La dominación
imperialista en Latinoamérica y Europa:
notas para una
discusión.
25 de abril de 2019
Por Atilio
A. Boron (Rebelión)
La desorbitada beligerancia del imperio
Una pregunta que no dejan de hacerse víctimas y testigos de la
creciente agresividad del imperialismo refiere a la inexistencia, o en todo
caso debilidad, de las fuerzas y actores internacionales que deberían impedir o
por lo menos tratar de limitar los alcances de la intensificación de la
ofensiva lanzada contra Venezuela, Cuba y Nicaragua por parte de la Administración Trump.
[1] La historia de los imperios demuestra sobradamente que en su fase de
declinación éstos se tornan más violentos y sanguinarios, y que sus líderes
tienden a ser más toscos y brutales. No sólo sus líderes, como lo demuestra con
claridad Donald Trump. También su entorno de asesores y consejeros refleja
similar involución, llegando a constituir algo semejante a lo que Harold Laski,
refiriéndose a los dirigentes del fascismo europeo, denominaba “elites de
forajidos”. [2] No hace falta remitirse al profeta Moisés y las Tablas de la
Leypara concluir que torvos personajes como John Bolton, Elliot Abrams, Mike
Pompeo, Juan Cruz, Marco Rubio y la directora de la CIA, Gina Haspel, son una
pandilla de hampones que sólo como producto de la acelerada descomposición
moral y política del imperio trasiegan por las oficinas de la Casa Blanca cuando el
sitio apropiado para sus afanes debería ser una cárcel de máxima seguridad en
el desierto de Nevada. No hay entre ellos un solo estadista o un intelectual
capaz de ofrecer una visión realista y sofisticada de la realidad
contemporánea. Ninguno resistiría diez minutos de debate con Vladimir Putin o
Serguéi Lavrov, eventualmente con Xi Jiping, porque serían intelectualmente
destrozados de manera fulminante.
¿Hampones? Sí, pero también algo más. En una entrevista
relativamente reciente Madelein Albright sentenció que “un fascista es un matón
con ejército”, definición que calza como anillo al dedo para definir a la
actual dirigencia estadounidense. [3] Son fascistas que dirigen un ejército de
alcance planetario. No sorprende que el diagnóstico sobre la situación
internacionalde estos personajes sea de un espeluznante simplismo, a la Hollywood. Están
los buenos y los malos, los primeros son ellos, los estadounidenses, y los
demás, los malos que se subdividen en dos tipos. Una tropa de cobardes poco
dispuestos a pagar por su defensa (como los europeos, según el círculo áulico
de Trump) y un enorme conglomerado de holgazanes, ladrones, narcotraficantes,
asesinos y violadores que seríamos todos los restantes habitantes del planeta.
Este desaforado maniqueísmo lo expresó de manera rotunda otra eminente
mediocridad que ocupó la
Oficina Oval de la Casa Blanca : George W. Bush quien, al lanzar su
campaña “antiterrorista” después del 11-S advirtió a los pueblos del mundo que
“quien no esté con nosotros estará contra nosotros”. Con nosotros, los buenos,
o los malos redimidos; contra nosotros, y ateniéndose a las consecuencias,
todos los demás.
Por consiguiente, la actual escalada belicista instrumentada mediante
la aplicación de todos los capítulos de la Ley Helms-Burton
en contra de Cuba y un torrente de sanciones económicas en contra de Venezuela,
Nicaragua y, allende del Atlántico, Rusia y Corea del Norte, es expresión de la
tambaleante situación que atraviesa el imperio americano, cuyos más lúcidos
analistas y estrategas coinciden en señalar que los días del apogeo imperial ya
quedaron definitivamente atrás. De ahí que Trump y sus secuaces hayan arrojado
por la borda las sutilezas y losdelicados pasos de minué propios del juego
diplomático (ejemplificado al reducir el presupuesto y funciones del
Departamento de Estado y designar a un “hombre de acción” como Mike Pompeo como
su Secretario) y exaltado el papel de la coerción y la violencia como
instrumentos para reconstruir aquel orden mundial con que muchos se
ilusionaron: el “nuevo siglo americano”, infantil espejismo con que se
entretuvieron muchos académicos y analistas tras el derrumbe de la Unión Soviética
pensando que este sigloveintiuno sería el del predominio absoluto e
incontestable de Estados Unidos. Se equivocaron de medio a medio, y a la
inicial frustración derivada del incumplimiento de tan rosados designios siguió
una apuesta tan tenebrosa como temeraria por la violencia.
