El capitalismo ha
optado por el fascismo
2 de
noviembre de 2018
Por Pedro Luís Angosto
Nueva Tribuna
Aunque haya
desaparecido casi de los planes de estudio y en muchos ambientes se le
considere algo del pasado, Carlos Marx sigue vigente, y no hay más que ver lo
que está ocurriendo en el planeta para saber que la lucha de clases -pese a que
la conciencia de pertenecer a una sólo la mantienen los ricos- sigue siendo tan
real como lo fue cuando Marx desarrolló sus teorías.Creo que es difícil negar que el sistema democrático nacido tras
¿Qué ha ocurrido después? ¿Qué ha pasado para que los combativos trabajadores de los años cincuenta, sesenta y setenta se hayan convertido en corderitos mansos que se dedican a sacar brillo al matadero donde después serán sacrificados? ¿Qué para que la burguesía progresista se haya tornado conservadora, acomodaticia, temerosa y fraccionaria? No sé si seré capaz de explicarlo, pero vamos a intentarlo.
Desde principios de los ochenta, cuando en la mayoría de Europa se habían conseguido niveles de bienestar considerables, comenzó un periodo de aburguesamiento acrítico creciente - el aumento del nivel de vida no fue acompañado por un crecimiento similar del nivel de cultura- que coincidió con la derechización progresiva de los partidos que hasta entonces habían representado a las clases trabajadoras. Como dice Naomi Klein, fue durante esa década que se impuso en toda Europa, y en todo el mundo, la idea de que la única política económica factible era la ultraliberal que habían diseñado y experimentado en Chile Milton Friedman y sus discípulos con la previa intervención armada de Estados Unidos. La izquierda admitió que no había alternativa, que el monetarismo y las políticas de austeridad, que la eliminación de la progresividad fiscal, que las privatizaciones de los servicios públicos, que el achicamiento del Estado hasta reducirlo a un mero policía al servicio de los intereses de las clases pudientes, formaban también parte de su programa de gobierno, de su manera de manejar la cosas del común.
Esa política terrible, comenzó a tener resultados funestos a partir de la crisis de los noventa, pero catastróficos después de la crisis de 2008, cuando millones de personas vieron que no tenían ningún medio para acceder al mundo laboral, cuando millones de personas cualificadas comprobaron que tampoco la cualificación les daba pasaporte para ese mundo, cuando los habitantes de los países más explotados y pobres de África y Asia vieron por la televisión y por internet que por estos lares la gente vivía -eso creían y creen, qué pena- infinitamente mejor y se decidieron a dejar el valle de lágrimas aunque fuese a bordo de una barca neumática cargada con cien de los suyos.
La
aceptación por parte de los partidos de izquierda con posibilidad de gobernar
de políticas y hábitos que no le eran propios por mor del pragmatismo, de la
política de lo posible, la consideración del ejercicio de la política como un
triunfo, un premio personal, y no como una dedicación al interés general, fue
creando una desafección creciente en una ciudadanía que había conseguido ya muchos
derechos y que empezó a ver que nadie los defendía con la contundencia
necesaria, que lo que llamaban reformas no eran tales sino contrarreformas
encaminadas a disolver esos derechos en favor de los más pudientes. Las sucesivas crisis
económicas contribuyeron a dejar a capas de la población cada vez mayores fuera
del sistema, viviendo de sus migajas, sobreviviendo de mala manera, y, por
primera vez en mucho tiempo, temiendo al futuro, al propio y al de sus
descendientes. Si las políticas desarrolladas por un partido democristian o incidían muy negativamente sobre la
mayoría de la población, las implementadas por los partidos socialdemócratas no
servían para paliar los daños hechos por aquellas, antes al contrario, en
muchos casos, las profundizaban aunque para disimular ampliasen tímidamente las
coberturas sociales. Claro, si las alternativas de gobierno, de políticas
económicas se reducen a lo epidérmico, si partidos en teoría antagónicos son
capaces de formar gobiernos de coalición, si nadie se preocupa por lo que pasa
a los más desfavorecidos, éstos, cada vez más embrutecidos por las políticas
educativas y los medios audiovisuales, optan por tirarse al monte, y es
entonces cuando surge masivamente lo que Marx denominó lumpen-proletariado, una
clase que no tiene conciencia de tal y que se siente cómoda al lado de los
poderosos, esperando un retal de su magnanimidad, una clase que está compuesta
por excluidos, marginados y empobrecidos, pero también por burgueses que temen
y recelan de los poderes que han cercenado sus aspiraciones de ascenso y las de
sus hijos.
En El 18 Brumario
de Luis Bonaparte, escribía
Marx: “Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al
lumpenproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida
por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas. Junto
a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia,
junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos,
licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores,
saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños
de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos,
afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra toda esa masa informe, difusa
y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a
él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de diciembre, Sociedad de
beneficencia en cuanto que todos sus componentes sentían, al igual que Bonaparte,
la necesidad de beneficiarse a costa de la nación trabajadora...”. Sustituyamos
algunos de los oficios mencionados por Marx por otros actuales, que exijan
mucha o poca cualificación, y veremos que nadie está seguro, que el mérito
importa poco y que una mayoría notable piensa que el único futuro está en
arrimarse al que más tiene, en buscarse la vida por su cuenta por el medio que
sea, nunca junto a los suyos, unidos contra el abuso y la explotación.
Siguiendo a
Marx, escribía Gramsci que además de esos factores, para que triunfase el
fascismo era imprescindible que se hubiese llegado a una “crisis de hegemonía”,
es decir a la pérdida de confianza de los gobernados en la burguesía que
detenta el poder, hecho que llevaría a muchos gobernados a creer en las
soluciones personales, en el hombre providencial, en el bruto, en el macho alfa
que, paradójicamente, terminará siendo su verdugo. Si a eso añadimos el temor
cateto y patético de muchas pueblos a perder sus señas de identidad, de ser
agredidos en sus esencias inmaculadas, de estar en vísperas de una invasión
como aquellas que protagonizaron los bárbaros, más la corrupción creciente en
muchos países, tenemos el campo sembrado para el fascismo, que es la máxima
expresión del capitalismo.
No
nos engañemos, el fascismo no está por venir, ya ha llegado. En la mayoría de
los países de Europa amenaza con tomar los gobiernos -el poder económico nunca
lo perdió-, en Italia manda un fascista, en España tenemos dos partidos de
extrema derecha y uno residual que responde al nombre de Vox, en Reino Unido al
líder del Brexit, en los países del Este fascistas en Polonia, Ucrania, Hungría
y las RepúblicasBálticas, en Estados Unidos a Trump, en Argentina a Macri, en
Rusia a Putin, y en Brasil a esa bestia llamada Bolsonaro. Estamos en estado de
máxima alerta, en las vísperas de tiempos horribles. Sólo cabe enseñar los
dientes, y si es preciso, morder. Si esas bestias ven que enfrente no hay
nadie, arrasarán con todo, y no será dentro de treinta años, lo veremos en
nada.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248519
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