Ola de manifestaciones
y
levantamientos
cada vez más globales
14 de diciembre de 2019
En este año que está terminando hemos asistido
a una ola de manifestaciones, levantamientos y protestas a nivel mundial. En
esta nota paso revista a los casos más destacados, y presento algunas
consideraciones.
Los puntos más destacados en 2019
Hubo manifestaciones en Argelia, a partir de febrero,
contra Abdelaziz Bouteflika, quien finalmente tuvo que renunciar. Bouteflika
estaba en el poder desde 1999. La elite militar, que gobierna realmente el
país, prometió elecciones, pero solo permitió presentarse a cinco candidatos
que estuvieron cercanos a Bouteflika. La oposición ha llamado a boicotear las
elecciones. Miles de personas han salido de nuevo a protestar bajo la consigna
“no votaré contra mi país”.
Protestas en Sudán a partir de la decisión del gobierno
dictatorial de Omar al Bashir de triplicar el precio del pan, en un país
agobiado por la crisis económica. Para calmar a la gente, el Ejército destituyó
a Bashir (en el poder desde 1993). Pero la movilización continuó. Durante
semanas multitudes acamparon frente al Ministerio de Defensa para demandar la
creación de un Consejo de Transición que dejara en manos de civiles el control
del gobierno. El 3 de junio el ejército reprimió y provocó una masacre. Según
la oposición, hubo 113 muertos (oficialmente se reconocieron 61) y 326 heridos.
Habría elecciones recién en tres años, y bajo fuerte control de los militares.
En junio, en Basora, Iraq,
estallaron protestas –también las había habido a mediados de 2018- contra
la corrupción, el desempleo, los servicios públicos pésimos y la intervención
extranjera en el país. En octubre las manifestaciones se ampliaron y
generalizaron. Fueron reprimidas con un saldo de, al menos, 420 muertos.
Terminó renunciando el primer ministro, Abdul Mahdi. Una demanda de fondo,
es terminar con el sistema político que ha existido desde la invasión de
EEUU en 2003.
En junio, en Hong
Kong estallaron
protestas y manifestaciones contra la posibilidad de extraditar opositores a
China. El principal temor es que se debilite la independencia del país (en 2047
termina el status especial de Hong Kong). Otro temor es que se ponga en peligro
a los disidentes. Muchos jóvenes encabezan las manifestaciones. En septiembre
el gobierno retiró la propuesta, pero las protestas continúan. Entre otras
demandas está la amnistía para los detenidos en las manifestaciones y el
sufragio completamente libre. En noviembre se realizaron elecciones que dieron
un triunfo avasallante a los opositores.
En septiembre estalló en Egipto una ola de protestas contra el
presidente Sisi, en el poder tras el golpe militar de 2013. Apenas asumió el
régimen prohibió las protestas, y han sido detenidos miles de opositores. Los
manifestantes denunciaron la corrupción de Sisi y sus allegados, y pidieron la
caída del régimen. Según Human Rights Watch, “las fuerzas de seguridad han
ejercido con reiteración un uso brutal de la fuerza para aplastar protestas
pacíficas”. El contexto económico y social de las manifestaciones es la pobreza
y la falta de perspectivas para la juventud, El porcentaje de egipcios que en
2018 estaban en la extrema pobreza (viven con US$ 1,3 por día) era 32,5%
(contra 27,8% en 2015). El gobierno de Sisi aplicó medidas de austeridad
(devaluación de la moneda, recortó en más del 40% subsidios a combustibles y
transportes) para cumplir compromisos con el FMI.
En octubre manifestaciones en Líbano paralizaron al país y empujaron a la
renuncia del primer ministro Saad al Hairiri. El detonante fue la introducción
de impuestos al tabaco, a las llamadas de WhatsApp y el combustible. “Abajo el
gobierno de los bancos” es una de las demandas. También hay demandas por
mejoras en la educación y los servicios.
El 15 de noviembre pasado estallaron protestas en Irán, cuando el
gobierno anunció el aumento del precio de la gasolina. La mayoría
de los manifestantes son jóvenes; tienen bajos ingresos o están desempleados.
