BID: El regreso del determinismo
La Fatalidad
tropical del subdesarrollo
en América Latina
28 de marzo de
2000
Eduardo Gudynas
Los más
recientes reportes anuales y estudios técnicos del Banco Interamericano de
Desarrollo defienden un determinismo geográfico del desarrollo: los países más
ricos en recursos naturales y mas cercanos al Ecuador están condenados a ser
más atrasados y pobres. Los problemas actuales no se deben a las reformas
estructurales o a las acciones de los gobiernos, sino a las condiciones
ambientales. Para remontar todo esto el mejor remedio es el mercado y acentuar
todavía más las reformas. América Latina posee la peor distribución de la
riqueza en el mundo. La distancia entre los ricos y los pobres es abismal, y
mucho más alta que la registrada en los países industrializados o en otras
regiones del Tercer Mundo. El continente posee el dudoso privilegio de tener
personas muy ricas, incluso a escala planetaria, junto a indigencia en
condiciones extremas. Si bien en algunos países, la proporción de pobres se ha
estabilizado, el número absoluto no ha dejado de crecer. El Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) ha analizado este problema y mantiene activas estrategias
con el supuesto objetivo resolverlo.
El objetivo de este artículo es precisamente dar a conocer las
recientes ideas del BID sobre las limitaciones al desarrollo en América Latina,
especialmente a partir de sus reportes anuales para 1997 y 1998-99.
Sorpresivamente, el BID defiende o un determinismo geográfico y ecológico,
donde la inequidad se correspondería con la latitud y bajo una mayor riqueza
ecológica, más se deterioran las opciones de desarrollo. Se asoma un fatalismo
tropical, donde las naciones ecuatoriales parecen destinadas a la pobreza.
Estas ideas han pasado casi desapercibidas, aunque merecerían
detallados estudios, en especial por sus implicaciones sobre las políticas del
banco, así como sus repercusiones en los gobiernos de la región.
La desigualdad geográfica
El BID en su reporte de 1998-99 afirma que la
dotación de recursos naturales, especialmente los minerales y la disponibilidad
de tierra para cultivos y ganados, está fuertemente asociada con la inequidad. La
relación que defiende indica que a medida que aumenta la disponibilidad de esos
recursos naturales, aumenta la desigualdad y la pobreza. La contracara
de esta vinculación, y que el banco ejemplifica varias veces, se observa en
países templados y fríos que poseen dotaciones reducidas en recursos, pero que
han ganado en riqueza y equidad. A juicio del BID, cuanto más rico sea un país
en recursos naturales, más lento será su desarrollo, y mayores sus desigualdades
internas. La explotación de los recursos naturales, sigue explicando el BID,
genera una renta que va a unas pocas personas, se desenvuelve por prácticas que
requieren empleo reducido y una mínima educación, lo que junto con el concurso
de otros factores termina desencadenando la situación de pobreza y desigualdad
actual. El banco defiende un determinismo geográfico, donde los países
tropicales, más cercanos a la línea del Ecuador, al poseer comparativamente
mayores dotaciones de recursos naturales, terminan degenerando hacia
condiciones de pobreza. La forma en que se distribuye la propiedad de los
bienes productivos es tan importante para la distribución del ingreso como lo
son los volúmenes de esos recursos. En este terreno, según el BID, América
Latina está en desventaja ya que la propiedad sobre los recursos naturales y
las oportunidades para la educación están muy concentradas. Entonces el
crecimiento económico y las nuevas oportunidades económicas que se brindan no
están equitativamente disponibles para todos los grupos de población. Muchos
coincidirían con esa afirmación, y de hecho eso es parte del problema.
