Las mujeres sudanesas
que lucharon contra el militarismo de Jartum
durante décadas
sentaron las bases para la revolución que está en marcha en Sudán
Las muchas madres de
la Revolución sudanesa
9 de mayo de 2019
Por Nisrin Elamin y Tahani Ismail
Al Jazeera
Traducción para Rebelión de Loles Oliván
Hijós.
El 10 de abril la fotografía de Alaa Salah,
estudiante de Ingeniería de 22 años, cantando frente a una multitud de
manifestantes se volvió viral, llamó la atención del mundo y rompió el bloqueo
de los medios de comunicación internacionales sobre las protestas de Sudán.
Rápidamente quedó marcada como el “símbolo” de
la revolución sudanesa y su imagen encaró al espurio ideario normativo que
representa a las mujeres musulmanas como oprimidas y políticamente pasivas. Los
medios de comunicación internacionales se obsesionaron con la valentía de su
acto y lo excepcionalizaron,
desaprovechando una oportunidad singular para analizar el papel central que han
desempeñado las mujeres sudanesas en la revolución hasta ahora y el contexto
histórico general en el que ha surgido su activismo.
En realidad, la historia de Sudán ha
estado salpicada de figuras femeninas emblemáticas: desde Kandaka de Meroe (la
reina nubia), cuya estrategia militar impidió a Alejandro Magno conquistar
tierras nubias en el año 332 a .C.,
pasando por la
doctora Jalida Zahir , la primera médica de Sudán, detenida
por los británicos en 1946 por oponerse a la dominación colonial, hasta Fátima
Ibrahim, destacada comunista y dirigente de la Unión de Mujeres Sudanesas que
luchó por el derecho de las mujeres al voto, a la igualdad salarial y a la baja
por maternidad.
Para nosotras, dos mujeres de Gezira y Darfur,
es importante destacar que aunque algunos de estos iconos feministas del centro
y norte de Sudán han recibido reconocimiento, durante décadas se ha ignorado el
papel determinante que las mujeres de la clase trabajadora y las mujeres de las
regiones marginadas han desempeñado como impulsoras de la resistencia popular
contra la dictadura, la marginación política y la violencia estatal en Sudán.
En este sentido, Alaa es no solo heredera de
destacadas feministas sudanesas sino también de generaciones de mujeres
anónimas de todo Sudán que han estado a la vanguardia de la resistencia contra
el régimen. Su lucha por la dignidad y la libertad ha sentado bases firmes
desde las que ella y muchas otras jóvenes manifestantes pueden dar un paso en
su valerosa lucha contra el régimen.
Lo que dijo Alaa y el mundo no escuchó
Aunque se ha escrito mucho sobre la imagen de
Alaa, los medios de comunicación internacionales han ignorado casi todo lo que
dijo ese día: “Nos han encarcelado en nombre de la religión, nos han quemado en
nombre de la religión, nos han matado en nombre de la religión”, cantó, citando
un poema del poeta sudanés Azhari Mohamed Ali. “Pero el islam es inocente. El
islam nos dice que levantemos la voz y que luchemos contra los tiranos... No es
la bala lo que mata. Lo que mata es el silencio del pueblo” [Título del poema
de Azhari que Alaa recitó].
La recitación de Alaa no fue un acto
excepcional. Su actuación pública recoge una larga tradición de mujeres
sudanesas que recitan poemas de alabanza y de lamento para honrar a los
muertos, para levantar la moral de los guerreros y para oponerse a los líderes
despiadados.
Entre las poetisas sudanesas más conocidas se
encuentran Meheira Bint Abud, de Nubia, afamada por recitar poemas a los
combatientes sudaneses que luchaban contra los ejércitos invasores del jedive egipcio Mohammed Ali Pachá, y el icono
anticolonial Hawa al Tagtaga, de Kurdufan, encarcelada por los británicos
después de interpretar canciones nacionalistas en el Teatro del Trabajo de
Atbara, en vísperas de la independencia de Sudán [1956].
