2015: un año más cerca
del abismo
31 de diciembre de 2015
Por Renán Vega Cantor (Rebelión)
“No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo” José Saramago
“El capitalismo es una fantasía autodestructiva. Ello no sería tan grave si no destruyese, al mismo tiempo, la naturaleza, la sociedad y la sustancia antropológica del ser humano. Y si no nos hubiese situado al borde mismo de la extinción del género humano”. Jorge Riechmann
Vale recordar que el 2015 fue anunciado como el año en el que se debían cumplir los ocho objetivos del milenio, trazados en el 2000, en el seno de
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Empecemos por la noticia del año, la peor por desgracia. No es la
Cumbre del Clima, ni los atentados en París, ni los “grandes logros
tecnológicos” (como la producción de salmón transgénico, un verdadero crimen
alimenticio), se trata de un hecho crucial para el presente y el futuro de la
humanidad y de la vida en la tierra, pero que, como es habitual, queda en un
plano secundario, en páginas que nadie lee. Nos referimos a que el 2015 ha sido el año más
caluroso de la historia humana. La información la suministró la Organización
Meteorológica Mundial (OMM), organismo que indicó que
"se alcanzará el importante umbral simbólico de 1°C por encima de los niveles
preindustriales, lo que obedece a la combinación de un intenso episodio de El
Niño con el calentamiento de la Tierra provocado por la actividad humana".
Michel Jarraud, Secretario General de esa entidad, esbozó el problema de esta
forma: “"Son malas noticias para el planeta. El estado del clima mundial
en 2015 hará historia por varios motivos. Será […] el año más cálido del que se
tengan datos, con unas temperaturas en la superficie del océano cercanas a los
niveles más elevados desde que comenzaron las mediciones. Es probable que se
cruce el umbral de 1°C ".
Para completar, el quinquenio 2011-2015 es el más cálido desde que se llevan
registros al respecto, lo que se evidencia en las numerosas catástrofes que se
han sucedido en diversos lugares del planeta, tales como sequias, inundaciones
y lluvias extremas. Y lo peor del caso, es que ya se vaticina con fundamento
que el 2016 será aún más cálido que el 2015, con lo que se ejemplifica que el
capitalismo es un claro exponente de las leyes de Murphy: todo lo que está mal es susceptible
de empeorar.
En ese contexto de brusca alteración climática, causada por el capitalismo, en el mes de diciembre de 2015 se celebró en París
La Conferencia despertó grandes expectativas en medio de las terribles noticias diarias que indican la magnitud del trastorno climático que está en marcha, como se pone de presente con algunos hechos contundentes: el glaciar Zachariae Isstrom, el más grande de Groenlandia, se está derritiendo en forma acelerada, cuyas consecuencias se van a notar en los próximos años, porque vierte cinco mil millones de toneladas de masa por año al Océano Atlántico, lo que va a aumentar el nivel del mar en varios centímetros; las dramáticas fotografías de un oso polar desnutrido, indican por sí solas la magnitud del deshielo en el Océano Glacial Ártico, como resultado del aumento de temperatura; los habitantes de las ciudades de China andan con mascarillas entre nubes de humo tóxico, que ya no es efímero sino permanente; miles de muertos y damnificados (entre los más pobres) en el mundo periférico, ocasionadas por bruscas alteraciones climáticas, como en Argentina, México, Colombia, los países africanos, Filipinas y un interminable etcétera.
Estos datos, entre miles, indican la magnitud de la modificación
climática cuyo origen es indiscutible: el modo de vida del capitalismo, con su
despilfarro de materia y energía para producir y consumir las mercancías que le
generan ganancia a un sector reducido de la población mundial. La energía que
ha hecho posible los avances tecnológicos y productivos del capitalismo tiene
un origen fósil (carbón, petróleo, gas) y su extracción ha permitido que el
planeta entero se llene de mercancías innecesarias y contaminantes, cuyos
desechos abarrotan las tierras y océanos del mundo, y la energía empleada se
degrade en forma de gases de efecto invernadero, GEI [entre los cuales se
encuentran el Dióxido de Carbono (CO2), el metano, vapor de agua, óxido nitroso].
Esos gases son los que han elevado la temperatura de la tierra en las últimas
décadas y van a incrementarle en forma drástica en las próximas décadas.