Una vieja obsesión y la guerra de quinta generación
Sería injusto decir que todo esto sobreviene, como un rayo en un
día sereno, de la mano de Trump. Tiene orígenes lejanos. Como lo hemos
demostrado en nuestro América
Latina en la Geopolítica del Imperialismo [4]
la opción guerrerista estaba ya firmemente instalada en los planes de la Administración Clinton
y Madelein Albright fue una de sus más elocuentes voceras cuando advertía a
propios y ajenos que para Washingtonla opción por el multilateralismo sería
respetada “cuando fuera posible”; en caso contrario “el unilateralismo seguiría
siendo necesario”. Traducción: negociación diplomática multilateral enel marco
de la ONU en la medida que sea posible -y conveniente- para los intereses de
EEUU; si esto no funciona el músculo militar deberá aplicarse cada vez que sea
necesario. No podemos olvidar que fue el presidente Barack Obama quien en el
2015 abrió las puertas ala violencia desatada por Trump contra Venezuela cuando
emitió una infame orden ejecutiva declarando que la situación del país
sudamericano obligaba a la
Casa Blanca a declarar una “emergencia nacional” por la
“amenaza inusual y extraordinaria” que la patria de Bolívar y Chávez
representaba para la seguridad nacional y la política exterior de Estados
Unidos. [5]
El razonamiento anterior permite comprender las razones por las
que ante el evidente fracaso diplomático de EEUU para lograr un consenso a
favor de su criminal bloqueo a Cuba –repudiado masivamente año tras año en la
votación de la
Asamblea General de las Naciones Unidas- o de hacer que la
“comunidad internacional”se encuadre tras las directivas golpistas de
Washington para designar a un fantoche impresentable como “presidente
encargado” de Venezuelala respuesta del gobierno estadounidense haya sido
recurrir a las nuevas armas de la guerra, esas que constituyen lo que algunos
analistas denominan como “guerra de quinta generación.” Ya de poco o nada
sirven los tratados de control de armas de la época de la Guerra Fría porque hoy
las guerras se libran cada vez con mayor frecuencia con artefactosdistintos de
los convencionales: ataques informáticos, pulsos electromagnéticos
teledirigidos, propaganda, terrorismo mediático, sanciones económicas,
presiones diplomáticas, nanotecnología y robótica aplicadas al campo militar. No
es que las armas tradicionales hayan caído en desuso sino que las tareas de
“ablande” de la resistencia ante el agresor imperialista, que antaño realizaban
los bombardeos y los ataques convencionales con helicópteros artillados o
misiles lanzados desde navíos de guerra, hoy esas tareas se llevan a cabo
apelando a unapropaganda que sataniza al enemigo, promueve el caos y la
desintegración social a la vez que lanza formidables agresiones económicas
(bloqueos comerciales, confiscaciones de activos, amenazas a proveedores de
insumos básicos o compradores de lo producido por una economía, etcétera)y
ataques informáticos a centros neurálgicos de un país -una usina
hidroeléctrica, por ejemplo- como lo demuestra el caso de Venezuela en estos
días. Nuevas armas para un nuevo tipo de guerra que sin disparar un solo tiro
pueden ocasionar inmensos daños a la infraestructura de un país al privarlo de
energía eléctrica -y, por ende, de iluminación, agua, gasolina, transporte,
internet, etcétera -y causar enormes sufrimientos a su población. En el caso
del país bolivariano la apuesta del imperio es que ante tamañas penurias y
sufrimientos se produzca un incontenible levantamiento popular que ponga fin a
la revolución bolivariana y al gobierno de Nicolás Maduro. Fracasaron, y
seguirán fracasando porque subestiman la capacidad de resistencia de
venezolanas y venezolanos; y porque los ataques de Estados Unidos han
consolidado aún más la vocación antiimperialista del pueblo venezolano al paso
que la oposición –por su cipayismo, su falta de patriotismo, su desprecio por
la historia nacional y por la autodeterminación popular- ha quedado reducida a
casi nada. Carente por completo de capacidad de liderazgo. Guaidóse desdibuja
como una figura fantasmal en acelerado proceso de evaporación, sostenido a
duras penas por la canalla mediática y los gobiernos tributarios de la Casa Blanca que se
desviven por satisfacer las órdenes del nuevo Calígula, el más monstruoso de
los emperadores romanos según el historiador Suetonio. [6]
La agresión económica, hoy perfeccionada como un puntal del nuevo
tipo de guerra, ya fue ensayada sin éxito con Cuba desde hace más de sesenta
años. En un memorando elocuentemente titulado (con una enorme dosis dewishful
thinking) “La declinación y caída de Castro”, fechado el 6 de Abril de 1960
y dirigido al Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, Roy R.
