Ganar elecciones,
¿para qué?
Cristina, verticalismo,
gobernabilidad y
la
teoría de lo posible
25 de mayo de 2019
Por Aram
Aharonian (Rebelión)
Cuando a cinco meses de las elecciones del 27 de octubre todos los
estudios de opinión y encuestas electorales mostraban a Cristina Fernández de
Kirchner caminando hacia un triunfo en primera vuelta, la exmandataria dio
vuelta el tablero y anunció que el candidato a presidente sería su exjefe de
gabinete Alberto Fernández, y ella sería su vice.
Con su decisión, Cristina buscaba allanar el camino para construir
una coalición más amplia, hacia una nueva hegemonía política, que ya de por sí
será débil por los condicionamientos socioeconómicos. Lo que llama la atención
es que los sondeos la muestran con una imagen positiva 15 puntos por encima de
la del presidente Mauricio Macri y 16 sobre la del “reformista” Sergio Massa.
En una
demostración de verticalismo, Cristina tomó la iniciativa desde la “mesa chica”
y alineó al conjunto de la fuerza propia detrás de esa decisión, lo que deja en
claro por un lado el poder de la exmandataria y la debilidad del conjunto de
las fuerzas que integran el espacio, por el otro. Es el verticalismo que ha
construido históricamente, en nombre de la lealtad, una cultura de obsecuencia
y traición, como dos caras de la misma moneda, señala el sociólogo Marcelo
Langieri.
Ante la ausencia de garantías suficientes para construir una
mayoría en la segunda vuelta electoral, apela al diálogo y la moderación como
ejes de la propuesta. Lo
extraño es que fue la agudización de la crisis descomunal, lo que sirvió para
justificar el giro centrista tanto para afuera del espacio como para adentro,
alejando las fantasías sobre una radicalización programática, con un programa
que reivindicara un gobierno popular sin corruptos para desarrollar la agenda
de tierra, techo, trabajo, de la juventud y del feminismo popular.
Apostó por un armado político de “centro nacional”, con
protagonismo del Partido Justicialista (PJ), de los gobernadores, de una franja
del empresariado local, de la llamada burocracia sindical. Una apertura hacia
la derecha del espectro político, un giro al pragmatismo. ¿Será que Cristina se
despide del progresismo?, se pregunta Miguel Mazzeo. Lo cierto es que a muchos
ha sorprendido el silencio de la exmandataria sobre los ataques a la
integración regional en general, y a Venezula en particular.
Desde hace meses el tema de la gobernabilidad fue el de mayor
preocupación no solo de los políticos locales sino también del Departamento de
Estado estadounidense y la socialdemocracia europea (y los think tanks de ambos). Toda la artillería de la
prensa hegemónica fue moldeando el imaginario colectivo de la necesidad de
hallar alguien que lograra suturar la grieta profunda entre el poder fáctico y
el resto de la sociedad, en especial el kirchnerismo y el peronismo.
La llamada grieta es la estrategia de gobernar a partir de una
minoría intensa, un estilo de ejercicio del poder, que nació en 2009 durante el
conflicto del campo, cuando el kirchnerismo golpeado, vencido en las elecciones
legislativas del 2009 y con escasos apoyos, logró reconstruir su legitimidad a
partir de una sucesión de reformas progresistas: estatización de la previsión
social, ley de matrimonio igualitario, asignación universal por hijo, entre
otras.
Algunos interpretaron estas medidas como una radicalización, pero
en realidad fue la forma de incorporar a otros sectores, sumar nuevos temas a
la agenda, para recuperar la popularidad y la hegemonía.
La grieta le permite a un gobierno retener el poder, ganar
elecciones, pero no alcanza para emprender transformaciones profundas y
sostenibles, como demuestra la experiencia del cristinismo pero también la del
macrismo, que hizo de la grieta una verdadera filosofía de Estado y encontró
una serie de dificultades para desplegar plenamente su programa regresivo de
reformas (laboral, previsional, impositiva), señala el director de la edición
local del mensuario francés Le Monde diplomatique, José Nathanson
Y ahí se fueron barajando varios nombres para superar la grieta,
publicitada por los medios hegemónicos (macrismo de un lado, kirchnerismo del
otro), en busca del camino del medio. Casi todos quedaron en el camino tras los
nueve fracasos consecutivos del macrismo y sus aliados/cómplices en elecciones
regionales; entre ellos el exministro de Economía Roberto Lavagna, lanzado
desde el peronismo reformista como cabeza de un eventual acuerdo nacional,
quien contaba con el visto bueno y apoyo de la embajada estadounidense.
