Comedores comunitarios
18 de abril de 2019
Por Estanislao Cantos
Viento Sur
Según los datos del Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se pierde un tercio del total de la comida producida para el consumo humano. Algo completamente escandaloso teniendo en cuenta que de los 7.300 millones de personas que habitan el planeta, casi 1.000 millones pasan hambre. Estas cifras son aún más terribles si las analizamos territorialmente, ya sea comparando países ricos y países pobres a nivel mundial, o barrios ricos y barrios pobres en cada una de las ciudades. No hay rostro más claro de la desigualdad que el acceso a los alimentos.
En el sistema mundo capitalista del que habla Wallerstein no tenemos un problema de generación de riqueza. Se generan más productos de los que como sociedad podemos consumir, lo cual genera cíclicamente crisis de sobreproducción que hacen tambalear los cimientos sobre los que se asienta el propio sistema. De hecho, el problema que tenemos no es que se genere poca riqueza, el problema es que se produce mucho más de lo que nuestro planeta puede asumir. Concretamente 1,5 veces según el estudio de huella ecológica de WWF [1] . Y más temprano que tarde los límites físicos van a poner freno a la acumulación capitalista bajo su forma de crecimiento exponencial, ya sea como consecuencia del cambio climático o como consecuencia del agotamiento de recursos naturales, entre ellos el petróleo que parece haber superado el Peak Oil [2] . El decrecimiento es inevitable, la cuestión es si tomará forma de terremoto fascista o de demolición controlada ecosocialista.
Cualquier alternativa de sociedad que pretenda un cambio perdurable en el tiempo debe afrontar este gran reto. Ello implica algo más complejo que alterar las posiciones que cada clase social ocupa en la lógica de acumulación capitalista, en relación con la propiedad de los recursos y los medios de producción. Se trata de pasar de una economía basada en la satisfacción de las necesidades del mercado a una economía de la satisfacción de las necesidades humanas, ya sean materiales o inmateriales. Se trata de pasar de una economía basada en la obsesión por la generación de (sub)empleo, a una economía basada en el reparto de las tareas y la optimización de los procesos y los recursos. El cambio de modelo productivo no se basa en producir más, se basa en recuperar la soberanía para poder decidir lo que se produce, como se produce y cuanto se produce.
En el ámbito de la economía de mercado, podemos observar una doble paradoja entre las lógicas que rigen en el sistema mundo y las lógicas que imperan dentro de cada empresa. La primera paradoja, que mientras en el mercado mundial rige una lógica con vida propia regulada por las leyes del mercado, en la empresa impera la planificación absoluta en base a las previsiones de demanda. La segunda paradoja, que mientras en el mercado mundial rige la lógica del despilfarro de recursos y la sobreproducción, en la empresa privada impera el control sobre el consumo de recursos para reducir los costes. Precisamente, de esta doble paradoja podemos encontrar, al menos, otros dos elementos clave para la transformación económica: ¿Por qué no aplicar la planificación y la optimización de los recursos también la economía a nivel macro?
En el ámbito industrial, los procesos tratan de optimizarse al máximo para consumir el mínimo posible de recursos y horas de trabajo. Esta racionalización podemos encontrarla en una de las raíces del Fordismo, el Taylorismo, y llevada a un nivel superior de refinamiento a través de una de las metodologías más extendidas en la industria moderna: el Lean Manufacturing. Este modelo de producción tiene uno de sus pilares en la eliminación de los desperdicios. En particular, se busca minimizar 8 desperdicios: Sobreproducción, Retrabajo, Transporte, Defectos, Inventario, Espera, Movimiento e Ideas no utilizadas.
Conviene detenerse a analizar cada uno de los desperdicios del Lean tanto a nivel micro en cada una de las actividades que desempeñamos, como en el conjunto de actividades que se desarrollan en
En lo que se refiere al transporte, dejando su desarrollo para otra ocasión, simplemente queremos destacar dos ejemplos de desperdicios notables. El primero de los desperdicios tiene que ver con el uso privado del coche, y va más allá de que en la mayoría de los trayectos se transporte a una única persona. Por un momento, tratemos de abstraernos de la cultura consumista heredada del fordismo y exacerbada por el neoliberalismo, y replanteémonos si verdaderamente es necesario que cada persona tenga un automóvil. ¿Tiene sentido el tamaño actual del parqué de vehículos en cualquiera de nuestras ciudades cuando la mayor parte de ellos, y la mayor parte del tiempo, permanecen estacionados, ocupando además una gran cantidad de espacio? ¿No tendría más sentido un modelo de car-sharing pero bajo gestión pública como en los sistemas de bicicletas de alquiler tipo Sevici? ¿No sería incluso más razonable el uso del taxi en todos los desplazamientos? ¿Cuánta energía, cuántos materiales, cuántas horas de trabajo, cuanto espacio ahorraríamos? El segundo de los desperdicios tiene que ver con la gestión del transporte público. En particular, el modelo imperante de la red de autobuses urbanos. Dicho modelo, a diferencia de lo que sucede con la red de metro, se caracteriza por primar el transporte directo sobre el transbordo. Ello tiene dos implicaciones: la primera es que cuando no hay ninguna línea directa a tu destino, los tiempos del trayecto se disparan. La segunda implicación es que podemos encontrar tramos en los que concurran varias líneas, cada una de ellas con pocos (o muy pocos) ocupantes, lo cual supone un desperdicio enorme de recursos. ¿No bastaría con aplicar el modelo del metro al de los autobuses para optimizar el transporte público y facilitar así su uso como medio hegemónico? Nótese que la columna vertebral del modelo actual de transporte es la cultura consumista, la cual es necesaria para mantener a la industria del automóvil y, por tanto, todos los empleos que ésta genera…
Centrándonos en el sector de la alimentación, podemos encontrar otra fuente muy importante de desperdicios y con consecuencias desastrosas sobre la población mundial. A grandes rasgos, el modelo alimentario está controlado por tres compañías multinacionales que representan la venta del 70% de los agroquímicos y más del 60% de las semillas [3] , así como por las cadenas de supermercados y mayoristas que imponen las condiciones a los pequeños y medianos productores. Otra de las características es la gran cantidad de kilómetros que recorren muchos de los alimentos desde su producción, transformación y consumo final. Además, el modelo de comida rápida y prefabricada está provocando graves problemas de salud en la población, especialmente entre la población con menos recursos, debido a que los alimentos más baratos son los más procesados.