Rubottom Jr.se reconocía que la mayoría de los cubanos apoyaban al gobierno
revolucionario y que, como hoy en Venezuela, no existía oposición efectiva,
ante lo cual lo se concluía que el “único medio previsible para alienar el
apoyo interno a Castro era el desencanto y ladesafección basados en la
insatisfacción y las penurias económicas.” Era responsabilidad de Washington,
por lo tanto, desatar toda clase de iniciativas tendientes a producir,
precisamente, los sufrimientos y privaciones que encenderían la chispa de la
rebelión. [7]
La incentivación de este tipo de conducta es lo que, con las
renovadas presiones económicas y financieras, está en los planes actuales de
Washington en relación no sólo a Venezuela sino también Cuba y Nicaragua. Al
principio de esta nota nos preguntábamos por la ausencia, o al menos notoria
debilidad, de fuerzas compensatorias en el marco internacional que pudieran
atenuar, cuando no neutralizar, los letales efectos de la brutal contraofensiva
norteamericana encaminada a recuperar el control absoluto de Nuestra América.
Es indiscutible que en el emergente mundo policéntrico o multipolar estas
fuerzas compensatorias existen y, hasta ahora, han tenido una cierta eficacia
en impedir que Estados Unidos apelara, como lo hiciera rutinariamente a lo
largo de todo el siglo veinte, a la “opción militar”, que al decir de los
personeros de Washington “está siempre sobre la mesa.” Basta con
recordar lo ocurrido en Santo Domingo en 1965, Granada en 1983 y Panamá en 1989
para constatar lo mucho que ha cambiado el mundo y la declinante capacidad de
Estados Unidos para apelar unilateralmente a la intervención militar para
deshacerse de gobiernos desobedientes. Hoy es muy poco probable que lo vuelva a
intentar, y esto es de por sí una gran noticia. Claro que si esa alternativa
parece descartada se debe menos a los escrúpulos morales de la dirigencia
norteamericana que a los límites que impone una correlación internacional de
fuerzas en donde países como Rusia y China se han manifestado, de modo rotundo,
en contra de la misma con declaraciones de una inusual dureza. Pero la
neutralización de una guerra económica,o de una pertinaz propaganda satanizadora
de gobiernos revolucionarios, o del terrorismo mediático para ni hablar de los
ataques informáticos es algo mucho más difícil de concretar.
Europa y el imperialismo norteamericano
Lo anterior obedece, en buena medida, a la lamentable deserción de
los gobiernos europeos de sus responsabilidades en el mantenimiento del orden y
la legalidad internacionales. Un efectivo contrapeso a las sanciones económicas
arbitrariamente impuestas por Washington a los países que, en su parecer,
representan una amenaza a la paz mundial o a la seguridad nacional de Estados
Unidos sólo puede ser interpuesto por gobiernos que cuenten con una cierta
gravitación internacional. No es algo que esté al alcance de la enorme mayoría
de los países de la periferia mundial del capitalismo, carentes de los recursos
económicos, intelectuales y tecnológicos para neutralizar los dispositivos de
la guerra de quinta generación que ha lanzado Estados Unidos. Pero sí es algo
que las viejas potencias coloniales pueden hacer ydesgraciadamente no hacen.
