El joven Gramsci, la experiencia de L’ Ordine Nuovo y
los Consejos de fábrica como
organismos prefigurativos
5 de mayo de 2019
Por Hernán Ouviña
Hace 100 años, nacía en
el norte de Italia el semanario L’ Ordine Nuovo, una de las iniciativas
político-culturales más originales y disruptivas gestada al calor del ascenso
de las luchas populares que se sucedieron durante el “bienio rojo” de 1919 y
1920. Sus artífices fueron Antonio Gramsci, Umberto Terracini, Pia Carena,
Palmiro Togliatti y Angelo Tasca, quienes bajo el subtítulo de “reseña semanal
de cultura socialista” decidieron bautizar con aquel provocativo nombre a la publicación,
lo que denotaba la clara influencia del proceso abierto en 1917 en Rusia, y
remitía a la reorganización del “nuevo orden” que sobrevendría tras el derrumbe
de la decadente civilización burguesa.
La fecha elegida para
que el periódico estuviese disponible en las calles de Turín fue el 1 de mayo
de 1919, con el siguiente lema: “Instruíos, porque necesitaremos toda vuestra
inteligencia. Agitaos, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo.
Organizaos, porque necesitaremos toda vuestra fuerza”. Por cierto, el día
distaba de ser trivial. Exactamente un año atrás, en un artículo publicado en Il
Grido del Popolo, el joven Gramsci había expresado que lejos de ser
una jornada de “protesta por las ocho horas”, constituía un momento de la vida
mundial, “una anticipación, en la actualidad, de lo que deberá ser la vida de
la sociedad futura”.
Como relatará tiempo
después el propio Gramsci, los artículos de L’Ordine
Nuovo “no eran
estructuras frías e intelectuales, sino que brotaban de nuestras discusiones
con los mejores obreros; elaboraban los verdaderos sentimientos, metas y
pasiones de la clase obrera de Turín, los cuales nosotros mismos habíamos
provocado y puesto a prueba. Porque sus artículos eran, prácticamente, un
‘tomar nota’ de los eventos reales, vistos como momentos de un proceso de
liberación interior y de auto-expresión por parte de la clase obrera”.
La investigación cultural y la lucha política se amalgamaban en
cada uno de los números del periódico, a través de la traducción y publicación
textos y documentos que intentaban fomentar el debate y la reflexión sobre las
propias prácticas de los trabajadores, sin desmerecer la difusión de artículos
de gran valor artístico, educativo y literario. Así, se reproducían desde las
teorizaciones de Lukacs, De Leon y Korsch en torno a las experiencias
consejistas, hasta los aportes de intelectuales como Barbusse, Lunacharsky,
Krupskaia, Rolland, Eastman o Gorki para la renovación de la pedagogía y la
cultura emancipatoria.
Por aquel entonces -inmediata posguerra- existían dentro de las
fábricas las comisiones internas, que eran instancias débilmente
representativas, ya que sus miembros debían ser afiliados al sindicato y su
organización estaba restringida a la estructura productiva de cada empresa. Si bien en sus comienzos habían
constituido una conquista arrancada a la patronal como producto de la
agudización de la lucha de clases en el contexto bélico, al poco tiempo
terminaron cumpliendo la función de ser “correa de transmisión” entre la
dirigencia del sindicato y los dueños del capital, facilitando el
disciplinamiento de los obreros.
Los sindicatos constituían la organización del trabajador en tanto
fuerza de trabajo asalariada. Era el instrumento a través del cual los sectores
afiliados a él negociaban mejores precios de la única mercancía que tenían para
ofrecer. Por ello, según Gramsci, terminaba siendo parte integrante de la
sociedad capitalista y su función era inherente al régimen de propiedad
privada, por lo que llevaba en germen el reformismo. Además, por lo general tendía a pactar y a negociar, a punto tal que
“el burócrata sindical concibe la legalidad industrial como una permanente
cuestión de negocios”. Los
sindicatos -concluía el joven Gramsci-
“constituyen el tipo de organización proletaria específico del periodo de
historia dominado por el capital (…) En tal periodo, en el que los individuos
valen tanto más cuanto mayor sea la cantidad de mercancías que posean y mayor
sea el tráfico que con ellas hagan, también los obreros se han visto constreñidos
a obedecer las férreas leyes de la necesidad general y se han convertido en
comerciantes de su única propiedad, de su fuerza de trabajo (…) han creado ese
enorme aparato de concentración de carne y fatiga, han fijado precios y
horarios, y han organizado el mercado (…) La naturaleza esencial del sindicato
es competitiva; no es, en manera alguna, comunista. El sindicato no puede ser, pues, un
instrumento de renovación radical de la sociedad”.