Esto significa que el responsable del trastorno climático es el
capitalismo, cuya existencia pone en cuestión el futuro de millones de seres
humanos y de especies animales. Sin embargo, en la Conferencia de París quedó
la impresión que las alteraciones en la temperatura no tienen que ver con el
capitalismo, cuyo nombre escasamente fue mencionado, a nombre de una pretendida
“neutralidad climática”, término que se impuso en la Cumbre.
Entre los acuerdos demagógicos, para la galería, se encuentra el anuncio de descarbonizar la economía –es decir, dejar de usar energías de origen fósil- y de reemplazarlas por energías limpias, cuando al mismo tiempo los patrocinadores de la Cumbre fueron empresas petroleras y en el acuerdo final fueron excluidos el transporte marítimo y aéreo, como si estos no estuvieran entre los sectores que más queman energías fósiles ya que generan el 10% de las emisiones de GEI. Además, queda sobre el tintero la perspectiva de continuar con lo que se aprobó en Kioto de seguir contaminando a cambio de mitigar con acciones encubridoras, como, por ejemplo, producir GEI en industrias a base de carbono, pero sembrar bosques en otros lugares.
En fin, lo “histórico” de
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En pleno siglo XXI, tan solo 25 años después de la caída del Muro
de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética , cuando se había anunciado el
comienzo de una nueva era, de paz, prosperidad y democracia para el conjunto de
pueblos del viejo continente, emerge la peor crisis de refugiados y desde la Segunda Guerra Mundial.
Que lejanos parecen los tiempos en que se cantaban loas triunfales, porque se
había derrumbado el Muro de Berlín y eso permitía la libre movilidad de los
habitantes del Este hacia el Oeste de Europa. Es bueno recordar que en 1989 el
gobierno de Hungría desencadenó la crisis que tumbaría el Muro cuando permitió
que a través de su territorio pasaran los alemanes del este hacia el oeste, vía
Austria, al abrir las fronteras con ese país. Hoy, escasos 27 años después esa
misma Hungría es la que prohíbe el paso de los migrantes que vienen del oriente
medio, a los cuales reprime brutalmente y ha ordenado la construcción de un
muro (a ese sino se le llama de la Infamia) en su frontera con Serbia, que
tendrá una extensión de 175
kilómetros de largo, y una altura de cuatro metros.
Resulta sintomático recordarlo, algo que hoy nadie quiere hacer, porque ya no
son los tiempos épicos del fin del bloque soviético, sino de los crujidos del
capitalismo realmente existente, que el 2 de mayo de 1989 se dio la orden a los
soldados húngaros (de un país que todavía se declaraba como socialista) de
demoler la alambrada que separaba la “civilizada” Europa del oeste, de la vetusta Europa del
Este, a la que se le anunciaba que desde ese momento se modernizaría y los
muros serían cosa del pasado.
Pero la iniciativa de construir el nuevo muro en Hungría no es original de los gobernantes de ese país, puesto que en Europa Occidental están interesados en construir esa barrera, como lo ha manifestado abiertamente el gobierno de Austria, que ha enviado a muchos policías para que ayuden a erigir el muro en la frontera con Serbia. Alemania está muy preocupada por los desterrados que atraviesan el Este de Europa, si se tiene en cuenta que por Hungría ha aumentado en casi un mil por ciento en la cantidad de entradas ilegales con respecto al 2014 y en forma soterrada apoya el Muro de Hungría.
El Muro que se levanta en la frontera húngara no es el primero que
se construye tras el derrumbe del de Berlín, puesto que ya existen otros en las
fronteras de Grecia y Bulgaria con Turquía. En Bulgaria se terminó un primer
tramo de 20 kilómetros
en septiembre de 2014, de una barrera que tendrá unos cien kilómetros de
extensión. Bulgaria quiere mostrarse como buen alumno de la Unión Europea y ser
admitido en el Acuerdo Shengen, y en consecuencia presume de aplicar al pie de
la letra todos sus dictados, entre ellos el de impedir que los refugiados
entren a Europa. Por su parte, Grecia ha construido un muro de 10 kilómetros que
tapona el curso del Río Evros, la frontera natural con Turquía, una zona que
además patrulla Frontex, la agencia europea de control exterior.