Algunos sectores de la militancia y de los adherentes al
kirchnerismo justifican la decisión de Cristina; unos hasta hablan de su
“genialidad táctica”. Pero muchos otros están desilusionados, sobre todo los
más postergados, porque la candidatura del ungido significó un golpe a su
entusiasmo y la voluntad manifiesta de no avanzar hacia cambios estructurales,
en nombre de la teoría de “lo posible”, la asesina de la utopía.
Cristina funcionaba como vector de posiciones críticas, energías
democráticas y denocratizantes, de pasiones populares, porque los avances
democráticos y las políticas de contenido popular del kirchnerismo fueron de la
mano de una Cristina “compañera”, dura, intransigente, movilizadora,
ideológicamente comprometida, sin el lastre de la burocracia política del
justicialismo. Hoy aparece como “jefe” el manso Alberto, un constructor de
puentes con el enemigo, encargado de suturar la grieta entre kirchnerismo y
macrismo.
Si Cristina inició esta etapa del juego electoral con una
“maniobra brillante”, falta aún que muevan sus piezas los otros actores, los
del poder fáctico: los medios concentrados y cartelizados, la Embajada
(obviamente la de EE.UU .),
el gran empresariado y las grandes corporaciones. Lo que será difícil es
gobernar con la oposición sistemática del poder fáctico y sus medios de
comunicación e información, y eso lo sabe bien el kirchnerismo. Quizá por eso
el ungido fue el otro Fernández, Alberto.
Ya al presentar su libro “Sinceramente”, el 9 de mayo, propuso un
contrato social de ciudadanía que incluyera a empresarios, sindicalistas e
intelectuales, siguiendo el proyecto nacional de Juan Domingo Perón en 1974,
tratando de formar el tipo de base necesario para gobernar. En el Foro Mundial
del Pensamiento Crítico en Buenos Aires, había señalado que la distinción entre
izquierda y derecha era un anacronismo. En junio de 2015, aún en el gobierno,
había distinguido que “no hay ideologías, se trata de intereses contrapuestos”.
¿Se trata de una democracia participativa o un cheque en blanco
para que la próxima administración pueda gobernar sin demasiado ruido en las
calles?, preguntan en radios y televisoras. Hoy sus seguidores fueron invitados
a participar en esta nueva aventura electoral, pero nadie les pidió su opinión.
Jorge Fontevechia, director del diario Perfil, señala que Cristina
“más allá de su psicología, sea narcisismo primario, megalomanía, sesgo
paranoide o delirio de grandeza, todas las categorías conllevan a una etiología
similar: elegirse a sí misma como objeto de amor”.
Alberto Fernández es un “negociador”, hasta hace muy poco tiempo
encolumnado detrás de Sergio Massa y crítico de muchas de las “características
del cristinismo” que hoy le endilgan a su actual mentora quienes tardan en
aceptar su liderazgo; de históricas buenas relaciones con los medios
hegemónicos locales y contactos sólidos con grupos de presión estadounidenses
con llegada a la Casa
Blanca y, sobre todo, al Departamento de Estado.
“Un perfil semejante le permite a la exmandataria ampliar las
posibilidades de crecimiento de su espacio, potenciado desde el primer momento
con el renunciamiento inmediato del exgobernador Felipe Solá, un precandidato
que aporta desde el arranque sus propuestas sobre la defensa de la economía
popular, sobre todo de las mujeres y los hombres que la desarrollan, además de
darle profundidad al voto, más allá del cono urbano bonaerense”, señala el
analista de CLAE, Carlos Villalba.
Se supone que para lanzar esta fórmula, Crisrtina consultó a
Massa, titular del Frente Renovador, un partido que, como el Justicialista,
Unión Ciudadana, Proyecto Sur, Partido Comunista, el Partido de la Cultura, la
Educación y el Trabajo o el Partido Solidario, podrían formar el “Frente
Patriótico” de unidad nacional, con el que Cristina aspira a derrotar al
macrismo.