A su vez, el Partido, si
bien al igual que el sindicato nace en el seno de la estructura burguesa,
oficia como ámbito algutinador de los núcleos más activos de la clase
trabajadora en el plano político, aunque dista de poder operar como la
instancia de cohesión del conjunto del
proletariado en lucha. Ambas organizaciones, por tanto, “no abarcan ni pueden
abarcar toda la múltiple agitación de fuerzas revolucionarias que desencadena
el capitalismo con su proceder implacable de máquina de explotación y opresión”, por lo que “no han de situarse como
tutores o sobre-estructuras ya constituidas de esa nueva institución en la que
cobra forma histórica controlable el proceso histórico de la revolución, sino
que deben ponerse como agentes conscientes de su liberación respecto de las
fuerzas de compresión que se concentran en el Estado burgués”.
Al calor del “bienio
rojo”, y con una fuerte influencia del proceso insurreccional vivido en Rusia y
otros países de Europa, a las pocas semanas de la salida de L’
Ordine Nuevo surgen
los Consejos de Fábrica, deviniendo un órgano representativo de la totalidad de
las y los trabajadores de la empresa, incluidos ingenieros y técnicos. Cada uno
de ellos tenía la posibilidad de votar y ser votado, así como de discutir
abiertamente en su seno, al margen de estar o no afiliado al sindicato. La universalidad
del voto debía combatir, de acuerdo a la lectura que realizan los
“ordinovistas” en las páginas del periódico, el espíritu corporativo que tendía a dividir a los
trabajadores según su oficio.
Los Consejos ya no eran
por tanto instrumentos de mera defensa de los derechos inmediatos del
trabajador (tales como premios, higiene, etc.), sino que pasaban a ser un medio
de ofensiva para
elevar al obrero de su condición de asalariado (mercancía) a la de productor
(en tanto parte integrante de un colectivo cooperante, antagónico con respecto
al mando del capital), deviniendo al decir de Gramsci “el más adecuado órgano
de educación recíproca y de desarrollo del nuevo espíritu social que el
proletariado ha logrado extraer de la experiencia viva y fecunda de la
comunidad de trabajo”.
En una Apostilla
redactada para L’ Ordine Nuovo, Gramsci reconoce que si bien la
propaganda socialista desarrollada históricamente por los socialistas no podía
sino ser en gran parte negativa y crítica, luego de la experiencia positiva de las y los revolucionarios rusos
debe ser de otra manera: “Críticamente debemos elaborar estas experiencias;
delimitar cuanto hay en ellas de meramente ruso, y dependiendo de las
particulares condiciones en las cuales en la República de los Soviet encontró
la sociedad rusa su advenimiento; discernir y fijar cuanto en ellas es
permanente necesidad de la sociedad comunista, dependiente de las necesidades y
de las aspiraciones de la clase de los obreros y campesinos explotada de igual
modo bajo todas las latitudes”. Así, propone discernir aquello que puede
pensarse como potencialmente universal, y por lo tanto plausible de
resignificar -ejercicio de traducción mediante- en el territorio italiano.
Si en octubre de 1919,
casi cincuenta mil trabajadores estaban representados en una asamblea de
“comités ejecutivos de los Consejos de Fábrica”, durante abril de 1920 se
amplía la base social y productiva del movimiento, producto de una huelga
general de los obreros turineses en respuesta al lock
out empresarial y a
la voluntad de los industriales de limitar los poderes de las desbordadas
Comisiones Internas. Es así como se gesta un intenso proceso de toma de
fábricas en Génova, Milán y especialmente Turín, que será acompañado por una
ocupación de tierras por parte del campesino, en particular en la región de
Roma. A mediados de 1920 el movimiento se radicaliza, extendiendo su radio a
gran parte del norte de Italia e iniciando a finales de agosto una huelga con
ocupaciones masivas, con la puesta en marcha de la producción bajo su control
absoluto. En las fábricas ocupadas se prohíbe el consumo de alcohol y se
reprime cualquier intento de hurto, y para pagar los salarios se llega a
distribuir entre los trabajadores cédulas de 10 y 20 liras, con una estampa
distintiva de una hoz y un martillo. En paralelo, los núcleos más activos
conforman escuadras de “guardias rojos” para garantizar la defensa de la
ocupación.