Pero lo más importante es que a través del
poema que recitó, Alaa, como muchas mujeres sudanesas antes que ella, se estaba
rebelando contra la perniciosa práctica del régimen de utilizar la religión en
sus campañas represivas para silenciar la disidencia. En
1992, tres años después de que Omar al Bashir tomara el poder mediante un golpe
militar, su gobierno aprobó una serie de leyes de “orden público” bajo el
pretexto de “aplicar la ley islámica” en buena parte del país.
Estas leyes permitieron que su aparato de
seguridad criminalizara a las mujeres que llevaban pantalones, que se dejaban
el pelo al descubierto, que cantaban canciones “inmorales” en bodas y
conciertos y que salían con amigos. Los agentes de seguridad utilizaban esas
leyes muchas veces para acosar y detener a mujeres periodistas, músicas y disidentes
que criticaban al régimen.
En 2009, por ejemplo, la periodista Lubna
al Husein, reconocida crítica del régimen, fue condenada a 40 latigazos por
llevar pantalones en público pero se enfrentó a esa acusación ante los
tribunales. Ese mismo año, Silva Kashif, de 16 años, una joven cristian a del sur de Sudán que vive en Jartum, fue
azotada 50 veces por llevar una falda por debajo de las rodillas después de
habérsele negado el derecho a un juicio.
Estas leyes de orden público también se
utilizaban para atacar y debilitar sistemáticamente el sustento de las mujeres
de la clase trabajadora. En 2017, por ejemplo, el régimen prohibió a 380
vendedoras de té trabajar en la
calle Nilo , en el centro de Jartum. Las mujeres, encabezadas
por la Asociación de Comerciantes de Alimentos y Bebidas, se defendieron
organizando una concentración para exigir la revocación de la prohibición. Esa
misma asociación está hoy en día a la vanguardia de las protestas contra el
régimen en Jartum.
Las mujeres de la periferia resisten
La religión y la identidad arabizada han sido
instrumentalizadas desde hace mucho tiempo por la élite gobernante sudanesa con
el fin de suprimir la disidencia entre varios grupos de zonas periféricas de
Sudán.
Como nos indicó Roselyn Onyeka, activista
sudanesa del sur, la “periferia” de Sudán ha resistido a las campañas
asimilacionistas de los sucesivos regímenes del norte y a sus políticas de
concentrar los recursos en la capital y en las zonas circundantes, dejando a
otras regiones empobrecidas y subdesarrolladas.
En la década de 1980, mujeres y hombres del
sur dirigieron protestas no violentas contra el régimen del dictador sudanés
Gaafar Nimeiry, contra su pretensión de imponer la ley islámica a una nación
multirreligiosa y su campaña de detención, tortura y asesinatos de disidentes
civiles.
Onyeka todavía recuerda vivamente el día en
que participó en una protesta contra la imposición de los estudios árabes e
islámicos como requisito previo para obtener un certificado de estudios
secundarios a mediados de la década de 1980. En ese momento era estudiante de
secundaria y recuerda que encabezó una manifestación de chicas frente a su
escuela para exigir que se pusiera fin a esta política discriminatoria.
“Vimos cómo se acercaba un tanque militar apuntándonos
con su arma. Si no hubiera sido por un soldado del norte que rechazó las
órdenes de su comandante y salió del tanque para apuntar el arma al aire todas
hubiéramos muerto ese día”.
Onyeka afirma que las mujeres de su Ecuatoria
Oriental siempre han desempeñado un papel decisivo en prevenir la violencia
intercomunitaria y como mediadoras a favor de la paz entre las comunidades.
Del mismo modo, en Darfur, las hakamat o mujeres poetisas, han desempeñado
históricamente un papel social y político relevante como historiadoras orales y
como impulsoras o disuasoras de la guerra. En los últimos años han participado en
iniciativas para la consolidación de la paz y han criticado abiertamente a los
miembros del régimen.