Se protestó a favor de libertades, justicia para las mujeres; mejoras de las
condiciones de vida. Hubo consignas de solidaridad con revueltas y movimientos
de Líbano, Iraq, Chile, Hong Kong. También aquí se denuncia una fuerte
represión. Según Amnistía Internacional, y con un cálculo conservador, 280
personas murieron, víctimas de las fuerzas de seguridad, en una semana.
Entre enero y febrero hubo masivas protestas en Venezuela contra el gobierno de Maduro. Los
reclamos: libertades, elecciones libres, y en protesta por la situación
económica. El régimen respondió con una fuerte represión. El Alto Comisionado
de la ONU por los DDHH informó, a fines de enero, que había 850 detenidos y 40
fallecidos. El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social contó 51
muertos hasta abril. A la represión a las manifestaciones se suma otra, más
sistemática y oculta, protagonizada por la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional
Bolivariana (FAES). Estas ejercen una violencia sistemática
sobre los barrios populares. Según el informe Bachelet, de la ONU, solo en 2018
cerca de 5300 personas murieron “tras resistirse a la autoridad”. La ONG Observatorio
Venezolano de la Violencia eleva la cifra a más de 7500
muertes. Millones de venezolanos abandonaron el país.
En Puerto
Rico, en julio, y después de casi dos semanas de movilizaciones
masivas, renunció el gobernador Ricardo Rosselló. Las manifestaciones se
iniciaron cuando se filtraron conversaciones de Rosselló con ataques a mujeres
y a la comunidad
LGBT. Pero además la economía está quebrada y se padecen
graves carencias de servicios esenciales. El gobierno estadounidense y la Junta
de Control Fiscal (impuesta por EEUU) quieren aplicar un plan de ajuste con
bajas a las pensiones y pago de la deuda.
En Haití,
a mediados de año, estallaron manifestaciones y hubo una huelga general contra
el plan de ajuste acordado por el presidente Jovenel Moise con el FMI. Las
movilizaciones se extendieron durante muchas semanas; hasta fines de noviembre
se contabilizaron unas 300. La represión fue brutal. Según el Alto Comisionado
de las Naciones Unidas por los DDHH hasta fines de octubre habían muerto al
menos 76 personas y 98 resultaron heridas por la represión. Haití
es uno de los países más pobres del mundo. Para mencionar un solo dato: el 22%
de los niños padece desnutrición crónica.
A principios de octubre en Ecuador hubo paros, bloqueos de calles y
movilizaciones masivas contra medidas de ajuste (entre ellas, la supresión de
subsidio a la gasolina) anunciadas por el gobierno de Lenin Moreno. El gobierno
debió dar marcha atrás con el retiro de los subsidios.
En Chile estallaron protestas a
principios de octubre contra la suba del pasaje de metro. Pero esa suba era
solo la punta del iceberg. Las cuestiones de fondo: alta desigualdad social;
bajos salarios; elevado costo de los servicios y la educación; crisis en el
sistema de salud pública; bajas pensiones; familias con altos niveles de deuda.
Además de las manifestaciones, hubo paro nacional promovido por la Mesa de
Unidad social compuesta por organizaciones sindicales, de DDHH, ambientalistas
y pueblos originarios. La represión también fue brutal: hubo 26 muertos; 4900
heridos de los cuales aproximadamente 350 con heridas oculares o faciales;
20.000 detenidos; malos tratos, torturas y violencia sexual contra personas
detenidas. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas por los DDHH
acaba de confirmar las denuncias de las violaciones a los derechos humanos.
En Colombia,
paro nacional y protesta masiva el 21 de noviembre contra el gobierno de Duque
y su “paquetazo” de ajuste: reforma del sistema de pensiones; reducción del
salario de los jóvenes hasta colocarlo al 75% del mínimo; reforma laboral. A lo
que se agrega el reclamo de más inversión en educación; parar los asesinatos de
líderes sociales e indígenas.
En Francia contabilizamos las recientes
manifestaciones y la huelga nacional contra la reforma al sistema de
jubilaciones impulsado por Macron.