De acuerdo a Gramsci, durante las tomas
de fábricas, los Consejos muestran la viabilidad de la autogestión obrera en
las empresas, así como la inutilidad económica de los capitalistas en tanto
organizadores de la
producción. El “bienio rojo” revela además la posibilidad
real -en la praxis misma- del autogobierno de las masas trabajadoras. El
control obrero de la producción y la distribución, el desarme de los cuerpos
armados mercenarios y el manejo pleno de los ayuntamientos por las
organizaciones revolucionarias, son las principales respuestas que releva y
teoriza el joven Gramsci en las páginas de L’ Ordine Nuevo frente
a los problemas acuciantes de la Italia de posguerra.
Su propuesta, por
tanto, se enmarca en el intento de construir toda la sociedad partiendo inmediatamente de
los núcleos del cuerpo social más productivo. La fábrica es visualizada como el
ámbito desde donde debe emerger la iniciativa de la clase trabajadora, en la
medida en que condensa de manera más directa la dictadura del capital y el
control privado de su organización, con el carácter colectivo del trabajo. No
obstante, se llegan a gestar consejos barriales y de campesinos, a los que
Gramsci presta especial atención debido a su papel central en la reproducción
de la vida.
En este período se
percibe una notable influencia del Lenin libertario de El
Estado y la revolución y
su concepción de los soviets como democracia proletaria, pero también de otros
teóricos de los consejos obreros, como el norteamericano Daniel de León. Sin
embargo, de acuerdo a Jean-Marc Piotte, pueden destacarse dos diferencias con
respecto al planteo del líder bolchevique: 1) la gran importancia concedida a
los Consejos en tanto órganos de manejo técnico de la producción; 2) el
hincapié en los Consejos como espacios de auto-liberación política y económica
de los propios productores, vale decir, emancipación por parte de los
trabajadores mismos.
La fábrica, de acuerdo
al joven sardo, es el lugar en donde “el obrero no es nada y quiere llegar a
serlo todo”, por lo que allí su poder tiende a ser ilimitado. Esta capacidad de
enorme auto-aprendizaje pone asimismo en entredicho el prejuicio kaustkiano,
reificado incluso por el Lenin del ¿Qué hacer?, de la imposibilidad del proletariado de
realizar sin tutela alguna su liberación, y con ella la de toda la sociedad.
“Las asambleas -ironiza Gramsci en otro texto publicado L’
Ordine Nuovo-, las discusiones para la preparación de los Consejos
de fábrica, han dado a la educación de la clase obrera más que diez años de
lectura de los opúsculos y los artículos escritos por los propietarios de la
lámpara del duende. La clase obrera se ha comunicado las experiencias reales de
sus diversos componentes y ha hecho de ellas un patrimonio colectivo: la clase
obrera se ha educado comunísticamente, con sus propios medios y con sus propios
sistemas”.
El Consejo, al que
Gramsci define como “las propias masas organizadas de forma autónoma”, a
diferencia de los sindicatos y el partido (en ese entonces, considerados medios
tácticos más que estratégicos), tiende a salirse de la legalidad, a desbordarla
y romperla, superando además la fragmentación que el capital impone. Emerge,
pues, como un organismo de carácter público y no privado como aquellos. Ya no
lo conforman “asalariados” ni “ciudadanos”, sino productores que
en conjunto constituyen al “trabajador colectivo”. Así, en agosto de 1920,
inmerso en una fuerte discusión con la posición anticonsejista de Angelo Tasca,
Gramsci expresa que “el Consejo de fábrica es una institución de carácter
‘público’, mientras que el partido y el sindicato son instituciones de carácter
‘privado’. En el Consejo de fábrica el obrero interviene como productor, a
consecuencia de su posición y de su función en la sociedad, del mismo modo que
el ciudadano interviene en el Estado democrático parlamentario. En cambio, en
el partido y en el sindicato el obrero está ‘voluntariamente’, firmando un
compromiso escrito, firmando un contrato que puede romper en cualquier momento:
por ese carácter de ‘voluntariedad’, por ese carácter ‘contractual’, el partido
y el sindicato no pueden confundirse en modo alguno con el Consejo, institución
representativa que no se desarrolla aritméticamente, sino morfológicamente, y
que en sus formas superiores tiende a dar el perfil proletario del aparato de producción y cambio
creado por elcapitalismo con fines de beneficio”.
En suma, la expansión de los Consejos
concretaba desde una perspectiva de transformación integral diversos
objetivos socialistas, siendo la praxis revolucionaria integral la
piedra de toque que hacía posible la autonomía plena de las y los trabajadores.