En Europa se ha erigido una nueva “cortinas de hierro”, configurada por muros, vallas, alambradas, miles de guardias fronterizos, exclusión, discriminación por color de la piel o creencia religiosa, persecución a los refugiados que vienen del Siria, Irak, Afganistán y otros lugares, asolados por las guerras que han organizado los propios europeos. El único cambio que presentan los nuevos muros del capital, respecto al Muro de Berlín, es que este último pretendía contener a la gente dentro, mientras que los de ahora quieren mantener a la gente afuera, para que no entre nadie de los indeseables que afean a la “civilizada” Europa. Antes de 1989 se argumentaba que era antidemocrático tener este tipo de muros, pero ahora cuando la democracia es una quimera y se encuentra completamente prostituida se construyen muros a lo largo y ancho de Europa.
Para completar, cunde el racismo y la discriminación de que hacen
gala políticos, prensa y gente del común, sobre lo cual se pueden recordar
algunos ejemplos, para demostrar que se ha edificado otro muro, el peor de
todos, un muro mental de intolerancia, odio y discriminación, de tintes
claramente neofascistas. En Polonia, según una encuesta del 2013, el 69% de
habitantes no quieren que gente “no blanca” viva en su país. El gobierno de
Eslovaquia anunció que solo recibirá unos cuantos refugiados, con la condición
de que sean cristian os, con el
argumento de que “no tenemos mezquitas… así que cómo se van a integrar los
musulmanes si no les va gustar acá”. En la República Checa ,
el 70% de sus habitantes piensa que no se deben aceptar refugiados provenientes
de Siria o del Norte de África, porque, según un miembro del Parlamento: “La República Checa
por mucho tiempo ha sido una sociedad homogénea, así que no estamos
acostumbrados a razas y culturas diferentes”. En este mismo país, su
Presidente, Milos Zeman, sin eufemismos afirmó que los inmigrantes son
incomodos porque “nadie los ha invitado”, aduciendo la mentira que “deben
respetar nuestras reglas, al igual que nosotros respetamos las reglas cuando
vamos a su país".
Justamente, ahí está el meollo de la cuestión, que los dirigentes
europeos se declaran inocentes, como si nada tuvieran que ver con la situación
de violencia, terrorismo y miseria que existe en los países de los que la gente
huye (como Libia o Siria). Porque los europeos lo que quieren es que las
consecuencias de sus intervenciones no lleguen a su territorio, sino que se
sientan únicamente en los lugares bombardeados y donde se han aplicado sus
políticas neoliberales que hambrean y matan a la gente. Para evitar que
las víctimas de esas políticas criminales del capitalismo ingresen al “paraíso
europeo”, se construyen muros de la vergüenza, con lo que se piensa que se va a
contener la marea humana procedente del mundo periférico. Pero esa es una vana
ilusión, porque como lo dice el periodista Rafael Poch: “Es justo que quienes
fomentan guerra y miseria con imperialismo y un comercio abusivo y desigual,
reciban las consecuencias demográficas de sus acciones. Lo mismo ocurrirá, con
creces, con los futuros emigrantes del calentamiento global, ese desastre en
progresión de factura esencialmente occidental. Las estimaciones que la ONU
baraja para el futuro en materia de éxodos ambientales convertirán en un chiste
lo de ahora, incluido el trágico balance de muertos en el Mediterráneo”. De ahí
que el 2015 sea el año en que más de un millón de refugiados llegó a Europa,
una cifra sin precedentes, y eso sin contar las miles de personas (niños entre
ellos) que murieron en la larga y terrible travesía por alcanzar el que se
proclama a sí mismo como “el continente de la libertad y los derechos humanos”.
¡Tan pésimo chiste no amerita ningún comentario!
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En el último cuarto de siglo, tras la desaparición de
A raíz de este hecho los propagandistas de la globalización
empezaron a mostrar a la
Unión Europea , como ejemplo del fin de las fronteras y las nacionalidades
y la configuración de unos “ciudadanos mundiales”, que pueden desplazarse de un
lado al otro del planeta, sin restricción de ninguna especie. Los europeos
aparecían como prototipo de este tipo de ciudadanía, que ha rebasado los
límites de las fronteras nacionales, y que exalta el individualismo y el
consumismo, y muestra como una de sus grandes realizaciones no solamente a la Unión Europea , sino
a la puesta en marcha del Euro, como moneda común en reemplazo de las antiguas
monedas nacionales, como otra pretendida muestra de la fuerza de la
“globalización”.