“Para ganar espacio se corre a la derecha”, señala Rubén
Armendáriz, considerando que explícitamente prefiere a la derecha justicialista
que a los grupos de centroizquierda del propio peronismo, para consolidar el
gobierno que suceda al actual, que sigue mostrando indicadores sociales y
económicos que tienen a la mitad de la población argentina contra las cuerdas
del hambre, la desocupación, la miseria, las enfermedades, la marginación.
Alberto dixit
Alberto Fernández, el ungido, es un político conciliador y conservador,
lobista palaciego, cuya popularidad alcanzó alguna vez el 10% y su nivel de
desconocimiento, incluso entre los peronistas de a pie, es alta. Es una figura
adecuada para renegociar con el FMI, llevar tranquilidad a los mercados,
acordar las “impostergables” reformas estructurales con las grandes
corporaciones y con la burocracia sindical, para despegar al espacio de
cualquier sospecha de “chavismo” y especies similares, para poner paños fríos
en la relación con los multimedios hegemónicos.
“Es una figura idónea para intentar articular la construcción de
legitimidad política con la satisfacción de las necesidades de la valorización
del capital. Cristina percibe esto con claridad sabe que ese traje no le queda
bien, y por eso se corre, por eso transfiere sus votos y su protagonismo”,
señala Mazzeo.
“Nunca hemos pensado en dejar de pagar la deuda o dejar de cumplir
las obligaciones. La historia cuenta que vinimos a pagar las deudas que siempre
tomaron otros. Las hemos pagado en los términos que nosotros nos comprometimos
a pagar. Tenemos que hacer un esfuerzo para ver cómo enfrentamos ese momento”,
fue de lo primero que dijo Alberto Fernández, para calmar a Washington, el
Fondo Monetario Internacional y los acreedores.
Añadió que Mauricio Macri pensó que el problema inflacionario sólo
se resolvía atacando a la moneda, y generó un estrago financiero como pocas
veces ha vivido la Argentina. “Hay que darle una solución al estrago
financiero, de lo contrario no existe solución al tema de la deuda. Pero todo esto
hay que hacerlo sin descuidar que tenemos que desarrollar el aparato productivo
para volver a poner en funcionamiento la economía”, resumió su plan de
gobierno.
“Además todos están hablando de lo que vamos a hacer nosotros
cuando lleguemos y nadie se da cuenta de lo que está pasando de acá al 10 de
diciembre, el riesgo de caer en default con la deuda privada. Nadie le está
prestando atención a eso”, añadió el candidato a presidente, quien añadió que
“la Argentina está afuera del mundo y lo que nosotros necesitamos es volver a
integrarla (…) EEUU es una potencia y tenemos que encontrar un mecanismo de
convivencia donde todos nos respetemos. Podemos entrar en la globalización con
inteligencia y pidiendo que se nos respete”, añadió.
“Empecemos a construir otra historia para América Latina. Siempre
creí que es un territorio que debe integrarse, no desintegrarse”, dijo, tras
pedir la liberación del expresidente brasileño Lula da Silva, víctima del lawfare.
Primero la rosca, luego el plan
Pero por ahora sólo se habla de cálculos electorales, pero nada de
un plan de gobierno donde se garantice la recuperación para el Estado los
recursos estratégicos y los servicios públicos, fortalecer los sistemas
educativos y sanitarios públicos limitando la expansión de los sistemas
privados que negocian con los derechos y recursos de todos los argentinos.
Nadie habla de qué tipo de democracia se desea. Si se convocará al
pueblo para las decisiones trascendentales, si se establecerá la revocatoria de
mandatos de los cargos electivos, si se realizarán los urgentes cambios
estructurales que comprenden una nueva Constitución y un nuevo cuerpo legal
para impedir el cíclico saqueo de las riquezas. Silencio total: primero hay que
ganar, es la respuesta.
Desde Página12, vocero del kirchnerismo, se señala que
para llegar al Estado, “obvio, hace falta la rosca. Es preciso
negociar y negociar. Hacen falta votos de convencidos, de desilusionados”.