Entre ellos, cabe destacar los siguientes:
1.
Conjugar
la lucha política y la económica: auto-conducción de masas y gestión directa
del proceso productivo. Del ciudadano-asalariado individual, se pasa al
compañero-productor social.
2.
Socializar
el conocimiento técnico de la empresa, apostando a la superación de la división
del trabajo.
3.
Transformar
sustancialmente la subjetividad de los trabajadores, eliminando la competencia
existente al interior de la clase y sustituyéndola por la solidaridad y el
cooperativismo entre compañeros.
4.
Convertir
a la fábrica en una gran escuela en donde todos los productores son maestros y
estudiantes simultáneamente. Este auto-aprendizaje no es solamente
económico-administrativo sino también político y cultural, en la medida en que
se tiende a la formación para ejercitar el autogobierno popular. Se recupera
así la capacidad colectiva de creación humana del conjunto de los trabajadores,
estén o no sindicalizados (superándose, asimismo, el corporativismo propio de
la organización según oficios).
5.
Orientar
el sano espontaneismo de las masas, brindando la posibilidad de ejercer la
democracia y la gestión incluso a quienes no están organizados/as.
6.
Prefigurar,
en tanto órgano expropiador de las funciones del Estado burgués, el “nuevo
orden”, que materializadesde ahora formas innovadoras de vida social.
7.
Anticipar,
a la vez, las bases de la organización política de nuevo tipo, que ya no se estructura en función de
divisiones territoriales. Alrededor de los consejos regionales gravitaran el
resto de las organizaciones de los sectores subalternos.
8.
Desarticular
el burocratismo propio de los sindicatos, a través de una constante presión en
pos de una recuperación de la iniciativa obrera desde su base misma.
En este contexto,
Gramsci impugna la propuesta de cierto marxismo ortodoxo según la cual “se
concibe la instauración del poder proletario como una dictadura del sistema de
secciones del Partido Socialista”. Distanciándose rotundamente de este tipo de
lecturas, piensa la construcción socialista en términos plurales.
El Consejo se enmarca en una variada y complementaria red de instituciones que incluye también a
comités de barrio, sindicatos, partidos políticos y consejos de campesinos. De ahí que postule la conformación de
“un nuevo aparato estatal que en su ámbito interno funcione democráticamente,
es decir, que garantice a todas las tendencias anticapitalistas
la libertad y la posibilidad de convertirse en partidos de gobierno
proletario”.
Esta dinámica de
auto-organización popular no resultó ser excepcional: además de Rusia y
Hungría, en donde los Consejos constituyeron la principal forma de
autoorganización social, Holanda, Finlandia, Austria, Alemania y Polonia fueron
algunos de los países que vieron crecer y multiplicarse Consejos de obreros,
soldados y campesinos, entre 1917 y 1921. No obstante, el caso de Italia
resulta sumamente interesante debido a que es especialmente a partir de esta
experiencia concreta que Gramsci desarrollará lo que proponemos denominar
estrategia prefigurativa. En su original lectura de los Consejos
como “germen” o embrión del futuro Estado proletario deja traslucir a qué nos
referimos: “El Estado
socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social
características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre
ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de
poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y
articulaciones, significa crear ya desde ahora una
verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con
el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en
todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio
nacional”.
Esta dinámica de constitución y
ejercicio de poder popular, requiere a la vez de acuerdo al joven Gramsci, de
una disputa diaria de sentido en el plano ideológico-cultural,
que, si bien profundizará durante su forzado encierro a partir de la categoría
de hegemonía, ya le otorga relevancia durante el bienio
rojo.
Es importante además
establecer una diferencia central entre el Estado de “nuevo tipo” y el Estado
capitalista, que reenvía a la necesidad de que en los medios de construcción se
prefiguren, embrionariamente, los fines que se persiguen. Por su naturaleza, dirá
Gramsci, “el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina diferentes
y opuestas a las que reclama el Estado burgués. A diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en
el interior como en el exterior cuando los ciudadanos menos controlan y siguen
las actividades del poder, el Estado socialista requiere la participación activa y permanente
de los camaradas en la actividad de sus instituciones. Preciso es
recordar, además, que, si el Estado socialista es el medio para radicales cambios, no se cambia de
Estado con la facilidad con que se cambia de gobierno”.