Con estos elementos (integración económica, moneda común y libre
movimiento de los ciudadanos) se suponía que Europa había ingresado a una nueva
era, casi poshistórica, en la que los grandes problemas del capitalismo
(crisis, desempleo, desigualdades) eran cosa del pasado. Se creyó durante una
quincena de años que nada entorpecería los buenos vientos de la integración
capitalista de Europa.
Pero ese espejismo acaba de llegar a su fin en una forma
dramática, como está sucediendo en estos momentos, de una manera inesperada, pero
previsible: la huida por millones de sirios, afganos, libios, iraquíes,
somalíes… que desesperados ante la miseria y hambre que soportan, en gran
medida por las políticas impulsadas por la Unión Europea y su
alianza militar La OTAN, prefieren arriesgar su vida y la de sus familias,
antes que permanecer en sus territorios. La estampida se ha agudizado en los
últimos meses, puesto que millones de pobres se han ido hacia Europa, con la
esperanza de encontrar refugio en el continente de los “derechos humanos”.
Vana ilusión, porque en Europa en lugar de acoger a los
refugiados, se implementa una política racista de odio y xenofobia contra los
“extranjeros” indeseables, a los que se reprime y persigue. El resultado no
podía ser más patético: a los refugiados los espera no el continente de la
libertad y la fraternidad, sino el del colonialismo y el racismo, que se
expresa en dos mecanismos que se han generalizado para combatir a los
refugiados: la cárcel y el cementerio.
El cementerio, porque en su intento de ingresar al “paraíso” europeo, día tras día mueren miles de africanos, asiáticos, en los mares, en los desiertos, en los caminos insufribles, durante el verano o en invierno… El Mar Mediterráneo, valga recordarlo, puede convertirse en el cementerio más grande del planeta, porque cotidianamente en sus aguas se hunden pateras y barcazas improvisadas, cada una de ellas con cientos de personas a bordo, que mueren en su gran mayoría, ante la indiferencia de España, Italia, Francia, Inglaterra, Alemania…, aunque de vez en cuando aparezcan en las noticias las imágenes de algunos de los ahogados, cuando son niños, como sucedió hace unas semanas con el niño sirio-kurdo Alyan Kurdi, que murió ahogado en las costas griegas. Aparte del escándalo mediático que estos hechos suscitan, Europa se sigue blindando para detener a los “bárbaros”, porque no quieren que lleguen a ensuciar su territorio y sus “formas civilizadas de vida”. Por eso, crece el racismo y la discriminación contra los refugiados. Eso tampoco puede detener el flujo masivo de seres humanos que huyen, por lo que puede concluirse que la conversión de Europa en una cárcel y un cementerio no es algo episódico y momentáneo, sino que anticipa el fascismo que viene, que ya ponen en marcha presidentes, primeros ministros,
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El viernes 13 de noviembre en París se sucedieron ocho ataques sincronizados, llevados a cabo por el Estado Islámico (ISIS). Como resultado de esos ataques murieron 129 personas y fueron heridas 350. De inmediato, el coro mediático mundial de los órganos corporativos de información se dio a la tarea de “explicar” el asunto, sin ningún esfuerzo analítico ni rigor intelectual, diciendo que era el peor atentado que se sucedía en la capital francesa desde el fin de
Para empezar no es el mayor acto terrorista de los últimos 70
años, puesto que eso supone desconocer la masacre de argelinos en las propias
calles de París el 17 de octubre de 1961 por parte del Estado francés, cuando
fueron asesinadas unas 300 personas por las fuerzas represivas de París, siendo
muchos de ellos torturados y luego sus cadáveres se lanzaron al Rio Sena, que
literalmente se llenó de sangre de los “súbditos coloniales”, que habían
cometido el terrible pecado de organizar una marcha de apoyo a la lucha de los
argelinos por querer ser independientes y atreverse a enfrentar a los ocupantes
galos.
Sobre la pretendida inocencia del Estado francés resulta
interesante recordar que ese país está inmerso en una larga historia de
opresión, de racismo y de xenofobia contra los habitantes de sus antiguos
dominios coloniales, como Argelia, que se remonta a mediados del siglo XIX, y
se proyecta hasta el día de hoy, por la discriminación que soportan los
franceses de “tercera categoría”, que aunque han nacido en Francia, por ser
hijos de refugiados árabes, viven en condiciones indignas. No sorprende que
algunos de esos franceses viajen a Irak y Siria, se alisten en el ISIS, reciban
entrenamiento militar y se conviertan en voceros de la Yihad (“guerra santa”)
en sus propios países de origen. Eso se comprueba con la identificación de
algunos de los atacantes del 13 de noviembre, que nacieron y crecieron en
Francia, con lo que se evidencia que no son solo “extranjeros” los que
efectuaron los sangrientos atentados, sino que la Yihad se convirtió en un
asunto interno en el territorio de ciertas potencias europeas.
