El problema no son los CEO
5 de diciembre de 2015
5 de diciembre de 2015
Por Rolando Astarita
En los últimos días, en los ámbitos de la izquierda, se ha hecho
hincapié en la designación de ejecutivos de grandes empresas para integrar los
gobiernos nacional, de Ciudad de Buenos Aires y Provincia, de Cambiemos. “Es el
gobierno de los dueños del país”, se afirma. Una formulación que no sería
mala si se la planteara como parte de una estrategia propagandística, a fin de
popularizar la idea de que el gobierno de Cambiemos es un gobierno capitalista,
al frente de un Estado capitalista. Pero esto no debería llevar a la idea de
que se produjo un cambio cualitativo, en lo que hace al contenido de clase, o
al régimen político, por el hecho de que haya CEOs como ministros.
Es
que, básicamente, el carácter de clase del gobierno no se modifica a partir de
que haya ejecutivos de empresas en su seno. Y tampoco desaparece por ello la
autonomía relativa que caracteriza a todo gobierno capitalista (véase aquí, por ejemplo, para
una caracterización del gobierno Kirchner, y algunas cuestiones de método). Por
eso, la integración de un gobierno con muchos CEO tampoco hace desaparecer los
problemas que son característicos de toda dominación burguesa. En particular,
las que atañen a la igualdad de reglas de juego que los “capitales en general”
reclaman de los funcionarios del Estado; y las que afectan a la legitimación y
predominio ideológico sobre las clases subordinadas, que se despliegan sobre el
telón de fondo de las fuerzas de coerción estatales.
Por eso, y lo fundamental a retener, es que, dada la relación de
propiedad capitalista, las políticas gubernamentales, o de Estado, están
determinadas por una compleja red de factores e influencias recíprocas –entre
ellas, la situación económica, las relaciones internacionales, la relación
entre las grandes clases sociales- y no por
las características personales de los funcionarios a cargo. Estas
últimas juegan un rol muy subordinado. Es desde esta perspectiva que decimos,
por ejemplo, que un socialista, puesto a ministro en un gobierno capitalista,
no es un ministro socialista, sino un ministro capitalista. Para presentar otro
caso práctico: bajo el primer gobierno de Menem hubo tres ministros de
Economía. El primero, Néstor Rapanelli, era alto ejecutivo del grupo Bunge y
Born; los dos que vinieron después, Erman González y Domingo Cavallo, no eran
ejecutivos, ni propietarios de empresas. Sin embargo, no cambió por ello el
carácter capitalista de ese gobierno, ni su orientación central. Y así
podríamos seguir con los ejemplos. Más aún, para la clase dominante a veces es
más conveniente un cuadro político consciente de los intereses del capital “en
general”, que un ejecutivo que sólo atiende a intereses sectoriales. Por
ejemplo, Ernesto Sanz, el dirigente que llevó al radicalismo a Cambiemos,
seguramente fue más útil en esa tarea que cualquier alto ejecutivo de una gran
empresa. De todos modos, estas son cuestiones internas a la clase dominante, en
las cuales los socialistas no tenemos por qué tener preferencias. Es el
terreno “de ellos”.
Recordemos
también que el debate marxista clásico sobre esta cuestión se dio hace años,
entre Ralph Milliband y Nicos Poulantzas. Milliband (véase, por ejemplo, El Estado en la sociedad
capitalista, México, Siglo XXI, 1970) intentó demostrar el carácter
capitalista del Estado a partir de las relaciones que mantienen los partidos y
altos funcionarios estatales con la clase capitalista. Poulantzas (véase Poder político y clases sociales en
el Estado capitalista, México, Siglo XXI, 1969) criticó ese enfoque
por “empirista”, y sostuvo que el carácter capitalista del Estado y del
gobierno está determinado por las estructuras económicas y sociales
subyacentes. No vamos a volver aquí sobre esta polémica, pero dejemos señalado
que incluso Milliband nunca pretendió demostrar el carácter capitalista de un
gobierno por la presencia directa, o no, de ejecutivos de empresas.
Por otra parte, y a partir de la información que está disponible y
circula, cualquiera puede hacerse una idea de cómo los vínculos entre
funcionarios del Estado, sean o
no ejecutivos de empresas, y los capitalistas, se reproducen y
profundizan de forma
sistémica. Sus expresiones empíricas son variadas: funcionarios que
son propietarios de empresas; ministros que vienen de ser consultores o
abogados de empresas, o vuelven a estas ocupaciones cuando abandonan los cargos
públicos; empresas que exigen tales o cuales medidas del Estado so pena de no
invertir; sobornos y todo tipo de escandalosos negociados entre funcionarios y
capitalistas, y así de seguido. Son expresiones de la misma lógica de lucro y
ganancia, de enriquecimiento y explotación. Es un fenómeno independiente de que
sean CEOs los ministros, o no lo sean. El sistema transpira capitalismo por
todos los poros y por eso también, que haya ejecutivos de empresas (privadas o
estatales) encaramados al Estado, no debiera resultar sorprendente. Es la misma sustancia, que engendra
sus representantes, bajo distintos modos y formas. Y nada de esto
varía, por supuesto, el régimen político; no pasamos de una democracia burguesa
limitada al fascismo porque asuman algunos ejecutivos como ministros.
Tampoco altera, en alguna medida esencial, el “ajuste” contra los
salarios y las condiciones de vida de los trabajadores y las masas populares
que está en marcha con el gobierno K, y continuará el gobierno de Macri. Por
eso es de una superficialidad exasperante encontrarse hoy con marxistas
quejándose, al mejor estilo “Carta abierta”, de la “rebelión de los CEO”. Para
usar las palabras de El
Manifiesto Comunista, parecen escritos para instrucción y provecho
de “los filántropos, los que pretenden mejorar la suerte de las clases
trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de
animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores
domésticos de toda laya”. Agrego: y para beneficio de todos los oportunistas
que ahora van a venir con el llamado a “la unidad nacional contra el
neoliberalismo de los CEO”.
En
contraposición, es necesario anclar el análisis en las relaciones de clase. No se trata de personas, sino de
las relaciones sociales que ellas encarnan desde los puestos de gobierno.
Es el ABC del materialismo histórico, la base para una actitud crítica frente
al Estado capitalista y el Ejecutivo, pero también para posicionarse ante las
corrientes burguesas que hasta ayer mismo estaban al mando, y hoy van a posar
de “revolucionarias”, o poco menos. Para estas últimas, nada más conveniente
que disimular los antagonismos sociales detrás del palabrerío del “se vinieron
los CEO”. Es el camino, sin salida para los explotados, de la eterna
conciliación de clases.
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