Claro está que para llevar a cabo esta
tarea prefigurativa tan ardua, es preciso también entender que la disciplina
colectiva y la responsabilidad individual no pueden ser pensadas como características
propias de la sociedad capitalista, sino que deben ser cualidades a construir
subjetivamente durante el proceso transicional, aunque desde ya a partir de una
perspectiva contraria a la lógica de imposición
externa inherente al
orden burgués dominante. Esta labor constructiva que abarca todas las
dimensiones de la vida social, nos dice Gramsci, debe ser efectuada desde el
presente, desde la realidad concreta en la que se piensa, siente y actúa, de
forma tal que se puedan ir prefigurando, en el día a día y de manera
progresiva, las relaciones sociales propias de la sociedad futura.
La transformación revolucionaria deja
de ser por tanto un horizonte futuro, para
arraigar en las prácticas actuales que
en potencia anticipan el nuevo orden venidero. Se invierte así el derrotero
transicional clásico: antes de pugnar por la “conquista del poder”, hay que
constituir aquí y ahora espacios y organizaciones populares de nuevo tipo, que
arraiguen en la materialidad de la vida social y se basen en un nuevo universo
de significación antagónico al capitalista.
El desafío que esta
propuesta nos plantea es cómo articular la satisfacción de aquellas necesidades
urgentes del presente, contribuyendo a la vez a la creación del porvenir en
nuestra realidad cotidiana. Por ello, en palabras del joven Grasmci, se trata
en última instancia de “conciliar las exigencias del momento actual con las
exigencias del futuro, el problema del ‘pan y la manteca’ con el problema de la
revolución, convencidos de que en el uno está el otro, que en el más está el
menos”.
No obstante, sería
ingenuo aseverar que en Gramsci (ya sea durante esta etapa juvenil o en su
período carcelario) está presente una concepción evolutiva o reformista de la
construcción del cambio social, o la omisión de quiebres revolucionarios en el avance hacia una
sociedad sin clases. Antes bien, este proyecto emancipatorio prevé niveles de
correlación de fuerzas que sin duda involucrarán alternadas dinámicas de
confrontación, rupturas, ascensos y retrocesos, así como disputas no solamente
semánticas sino económicas, culturales, educativas, sociales, e incluso
político-militares.
Por ello, no es ocioso
recordar que luego de momentos sumamente dramáticos, el “bienio rojo” concluye
a finales de 1920 con una trágica derrota: los sindicatos no se pliegan a una
huelga de carácter nacional, ni apoyan hasta las últimas consecuencias el
proceso insurreccional. A modo de balance, Gramsci afirmará en las páginas de L’
Ordine Nuovoque “la huelga general de Turín y del Piamonte chocó
contra el sabotaje y la resistencia de las organizaciones sindicales”, poniendo de manifiesto “la urgente
necesidad de luchar contra todo el mecanismo burocrático de las organizaciones
sindicales, que son el más sólido apoyo para la labor oportunista de los
parlamentaristas y de los reformistas, labor tendiente a la sofocación de todo
movimiento revolucionario de las masas trabajadoras”.
Algo similar ocurre con
el Partido Socialista Italiano, quien se niega a publicar en su diario Avanti! el llamamiento de la sección
socialista de Turín a la huelga, mientras que la ciudad era tomada por miles de
soldados y policías. Incluso la dirección del partido, que por aquel entonces
debía celebrar en la “capital industrial” de Italia una reunión de su Consejo nacional,
decide trasladar el encuentro a Milán a raíz de la aguda situación que se vivía
allí (“parecía poco adecuada esa ciudad como teatro de discusiones
socialistas”, llega a ironizar Gramsci en uno de sus escritos contemporáneos a
esta coyuntura tan delicada).
La ambigüedad del PSI
frente a los acontecimientos (expresada en la posición claudicante que tanto
los socialdemócratas de derecha, como los de la tendencia de la izquierda
“unitaria”, tuvieron durante este proceso insurreccional) va a ser uno de los
determinantes que lo obligue a fundar, junto con un gran número de compañeros y
compañeras de la izquierda “maximalista”, una organización política de nuevo
tipo, en enero de 1921: el Partido Comunista de Italia. L’
Ordine Nuovo, por su parte, dejará de ser un periódico anclado en
la dinámica de las luchas obreras en Turín, para convertirse en el diario
oficial de esta organización, lo que, si bien le brinda una proyección a escala
nacional y a nivel cotidiano, resiente su perfil crítico y de amplitud frente a
la pluralidad de corrientes culturales y políticas de la época.