Asimismo, las mujeres también se unieron a la
lucha armada como combatientes y estrategas en el Sudán Meridional, en las
Montañas Nuba y en otros lugares. Katibat Banat, por ejemplo, un batallón
exclisivamente de mujeres que formaba parte del Movimiento/Ejército de
Liberación del Pueblo del Sur (SPLM/A, por sus siglas en inglés), desempeñó un
importante aunque infravalorado papel durante la segunda guerra civil de Sudán.
Es importante señalar, sin embargo, que los
movimientos de resistencia armada en estas regiones, surgidos sobretodo después
de la resistencia no violenta contra la exclusión política, el subdesarrollo y
la fabricada escasez de alimentos, fueron violentamente reprimidos por los
regímenes postcoloniales.
Esta historia de resistencia no violenta
liderada por mujeres (y hombres) en el sur de Sudán, Darfur, las Montañas Nuba
y el este de Sudán, ha sido borrada y re-escrita en los libros de historia y en
la memoria pública de Sudán. Es esta exclusión deliberada la que ha llevado a
muchos a considerar erróneamente que las revoluciones de Sudán (la de 1964,
1985 y la de ahora en 2019) no tienen conexión con los movimientos de
resistencia popular de las zonas marginadas del país, a pesar de que las
protestas de diciembre comenzaron en la periferia.
Cuando el centro y la periferia se unen
Cuando las mujeres salieron a las calles de
Jartum y de otras ciudades del centro del país para protestar junto a los
hombres, se enfrentaron a toda la brutalidad del aparato de seguridad de Al
Bashir. Las mujeres manifestantes fueron detenidas, torturadas y asesinadas por
las fuerzas de seguridad igual que sus compañeros. Fueron muchas las detenidas
que sufrieron agresiones sexuales de sus carceleros.
Aunque esas tácticas brutales se habían
utilizado en el pasado contra manifestantes y disidentes en Jartum, las
comunidades del sur y del oeste del país las han padecido en mayor grado.
Durante décadas y bajo el pretexto del estado de emergencia, el régimen ha
perpetrado ataques indiscriminados contra civiles y ha reprimido brutalmente a
la sociedad civil y a la resistencia ciudadana liderada por los y las jóvenes.
Según iban cobrando impulso las protestas, las
mujeres de las zonas rurales aprovecharon la oportunidad para hablar de estas
atrocidades en sus propias comunidades fuera de la capital.
En un vídeo ampliamente
difundido en las redes sociales sudanesas poco después de la expulsión de Al
Bashir, se puede ver cómo una mujer anónima que protesta en Kurdufan canta: “De
Kurdufan [la revolución] ha surgido después de que nos disparasen. Este es un
gobierno sin sentimientos... y en las Montañas Nuba, igual que en Darfur, la
sangre es muy cara. Protegeremos nuestra tierra, oh campesino. ¡Nuestro Sudán
será liberado!”.
Mujeres de zonas rurales y periféricas han
viajado a Jartum para apoyar las protestas y asegurarse de que sus
reivindicaciones de inclusión política y justicia se cumplan. En la sentada frente al cuartel general militar , una manifestante de Darfur que
quiso permanecer en el anonimato nos contó cuán familiar le resultaba el ciclo
de muerte y dolor que han sufrido las mujeres en los últimos cuatro meses en
Sudán central, y en particular las madres.
La gente de su comunidad desplazada en el sur
de Darfur lleva enfrentándose a la muerte y a la violencia a manos de las
milicias gubernamentales desde 2003; las agresiones sexuales se han utilizado
sistemáticamente contra las mujeres como parte de esas embestidas brutales.
Insistió en que los responsables de esos crímenes de guerra deben ser llevados
ante la justicia.
Las jóvenes de la periferia han asumido
asimismo la tarea de dar a conocer a los y las revolucionarias de Jartum sus
luchas y la importancia de que les consideren parte integral del proyecto de
construcción de un nuevo Sudán.
