la tesis de la
fractura metabólica (metabolic rift), popularizada por Foster (2000), ya había
sido avanzada en nuestro contexto por Manuel Sacristán. En una serie de
conferencias, el filósofo español destacó que el capítulo XIII del libro I de El Capital
establecía un paralelismo entre las presiones padecidas por la fuerza de
trabajo y la tierra como consecuencia del despliegue histórico de la ley del
valor (Sacristán,
2005: 136 y ss.).
La conversión formal del trabajo
y la tierra en mercancías (una ficción jurídica que pasaba por alto que
inicialmente no son producidas para ser objeto de intercambio –Polanyi, 2017–) tenía como efecto la tendencia
decreciente de la fertilidad de los suelos y los síntomas de la fatiga en el
cuerpo de los trabajadores. Interesado por
la ecología humana, Sacristán sugería con agudeza la necesidad de reorientar en
un sentido ecologista las luchas obreras. Marx habría deslizado la posibilidad de enlazar las
reclamaciones por la reducción de la jornada laboral, descritas en el volumen I
de El Capital, con la sostenibilidad de las actividades agroindustriales.
Los
ciclos de reproducción de la fuerza de trabajo y de la fertilidad de la tierra
solo podían ser regulados de modo racional por la libre asociación de los
productores.
Foster profundiza y sistematiza
en su trabajo estas inquietudes intelectuales, cuya traducción política en el
contexto de la crisis ecosocial aún se encuentra en un estadio tentativo. En concreto, el marxista
norteamericano ha dotado de contenido a dos conceptos que acreditan el perfil
naturalista de la obra del último Marx: metabolismo social y fractura
metabólica.
·
El «metabolismo
social» describe la dinámica de las transformaciones energéticas que atraviesan
la producción social de riqueza, destacando su dependencia en última instancia
respecto a la naturaleza.
·
La
fractura metabólica, por su parte, alude a cómo las relaciones de producción
capitalistas abren un abismo entre dicha producción social (desde la actividad
agrícola a la industrial, pasando por los circuitos de distribución y consumo
de mercancías) y su sostenibilidad en términos ecosistémicos.
Ante los diagnósticos de la
crisis ecosocial, Foster recurre a figuras de las ciencias sociales y naturales
que habrían actualizado esta pulsión ecológica marxiana. Esos referentes
abarcan desde la sensibilidad naturalista de exponentes de la historia social y
el materialismo cultural, como E. P. Thompson o Raymond Williams, a las
aportaciones de la biología dialéctica de Richard Levins y Richard Lewontin o
el neodarwinismo de Stephen Jay Gould. La obra de estos dos autores permite a
Foster imaginar una adaptación activa del metabolismo socioambiental a los
retos de la crisis ecológica. En ella, el trabajo y la política de clase juegan
un papel mediador decisivo. Foster desea distanciarse tanto de las soluciones
de corte tecnofílico como de la pesadumbre de los diagnósticos más
catastrofistas o proclives al determinismo energético en la evaluación del
desarrollo y las consecuencias del colapso civilizacional.
En la obra de Marx el recurso a
conceptos procedentes de las ciencias naturales evidencia que la formación
intelectual de los fundadores del materialismo histórico se nutrió de un número
mayor de fuentes de las identificadas tradicionalmente. A la filosofía
idealista alemana (en particular, los escritos de Hegel), el socialismo utópico
francés (que, lejos de ser superado por el socialismo científico, dejó su
huella en la imaginación política de Marx y Engels) y la economía política
británica (de la que Marx
retomaría la teoría del valor-trabajo, con el objeto de teorizarla como una
crítica de la explotación) habría que sumar tanto la influencia del
materialismo clásico como del materialismo científico del siglo XIX.
La concepción energética del
cosmos estaba ya anunciada en el atomismo de Demócrito y Epicuro, que ocuparon
a Marx (2012) durante su investigación doctoral. En relación al materialismo
científico, aunque el filósofo de Tréveris rechazaba la fisicalización de las
relaciones sociales practicada por personajes como Ludwig Büchner 2/, algunos
de los conceptos fundamentales de su crítica de la economía política fueron
rescatados de las ciencias naturales. Así, la noción de fuerza de trabajo
(Arbeitskraft) había sido acuñada y difundida por Hermann von Helmholtz en su
conferencia “Über Die Erhaltung der Kraft” (Sobre la conservación de la
energía, 1847), centrada en la primera ley de la termodinámica, relativa a la
conversión de la energía.