Pero el
razonamiento del BID da pasos en otro sentido. América Latina tiene
aproximadamente la misma cantidad relativa de capital físico que otras regiones
del mundo, pero se diferencia a la vez por una mayor abundancia en recursos
naturales y por menores indicadores en capital humano. Esos dos extremos se
asociarían para explicar la gran concentración del ingreso. El BID realiza una serie
de análisis, donde correlaciona los niveles de desigualdad (medidos por el
coeficiente de Gini), con la disponibilidad de recursos. Encuentra que la mayor
correlación se da entre la latitud y la desigualdad, afirmando que "los
países cercanos al Ecuador poseen sistemáticamente mayores inequidades en el
ingreso, incluso después de tener en cuenta el hecho que los países en los
trópicos tienden a ser menos desarrollados que los países en otras regiones
templadas. Esto es verdad a nivel global, y también en América Latina". El
análisis del banco avanza todavía más: los "países tropicales,
especialmente cuando sus economías son intensivas en tierra y recursos
minerales, tienden a ser más desiguales", ya que estos usan intensivamente
la tierra, una mayor proporción del ingreso se acumula en ella, y tiende a
convertirse en un bien con una propiedad más concentrada. Las tierras
tropicales y sus cultivos ofrecerían la posibilidad de grandes economías de
escala bajo condiciones climáticas más adversas y con menores innovaciones
tecnológicas que en zonas templadas. El resultado ha sido, según el BID, una
baja productividad relativa del trabajo en los trópicos, que ha deprimido los
salarios fomentando empleos sin calificación.
A todo esto,
el banco agrega que los recursos naturales son "sumideros de capital"
en tanto succionan capitales intensamente, haciéndolo todavía más escaso para
otros fines (por ejemplo, la industrialización), y generando poco empleo.
Una vez
establecido el marco general de las ideas del banco, pueden comenzarse a
analizar los conceptos que lo fundamenta. Estas posiciones se presentan en los
reportes anuales de 1997 y 1998-1999, los que a su vez reproducen
secciones de un artículo de Michael Gavin, investigador del banco, y Ricardo
Hausman, economista jefe del BID y una de sus jerarcas más influyentes. También
debe destacarse otro estudio, por Juan Londonio y Miguel Szekely, integrantes
de la Oficina del Economista Jefe. Estos análisis a su vez deben mucho a
Jeffrey Sachs y sus colaboradores del Harvard Institute for International
Development.
La difícil vida en el trópico
Una de las
principales causas de las condicionantes negativas de los trópicos sobre la
igualdad y el desarrollo se debería, a juicio del BID a que la vida en esas
áreas es complicada por las enfermedades, las pestes, los problemas con el
clima y la calidad del agua. Estos factores han limitado la productividad del
trabajo y en especial minan la eficiencia productiva de la agropecuaria (Bid,
1998). El banco afirma que "el esfuerzo físico que un individuo puede
hacer cuando está a merced de los trópicos es substancialmente menos que en un
país con estaciones moderadas". Este sorprendente análisis de las
condiciones ambientales parecería indicar que los técnicos del BID creen que en
las regiones templadas no existen también condiciones adversas, como el frío,
las nevadas o una caída en la disponibilidad de recursos durante el invierno,
por lo que podría cultivarse la tierra o criar ganado sin mayores problemas; de
la misma manera, tampoco existirían importantes enfermedades o
"pestes" en esos países (por ejemplo, las recurrentes epidemias de
influenza que azotaban los países boreales no existen en el modelo del banco).
Finalmente, cuando el banco sostiene que una persona en los trópicos hace
esfuerzos físicos menores, si bien no lo dice, parecería aludir a que allí se
trabaja menos. El modelo del BID indica que el proceso de industrialización de
América Latina fue defectuoso, contrastándolo con la exitosa marcha de los EE.
UU. La diferencia sería, según el banco, que los trabajadores rurales
estadounidenses recibían sueldos que permitían una buena vida en el campo, de
donde era necesario elevar a ese nivel los salarios industriales urbanos para
atraer mano de obra. Bajo esas condiciones la industrialización tiene lugar con
salarios altos, y supuestamente eso fue lo que ocurrió en los EE. UU. En cambio eso
no sucedería en América Latina, ya que en el trópico los trabajadores rurales
reciben bajos salarios, de donde la industrialización tiene lugar en una oferta
de salarios bajos. Esas fuentes de trabajo no son atractivas y los potenciales
obreros deciden por quedarse en el campo. Nuevamente este modelo lleva a la
sorpresa, y parece olvidar los bajos niveles de vida de la población rural en EE.