De nuevo: “es el capitalismo, estúpido”
Si bien el movimiento obrero en los países
centrales no se ha movilizado –con la excepción, por supuesto, de Francia-, la
ola tiene alcances mundiales. El débil crecimiento de las economías
capitalistas posterior a la crisis financiera de 2008-9 parece estar en la base
de los programas de ajuste que son respondidos por los movimientos de masas.
Por supuesto, no se trata del carácter particular de alguna fracción del
capital, sino de su unidad en tanto “capital en general”. Lo central es
restablecer las condiciones propicias para la extracción de plustrabajo y para la acumulación. En
torno a esto hay una hermandad que está por encima de las fronteras nacionales.
Esa unidad del capital tiene su contrapartida en la unidad
internacional, objetiva, de los trabajadores, ocupados y desocupados. La lucha
de las masas en Chile, Colombia, Venezuela, Hong Kong, Egipto o Iraq obedece a
la misma razón de fondo. Por eso se ven expresiones de solidaridad en las
manifestaciones de un país con los manifestantes de otros países. Es que la
frustración de un joven chileno que no encuentra trabajo, o que está obligado a
aceptar un trabajo precarizado, mal pagado y alienante, no es muy distinta de
lo que puede sentir otro joven de Hong Kong, de Colombia o de Argentina. Un analista,
refiriéndose a la sociedad chilena escribe “es un cóctel que no provee de
esperanzas de que vaya a venir tiempos mejores… por el contrario, la gente
percibe que los tiempos son peores”. Y un periodista del New York Times dice que los jóvenes de Hong Kong
enfrentan cada vez más competencia para obtener empleo y vivienda, en una
ciudad de creciente desigualdad. Otro analista habla de “problemas de pobreza,
precios desorbitados de la vivienda y falta de expectativas de mejora entre la
juventud”. Pero Hong Kong, junto a Chile, ¿no era un modelo del paraíso
capitalista?
Por eso consignas, formas de lucha,
análisis, percepciones, surgen en un punto y rebotan en cientos o miles de
receptores a lo largo del globo. En este contexto se desarrollan también las
luchas por libertades, contra la represión y regímenes dictatoriales. Y la
lucha de las mujeres por sus derechos y contra el machismo. Obsérvese, además,
la constancia con que se repite la represión que lleva la muerte a decenas o
centenares de personas.
Posiblemente desde fines de los 1960 y principios de los 1970
(mayo francés; movimiento estudiantil en México; ascenso de la militancia
obrera en Italia; movimiento antiburocrático en Checoslovaquia; Cordobazo en
Argentina; luchas antidictatoriales en Portugal y España; derrota de EEUU en
Vietnam, entre otras) no hemos asistido a una ola tan extendida. Es la
respuesta más general de las masas oprimidas y explotadas desde que se
profundizó la globalización del capital. Entre otras razones, hay una creciente
conciencia de la polarización de riqueza / pobreza que genera el capital.
Recordemos un dato: “Entre 1980 y 2016 el 10% más rico de la población mundial
se quedó con el 57% del crecimiento del ingreso; el 1% más rico con el 27%. En
cambio el 50% más pobre con solo el 12% del incremento; y el 40% del medio con
el 31%” (véase aquí). En una nota
anterior referida a Chile –“Es el capitalismo, estúpido”- dijimos que la cuestión
de fondo no es un gobierno X o Z, sino el modo de producción basado en la
propiedad privada del capital y la explotación del trabajo. Y el problema es
global.
Sin embargo, crecen fuerzas de derecha, nacionalistas y
conservadoras
El internacionalismo socialista tiene
entonces este fundamento material. Sin embargo, a nivel mundial han tendido a
fortalecerse alternativas conservadoras, religiosas fundamentalistas o de
extrema derecha. Existe todo tipo de variedades. Por ejemplo, un grupo de
ultraderecha puede declararse enemigo de Israel y antisemita, pero otro,
también de ultraderecha, puede considerar a Israel un aliado en la lucha contra
“el terrorismo”. Sin embargo, todos son profundamente nacionalistas y enemigos
acérrimos del marxismo (o de cualquier cosa que huela a socialismo gestionado
por las masas trabajadoras). Muchos incluso se montan sobre reivindicaciones
sociales o democráticas para neutralizarlas y llevar agua al molino de la reacción. Piénsese ,
en este respecto, en cómo grupos fundamentalistas capitalizaron buena parte del
levantamiento de la población siria contra la dictadura de Al Assad. Lo mismo
ocurrió en Venezuela con el descontento popular, canalizado hacia formaciones
de derecha; o más recientemente en Bolivia con sectores de la clase
trabajadora, o del movimiento popular, que se manifestaron contra el fraude
electoral de Morales y el MAS y terminaron consintiendo el ascenso al gobierno
de una derecha racista y ultracatólica.
