De cómo el Imperialismo
occidental intenta mantener su hegemonía
La guerra permanente
como expresión de la crisis global
21 de diciembre de 2015
Por Francisco Sánchez Del
Pino/ Manuel Montejo López (Rebelión)
El pasado 14 de noviembre, un día después de los terribles
atentados de París reivindicados por el Daesh, el presidente francés, François
Hollande, declaraba que se había producido un acto de guerra al que Francia iba
a responder de manera implacable. Dicha declaración tenía la función
performativa de borrar de un plumazo la historia reciente de la implicación
militar francesa en numerosos conflictos de África y Oriente Medio, una
operación imprescindible para legitimar el apoyo internacional a la causa
geoestratégica de una potencia mundial que vive en guerra permanente (fuera de
sus fronteras, eso sí), y a la que le viene grande la medida de sus
pretensiones en un escenario global de competencia con otras potencias
emergentes.
Dada la incapacidad de cada uno de los países de la UE con
aspiraciones hegemónicas para jugar por sí sólo un papel a la altura de los
retos que plantea esta competencia, el nuevo movimiento ofrece la oportunidad
de aumentar la implicación de algunos de ellos y avanzar materialmente en
estrategias de cooperación en seguridad y defensa cuyas bases, sentadas ya en
el Tratado de Lisboa, toman cuerpo a un ritmo demasiado lento como para
satisfacer los requerimientos de una UE que aspire a jugar un papel
determinante en el nuevo equilibrio mundial, aunque sea como realidad
subalterna. De paso, se trata también de apuntalar la disciplina interna, sin
mucha contestación, por medio de medidas excepcionales con tendencia a
convertirse en permanentes vía reforma de códigos penales (y eso no sólo en el
país galo). El tratamiento de las protestas ante la Cumbre del Clima de París
ha sido una buena muestra. El enemigo externo y el enemigo interno son un par
de construcciones imprescindibles en la respuesta autoritaria y militarista que
se extiende como respuesta a la(s) crisis que atraviesan al orden global. La
tendencia está lejos de ser pasajera y anuncia, por el contrario, una dinámica
de estado de excepción y de "guerra global y permanente" de la que
escenarios como el sirio suponen un ejemplo trágicamente representativo y
frente a la cual se hace urgente la articulación de una oposición capaz de
señalar el carácter de la fase y emitir su "no a la guerra" en
referencia a la naturaleza de esta, teniendo muy en cuenta, para ello, el
propio papel de de nuestro país en el marco de las alianzas militares (y no
sólo) en las que se inserta.
París llama a la ofensiva tirando de
autoridad moral, no sólo en su papel de víctima sino en el de máximo exponente
de los valores republicano-democráticos que definen a Occidente frente a la
barbarie que amenaza. No es objeto de este artículo un repaso a la historia de
la política exterior francesa después de un proceso de descolonización que se
llevó a cabo asegurando la supremacía de la antigua metrópoli en los nuevos
países supuestamente independientes, con continuas injerencias y apoyos a
golpes de estado y dictaduras en función de sus intereses. Lo que parece
relevante, para situar algunos hechos significativos antes de llegar al lugar
donde ahora se dirige la intensificación de la ofensiva, Siria, es una breve
mención a algunas de las intervenciones militares (Libia, Mali) decididas por
los gobiernos de Sarkozy y Hollande en los últimos años, o simplemente
respaldadas (Yemen), intervenciones en un área de las más importantes del mundo
en cuanto a su valor estratégico para un capitalismo global en crisis (desde el
sur del Mediterráneo hasta Oriente Medio pasando por el norte de África).
Asimismo, conviene preguntarse por el papel que han jugado las mismas en el
auge y fortalecimiento de los grupos terroristas que actúan en la zona y (a
veces) dentro de las fronteras europeas. Pero antes, nos detendremos en un breve
análisis de la situación global de competencia marcada por la crisis de
hegemonía occidental, una competencia que se desarrolla, simultáneamente, en
los planos político, económico y militar. No es muy útil separar dichos planos
en un momento en el que, en la estela de la estrategia de EE.UU, Europa ha sido
convertida en la primera línea de una nueva guerra fría contra Rusia y puente
de lanzamiento de nuevas operaciones militares en África, Oriente Medio y hasta
en la región de Asia/Pacífico. El TTIP contribuye, si no es que afianza
definitivamente, esta posición subalterna de los países europeos.