UU. y Europa continental durante buena parte del siglo XIX e inicios del XX, la
expulsión masiva de inmigrantes desde Europa hacia América, así como las
migraciones internas hacia las ciudades. Asimismo, en el caso Latinoamericano
tampoco da cuenta de la expulsión rural por falta de trabajo, que nutrió los
cinturones de pobreza de las urbes, donde esos recién llegados tampoco
encuentran empleo. Esas personas no condicionan el ingreso a un empleo por el
nivel salarial, tal como indica el banco, sino que están a la busca de
cualquier trabajo. El BID también considera que otras limitaciones se deben a
los caracteres de los cultivos tropicales, como el algodón, azúcar y tabaco,
los que se producen con eficiencia en plantaciones de gran escala, y que ello
es menos verdad en cultivos templados como trigo o maíz. Por lo tanto esos
cultivos refuerzan la concentración, mientras los cultivos templados la
revertirían.
Este tipo de afirmaciones igualmente parecen olvidar que no existe
una condición agronómica o ecológica que obligue al maíz a ser cultivado por
pequeños o grandes propietarios. De la misma manera, las condiciones
ambientales no imponen contextos económicos, y son estos los que determinan
cuáles son las superficies más ventajosas para un propietario. La
aproximación del BID insiste en que la concentración de la tierra tiene una
condicionante ambiental, donde únicamente se pueden cultivar especies que solo
pueden ser manejadas bajo grandes propiedades, se "facilita una extrema
concentración de la propiedad de la tierra". Es un fatalismo ambiental que
hecha por tierra los determinantes históricos en campos económicos y políticos
que determinaron ese patrón de propiedad.
Sumideros y
volatilidad En una línea argumental paralela, el banco retoma las propuestas de
algunos investigadores que postulan que algunas explotaciones minerales o
agropecuarias requieren mucho capital físico pero poca mano de obra. En países
con disponibilidad de capital reducida, el derivarlo a esos sectores reduce su
disponibilidad para utilizarlo en otros rubros. Por lo tanto se utilizaría el
capital en actividades esencialmente ligadas a los recursos naturales, y no en
industrias manufactureras, aunque estas últimas lograrían promover con más
efectividad el crecimiento económico. Por lo tanto, los sectores primarios de
las economías se convierten en "sumideros" de capital, que terminan
succionándolo, pero arrojando beneficios comparativamente menores a los que
podrían lograr otros sectores, como los manufactureros. Finalmente, el banco también
relaciona las dotaciones de recursos naturales con la volatilidad
macroeconómica. Los choques externos a los que ha estado expuesta América
Latina tienen mucho que ver con la dependencia sobre "exportaciones de
productos primarios volátiles". Bajo este argumento, las economías
dependerían mucho de un puñado de recursos muy abundantes, cuyo precio se mueve
al vaivén de los mercados internacionales. En aquellas circunstancias en que
esos precios caen, habrán consecuencias proporcionalmente mayores en los países
tropicales, manteniendo o agravando sus condiciones de inequidad. Bajo esta
hipótesis parecería defenderse la sorprendente idea que en la crisis mexicana
del tequila o del real brasileño no actuaron otro tipo de factores, como la
acción de especuladores, los malos términos de intercambio de los recursos
naturales que se exportan, o la gestión de los gobiernos: el factor
determinante es el trópico. Frías cooperaciones versus cálida esclavitud El
análisis del banco da otros pasos extendiendo la determinación geográfica para
explicar también relaciones sociales y condiciones políticas. Por ejemplo,
afirma que "mientras que las tierras templadas históricamente han
promovido establecimientos familiares e instituciones que buscan promover la
cooperación, las grandes economías de escala y severas condiciones de trabajo
típicas de las tierras tropicales han generado una agricultura de plantaciones
y promovido la esclavitud". En el reporte del banco de 1998 incluso se
insiste que esas "condiciones tropicales" promovieron
"relaciones verticales, jerarquías y divisiones de clases antes que los
vínculos horizontales que construyen el capital social y contribuyen al
desarrollo y la equidad". El documento reconoce que si bien parte de la
inequidad en el continente pudo haber sido heredada de su pasado colonial, ese
pasado en sí mismo "pudo haber sido determinado por su geografía y sus
acervos de recursos". El banco considera que la esclavitud es la
manifestación extrema de un mercado con baja competencia entre empleadores y
gran poder sobre los empleados. A juicio de este análisis, la esclavitud fue
"un fenómeno que se desarrolló exclusivamente en los climas tropicales y
subtropicales, esta siendo parte del Nuevo Mundo donde la tecnología agrícola
presumiblemente la hacía más provechosa" (Bid, 1998).
