Una
carta perdida en la tormenta
14 de abril de 2019
Por Raúl Prada Alcoreza
El
oficialismo ha rifado la oportunidad histórica política de la transformación
estructural e institucional; la “oposición” retorna a la conducta cipaya de los
gobernantes liberales y neoliberales, además de las dictaduras militares, que
entregaron el país por un plato de lentejas. Ambas versiones de la política criolla
forman parte del círculo vicioso del poder de una manera singular, propia de la
historia política dramática del país. Como hemos dicho antes, son versiones
complementarias del mismo vicio compulsivo por el poder, el objeto oscuro de
sus deseos; son versiones distintas, pero complementarias, del modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente. Es más, son también dos versiones de
la sumisión; no tienen dignidad.
El “gobierno progresista” ha
entregado los recursos naturales a la vorágine del extractivismo trasnacional;
los liberales persiguieron el “progreso” con la explotación minera; lo hacían
restringiendo la economía del país a una economía primario-exportadora. Los
neoliberales privatizaron los recursos naturales y las empresas del Estado a precios
de gallina muerta. Como se puede ver ninguna de estas versiones políticas de la
historia dramática del país cree en las posibilidades y potencialidades del
país. No tienen vocación de patria, como se dice.
Recientemente
la “oposición”, o parte de ella, ha mandado una carta al presidente
norteamericano Donanld Trump, pidiendo prácticamente la intervención. Con
este acto la “oposición” hace evidente su conducta cipaya. Creen que oponerse a
la dictadura del Caudillo puede hacerse a cualquier precio y, de cualquier
forma. Están muy lejos de entender lo que ha significado la construcción del
Estado-nación, sobre todo las luchas de liberación por las que ha tenido que
pasar, tomando en cuenta no solo las luchas por la independencia, sino también
las luchas por la recuperación de la soberanía nacional, a través de procesos
de nacionalizaciones.
Las
nacionalizaciones tuvieron en la revolución de 1952 un efecto estatal,
materializaron institucionalmente el Estado-nación. Al mandar esa carta
desatinada, lo que han hecho equivale a una traición a la patria, ni duda cabe.
Así como la derrota del “gobierno progresista” en la Haya es también una
traición a la
patria. Oficialismo y “oposición” parecen competir quien lo
hace mejor con esta triste tradición de la casta política; conducta que se
corrobora en la dramática historia de las guerras que le tocó sufrir al pueblo
boliviano. No es momento de pormenorizar señalando el comportamiento sinuoso de
la casta política en los acontecimientos bélicos; nos remitimos a lo escrito en
otros ensayos 1. Lo que importa es descifrar esta conducta a la luz de la
crisis múltiple del Estado nación en la coyuntura.
A modo de
interpretación, lo primero que se puede decir es que la casta política parece
concebirse como destinada a representar y a gobernar a un pueblo que todavía
requiere que se lo lleve de la mano a tocar el hielo. Esta
actitud paternalista es perdurable en la genealogía de la casta política. Que
lo hagan por distintos procedimientos y discursos es lo que distingue a los
estratos de la casta política; empero, lo que hacen todos los estratos
políticos es mantener en la condición dependiente al pueblo, considerándolo
prácticamente un niño al que hay que orientarlo.
Lo segundo que
podemos anotar es que la casta política asume como si fuese natural la
dependencia del país; en consecuencia, que la subordinación a la geopolítica
del sistema-mundo moderno está dada. Es bajo estas condiciones, de
dependencia y subordinación, que hay que moverse en los márgenes de maniobra
permitidos por el orden mundial. Unos, los liberales y los neoliberales llaman
a estos supuestos del que parten “realismo”; otros, los nacionalistas, los
populistas y neopopulistas llaman a estos supuestos de partida revolución
nacional, construcción de la nación, más tarde “descolonización” y “revolución
democrática cultural”. El problema no radica en que se otorguen distintos
nombres a las supuestas condiciones históricas de las que se parte, sino que se
actúe en consecuencia; es decir, que reproduzcan estas condiciones de
dependencia y subordinación por los caminos tibios de políticas económicas
extractivistas, ya sea por la vía de la reforma estructural neoliberal o ya sea
por la vía de las reformas populistas.
Una tercera
anotación interpretativa tiene que ver con lo que podemos llamar amnesia
política, que también implica una amnesia histórica. En otras palabras, la
casta política no tiene memoria. Por ejemplo, la “oposición” olvida que
la causa de las movilizaciones sociales, durante el quinquenio 2000-2005, tuvo
que ver con el costo social que implicaron las políticas neoliberales; ahora,
se presentan como salvadores de la debacle “populista”, como si antes no
hubiera pasado nada. Otro ejemplo, por el otro lado, el “gobierno progresista”
compara su gestión con las gestiones anteriores, olvidando que ya pasó más de
una década, sobre todo después de promulgada la Constitución; lo que exige que
la evaluación se haga respecto a los objetivos y finalidades de la Constitución. El
balance es lamentable, el “gobierno progresista” se encuentra muy lejos de la
Constitución, en cambio más cerca de la “oposición”. A propósito de la amnesia
histórica de los neopopulistas, olvidan que hubo una revolución nacional, que
antecedió a su “revolución democrática y cultural”; aquella revolución
nacionalizó efectivamente las minas, en cambio la segunda revolución
desnacionalizó los hidrocarburos, entregando el control técnico de la
explotación de los hidrocarburos a las empresas trasnacionales.