Países como Francia, Italia, Reino Unido, Alemania, España, Portugal, Holanda y
Bélgica, amén de algunos otros, podrían rechazar de plano la antidemocrática e
ilegal “extraterritorialidad” de las leyes dictadas por el Congreso de Estados
Unidos, y sin embargo no lo hacen. Al contrario, aceptan sin chistar este
humillante avasallamiento de la soberanía nacional. Las leyes de los países
europeos carecen de aplicación en Estados Unidos, pero las de éste se imponen,
como corresponde a un imperio, en casi todo el mundo. Un ejemplo extremo, pero
no por ello único, es lo ocurrido con el principal banco de Francia, el BNP
Paribas que en Junio de 2014 fue condenado a pagar una multa de 8.834 millones
de dólares (unos 6.450 millones de euros) por desobedecer las sanciones
económicas impuestas contra Sudán , Irán y Cuba . No sólo eso: por órdenes del
Departamento del Tesoro de EEUU el BNP Paribas tuvo también que despedir a 13
funcionarios involucrados en esas operaciones y al jefe de operaciones
internacionales del banco. Y ante tamaño atropello las autoridades francesas no
tuvieron las agallas para rechazar de plano la insolente injerencia
estadounidense en su propio país limitándose a refunfuñar que aquella decisión
“no era razonable” (el canciller Laurent Fabius dixit); o que le parecía
“desproporcionada” (el presidente François Hollande) mientras el General
Charles de Gaulle se revolvía asqueado en su tumba. [8]
Lo antes dicho confirma que la apuesta de la Casa Blanca para
construir un imperio mundial encuentra en la casi totalidad de los gobiernos
europeos vasallos dispuestos a convalidar dicha pretensión, convencidos, en su
estúpida ingenuidad, que en algún momento podrán recoger las migajas de esa
aventura y ser copartícipes en un ilusorio “condominio imperial”. La realidad
es muy diferente y lo que queda en evidencia es que esos países se encuentran
sometidos a una relación de subordinación tan asfixiante como la que
caracteriza a las naciones de América Latina y el Caribe.
Tres dimensiones de la autonomía nacional-estatal
Tres dimensiones de la autonomía nacional-estatal
¿Europa sometida, al igual que Latinoamérica, a la dominación
imperialista? Algunos podrán fruncir el ceño ante semejante afirmación. Pero si
examinamos detalladamente el asunto veremos que no hay exageración alguna. Un
examen sobrio de la relación entre el imperialismo norteamericano y los países
europeos revela que éstos se encuentran sometidos a aquél con lazos tan
asfixiantes como los que encontramos en Latinoamérica. En las tres dimensiones críticas de la
actividad gubernamental: la gestión de la economía, la defensa y la política
exterior la sumisión de los países de la Unión Europea a las
directivas emanadas de la
Casa Blanca es inocultable.
En efecto,
basta con recordar que ningún presupuesto de los países que pertenecen a la UE
puede ser sometido al parlamento sin contar primero con el visto bueno del
Banco Central Europeo. La firma de su presidente -Mario Draghi, italiano, ex
director ejecutivo nada menos que de Goldman Sachs en Europa y del Banco
Mundial- es la que establece cuánto se puede gastar, cómo y de qué modos
financiar el gasto público. A los devaluados “representantes del pueblo”,
democráticamente electos, les resta la ingrata tarea de adecuar sus promesas
electorales a las duras realidades impuestas por el capital financiero global a
través del BCE. Va de suyo que éste funciona en línea con el FMI y desempeña,
en el ámbito europeo, las mismas funciones que la institución basada en
Washington realiza en Latinoamérica. A lo anterior hay que agregar otro dato
muy significativo: la mayoría de los países de la Unión Europea
pertenecen también a la Zona
Euro lo cual, en la práctica significa que sus gobiernos no
disponen de un instrumento fundamental de gobernanza macroeconómica: la
política monetaria, que permite a un país establecer un tipo de cambio,
administrar la tasa de interés y devaluar o sobrevaluar su moneda en función de
las cambiantes realidades de los mercados mundiales y del comercio
internacional.