Estas afirmaciones del BID no solo son sorprendentes sino que
parecen olvidar la evidencia histórica. Tanto las "plantaciones",
como la esclavitud que brindaba la mano de obra que les permitía funcionar, no
surgieron de las tierras tropicales de América Latina. Fueron impuestas en la
colonización europea, y en especial por la promoción británica e ibérica de ese
tipo de explotación. Es obvio que esos colonizadores no provenían de países
tropicales, y muy por el contrario su cultura se desarrolló bajo fríos
inviernos septentrionales. También se olvida la larga historia de la
esclavitud, comenzando en Oriente Medio, y siguiendo por Grecia y Roma.
Contrariando el modelo simplista del BID, en la colonización
Latinoamericana los traficantes ingleses tuvieron papeles
destacados en el tráfico esclavista, así como sus imitadores portugueses,
franceses y españoles, quienes no nacieron en países tropicales pero
promovieron y defendieron la esclavitud y el sistema de grandes propiedades. El
análisis del BID no rechaza los factores históricos, pero se pregunta si esas
políticas fueron accidentes de la historia o ellas en sí mismas resultan
determinadas por las dotaciones de recursos naturales.
Todavía más: esas políticas así como los aspectos institucionales
que han sido indicados como causas de la mala distribución, tendrían sus raíces
en las dotaciones de factores que encontraron los españoles y los portugueses,
y no en lo que hicieron los colonizadores (primero) y los criollos imitadores
de la intelectualidad europea (después). Asimismo, las ideas del BID promueven
una contracara con implicaciones muy serias, y que merecen ser consideradas. En
efecto, mientras los males tenían lugar en los trópicos, los países templados
aparecen con sociedades idílicas y horizontales que apuntaban al progreso y la igualdad. El
determinismo geográfico de este modelo ingenuo presenta a las sociedades de los
países industrializados del hemisferio norte como un modelo a imitar.
Deberíamos entonces olvidar los hechos contrarios a esas
aseveraciones y que tuvieron lugar en tierras templadas, como las guerras
intestinas en los EE. UU., las interminables guerras europeas o las diferentes
revoluciones de caudillos y doctores en las pampas del Río de la Plata. En el mismo
sentido, el BID sostiene que las sociedades de latitudes templadas y extremas
promoverían la cooperación y los establecimientos familiares, y por lo tanto
dejarían de ser relevantes los ejemplos históricos de latifundios patagónicos o
la segregación contra los inuits y otros pueblos originarios de Canadá.
Finalmente, habría que preguntarse si deberíamos desechar las experiencias de
fuerte crecimiento endógeno en un país tropical, como la que vivió Paraguay
durante un tramo del siglo XIX, y que fue aplastada tras la guerra encaminada
por países templados (Argentina y Uruguay) y tropicales (Brasil), gracias a los
buenos oficios de otro frío y brumoso (Inglaterra).
La excepción a la regla
i existiera una regla determinista donde la geografía tropical condicionara
las posibilidades de desarrollo, este mismo proceso se debería repetir en las
regiones tropicales en los demás continentes. Asimismo, todos los países
ubicados en las zonas templadas y frías, serían más desarrollados e
igualitarios. El BID ha realizado esas contrapruebas y concluye que existen
"importantes excepciones". Una de las excepciones se observa en los
países del Sudeste de Asia, donde a pesar que se ubican sobre el Ecuador poseen
bajos niveles de concentración en la propiedad de la tierra, pero según el
banco ello no basta para poner en duda el modelo, y sería "una de esas
raras excepciones que en realidad prueban la regla" (Bid, 1998). O sea que
el modelo tropical del BID sería válido, a pesar de que la situación en todo un
continente demuestra lo contrario. Otra evidencia en contrario son los países
templados que cuentan con una alta dotación de recursos naturales, los usan
intensivamente y no han degenerado hacia la desigualdad, como Australia o Nueva
Zelandia. Finalmente, la situación de empobrecimiento y desigualdad en países
templados a fríos (el estancamiento en Uruguay, y el agravamiento en Argentina
y Chile), también contradicen el modelo. Ninguno de los dos casos es analizado
adecuadamente en los estudios del BID.