La semana pasada, un grupo de mujeres y
hombres jóvenes de Darfur, por ejemplo, decidieron lanzar una campaña para
concienciar sobre las atrocidades que el régimen ha cometido en lugares como
Darfur, las Montañas Nuba, el estado del Nilo Azul, el Sudán oriental, el Sudán
meridional y el extremo norte, donde las presas construidas por el Gobierno han desplazado a
decenas de miles de personas. Prepararon una sencilla exposición de fotografías
que documentan esas atrocidades dentro de una carpa improvisada en el centro de
la sentada.
Conversando con nosotras, las jóvenes que montaron la
exposición expresaban su esperanza de organizar talleres y conferencias de
educación política, y ayudar a que más gente reconozca las devastadoras
consecuencias de la negación colectiva.
Construir el nuevo Sudán que queremos
Es esencial destacar las voces de las mujeres
que han luchado y sufrido la opresión del régimen durante décadas especialmente
cuando los medios de comunicación internacionales se centran principalmente en la
actual sentada de Jartum.
El foco miope que se ha puesto sobre la
capital ha obviado las protestas que se están produciendo en lugares como
Zalingei y Nyala en Darfur, en Port Sudan y Gedaref en el este, en Atbara al
norte, en Wad Medani en Gezira y en Singa en el estado de Sennar.
Aunque en Jartum el ejército empezó a proteger
a los manifestantes de los disparos de francotiradores desplegados por el
Ministerio del Interior, fuera de la capital no intervino para poner fin a la violencia. El día
que Al Bashir fue expulsado las fuerzas de seguridad mataron a unos 13 civiles
fuera de la capital.
No debemos olvidar que el ejército constituye
parte integral del régimen anterior y que si se mantiene la presencia del
círculo íntimo de Al Bashir en la política el régimen se reproducirá y
sobrevivirá. Sólo cuando esté totalmente desmantelado podremos comenzar la
tarea de construir un nuevo Sudán dirigido por un gobierno civil de transición.
Pero este proceso tiene que contar con las mujeres, las más afectadas por
nuestra economía de guerra extractiva y por la represión política.
Con esta idea en mente, el 14 de abril una
coalición de grupos de mujeres que han movilizado a la gente y liderado las
protestas a lo largo de este levantamiento, emitió un comunicado de apoyo a la
Declaración de Libertad y Cambio, en el que exigían que al menos el 50% de
quienes compongan el nuevo gobierno de transición sean mujeres, y que se lleven
a cabo actuaciones a favor de las representantes de las regiones marginadas.
El hecho de que los manifestantes –tanto
mujeres como hombres– hayan dejado claro que rechazan la nueva dirección del
consejo militar es una señal alentadora. El jefe del Consejo, el General Abdel
Fatah al Burhan, y su adjunto, Mohamed Hamdan Dagalo (también conocido como
Hemeti) son responsables de innumerables crímenes de guerra y crímenes de lesa
humanidad cometidos por fuerzas bajo su mando en Darfur y en el Sudán
meridional. Toda tentativa que se lleve a cabo desde el extranjero para
blanquear sus antecedentes no surtirá efecto en nuestro país.
Entre tanto, dentro del movimiento de protesta
se ha producido también mucha concienciación sobre la opresión social. En las
concentraciones las mujeres han organizado marchas para exigir que los hombres
rechacen decididamente la cultura del acoso sexual que ha hecho sentir
inseguras a muchas mujeres en los espacios de protesta. Los llamamientos de la
Asociación de Profesionales Sudaneses a que sean las manifestantes quienes
dirijan las actividades de limpieza también han sido rechazados y criticados
con contundencia.
En muchos sentidos, la concentración se está
convirtiendo poco a poco en un microcosmos del tipo de sociedad que la gente
joven quiere construir, en la que el cambio social que persiguen se convierta
en una realidad política.
Las jóvenes con las que hablamos nos
transmiten que hay muchas razones para la esperanza pero que esta revolución,
que lleva décadas en marcha, no ha hecho más que empezar...
Nisrin Elamin, sudanesa, está doctorándose en
Antropología en la Universidad de Stanford.
Tahani Ismail, también sudanesa, es
trabajadora social y activista de derechos humanos en Nyala, Darfur.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=255716
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