Esta conferencia sentaría las
bases para la extensión de una cosmovisión utópica de las sociedades modernas
basada en las síntesis entre las máquinas y el trabajo humano. Marx se haría
eco del concepto por primera vez en los Grundrisse, redactados diez años
después de la charla de Helmholtz. Por su parte, la composición orgánica del
capital, esto es, la relación entre la inversión en capital fijo (medios de
producción) y en capital variable (fuerza de trabajo) en una determinada fase o
en un contexto específico de la producción capitalista, remitía a los estudios
en química agrícola de Justus von Liebig 3/, otro de los científicos más
importantes de la época.
Por lo demás, Marx y Engels eran conscientes,
gracias a su conocimiento de las investigaciones en geografía física de Karl
Nikolas Fraas (pioneras en la atribución de un origen antropocénico al cambio
climático), de que la brecha en el metabolismo socioambiental era anterior a la
extensión del modo de producción capitalista. Habían detectado signos del
vínculo entre civilización e hybris (desmesura) que caracterizaría la historia
humana desde, al menos, el período neolítico. La invención de la agricultura y
la aparición de las sociedades excedentarias implementaron una reorganización
de la división social del trabajo y de los usos del suelo que infligían un daño
ecosistémico estructural. Sin embargo, eso no les hacía perder de vista la
novedad radical que el capitalismo entrañaba en relación con esa dinámica
histórica.
En
contraposición a la celebración del desarrollo de las fuerzas productivas
derivado de la alianza entre el capitalismo y la burguesía, que había tamizado
las páginas del Manifiesto comunista (1848), el Marx de El Capital (1867) y el
Engels de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876)
entreveían la cara B
de ese proceso histórico, el modo en que amenazaba los equilibrios
socioambientales.
El
hecho de que Marx y Engels no extrajeran las consecuencias últimas de esos
hallazgos científicos pudo deberse, entre otros motivos, a la prudencia
política que manifestaron ante la posibilidad de que esos estudios pudieran
alimentar las hipótesis malthusianas sobre el colapso civilizacional (Vindel,
2018). Este aspecto ha retornado en los debates actuales sobre la crisis de
civilización. Una parte del ecologismo contemporáneo insiste en subrayar que el
crecimiento de la población mundial es incompatible con la sostenibilidad
medioambiental. Esta afirmación es verdadera. Lo que es más
discutible son las inferencias políticas que se hacen a partir de ella. Así,
por ejemplo, se ha extendido una comprensión del Antropoceno 4/ según la cual
no cabría distinguir entre víctimas y verdugos de la crisis climática. Todos
seríamos (ir)responsables de las inercias de la petromodernidad en la medida en
que nos habríamos beneficiado de ella gracias a los aumentos generalizados de
los niveles de consumo y bienestar. Esto ha llevado a que filósofos vinculados
al pensamiento poscolonial, como Dipesh Chakrabarty (2009), aboguen por
recomponer la subjetividad histórica al margen de los antagonismos clásicos. La
humanidad en su conjunto (y no una fracción de ella) estaría llamada a
protagonizar una empresa humilde y común de reparación de los daños
medioambientales que ha ocasionado. Tampoco parece casual que Paul Crutzen, el
científico que acuñó el concepto de Antropoceno en el umbral del nuevo siglo,
sea uno de los partidarios de encontrar soluciones de tipo geoingenieril al
calentamiento global, que tienden a dejar intacta la dimensión social de la
crisis ecológica.