Naturaleza abundante y personas perezosas
En el pasado, la alta dotación de recursos naturales y la pobreza
latinoamericana se explicaban por un determinismo que era a la vez geográfico y
social. Su dimensión social se basaba en considerar a los latinoamericanos como
holgazanes y perezosos. La idea es que la alta disponibilidad de recursos en el
trópico lleva a la pereza, ya que los alimentos eran fáciles de encontrar y no
existían necesidades fuertes para viviendas o vestimentas elaboradas. Por el
contrario, en las latitudes extremas, la rigurosidad climática y la escasez
continuada o estacional de recursos obligaba a desarrollar el ingenio y la
predisposición al trabajo. Los informes del BID no presentan explícitamente
esta idea pero ella se insinúa en todo momento. Además, los estudios de J.
Sachs, reiteradamente citados por el banco, enfocan ese punto recordando las
tempranas expresiones de esas ideas en el siglo XVI; citan por ejemplo al
francés Jean Bodin (1576) quien sostenía que "los hombres de los suelos gordos
y fértiles, son comúnmente afeminados y cobardes" mientras que los sitios
áridos hacen a los hombres "por necesidad y por consecuencia, cuidadosos,
vigilantes e industriosos". Esas ideas también eran frecuentes en América
Latina entre los siglos XVI a XIX, tanto entre visitantes e inmigrantes
europeos, así como entre muchos intelectuales criollos, quienes insistían en el
desapego por el trabajo de los latinoamericanos, su falta de disciplina, y su
tendencia a dejarse llevar por interminables fiestas. La implantación de los
modelos de desarrollo europeo se asociaban por igual a modificaciones
tecnológicas y productivas, como a transformar ese carácter, lo que se llamaba
"civilizar" la cultura bárbara. Los diarios de viaje de Félix de
Azara, Alcides d'Orbigny o Charles Darwin tienen múltiples pasajes sobre la
supuesta pereza local.
Existen abundantes ejemplos en el siglo XVIII y XIX, de
intelectuales y políticos que lamentaban la distancia que existía entre la
enorme disponibilidad de recursos (tierras fértiles, agua) y el atraso del
desarrollo de las nuevas naciones, responsabilizando a una supuesta cultura
perezosa, propia de indios y criollos. La abundancia sería la causa de la haraganería. Por
esa razón en distintos países se buscó la "civilización" del indio, y
el reemplazo del criollo haragán por el inmigrante trabajador.
El fin de la historia
El determinismo geográfico negativo del BID anula, o reduce a su
mínima expresión, los componentes sociales, políticos y culturales. Aparece
como una superación de las posturas de la Teoría de la Dependencia, y ni
siquiera se entretiene en rebatir ideas como las determinantes externas al
desarrollo, los términos de intercambio desventajosos, el control extranjero
del capital y los medios de producción o las intervenciones militares o
políticas. En ese sentido la historia se desvanece, los hechos que sucedieron
en el pasado pierden su significancia y deja de ser relevante para explicar las
situaciones actuales.