La dictadura del Euro responde en realidad a las necesidades de
la economía alemana (y en muchísimo menor medida a las economías más débiles de
Europa), estando aquella íntimamente articulada con el capital financiero
internacional que encuentra su expresión institucional en el Banco Central
Europeo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y su expresión
informal, pero de enorme gravitación, en Wall Street y en menor medida en la
City londinense. Por
consiguiente, la autonomía nacional en una materia tan sensitiva como la
política monetaria es igual a cero en los países integrados a la Zona Euro , lo que
refuerza su subordinación y su dependencia de los Estados Unidos. [9]
Tomando en cuenta todas estas consideraciones la soberanía popular
definitoria de la democracia en temas como el presupuesto -la “ley de leyes”,
como suele decirse- queda al igual que en los países del Sur global reducida a
un mero simulacro. La infortunada experiencia de Grecia en donde la voluntad
popular expresada en las urnas fue desestimada por la troika que maneja la
economía de la UE -el BCE, la Comisión Europea y Alemania a través de la Canciller Angela Merkel-
es un triste recordatorio de la subordinación de la democracia a los
imperativos del capital financiero y los mercados.
¿Qué decir de las políticas de defensa? Si en materia económica la
dictadura del BCE es humillante no lo es menos a la hora de hablar de la
defensa “nacional”. Esta
sólo existe en los papeles y en las encendidas declaraciones oficiales porque
esta política -la que establece una hipótesis de conflicto, define quién es el
enemigo y como defenderse de él o la forma de atacarlo- la decide la OTAN y no
los gobiernos europeos. Sus ministerios de defensa son museos en donde se
exhiben uniformes militares y armas del pasado pero sin que allí se tome
decisión alguna acerca de cómo defender la soberanía nacional y la integridad
territorial. No sorprende, porque hace ya bastante tiempo que los gobernantes
europeos han arrojado por la borda cualquier pretensión de sostener la una y la
otra, consideradas como molestas antiguallas en la era de la globalización en
donde, según se dice, los estados nacionales son reliquias reducidas a una vida
apenas espectral. Y el nervio y el corazón de la OTAN, tal como lo reafirman
continuamente los expertos, no es otro que el Pentágono. [10]
De ahí se deduce que los enemigos de los europeos no pueden ser
otros que los rivales de Estados Unidos. Esto no es una novedad de los últimos
años sino una realidad con una historia de casi tres cuartos de siglo que se
desprende de la
Segunda Guerra Mundial , el orden bipolar instaurado a partir
de su finalización y el desarrollo de la alianza atlántica anti-soviética
cristalizada en el Plan Marshall y la creación de la OTAN. Y las guerras que se
libren tendrán lugar, apropiadamente, en territorio europeo (recordar la ex Yugoslavia ) o en
sus cercanías (Cercano Oriente), y serán los europeos quienes tendrán que
recibir a los millones de refugiados, como ha venido ocurriendo luego de los
ataques a Siria, a Afganistán, a Libia, a Irak, mientras que ninguno de ellos
se arriesgaría a atravesar en una patera o un bote de goma el Atlántico Norte
para llegar a la Ellis
Island y ser recibidos por la Estatua de la Libertad. Influjo
descontrolado de refugiados que, sabemos, suele alimentar las reacciones más
racistas y xenofóbicas en amplios sectores de la población y proyectar a primer
plano a fuerzas de la derecha radical antaño reducidas a expresiones marginales
en la vida política europea.
En suma:
en este terreno la subordinación de los países europeos a las prioridades
militares y de defensa de Washington no sólo no es menor que la que tienen los
países latinoamericanos (con algunas conocidas excepciones) sino mucho mayor,
dado que Europa y la cuenca del Mediterráneo son el escenario principal de la
confrontación geopolítica global. Los enemigos de Estados Unidos se convierten,
automáticamente y en contra del interés nacional y de seguridad de los
europeos, en los enemigos de Europa.