Esto explica que la crítica
ecosocialista se haya mostrado mucho más proclive a emplear el concepto de
Capitaloceno. Por varios motivos. En primer lugar, porque sin necesidad de
negar la hybris de cualquier civilización, con frecuencia el concepto de
Antropoceno queda asociado a un telos histórico inevitable. Los ambientes
conservadores alimentan una interpretación resignada de la crisis ecosocial,
según la cual la historia humana habría estado condicionada desde el principio
por el despliegue de una esencia maldita. El hallazgo de la fuerza energética
de los combustibles fósiles solo habría multiplicado hasta el espasmo la
tendencia antropológica a la extralimitación biofísica del metabolismo
socioambiental. Esto pasa por alto la singularidad del modo de producción
capitalista. En un gesto sin precedentes, la humanidad traspasó su destino a la
reproducción autónoma y ampliada de la esfera económica. Tal y como ha señalado
la crítica del valor desde Robert Kurz (2016) hasta Anselm Jappe (2016), lo que
mueve el capitalismo no es la voluntad humana, sino el sujeto automático (el
capital) descrito por Marx en torno a la crítica del fetichismo de la mercancía
y la consecuente abstracción de las relaciones sociales. Hablar de Antropoceno es
una forma, como otra cualquiera, de negar la historicidad concreta de ese
delirio cósmico de la especie.
Pero
aún hay más. Las investigaciones recientes de Andreas Malm (2016) han tratado
de demostrar no solo que el business as usual de la historia del capitalismo
fósil ha repartido de manera crecientemente desigual sus beneficios, sino que,
en origen, las formas de vida subalternas se resistieron a asumir ese
dispositivo de poder. Malm, cuyos trabajos se sitúan en el ámbito de la
historia ecológica, destaca la ambivalencia que el concepto de poder (power)
posee en inglés. Este remite tanto a la fuerza que permite activar los procesos
de transformación energética como a la dominación política. Como es sabido, la
historia de la Revolución industrial se encuentra ligada a la máquina de vapor.
En realidad, sus fundamentos tecnocientíficos eran conocidos desde épocas
anteriores 5/. Solo la desposesión de las comunidades de vida
tradicionales, derivada de los cercamientos de los terrenos comunales y de la
concentración urbana de crecientes masas de trabajadores fabriles, hizo posible
el encuentro entre la nueva división social del trabajo y la aplicación de la
energía fósil a la industria textil. Ambos factores habrían actuado como
condiciones de partida para establecer los ritmos de crecimiento exponencial
requeridos por la economía capitalista.
Malm
recuerda que los sujetos antagonistas que darían lugar a la conformación del
primer movimiento obrero (la historia de luditas, partidarios del Capitán Swing
y de las huelgas mineras de 1842 6/) se resistieron a ser absorbidos por el
dispositivo fosilista de producción de valor. Para Malm, somos herederos de esa
derrota histórica. El cambio climático sería su consecuencia fatal; o por
decirlo de manera jocosa con McKenzie Wark (2015), la constatación de la
victoria del Frente de Liberación del Carbono (Carbon Liberation Front), el
único grupúsculo radical que ha obtenido un éxito sin paliativos en la historia
de la modernidad.
Si Kohei Saito (2018), implicado en el proyecto de reedición
de los MEGA, ha sugerido la posibilidad de interpretar la obra tardía de Marx
como un intento inconcluso de crítica ecológica de la economía política, la
apuesta de Malm podría describirse como una crítica climática del capitalismo
fósil.
En cualquier caso, en estas
aportaciones quedan pendientes dos aspectos ineludibles para la ecología
política contemporánea. Por una parte, la cuestión del sujeto.
Por otra, la cuestión de los tiempos. En relación a la primera de ellas, es
necesario articular una posición crítica tanto con el realismo cortoplacista de
quienes ven en el cosmopolitismo verde del Green New Deal una superación
ecológica del internacionalismo proletario 7/, como con soluciones de corte
mesiánico que, al modo de Sacristán o Malm, convocan una reacción milagrosa a
la escalada de la crisis ecosocial que no se detiene a valorar
cómo puede ser propiciada de acuerdo a la composición sociológica y subjetiva
específica de las sociedades contemporáneas. Esto es lo Wark describe
como “el reto de construir la perspectiva del trabajo sobre las tareas
históricas de nuestra época”. Al fin y al cabo, es la política de clase la que
puede atacar la producción socioambiental de la plusvalía, basada en la
subsunción del trabajo vivo 8/.