Las respuestas de los dirigentes a las preguntas urgentes de un
pueblo hambreado son casi siempre las mismas. La agenda urgente (que se
desconoce) requiere aliados para ganar y aliados para gobernar. “Primero hay
que ganar”, insisten. ¿No importan el cómo y el para qué? Hoy por hoy, no es
fácil imaginar (por más imaginación que se tenga) a Alberto Fernández como
continuador de los ocho años de gobierno de Cristina y su candidatura tampoco
asegura que fortalezca la unidad del peronismo
Una de las primeras metas de esta nueva coalición aún nonata es
construir una base parlamentaria peronista y panperonista que pueda generar
acuerdos temáticos. Esta fórmula quiere concitar la convocatoria a los más
variados sectores políticos y económicos también, pero la coalición que
gobierne deberá ser mucho más amplia que la que gane las elecciones, reconocía Alberto
Fernández.
Muchos analistas dudan que la fórmula lanzada sea “la jugada” y
especulan si aún faltan otros detalles para descubrir la segunda jugada,
escondida, sorpresiva, sorprendente. En esta jugada, Cristina es la que
arriesga mucho… o todo. Más allá de las palabras –convocantes a la unidad y el
patriotismo- no está clara la razón de las mismas y las causas no invocadas,
solo el tiempo podrá develarlas.
Votando a Cristina se sabía lo que se votaba, cosa que no acontece
haciéndolo por Alberto Fernández y mucho menos cuando la expresidenta sea su
vice. Tampoco está claro que los aportes electorales del ungido candidato
presidencial, protagonista de fuertes virajes políticos, compensen los votos
que pierda Cristina con esta decisión, señala el dirigente social Juan Guahán.
La expresidenta dijo que más que ganar una elección “necesitamos
hombres y mujeres que puedan gobernar la Argentina inmersa en una crisis peor
que la del 2001. No se trata de volver al pasado ni de hacer lo mismo que
hicimos entre el 2003 y el 2015, la situación es distinta”, y la preocupación
central debe ser “establecer un nuevo orden en el marco de una organización
social y colectiva”, añadió.
Las condiciones actuales, con una deuda equivalente al PBI (o que
probablemente ya lo superó), son mucho más adversas que las que afrontaron Juan
Domingo Perón y su ministro de Economía José Ber Gelbard en 1974, un empresario
con indudable talento personal (y compromiso social), muy difícil de hallar en
esta Argentina del siglo XXI.
Este endeudamiento obtura cualquier proceso inversor, y cualquier
brisa en los mercados internacionales desataría un huracán triturador de la
economía argentina. A menos que, como bajo el menemismo, ese proceso inversor
se apoye en la entrega de las joyas de la abuela: el agua, el petróleo, los
recursos mineros, y hasta probablemente porciones del territorio nacional,
advierte Luis Brunetto desde El Furgón. Pero sobre eso no se habla.
No hay salida sin repudiar la deuda repiten los economistas
nacionalistas y de izquierda. No se trata de cambiar al Gato Macri por el
Gatopardo, dicen las redes sociales. No se trata de cambiar de gobierno para
que todo siga como está: por eso lo que se reclama es un plan, un proyecto,
ajustado a la realidad y la justicia social, alrededor del cual se debieran
sumar las voluntades.
Explicando
La desesperante situación económica, financiera y social del país,
aún dejan entre signos de interrogación la posibilidad de que Macri deba dejar la Casa Rosada antes de
terminar su mandato, como pasara con Fernando De la Rúa en 2001. Quizá, el
apresuramiento en el lanzamiento de las candidaturas Fernández-Fernández, sirva
como una válvula de esperanza para impedir el estallido social.
Pero
es evidente que hay que convencer a las bases peronistas y kirchneristas de, en
nombre del pragmatismo, votar por Alberto Fernández, quien según Página 12 va arrinconando a Sergio Massa y sus
seguidores del peronismo reformista a ir a elecciones internas o sumarse a la
fórmula y aspirar a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, la
principal del país.
Ya una especulación recorre los medios y redes peronistas “Alberto
es Clarín y la fórmula revela que hay acuerdo con Clarín”, el oligopolio
mediático. “La
fórmula zanjó una vieja discusión táctica del kirchnerismo. AF candidato a
Presidente supone mantener la relación directa con los votantes, y con los
gobernados, pero reconocer también la mediación de los periodistas. O al menos
la necesidad de no irritarlos inútilmente”, dice Martín Granovsky en Página12, confundiendo
periodistas con los medios hegemónicos de información.