Una cuarta
anotación tiene que ver con el anacronismo de la casta política. Tanto
oficialismo como “oposición” se encuentran desactualizadas respecto a las
trasformaciones habidas en el sistema-mundo moderno. Se siguen moviendo en los
parámetros de la guerra fría, del enfrentamiento entre dos super-potencias, que
disputaban la hegemonía y el dominio del mundo. Esto en el mejor de los casos;
incluso se dan interpretaciones decimonónicas, considerando a los Estados
Unidos de Norte América la República modelo de la modernidad. Esto
ha dejado de ser una representación política adecuada cuando los Estados Unidos
de Norte América se convierten en un imperialismo más, disputando el control
geopolítico y económico del mundo con los imperialismos europeos. La diferencia
con la representación de la república ideal moderna se acrecienta más cuando se
convierte en la hiper-potencia de la guerra fría, disputando el dominio
geopolítico con la Unión
Soviética.
Después de
la caída de la URSS y de los Estados socialistas de la Europa oriental, se
convierte en el complejo
militar-tecnológico-económico-comunicacional-cibernético hipertrofiado, pues el
enemigo “comunista” ha desaparecido. En estas condiciones no solo hay que
considerar la crisis de esta hiper-potencia hipertofiada, sino también de otras
potencias emergentes que disputan la hegemonía y el control del mundo, ahora en
las condiciones de lo que se anuncia como un pretendido multilateralismo.
La carta
de los diputados de la “oposición” a Trump evidencia el desconocimiento de
éstos de lo que ocurre en Estados Unidos de Norte América, así como el
desconocimiento de la disputa interna de las representaciones políticas, tanto
en el senado como en la cámara baja, sobre todo los conflictos que se suscitan
y se debaten entre demócratas y republicanos. La oposición manda la carta a un
presidente que encarna el conservadurismo más recalcitrante, xenófobo, racista,
machista y anti-latinoamericano; un presidente que postula la supremacía
blanca. No podía ser más desatinada la susodicha carta. Hay que distinguir lo
que significa la denuncia al mundo y a los organismos internacionales
pertinentes de los atropellos a la democracia en Bolivia de un pedido,
prácticamente, de intervención.
Con esto,
la carta no solo es desatinada sino una traición a la patria.
No se
trata, de ninguna manera, de recurrir al desgastado discurso de interpelación
al “imperialismo”, del que queda solo el fantasma, después de la guerra del
Vietnam. El orden mundial de las dominaciones es otro, la geopolítica del
sistema-mundo capitalista ha cambiado; no solo incorporando al antiguo mapa de
centros y periferias la zona móvil de las potencias emergentes, sino porque
asistimos al dominio del capitalismo financiero y especulativo, además de
extractivista, desplazando al capitalismo industrial.
Aunque el
desenvolvimiento industrial no ha desaparecido y se han dado nuevas
revoluciones tecnológicas-científicas-cibernéticas, el capitalismo industrial
se encuentra subordinado a las estrategias del capitalismo financiero. Por otra
parte, la crisis de sobreproducción, que se oculta en intermitentes crisis
financieras, ha llegado a niveles mayores que los dados en las turbulencias del
siglo XX. De lo que se trata es de darle el sitio que les corresponde a los
pueblos del mundo; en el ejercicio democrático de los pueblos, sobre todo en lo
que respecta a las deliberaciones sociales y a las posibilidades de consensos,
se encuentran las salidas a la crisis no solo política y económica mundial,
sino a la crisis civilizatoria.
Por otra
parte, la carta aparece como una inconsecuencia más de la “oposición” en la coyuntura. El
referéndum del 21 de febrero de 2016 fue claro; la voluntad popular niega la
reforma constitucional para habilitar al presidente a la reelección, en
consecuencia, imposibilitando su postulación en las siguientes elecciones. Sin
embargo, la “oposición”, que dice defender el referéndum, acepta el ingreso a
las elecciones bajo las condiciones que impone la inconstitucional Ley
de Organizaciones Políticas; como si esto no bastara, la “oposición” participa
en las elecciones apócrifas, habilitando a los inhabilitados por la
Constitución y el voto popular. Con lo que la “oposición” se desentiende del
mandato popular del referéndum. Entonces, las inconsecuencias se suman y
terminan abriendo el camino del atropello, ahora compartido, entre “oposición”
y oficialismo, contra el pueblo y contra la democracia. Llama
la atención que, a esta complicidad con el oficialismo, en lo que respecta a
desentenderse del mandato del referéndum, se añada una carta desatinada al presidente
de la supremacía blanca; quien, por cierto, no es expresión ni garante del
ejercicio democrático. Su estilo carismático y demagógico se parece, mas bien,
al estilo carismático de los caudillos populistas.
[1] Ver Geopolítica regional; también El presente aterido al
pasado; así como Genealogía de la guerra.
Fuente: https://www.bolpress.com/2019/04/14/una-carta-perdida-en-la-tormenta/
No hay comentarios:
Publicar un comentario