En
relación con la discusión sobre los tiempos, recientemente se ha
suscitado un debate dentro del marxismo ecológico entre los partidarios del
ecosocialismo y quienes se sitúan en la órbita del marxismo colapsista 9/. Los
segundos acusan a los primeros de no incorporar en sus valoraciones la crudeza
de los informes científicos más recientes respecto a la evolución de la
multiplicidad de factores que configuran la crisis ecológica: cambio climático,
descalabro de la biodiversidad, alteración en los usos de los suelos,
acidificación de los océanos, ciclos del nitrógeno y el fósforo, reservas de
agua dulce, declive energético, etc. El marxismo ecosocialista estaría
alimentando las promesas de un socialismo verde que sigue anclado en el
paradigma de la sostenibilidad, y que no acepta que el único horizonte posible
es el de aminorar los daños de un colapso ecosocial ya irreversible y hasta
inminente. Bajo esta óptica, el ecosocialismo sería una destilación marxista de
las falsas esperanzas que, en clave reformista, presentan programas como el
greenwashing del capitalismo verde o las políticas neokeynesianas del Green New
Deal.
La
posición colapsista presenta un punto fuerte y una serie de ángulos ciegos. El
punto fuerte reside en la necesidad de desactivar la psicopatología cotidiana
en torno a la crisis sistémica, que oscila entre el optimismo y el pesimismo
con que se encajan los diagnósticos ecológicos. Poner el acento en esa
disposición subjetiva es similar a suponer que elegir una corbata de tonos
alegres en un día de lluvia tendrá alguna incidencia sobre las precipitaciones.
Lo que requerimos es más bien una síntesis política de realismo e imaginación,
de prudencia y determinación, de humildad y camaradería. Organizar el
pesimismo, que diría Walter Benjamin.
Los
ángulos ciegos se relacionan con, al menos, tres elementos. El primero de ellos
es el relativo a las fechas. Como ha señalado Emilio Santiago Muíño, la
insistencia en fijar plazos concretos para el desencadenamiento de fenómenos
como la abrupta contracción energética derivada del pico de los combustibles
fósiles, se ha demostrado como una estrategia comunicativa errada, en la medida
en que expone al activismo ecologista a ser socialmente desacreditado cuando no
se cumplen sus proyecciones 10/. El segundo aspecto se relaciona íntimamente
con el anterior.
Aunque el sustrato natural
de los procesos económicos presenta un límite absoluto que no puede ser
obviado, resulta aventurado presuponer que la mediación social, cultural y
(geo)política de la dinámica extractivista no puede alterar los márgenes que
manejamos respecto a la evolución de la crisis ecológica. Pese a que el recurso
al fracking de la
administración Trump tiene un recorrido probablemente corto,
su repercusión sobre el precio del petróleo a nivel global muestra que la
temporalidad del colapso civilizacional está expuesta a cambios de ritmo que
pueden acelerar o demorar sus efectos.
Finalmente,
las tesis colapsistas tienen algo de hipótesis autocumplidas, presentando
resonancias de la imaginación escatológica marxiana. Me refiero al modo en que
alimentan la presunción de una crisis total que abrirá un tiempo político
radicalmente nuevo. Los deseos de hacer tabula rasa generan la ilusión según la
cual el colapso permitirá reconstruir desde cero los cimientos de la
civilización.
Lamentablemente,
se trata de una visión muy poco materialista. En primer lugar, porque el
colapso no será un acontecimiento fulgurante, sino una densa marea histórica
cuyo influjo se extenderá gradualmente. Algo similar podría decirse sobre la
temporalidad de las transformaciones infraestructurales y culturales requeridas
por la transición ecológica. En segundo lugar, porque la historia nos enseña
que, incluso (o especialmente) tras las insurrecciones más tumultuosas y las
revoluciones triunfantes, el verdadero trabajo político consiste en reconstruir
las sociedades desde las ruinas del pasado y aceptando que los conflictos
sociopolíticos (y, cabría añadir, socioecológicos) nunca adoptan una resolución
definitiva. Antes, durante y después del colapso ecosocial, la política
emancipadora más audaz deberá ser consciente de su carácter tentativo y
provisional.
Jaime Vindel es profesor de
Teoría del Arte en la Universidad Complutense de Madrid
Notas
1/
Una interpretación más mesurada del legado ecológico marxiano es la
proporcionada por ecosocialistas como Michael Löwy o Daniel Tanuro
(“Colapsología: todas las derivas ideológicas son posibles”, viento sur,
02/07/2019,www.vientosur.info/spip.php?article14953 ).
2/
Büchner establecía un correlato lógico entre la energía como fuerza que
atravesaba el conjunto del universo y la república como forma democrática de
gobierno, o presuponía que el cambio en la dieta de una persona podía variar
sus ideas políticas.