A su vez, este es un
año bisagra en la vida del joven Gramsci, en la medida en que simboliza el
final de una etapa de ascenso de
masas, condensada en Italia en el famoso “bienio rojo”, y el comienzo de un
período de reflujo político,
no solamente en el plano nacional, sino también a escala europea y global. Como
enseñanza general de esta derrota, percibe que las clases subalternas no pueden
triunfar si restringen la lucha a un territorio (el fabril) y a un sujeto
específico (el obrero industrial). De esta forma, reconoce autocríticamente la
relativa subestimación del “ordinovismo” respecto del papel crucial que debía cumplir la
organización política como aglutinadora de los variados sectores populares a
nivel nacional, más allá de lo estrictamente local.
La afición de Gramsci
por la dimensión pedagógico-cultural de la lucha socialista se dejará traslucir
incluso en esta fase de reflujo pos-bienio rojo, signada por un clima de
creciente ofensiva fascista. Así, anticipando ese magistral análisis del nexo
dialéctico entre saber y sentir esbozado en los Cuadernos
de la Cárcel, donde endilga a los intelectuales el pretender
recostarse en el puro conocimiento erudito que los hace caer en la pedantería,
olvidando que resulta imposible “saber sin comprender y, especialmente sin
sentir ni ser apasionado”, en un artículo periodístico titulado “Hombres de
carne y hueso”, despotrica contra quienes con soberbia se ensañan con aquellos
obreros que -tras la cruenta represión y la desmoralización sufrida luego de
semanas de huelga en la FIAT a comienzos de 1921- retornan a sus fábricas a
trabajar: “¿Traición? ¿Negación de los ideales revolucionarios?”, pregunta de
manera provocativa Gramsci. Nada de eso, responde. Se trata de hombres reales,
“sometidos a las debilidades de todos los hombres comunes que se ven pasar en
las calles, beber en las tabernas, conversar sobre los rumores en las plazas,
que se cansan, que tienen hambre y frío, que se conmueven al sentir llorar a
sus hijos y lamentarse agriamente a sus mujeres. Nuestro optimismo
revolucionario ha sido siempre sustanciado de esta visión crudamente pesimista
de la realidad humana”.
Más allá de su
contextualización histórica, la relevancia otorgada por el joven Gramsci a la
exploración militante y a la práctica anunciadora de relaciones sociales no capitalistas,
signada por una vocación estratégica en pos de amalgamar la aguda reflexión
teórica con el sentir popular, constituye una enseñanza digna de ser retomada
en la coyuntura actual. Más aún, teniendo en cuenta las breves y agudas
reflexiones carcelarias reunidas bajo el nombre de “Espontaneidad y dirección
consciente”, las cuales recuperan este vínculo dialéctico tan logrado en el
proceso de ocupación de fábricas de 1919 y 1920.
Durante esos meses de enorme
intensidad, dirá Gramsci, el “elemento de espontaneidad no se descuidó, ni
menos se despreció: fue educado, orientado,
depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo”, pero no desde un
lugar externo y por encima de las y los obreros en lucha, sino en tanto núcleo
inmanente, activo y de avanzada, encaminado a la conquista de la plena
autonomía de clase.
La cuestión hoy es, por un lado, cómo tender puentes e “irradiar”
nuevas formas de democracia plebeya y de praxis emancipatoria al resto de la
sociedad, e inclusive a las instituciones que prefiguran en potencia el orden
civilizatorio venidero, superando el aislamiento en el seno de un territorio
específico (sea éste un empresa, un espacio educativo o cultural, un barrio o
un ámbito rural); y por el otro, de qué manera transformar, en aquellas
situaciones en la que resulte pertinente y subversiva, la crítica a los
sindicatos y a las organizaciones políticas tradicionales, en desborde y refundación
de estas instancias, de manera tal que sean sus propias bases quienes las
reinventen y conduzcan.
Esperamos que, a contrapelo de las modas, este trabajo de
exhumación militante y de lectura crítica contribuya un mínimo a restaurar la
herencia de Gramsci durante su estancia en Turín, más allá de los inevitables
aniversarios y de la infinidad de justificados homenajes que suelen invocar su
espectro. Al fin y al cabo, como supo expresar a modo de apuesta este joven
autodidacta sardo, “existen en la historia derrotas que más tarde aparecen como
luminosas victorias, presuntos muertos que han hecho hablar de ellos
ruidosamente, cadáveres de cuyas cenizas la vida ha resurgido más intensa y
productora de valores”.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/el-joven-gramsci-la-experiencia-de-l-ordine-nuovo-y-los-consejos-de-fabrica-como-organismos-prefigurativos/
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