Tercero, la política exterior. Un país independiente debe definirla en función de sus intereses
nacionales. El imperio es muy claro en este tema: John Quincy Adams, el sexto
presidente de Estados Unidos sentenció que “Estados Unidos no tiene amistades
permanentes sino intereses permanentes.” Y éstos no pueden ser otros que consolidar
y expandir hasta donde sea posible los confines del imperio, batallar en contra
de sus adversarios y enemigos y unificar la tropa de sus amigos y aliados. Pero
como los gobiernos europeos han abdicado de toda pretensión de afianzar su
autodeterminación y dado que desde la época de la Guerra Fría y el Plan
Marshall optaron por asumir como propios los dictados de la política exterior
de Estados Unidos en su competencia con la Unión Soviética y
como, luego de desintegrada ésta, se entregaron a la estrategia de Washington
que definió a Rusia como el rival a vencer (¡y posteriormente a China!) las
capitales europeas se plegaron a las posturas más reaccionarias de la Casa Blanca en América
Latina y el Caribe. Acompañaron durante más de medio siglo el criminal bloqueo
contra Cuba. Más recientemente, fueron cómplices de la bufonesca maniobra de
Juan Guaidó en Venezuela, estruendosamente fracasada.
Esto demuestra como gobiernos de países que en su época de
esplendor (que ciertamente no es la actual) dieron origen a algunas de las
doctrinas y teorías que ensalzaban el estado de derecho, la legalidad
internacional y el respeto a la autodeterminación de las naciones cayeron en la
más abyecta sumisión al reconocer al autoproclamado “presidente encargado” de
Venezuela ungido como tal por el mandamás de la Casa Blanca. Pocas
veces la historia vio un espectáculo tan bochornoso como ese, cuyas
consecuencias no serán fácilmente olvidadas. Por consiguiente, los gobiernos
europeos renunciaron a elaborar una política exterior propia para una región
que es un imperio formidable de bienes comunes y recursos naturales de todo
tipo, desde agua a biodiversidad; desde petróleo a gas y energía
hidroeléctrica; desde alimentos a minerales estratégicos, y asumen como propia
la política exterior de saqueo y pillaje que los gobernantes estadounidenses
tienen reservada desde los tiempos de la Doctrina Monroe
(1823) para Nuestra América.
Resumiendo:
al abstenerse de elaborar una política exterior independiente de Washington –no
sólo en relación a América Latina y el Caribe sino en general, en referencia al
conjunto de países que conforman la comunidad internacional- los gobiernos
europeos actúan en desmedro de sus propios intereses. Si durante el apogeo del
poderío soviético y con una Europa absorbida por las tareas de su
reconstrucción de posguerra aquella era una opción inescapable, en la situación
actual signada por el debilitamiento de la hegemonía estadounidense y la
reconfiguración del tablero geopolítico mundial este curso de acción conduce a
los pueblos de Europa hacia un peligroso atolladero. Entre otras cosas, aparte
del riesgo de un enfrentamiento bélico en las puertas –cuando no al interior
mismo- de Europa porque la aplicación integral de la Ley Helms-Burton
perjudicará a Cuba y otro tanto a Venezuela y Nicaragua pero también afectará a
numerosas empresas europeas –sólo en Cuba más de 200- que verán menoscabados,
cuando no arruinados, sus negocios en estos países. Sordas protestas se dejan
oír en varias capitales europeas y mismo la alta representante de la UE para
Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini alertó -en un
comunicado conjunto también firmado por la comisaria de Comercio de la UE,
Cecilia Malmström- a la
Casa Blanca que su organización acudiría a la Organización Mundial
del Comercio (OMC) para impugnar la decisión de aplicar con todo rigor la ley Helms-Burton
y en especial su título III.