3/
Sobre la relación entre materialismo histórico y materialismo científico:
Rabinbach (1990) y Wendling (2009).
4/
El concepto de Antropoceno alude al período geológico que, al menos desde la Segunda Guerra Mundial ,
con la denominada
Gran Aceleración , habría reemplazado al Holoceno. El
Antropoceno se caracteriza por el modo en que la acción humana ha adquirido el
rango de una fuerza biogeoquímica de superficie, que altera la biosfera con
consecuencias desastrosas para la sostenibilidad ecosistémica y amenazando la
propia supervivencia de la especie.
5/
Así lo recordaba, por ejemplo, Kropotkin en su relectura cooperativista de la
biología evolutiva de Darwin en El apoyo mutuo. Un factor de evolución,
Logroño, Pepitas de Calabaza, 2016, p. 349.
6/
Conocida como Plug Plot Riots, la sucesión de huelgas, incentivada por el
cartismo, se inició en Staffordshire para extenderse posteriormente a
Lancashire, Yorkshire y las minas de carbón galesas.
7/
Esta es la posición defendida por Santiago Muíño y Tejero (2019). Con todo, el
manifiesto no es ingenuo respecto a las contradicciones y los límites que esa
construcción subjetiva puede implicar en un contexto de acentuación de la
crisis ecológica. Ambos autores proponen soluciones que no se adecuan a los
imaginarios clasemedianistas de la transición ecológica, como la apuesta por un
sindicalismo verde que conciba en términos ecológicos la reducción de la
jornada laboral. Paradójicamente, el libro podría ser leído como una corrección
materialista del programa del populismo de izquierdas.
8/
Debo este apunte, así como otros comentarios de utilidad, a Juanjo Álvarez.
9/
El debate ha tenido eco en el portal de la revista Sin permiso:http://www.sinpermiso.info/textos/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-i-y-ii
10/
Emilio Santiago Muíño, “Futuro pospuesto: notas sobre el problema de los plazos
en la divulgación del Peak Oil”, en: https://www.15-15-15.org/webzine/2019/03/02/futuro-pospuesto-notas-sobre-el-problema-de-los-plazos-en-la-divulgacion-del-peak-oil/
Referencias
Chakrabarty, Dipesh (2009) “The Climate for History: Four
Theses”, Critical Inquiry, 35, 2, pp. 197-222.
Foster,
John Bellamy (2004) La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza. Barcelona:
El Viejo Topo.
Foster, John Bellamy y Burkett, Paul (2017) Marx and the
Earth. An anti-critique. Chicago :
Haymarket Books.
Jappe,
Anselm (2016) Las aventuras de la mercancía. Logroño : Pepitas de Calabaza.
Kurz,
Robert (2016) El colapso de la modernización. Buenos
Aires : Marat.
Malm, Andreas (2016) Fossil capital. The Rise of Steam
Power and the Roots of Global Warming. Londres: Verso.
Marx,
Karl (2012) Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro.
Madrid: Biblioteca Nueva.
Polanyi,
Karl (2017) La gran transformación. México: Fondo de Cultura Económica.
Rabinbach, Anson (1990) The Human Motor. Energy, fatigue
and the origins of modernity. Berkeley/ Los Angeles: University of
California Press.
Sacristán,
Manuel (2005) Seis conferencias. Sobre la tradición marxista y los nuevos
problemas. Barcelona: El Viejo Topo, 2005.
Saito,
Kohei (2018) Karl Marx´s ecosocialism. Capital, nature and the unfinished critique of political
economy. Nueva Delhi: Dev Publishers.
Santiago,
Emilio y Tejero, Héctor (2019) ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por
el Green New Deal. Madrid: Capitán Swing.
Vindel,
Jaime (2019) “Entropía, capital y malestar: una historia cultural”, en VV. AA.,
Comunismos por venir, Barcelona, Icaria, pp. 157-188.
McKenzie Wark, (2015) Molecular Red. Theory for the
Anthropocene, Londres, Verso.
Wendling, Amy (2009) Karl Marx on technology and
alienation. Hampshire: Palgrave MacMillan.
https://vientosur.info/spip.php?article15059
Red Latina sin fronteras
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