Pobreza y reformas
Esta perspectiva de un determinismo geográfico tiene consecuencias
perversas tanto en el análisis como el diseño de estrategias de acción. Ello se
debe a que ese determinismo desemboca en un mecanicismo fatal que impide
cualquier análisis crítico de las reformas económicas y políticas de los últimos
años: América Latina sería pobre y desigual por sus condiciones ambientales, y
no por los programas de reformas, o por las malas prácticas de personas o
instituciones. Todos los aspectos negativos se deben a la geografía y no a esas
reformas encaminadas por los gobiernos, y animadas por los bancos
multilaterales o el FMI. Pero sorpresivamente allí donde pueden observarse
mejoras, o al menos enlentencimientos en el deterioro, se deberían según el
banco a esas reformas, y no a la geografía. Las relaciones entre la distribución
de la riqueza y las limitaciones geográficas se presentan en el estudio de los
economistas del BID, Londonio y Szekely (1997), quienes admiten que la opinión
negativa de las personas y las denuncias por la creciente desigualdad y la pobreza
son confirmadas por los datos analizados por el banco. Pero rechazan la
vinculación entre las reformas estructurales y ese deterioro, considerando que
si no se hubieran hecho esas reformas la situación actual sería peor. En otras
palabras, el sentido común funciona para corroborar que nuestra situación
empeoró, pero la coincidencia con la implementación de estas reformas es
solamente eso, una casualidad. Las implicaciones políticas defendidas por Gavin
y Hausmann, y en esencia seguidas por el banco, son heterogéneas. Mientras
insisten en continuar la liberalización del comercio, reconocen que ello se
puede asociar con un aumento de los sectores primarios basados en recursos
naturales, lo que los llevaría a una contradicción, ya que bajo su modelo de desarrollo
esa estrategia incrementaría o mantendría la inequidad. Pero
los analistas de BID consideran que medidas proteccionistas tendrían como saldo
neto efectos negativos, indicando que los emprendimientos basados en recursos
naturales no deberían recibir tratamientos tributarios beneficiosos, incentivos
o subsidios (aunque es dudoso que el banco esté cumpliendo esta recomendación).
Paralelamente se buscan acciones focalizadas y compensatorias de los problemas
desencadenados por las reformas.
Reformas económicas y reformas culturales
Pero estas políticas están condicionadas a no interferir con los
mercados, de hecho son subsidiarias y secundarias a ellas, y deben ser
focalizadas. Su propósito es volcar a las personas al mercado, el que las
obligaría a trabajar y las recompensará según sus capacidades. Nuevamente asoma
la sombra del estigma del haraganismo tropical, de donde el mercado sería el
acicate que obligaría a trabajar. En este caso las reformas del banco, en línea
con otras corrientes de pensamiento, no son únicamente económicas, sino que
deben atacar la esencia cultural latinoamericana. La reformas, tanto las de
primera y segunda generación, a juicio del BID no pueden restringirse al campo
económico, y por ello avanzan en el terreno cultural. Las actuales líneas de
acción del banco promueven la desregulación de varios sectores económicos, la
privatización de servicios públicos, y nuevos vínculos con el mercado en los
más diversos sectores (desde el manejo de recursos hídricos a centros de
promoción de la sociedad civil, desde las asociaciones de consumidores a las
estrategias en ciencia y tecnología) y por lo tanto son consistentes con este
modelo. Pero el determinismo geográfico también lleva a un fatalismo, ya que no
se pueden modificar las latitudes donde se encuentran nuestros países. En esa
contradicción se encuentran las mejores posibilidades para remontar este tipo
de determinismo, ya que tanto en los trópicos como en las regiones templadas de
América Latina todavía hay mucha gente que labra sus destinos, e imagina nuevos
destinos, sin sentirse amenazada por la latitud en la que vive.
NOTAS
BID. 1997. Latin
America after a decade of reforms. Economic and social progress in
Latin America , 1997 Report. IADB, Washington.
BID. 1998. Facing up to ineaquality in Latin America .
Economic and social progress in Latin America, 1998-1999 Report. IADB,
Washington. Gavin, M. y R. Hausmann. 1998. Nature, development and distribution
in Latin America . Evidence on the role of
geography, climate and naturales resouces. BID, Oficina
Economista Jefe, Documento Trabajo 378. Londonio, J.L. y M. Szekely. 1997.
Distributional surprises after a decade of reform: Latin America in the
ninities. BID, Oficina Economista Jefe, Documento Trabajo 352. Reproducido en
Pensamiento Iberoamericano, "América Latina después de las reformas",
volumen extraordinario, 1998, pp 195-242.
* E. Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de
Ecología Social (Montevideo); claes@adinet.com.uy;www.ambinetal.net/claes.
https://www.alainet.org/es/active/808
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