Es necesario reconocer esta situación. No
hay que marearse con fraseología izquierdista –del tipo “colosal ascenso
revolucionario mundial”. La posición del marxismo es, al día de hoy, de extrema
debilidad. Lo que he señalado en referencia a las recientes elecciones en
Argentina –el 95% del electorado votó a organizaciones enemigas del socialismo-
se puede extender a todo el mundo. Que con este encuadre se sea más o menos
estatista, más o menos pro Trump o pro Putin, tiene poca importancia práctica.
Dadas las limitaciones de espacio, no nos
es posible examinar aquí todos los factores que han llevado a esta situación.
Pero hay un hecho que adquiere importancia crucial: la experiencia, tanto
histórica como reciente, de los regímenes y corrientes socialistas.
Lo central: el fracaso de la URSS y de
otros “socialismos reales” emblemáticos: China, Yugoslavia, Cuba, Corea del
Norte. A los ojos de las grandes masas fracasó el marxismo. Por eso no creen
que sea viable una construcción socialista que no desemboque en gulags y
burocracias terriblemente represivas. Agréguese a esto casos particulares: la
experiencia de los Khmers Rojos de Camboya; la de Sendero Luminoso
en Perú; las FARC en Colombia (si alguien duda de los efectos negativos de
estas experiencias, puede preguntar por el respaldo que tienen esos movimientos
en la memoria de los pueblos camboyano, peruano o colombiano). Pero súmese
también el desastre en que ha desembocado el “socialismo siglo XXI” venezolano,
al que en su momento se lo presentó como la alternativa que iba a reconstruir
el ideario socialista a nivel global.
Vinculado a lo anterior, la inmensa mayoría de la izquierda se
ha inclinado al conciliacionismo de clase –apoyo a partidos y programas
burgueses, tipo Syriza en Grecia; Lula en Brasil; peronismo en Argentina, para
mencionar algunos casos destacados- y el nacionalismo (“el imperialismo yanqui
es el enemigo principal”). Consecuentes, muchas organizaciones han despreciado
o, peor aún, atacado, las luchas por libertades democráticas en innumerable
cantidad de países y circunstancias. Así, por ejemplo, si el ejército sirio
asesinaba manifestantes indefensos, estaba combatiendo “a los agentes del
imperialismo”. De la misma manera, si el informe Bachelet denuncia las
violaciones de los DDHH del régimen de Maduro, “lo hace porque es un agente de
Washington”. Aunque Bachelet no es agente de Washington si denuncia la
represión en Chile. En cualquier caso, ¿cómo puede sorprender que el socialismo
esté cada vez más identificado con regímenes tipo chavismo venezolano,
orteguismo nicaragüense o, peor todavía, Corea del Norte con su dinastía Kim?
En este punto, vuelvo a llamar la atención sobre la centralidad que ha tenido,
en la historia del marxismo, la lucha por las libertades y derechos
democráticos (véase aquí).
En definitiva, lo que necesitamos es poner
en consonancia el análisis y el discurso con lo que está ocurriendo a nivel
cada vez más global. Y el primer paso para ello es levantar las banderas del
internacionalismo; y la crítica a toda forma de conciliacionismo de clase, sea
con el Estado, partidos burgueses o formaciones burocrático-militares. Es la
salida progresista para la ola de levantamientos e indignación que recorre buena
parte del planeta.
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levantamientos cada vez más globales
Fuente: https://rolandoastarita.blog/2019/12/14/ola-de-manifestaciones-y-levantamientos-cada-vez-mas-globales/
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