Para Trump y sus hampones la intensificación de los padecimientos
económicos de la población cubana, recomendada en el memorándum de 1960 que
citáramos más arriba, es un arma de la guerra de quinta generación que no sólo
afectará a la Isla rebelde sino también a los países europeos, que Washington
los prefiere debilitados para que corran en busca de la protección que pudiera
ofrecerle con sus armas convencionales. Claro que una política de este tipo podría, bajo ciertas
condiciones, provocar un cambio en la conciencia de las dirigencias europeas y
convencerlas que tienen poco o nada que ganar siendo furgón de cola de un
imperio en decadencia y mucho que ganar estableciendo relaciones de respeto
mutuo y cooperación con los dos grandes rivales de Estados Unidos, que no son
sus rivales sino posibles socios de un proyecto que beneficie a todos por
igual. Difícil, porque significa nada menos que revertir los férreos lazos
forjados con Estados Unidos en la segunda posguerra. Pero no sería la primera
vez en la historia europea en donde alianzas aparentemente inconmovibles son
puestas en cuestión o viejos antagonismos dan nacimiento a nuevos acuerdos y
coaliciones.
El antiimperialismo y las tareas del momento actual
De lo anterior se desprenden tres tareas urgentes. Primero, lograr un pronunciamiento a escala europea de los
movimientos sociales, fuerzas políticos y de ser posible de los gobiernos y
organismos regionales europeos en contra de la pretensión de Washington de
profundizar la agresión económica en contra de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En
este sentido la reciente creación del Frente Antiimperialista Internacionalista
en el Estado Español es un alentador paso hacia adelante. Deberá también
denunciarse el descarado intervencionismo de Estados Unidos en los asuntos
internos de terceros países, ninguno de los cuales es una provincia de Estados
Unidos, como lo manifestara en un duro comunicado la cancillería rusa. Y
subrayar, además, que la aplicación del Título III de la Ley Helms-Burton
no sólo afectaría a los países latinoamericanos sino que haría lo propio con
los europeos.
Segundo,
concientizar a las poblaciones europeas de que ellas también están sometidas a
los rigores de la dominación imperialista, que ésta no sólo se ejerce sobre los
países de la periferia, y que, por esa causa, si en su locura Washington
decidiera escalar su confrontación con Rusia y China y lanzar un ataque militar
contra esas potencias las réplicas que éstas dispongan afectarían gravemente a
los países europeos, sedes de innumerables bases militares estadounidenses que
se convertirían en blancos inmediatos de la represalia afectando no sólo las
instalaciones del Pentágono sino también a las poblaciones aledañas. No existe
conciencia de este peligro en Europa, y es urgente e impostergable que este
tema sea objeto de un muy informado debate.
Será preciso, además, acometer una tercera tarea porque no basta con la concientización: habrá que movilizar y
organizar a las masas populares europeas para poner fin de su sumisión al
dominio imperialista.
El
antiimperialismo es una lucha tan decisiva en Latinoamérica como lo es en
Europa y la coordinación internacional de estas luchas es un imperativo
categórico de la hora actual. Esto requiere exigir la disolución de OTAN –creada para
“contener” a un enemigo, la
Unión Soviética , que desapareció hace casi treinta años- y,
tras cartón, clausurar las bases militares que Estados Unidos tiene en Europa
que solo servirán para atraer la represalia de los países agredidos por el
imperio. No es un dato menor para demostrar el sometimiento el imperialismo de
los gobiernos europeos recordar el elevado número de bases militares
estadounidenses asentadas en Europa, superior en cantidad y calidad a las
estacionadas en Latinoamérica y el Caribe. En todos los casos poniendo en
gravísimo riesgo a las poblaciones civiles que rodean a las bases, algo que, va
de suyo, no despierta la menor preocupación a los estrategas del Pentágono
curtidos en centenares de operaciones en donde los “daños colaterales” son
cosas de todos los días.