1. La cuestionada hegemonía de Occidente. La OTAN y el TTIP como
respuestas
La posición de Occidente, y nos referimos a
EEUU y la UE, ante estos conflictos está determinada por la tendencia, ya
atisbada desde principios de siglo, a no poder mantener su poder económico como
elemento de dominio sobre los bloques rivales que han emergido en la última
década, los BRICS, y especialmente China y Rusia. Esto ha dado lugar a
diferentes estrategias de respuesta por parte de las potencias occidentales,
concretamente EEUU, aunque hasta ahora sin demasiado éxito en revertir la situación. Además ,
o como consecuencia, la crisis financiera occidental de 2008 ha acentuado la
pérdida de poder geopolítico norteamericano, y más aún con la situación de
inestabilidad y recesión que ha provocado la falsa salida de la crisis en
Occidente.
En esta situación es necesaria otra manera de
afrontar la pérdida de competitividad comercial y de capacidad para la
imposición de la normativa internacional de EEUU, es decir, de su posición de
hegemonía económica mundial. La respuesta norteamericana, consecuencia obligada
ante el fracaso de conseguir con la OMC un consenso internacional en materia de
comercio, ha sido la propuesta de grandes acuerdos económicos multilaterales,
de preferencialidad comercial con determinados países, que sitúen a EEUU como
elemento común y aísle a las nuevas potencias rivales. Estos
tratados son e l Trans-Pacific Partnership (TPP) y el Transatlantic Trade and
Investment Partnership (TTIP).
Para entender cuál es el objetivo tras estos tratados, no está de
más recordar la estrategia que sigue el Departamento de Estado de Estados
Unidos desde finales de los años 90, conocida como Full Spectrum Dominance
("Dominación del Espacio Total") y que incide en la superioridad
absoluta de los EEUU, persiguiendo evitar el ascenso de cualquier otra potencia
que pueda poner en peligro esta situación. Esta estrategia parece ahora un
sueño de difícil consecución pero esto no ha hecho que haya dejado de ser, e
incluso de forma más intensa, la referencia a la hora de diseñar en los modelos
geoestratégicos norteamericanos. Visto desde esta perspectiva, el TTIP es el
ala occidental de una estrategia mucho mayor y que engloba también al TPP
(Tratado Transpacífico), el ala oriental. Ambos, junto con el Tratado de
Comercio de los Servicios (TISA), se ponen al servicio de mantener el
imperialismo norteamericano y crean un instrumento de enorme potencia dirigido
contra las potencias emergentes.
Desde un punto de vista global, existen dos
elementos comunes a los tres tratados mercantiles: por un lado su evidente
carácter antidemocrático y por otro los países ausentes de las negociaciones.
Los países BRICS (el grupo de los países emergente y donde se engloban los
rivales al poder occidental: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) no forman
parte de los países negociadores, pese a su importancia económica y
demográfica. Más concretamente, el TTP excluye a China y el TTIP a Rusia. El
objetivo geopolítico de ambos acuerdos es claro: debilitar la interdependencia
económica de China con sus vecinos y debilitar la creciente interdependencia
económica de la UE con Rusia.
Solo un país se encuentra presente en los
tres, incluyendo al TISA: los EEUU. De esta forma, queda claro que una de las
funciones principales de estos acuerdos no es crear consenso con respecto al
comercio o a las inversiones internacionales, sino ser el elemento central del
campo occidental, de manera que se establecen dos grandes áreas geopolíticas
con núcleo en EEUU: una que aglutina al Pacífico y otra al Atlántico.
Tanto el TTIP como el TPP buscan contener el
intento de los BRICS de crear un bloque económico alternativo al occidental, y
ambos tienen una dimensión ideológica que no hay que menospreciar: encarnan los
“sanos” valores occidentales (el libre comercio, la civilización, el estado de
derecho, etc.), respecto a los valores extraños del “otro”.
Ante esta situación, la respuesta de las dos grandes potencias
BRICS, China y Rusia, principales objetivos de los tratados, no se ha hecho
esperar.