En Francia, como en los Estados Unidos, suele olvidarse que en
1985, el gobierno de Ronald Reagan recibió en la Casa Blanca una
delegación de Talibanes, a los que calificó como combatientes por la libertad y
comparó su papel histórico con los “padres fundadores” de la independencia de
Estados Unidos. Esos talibanes, cuyas concepciones son profundamente
retrogradas, se oponen a las conquistas de un estado laico y quieren hacer
retroceder el mundo a la edad media, recibieron dólares y armas a gran escala
para enfrentar a los soviéticos, el enemigo predilecto del “mundo libre” en esa
época. Lo que no pensaban sus mentores occidentales era que tanto los talibanes
como todos los fundamentalistas islámicos que habían patrocinado y que tan
útiles les habían sido en su cruzada de destruir cualquier proyecto socialista
y anticapitalista en el mundo árabe e islámico, se salieran de control y
dirigieran sus ataques contra sus patrocinadores iniciales. En otras palabras,
Estados Unidos, Francia y compañía fraguaron una violencia bárbara y sectaria,
que hoy tiene alcance mundial y que de vez en cuando los toca de manera
directa, como se evidencio el 13-11 en París.
En rigor, las autoproclamadas “guerras contra el terrorismo”,
llevadas a cabo por el terrorismo imperialista, han sido un rotundo fracaso en
su pretensión de eliminar a los que ahora se presentan como los nuevos enemigos
de occidente. Aparte de los millones de muertos, desplazados, refugiados que
dejan las guerras libradas por los países imperialistas –como puede verse en
los casos de Irak, Libia, Afganistán, Siria…– cada una de ellas genera nuevos
enemigos, como se aprecia de manera cotidiana. Y algunos de esos enemigos que
han aprendido de la barbarie criminal de sus patrocinadores occidentales, no
han dudado en demostrarlo con el ataque al corazón “civilizado”, es decir, a
algunas de las capitales europeas. Cuando esa barbarie asesina toca a los
promotores de la guerra en sus propios dominios se convierte en una noticia de
primera plana a nivel mundial, y pretende olvidar las masacres que a diario se
viven en Kabul, Bagdad, Damasco, Trípoli, y en las que perecen por la acción de
“bombas inteligentes”, drones y otras tecnologías sofisticadas, mujeres, niños,
ancianos y personal civil no inmiscuido en forma directa en las guerras. Todos
ellos son un blanco indiscriminado de la ofensiva imperialista, a lo que se
califica como “daños colaterales”, que bien valen la pena para reafirmar la
grandeza del mundo imperialista, llámese Francia o los Estados Unidos.
Lo
que se presenta en estos momentos no es una guerra religiosa, ni una guerra de
civilizaciones, como lo proclamaron hace unos veinte años los ideólogos
imperialistas de los Estados Unidos, para justificar su nueva cruzada de
conquista en busca de petróleo y otros recursos naturales en el mundo árabe. En
verdad lo que se ha desencadenado es un choque de barbaries, entre los
portavoces del capitalismo que pretenden que este es el fin de la historia –y
hacen todo para que así sea– y los que dicen encarnar la nueva yihad que
pretende hacer regresar la rueda de la historia a la edad media, no importa que
usen las tecnologías modernas y mortales del mismo occidente. Entender ese
enfrentamiento entre barbaries es indispensable si se quiere construir otros
escenarios posibles, que no se rindan ante ninguna de ellas, y que no se quede
prisionero del falso dilema de escoger entre la barbarie
capitalista-imperialista (representada en Estados Unidos, Francia, Rusia o
cualquier otra potencia), con sus guerras coloniales por el control de recursos
naturales y la barbarie fundamentalista, que se deriva de la primera, y que
masacra a nombre de valores supuestamente religiosos a quienes no comparten su
retrograda visión del mundo y la sociedad. Fuente : http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207372
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