A modo de conclusión: es
imprescindible librar una batalla para que los pueblos de Europa tomen conciencia
de que están tan sometidos a la dominación imperialista como sus contrapartes
allende el Atlántico. Si por los latinoamericanos el imperio manifiesta sin
tapujos su desprecio, en su relacionamiento con Europa prevalece un simulado
respeto en lo formal que no alcanza para ocultar el vasallaje real que imponen
sobre todos sus gobiernos sin excepción. Será necesario crear las condiciones para que los pueblos de
Europa puedan romper el pesado velo de la ignorancia, producto de su errónea
creencia en la amistad y la admiración que supuestamente les prodiga la clase
dominante de Estados Unidos. Falsa conciencia cultivada con esmero por la
ideología dominante y sus vehículos de divulgación y que impide que caigan en
la cuenta que los principales problemas que hoy afectan a Europa: el
crecimiento de la derecha radical; la xenofobia; la ruptura de la integración
social; la hegemonía del capital financiero y sus efectos recesivos: el paro,
la precarización laboral y la concentración de la riqueza; el incontenible
flujo de refugiados por las guerras en Cercano Oriente o emigrados por la
crisis económica en África así como el vaciamiento de los procesos democráticos
tienen su origen en el imperialismo y las políticas que impone gracias al
colaboracionismo de las decadentes burguesías europeas y sus representantes
políticos. Concientizarlos también que los pueblos de Europa están en peligro
porque si llegara a producirse una escalada en la rivalidad entre Washington
con Moscú y Beijing Europa se convertiría ipso
facto enel principal teatro
de operaciones bélicas y los europeos en rehenes de ambas partes en conflicto,
con las catastróficas consecuencias que es fácil de imaginar. A lo anterior hay
que añadir la reaparición del terrorismo yihadista como respuesta a la abominable
islamofobia del imperio y sus criminales políticas en Cercano Oriente. Batalla
de ideas, por supuesto, pero combate organizacional también, porque la
correlación de fuerzas existente no se podrá cambiar apelando tan sólo a
discursos y argumentos teóricos. Si los pueblos no se organizan y ganan la
calle el imperio seguirá perpetrando sus tropelías. Como lo está haciendo ahora
en Venezuela, Cuba y Nicaragua y más pronto que tarde también, de nueva cuenta,
volverá a hacerlo en Europa. Sólo una eficaz resistencia popular
antiimperialista, articulada internacionalmente,podrá erigir límites
infranqueables a su criminal accionar.
Atilio A. Boron: Programa
Latinoamericano de Educación a Distancia, Centro Cultural de la Cooperación Floreal
Gorini. Director del Ciclo de Complementación Curricular de
la Licenciatura en Historia del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional
de Avellaneda. Investigador del IEALC, Instituto de Estudios de América Latina
y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
Notas :
[1] Quiero agradecer los comentarios y
sugerencias formulados a una versión preliminar de este trabajo por Ángeles
Diez Rodríguez y Txema Sánchez. Quedan eximidos de toda responsabilidad por los
yerros o deficiencias que puedan subsistir en el presente escrito, producto
exclusivo del empecinamiento de su autor.
[2] Harold Laski, Reflexiones sobre la revolución
de nuestro tiempo (Buenos
Aires: Editorial Abril, 1945), pp. 117 y ss.
[4] Ediciones en varios países. Original en
Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2012.
[6] Cf. sus Vidas
de los Doce Césares, ediciones varias.
[8] Sobre este tema: https://plazafinanciera.com/mercados/empresa/mayor-sancion-banco-historia-eeuu-bnp-paribas/ y también https://elpais.com/economia/2014/06/30/actualidad/1404118266_164607.html
[9] Pertenecen a la zona Euro : Alemania ,
Austria , Bélgica , Chipre , Eslovaquia , Eslovenia , España, Estonia ,
Finlandia , Francia, Grecia, Irlanda , Italia, Letonia , Lituania , Luxemburgo,
Malta , Países Bajos y Portugal. Por fuera de dicha zona se encuentran
Bulgaria, Croacia, Dinamarca, Hungría, Polonia, Reino Unido, República Checa,
Rumania y Suecia.
[10] Sobre esto ver Mahdi Darius Nazemroaya, OTAN. La globalización del
terror (Prefacio de
Miguel d’Escoto y Prólogo de Atilio A. Boron) Managua: PAVSA, 2015.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=255203
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