La repuesta china es un acuerdo poderoso, con el nombre de Nueva
Ruta de la Seda, cuyo vínculo son distintos proyectos de comercio, infraestructura
e inversión con los países que hay entre China y Europa: infraestructuras
integradas (carreteras, trenes de alta velocidad, oleoductos y puertos) que
conecten China a Europa Occidental y el Mediterráneo de todas las formas
imaginables . El objetivo geopolítico es la prosperidad de las regiones que
atraviesan las versiones terrestre y marítima de la Nueva Ruta de la Seda,
creando una red de interconexiones que asegure el control económico y militar
de China con Asia, Europa y África y hacer del gigante asiático la punta de
lanza de los emergentes BRICS. China abandona así su estrategia de perfil bajo
en el escenario internacional, mantenida desde los tiempos de Deng Xiaoping, y
encara un enfrentamiento abierto contra Washington.
Por su parte, Rusia se ha embarcado en la construcción de un nuevo
nexo de transporte entre Asia y Europa: el Cinturón de Desarrollo
Transeuroasiático Razvitie (TEPR), que está siendo desarrollado por los
Ferrocarriles de Rusia (RZD) y tiene previsto comenzar en el Atlántico y terminar
en el Pacífico. Este proyecto es similar en su concepción a la Nueva Ruta de la Seda
china, al incluir una red de ferrocarriles, autopistas, redes de aviación y
transporte fluvial, y pretende facilitar una nueva etapa para el negocio entre
Asia Oriental y Europa, a través de diferentes rutas marítimas, la del antiguo
Transiberiano o el denominado 'puente de tierra de China' a través de Kazajstán [1]. En otras palabras, Rusia está
proponiendo la creación, bajo su control, de un nuevo Mercado Común Euroasiático,
que atraiga a Alemania.
Esta doble estrategia de enfrentamiento a los
planes comerciales de EEUU no es aislada sino que está coronada por una alianza
entre Beijing y Moscú que se ha ido fortaleciendo con los años, especialmente
con la iniciativa china de atraer los intereses rusos y alejarlos de los
norteamericanos tras la descomposición de la URSS. Actualmente ,
es muy probable que esta asociación se refuerce al tiempo que intentan atraer a
otras potencias euroasiáticas (India, Irán, etc.) y más cuando el
enfrentamiento entre EEUU/OTAN y Rusia por Ucrania ha hecho que Vladimir Putin
gire hacia el Este.
En el horizonte queda el objetivo final de la
estrategia china. Atraer, a través de Rusia, a una Alemania que juega el papel
decisivo, y que hasta ahora es más o menos neutral debido a sus contradicciones
internas, hacia la creación de un eje Beijing-Moscú-Berlín [2] que
definitivamente desplace a EEUU de su posición dominante en el escenario
geopolítico mundial.
A la vista de estos elementos, cabría
preguntarse ¿qué papel y qué intereses son los que impulsan a la UE a adoptar
un papel de absoluta sumisión a EEUU?
El consenso a nivel europeo que se intenta
aparentar respecto al TTIP y a la intervención en los conflictos no es real
debido al riesgo que representa para determinados sectores, especialmente
industriales, de que el TTIP conlleve un aumento del poder decisorio de las
corporaciones y multinacionales. La novedad reside en que las grandes
multinacionales y las élites que las dirigen ya no tienen en sus estados
respectivos el garante principal de sus intereses. Han dejado de ser empresas
nacionales para pasar a ser empresas occidentales, entendiendo Occidente como
aquel espacio donde domina el orden neoliberal regido por el capitalismo
financiero. El TTIP, y
también el CETA (Tratado Económico y Comercial Integral entre la UE y Canadá),
pretenden priorizar los intereses de las grandes empresas sobre los Estados,
con la evidente pérdida de soberanía, nacional pero fundamentalmente ciudadana,
que esto conllevaría. Por tanto, la firma del tratado induciría la necesidad
adaptativa de terceros estados (la UE) a estas nuevas reglas productivas. Los
intereses europeos quedarían reducidos a simples cuestiones mercantilistas, sin
ninguna ambición política para contrarrestar el dominio americano, y en donde
el papel desempeñado por los grandes estados y sus grupos industriales y
financieros, frente a los demás, sería omnímodo.