Durante 2019, Cristina dejó de lado el armado de Unidad Ciudadana
como espacio autónomo y optó por acercar posiciones con diversos sectores del
peronismo. La nueva fórmula, explorada a nivel provincial, fue: Unidad
Ciudadana no es el todo, es una parte de otro armado, donde puede no ser el
eslabón principal. Para esa rosca política, dicen algunos analistas, hacía
falta que la líder indiscutida cediera espacio a un articulador.
Obviamente, la exmandataria es consciente de que el ajuste
macrista y, sobre todo, el fenomenal endeudamiento dejarán al país muy
condicionado en los próximos años. De no haber reprogramación o default, la
Argentina tiene por delante vencimientos por más de 45 mil millones de dólares
en los próximos cuatro años.
Ese escenario, entonces, exige un "gran frente opositor”, que
permita explorar una nueva hegemonía política, que por definición será débil
por los condicionamientos económicos, señala Enrique de la Calle, de la Agencia Paco Urondo.
Con un nuevo movimiento sorpresivo, como tanto le gustan a la ahora senadora
nacional, Cristina reconfiguró una vez más la política argentina.
Alberto Fernández mantiene desde siempre vasos comunicantes con
actores del establishment, desde el empresario nacional hasta la corporación
judicial. Sin algunos de ellos no se puede diseñar ninguna hegemonía, gusten
más o menos, añade de la Calle.
¿Rehacer un país o un cambio para que nada cambie?
Hoy el corsé del Fondo Monetario es descomunal, el aparato
productivo requiere de una inyección reactivadora que estará en soledad
regional e internacional. ¿Con quiénes se encara una epopeya reformista de ese
tamaño, quitadas las ensoñaciones perpetuas de que basta con un sujeto social
movilizado?, señala el periodista Eduardo Aliverti.
Hasta que alguien explique lo contrario con más seriedad que
romanticismo vacuo; con más pragmatismo distributivo que con consignas cómodas;
con más efectividades conducentes que con infantilismos falsamente izquierdistas,
esto es rosca a dos manos. Con una se trabaja el desarrollo de una economía
popular que satisfaga necesidades inmediatas y prospectivas y con la otra se
dirige con firmeza a un empresariado cuya vocación patriótica no existe,
agrega.
Hay un poder fáctico que se ha beneficiado con el gobierno de
Mauricio Macri y, conscientes de que sus días en el gobierno están contados,
pretende dejar plantado un escenario político-económico que permita a continuar
con sus negocios.
Su capacidad de maniobra está justamente en el poder de compra (de
voluntades políticas especialmente) y su poder de fuego (extorsiones
económicas, infiltración de organizaciones políticas y sociales, utilización de
la inteligencia artificial en la manipulación de la opinión pública a través de
los medios y las llamadas redes digitales).
La bases insisten en recuperar la ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual, que permita –no, que garantice- la pluralidad de voces, insisten
en una modificación de raíz de la estructura judicial del país, poner a
funcionar el casi paralizado aparato productivo, en limitar el extractivismo
salvaje y depredador (al que son adictos varios de los gobernadores peronistas
que se suponen formen parte de la alianza).
¿Se respetará la existencia de los pueblos originarios a través de
medidas que impidan el avance del latifundio, la extranjerización de la tierra
y reconozcan la propiedad comunitaria de sus asentamientos?, preguntan por las
redes sociales.
El gobierno de Macri repitió el procedimiento de endeudamiento externo
y retraso cambiario, beneficiando a una breve nómina, hasta que el 25 de abril
de 2018 los principales bancos colocadores de títulos de deuda argentinos en el
mundo emprendieron la fuga.
Sin plan y sin rumbo Macri se subordinó al FMI, que
generosamente le prestó más que a cualquier país miembro, con una duración y
escala del ajuste también sin precedentes.