En un reciente artículo, se proponía la implementación de comercializadoras públicas bajo gestión comunitaria como herramienta para tratar de revertir la dependencia respecto de las grandes multinacionales de sectores como el de la alimentación [4] , fomentando la producción local y democrática en condiciones dignas. Pues bien, en esta ocasión queríamos poner el foco en el último eslabón de la cadena alimentaria, el consumo diario de comida.
Siguiendo la búsqueda de optimización de los procesos introducida en el sector del transporte, podemos apreciar como en nuestra alimentación diaria también hay margen para la eliminación de desperdicios. Analizando el modelo de consumo individual de alimentos, en términos de desperdicios del Lean, encontramos Sobreproducción de comidas que acaban en la basura, Transporte de alimentos del supermercado a cada casa, Inventarios en forma de despensas, electrodomésticos y menaje de cocina, o sencillamente, desechos en forma de envases y derroche de energía en forma de electricidad o de gas. Al igual que en el transporte, una forma de optimizar el proceso es, frente al consumo individual, el consumo colectivo.
El acto de comer, más allá de ser un hecho biológico, es un hecho social, y como tal, en él cristalizan el modelo político, económico y cultural hegemónico. Históricamente, la comida ha sido el lugar de encuentro de la comunidad, ya sea en el descanso de las tareas productivas o como un elemento esencial de las fiestas populares. El “puñaito de más” o el “donde comen dos comen tres” son muestras de solidaridad y resistencias propias de lo comunitario que aún perviven en nuestro acervo cultural. Por el contrario, el modelo de ingesta individualizada responde a un contexto general de individualización, de ruptura de los lazos comunitarios, asociado a la necesidad de expandir el consumo en la era neoliberal. Es curioso como en la era fordista (y aún podemos ver reminiscencias) uno de los servicios incluidos en el salario era el comedor. Por el contrario, la cultura dominante hoy en día es la del tupperware. Por ello, colectivizar el consumo de alimentos es también una forma de transcender al modelo de sociedad imperante.
La propuesta que traemos para colectivizar el consumo de alimentos es la creación de Comedores Comunitarios. En realidad, no se trataría de innovar demasiado, sino de recuperar esa memoria colectiva aún presente en nuestro acervo cultural, al tiempo que generalizar experiencias como como
Esta alternativa, además de suponer una forma de optimizar recursos, pudiera ser también una herramienta muy potente para el cambio de modelo productivo. Una ventaja de este modelo es, en el caso de ser generalizada, que recupera la soberanía sobre el consumo de los alimentos por parte de
Otro aspecto interesante es que la alimentación diaria pasaría de ser una tarea invisibilizada dentro del ámbito de las tareas reproductivas, y por tanto una responsabilidad de las mujeres bajo el sistema patriarcal, a ser un derecho garantizado por la sociedad bajo
Un debate interesante es si estos comedores deberían ser gratuitos o por el contrario deberían tener un precio como en los comedores de
Además de las ventajas comentadas, es necesario resaltar que este modelo podría suponer un avance importante desde una perspectiva de la salud, permitiendo incidir de forma directa en la dieta de miles de personas. Así mismo, desde una perspectiva ecológica, la reducción del consumo de energía y de envases, la optimización de la gestión de los residuos orgánicos y su reutilización siguiendo la filosofía de la economía circular, o las posibilidades para fomentar la producción agroecológica no son para nada desdeñables.
En los tiempos oscuros que acechan, con una nueva crisis económica a la vuelta de la esquina, sin que se hayan recuperado las condiciones previas a la crisis del 2008, con la crisis climática comenzando a dar la cara, la cuestión alimentaria, en tanto que elemento de primerísima necesidad, va a jugar un papel fundamental. Cuando millones de personas se sumen a las bolsas de desempleo, cuando los niveles de pobreza superen los ya de por sí extendidos, ¿Vamos a dejarle el espacio de nuevo a las hermandades de beneficencia
Un aspecto favorable para su implementación es que no requiere un
gran apoyo desde gobiernos centrales o autonómicos, ya que su escala es
municipal. Por tanto, desde la autonomía a las instituciones hay margen y
capacidad para impulsar más experiencias, pero si queremos que se convierta en
una experiencia mayoritaria, es fundamental aprovechar las brechas que se han
abierto en el municipalismo del cambio. Tengamos perspectiva estratégica,
pongamos en marcha programas transformadores que den soluciones a los problemas
de primer orden. No desaprovechemos las oportunidades que nos brinda la
historia.
Notas:
[1] Informe Planeta Vivo 2016, WWF
Estanislao Cantos es ingeniero aeronáutico.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=254947
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