Sin embargo, esto choca frontalmente con la estrategia de amplios
sectores alemanes en torno al Euro. Si el sistema “neocolonial” europeo
dirigido por Alemania es parte integrante del sistema imperial dirigido por
EEUU, la debilidad del Euro es una condición indispensable para asegurar el
control norteamericano pero una Eurozona en permanente recesión (o incluso una
posible salida de la moneda única por parte de cualquier país) supondría una
dificultad añadida en todo este esquema. Es por esto que EEUU podría plantear
la necesidad de relajar la política de austeridad de Alemania en Europa,
tomando como ejemplo las medidas económicas del gobierno americano, y la
conversión del BCE al servicio del Bundesbank en una suerte de Reserva Federal
que satisfaga las peticiones de Francia y Reino Unido. He aquí la contradicción
para Alemania.
La realidad nos muestra que esta posición
ambivalente alemana es un factor decisivo por el que luchan todos los actores
implicados. Hace unos meses, la canciller alemana Angela Merkel visitó Beijing.
Apenas aparecieron en prensa reseñas sobre esta visita ni sobre las
conversaciones acerca de un proyecto poco conocido y que está avanzando
rápidamente en estos últimos meses: una conexión ininterrumpida de ferrocarril
de alta velocidad entre Beijing y Berlín. Su construcción atraerá el transporte
y el comercio entre decenas de países a lo largo de su ruta, desde Asia hasta
Europa. Al pasar por Moscú, podría convertirse en el integrador definitivo de
la Ruta de la Seda china y quizás la pesadilla definitiva para Washington. Y la
posición alemana será la que marque al conjunto de la UE, toda vez que a través
de una Troika universalmente despreciada (Banco Central Europeo, Fondo
Monetario Internacional y Comisión Europea), Berlín está ya a todos los efectos
prácticos dirigiendo Europa y quizás mirando hacia el Este.
Observando todo el proceso de construcción
europea, la arquitectura de la moneda única y sus consecuencias para los países
más débiles dentro de la UE, la crisis y las inmisericordes políticas con las
que se ha afrontado, no puede sorprender que esta UE, la Unión Europea del
federalismo autoritario esté dispuesta a convertirse en un eslabón subalterno
al imperialismo norteamericano, siempre que sus elites, las de cada uno de sus
países, tengan asegurados sus beneficios. Pero es que, además, el hecho de que la UE
sea una creación de estados imperialistas es fundamental para situar hoy la
actual legitimación posmoderna de la Unión Europea , como proyecto imperialista que
esconde su papel sumiso respecto a EEUU.
Así, ante la crisis económica, ante la
devaluación de las condiciones de vida de la clase trabajadora europea, se
propone como única solución avanzar en la "integración", en la
consolidación de los mecanismos de coerción que se ocultan tras la arquitectura
europea. Frente a la amenaza de escisiones internas y la emergencia de
"enemigos" externos, es necesario "preservar la civilización
europea". En definitiva, se ofrece un discurso que obvia el detalle más
relevante: la pérdida de la posición de dominio de las naciones europeas se
debe fundamentalmente a la insignificancia de los Estados-Nación europeos por
separado en el escenario mundial y este hecho está provocado por el propio
proceso de construcción de una UE sin una estructura política: la UE de las
desigualdades entre clases y países (que es la base de la obtención de
beneficios al establecer una relación neocolonial Norte-Sur) y de las tensiones
empresariales, bancarias y sectoriales entre distintos estados europeos.
Evidentemente, avanzar en una integración de
este tipo es fundamental para que la UE pueda utilizar a los pueblos europeos y
a sus renqueantes estados en la negociación geopolítica que se producirá de
aquí en adelante.
Como no debemos olvidar que toda dominación imperialista se
sustenta en dos patas (recordemos Bretton Woods), la económica y la militar, el
denominar "la OTAN económica" al TTIP no es un menosprecio del papel
fundamental a desempeñar por la Organización del Tratado del Atlántico Norte
sino una forma de situar el aspecto comercial al mismo nivel que el militar. Al
contrario, la OTAN está en plena actividad, básica para entender la importancia
de las posiciones a afianzar para que la estrategia comercial esté respaldada.