El antecedente de una situación similar es el del 3 de enero de
2006, cuando Argentina le pagó todo lo adeudado al FMI. El mismo presidente
Néstor Kirchner fue ese día a la oficina del FMI y les dijo que se fueran. Hoy
hay que sumar la deuda con el FMI y la parafernalia de títulos de deuda
emitidos por el macrismo. El stock de LECAPs (Letras del Tesoro capitalizables
en pesos, títulos de corto plazo), supera los 9.800 millones de dólares (más de
la mitad de esa deuda está en poder de bancos y fondos extranjeros), y la deuda
en LETES (Letras del Tesoro), que son en dólares y suman 8.345 millones.
El próximo gobierno debe hacer frente a un monto y escala de
vencimientos de deuda imposibles de pagar, máxime cuando por el mismo pago de
los intereses de la deuda se tiene déficit fiscal total y déficit en la cuenta
corriente de la Balanza de Pagos, y la única propuesta de Alberto Fernández es
subordinarse a un posible acuerdo con el FMI.
Al 10 de mayo, el total de los depósitos del sector privado en el
mercado financiero local ascendía a unos 48.000 millones de dólares,
básicamente a 30 días de plazo, con lo que pende la posibilidad que ante una
nueva corrida del dólar, la misma se convierta en corrida bancaria.
El economista Horacio Rovelli recuerda que de lo acordado con el
FMI, el próximo gobierno recibirá en el año 2020 unos 3.892 millones de dólares
en cuatro cuotas trimestrales de 973 millones de dólares cada una, que terminan
en dos cuotas más de 773 millones de dólares en el 2021. Pero hay que empezar a
pagar desde septiembre de 2020, en ocho cuotas trimestrales consecutivas, el
tramo de 14.458 millones de dólares otorgado el 22 de junio de 2018 y así sucesivamente
todo el crédito del FMI.
Por ende, para la próxima administración los ingresos del FMI no
cubren la tercera parte de lo que se le debe devolver a ese organismo en los
primeros 18 meses de gestión. Y no existe ningún plan de la nueva fórmula presidencial
que contemple los intereses de los desocupados, asalariados, jubilados y
pensionados, las pequeña y medianas empresas cerradas por la política
proespeculativa del gobierno de Cambiemos.
Mientras, grandes empresas locales, como el Grupo Clarín, Arcor,
La Serenísima, Grobocopatel, Longvie, etc., tienen deuda en dólares y
obviamente van a tratar de repetir la jugada de traspasarle parte de esa deuda
al Estado.
Por ende es imprescindible que cese la política de depredación del
gobierno de Cambiemos y sea reemplazado por uno que diferencie tajantemente la
deuda pública de la privada y que se dé, desde el primer día, una política
clara de reprogramación y extensión de los plazos que sea compatible con el
crecimiento económico y la imprescindible redistribución de ingresos a favor de
los asalariados, jubilados y pensionados, para que recuperen, en cierto lapso,
los casi 20% del PIB que perdieron en los -difíciles de olvidar- años del
macrismo.
La jugada de Cristina abre el juego del kirchnerismo pero no clausura
la interna dentro del peronismo ni tampoco cierra la grieta con Cambiemos.
Nadie duda de que la maniobra de Cristina es impactante. Como en el fútbol,
sólo el resultado final dirá si es una jugada maestra o si se trata de un gesto
histórico que se agota en la completa trama de una realidad política
infisionada de pragmatismo y ausencia de proyectos trascendentes, señala el
sociólogo Marcelo Lagieri.
Una característica común a quien han aplaudido la “genial”
decisión de la exmandataria es la ausencia absoluta de participación en la toma
de decisiones dentro de ese espacio y en la naturalización completa del
fenómeno. El peronismo ha tenido como características el verticalismo, el
pragmatismo y la capacidad de generar consensos entre diversos sectores
sociales.
Cristina ha hecho una demostración del arte de la conducción que
solo se opaca por la debilidad de los conducidos: La maniobra puede facilitar
el triunfo electoral pero condiciona un programa de recuperación de los valores
nacionales y populares y de reconstrucción de las organizaciones sociales y
políticas con capacidad para impulsar un programa de transformación de la
Argentina.
En un país que fue acostumbrado a creer en las encuestas: la fórmula
Fernández-Fernández se definió sin siquiera un sondeo de
opinión.
Lo primero es retomar el poder (o al menos el gobierno), se afirma
desde el cristinisnmo. ¿Para qué, con qué proyecto?
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo
uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para
la
Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=256367
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