El pasado verano, toda la estructura y las
bases de EEUU/OTAN estuvieron a pleno rendimiento para preparar la “Trident Juncture
2015”
(TJ15) “las maniobras más importantes de la OTAN desde el final de la guerra
fría”. Se llevaron a cabo en Italia (Trapani), España (Zaragoza) y Portugal
(Tróia) desde el 28 de septiembre al 6 de noviembre de 2015, con más de 230.000
unidades terrestres, aéreas y navales y con las fuerzas especiales de 33 países
(28 de la OTAN más 5 aliados): más de 35.000 soldados, 1400 aviones de guerra y
60 navíos de guerra. También participaron las 12 organizaciones internacionales
más importantes, agencias de ayuda humanitaria y asociaciones
no-gubernamentales, así como las industrias militares de 15 países para evaluar
qué otras armas necesita la OTAN.
El objetivo de las maniobras era probar la “Fuerza de respuesta”
(30.000 efectivos) y, especialmente, la “Fuerza de intervención rápida” (5.000
efectivos). En el flanco meridional, partiendo sobre todo de Italia, la OTAN ha
ido preparando otras guerras en el norte de África y en Oriente Medio, como
muestra el ataque que se produjo en Libia por cazas F-135 de EE.UU. En un
comunicado oficial se informó de que a las maniobras también se suma la Unión Europea.
Además, como señalaba la prensa norteamericana
el pasado mes de junio (New York Times, 13 de junio), el Pentágono se
prepara para situar armamento pesado (carros de combate y cañones) suficientes
para 5.000 soldados en Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Rumanía, Bulgaria y
Hungría. Y mientras que Washington declara que no excluye instalar en Europa
misiles nucleares con base en tierra, Kiev anuncia que podrían ser instalados
en Ucrania misiles de interceptación de EEUU/OTAN, como en Polonia y Rumanía.
El TTIP complementa a nivel económico lo que hace la OTAN a nivel
militar y estratégico. Si la OTAN es el actor global que apoya militarmente a
los gobiernos para garantizar el acceso a recursos, sobre todo petróleo y
minerales, a través de intervenciones militares con que lograr el control sobre
estados a los que someten para, más tarde, expoliarlos y empobrecerlos
(Somalia, Mali, etc.), el TTIP hace lo mismo con la economía, utilizando
estándares compartidos e imponiéndolos con estrategias de guerra, tanto a
países del exterior como del interior, en contra, incluso, de las poblaciones
de la UE y los EE.UU.
Además, la imposición del TTIP supone la necesidad de incrementar
los gastos militares y el desarrollo de la OTAN como “fuerza global “. Es de
suponer que ante cualquier conflicto, sobre recursos (agrícolas, energéticos,
naturales…), cambio climáticos, etc., la respuesta, será de carácter militar y
esto requiere un aumento del gasto militar para la transformación de las
"Fuerzas Armadas de los Estados de Europa". Por ejemplo, España ya
está tomando un papel del liderazgo tanto dentro de la OTAN, con el mando de
las Fuerzas Navales de Respuesta Rápida en 2015 y de las Fuerzas Terrestres de
Respuesta Rápida y Desarrollo de las primeras fuerzas de muy alta
disponibilidad en 2016, como dentro de la UE, al convertirse actualmente en el
segundo país proveedor de tropas. Además, el objetivo declarado, y al que contribuirá
decisivamente el TTIP, de que todos los países de la UE destinen al menos el 1%
de su presupuesto anual al gasto en armamento sólo es cumplido actualmente por
dos de ellos: España y Grecia.
Para la UE y para España, el papel asignado es
convertirse en socio subalterno de la estrategia de dominación
económico-militar de los EEUU, que refuerce y/o "supla" la defensa de
los intereses norteamericanos en los distintos puntos del globo, reduciendo la
influencia del eje China/Rusia. Conseguirlo implica como paso fundamental
asegurar que Alemania acepta totalmente este papel, renunciando a sus
relaciones con China y Rusia y subordinando su hegemonía económica a nivel
europeo a la dominación comercial y militar de EEUU.
Pero para explicarlo con más claridad y en las
palabras de uno de los "actores" que intervienen en este proceso,
transcribimos diferentes fragmentos del discurso de Michel Barnier, Comisario
de Mercado Interior y Servicios de la Unión Europea , pronunciado en el Center for
Strategic and International Studies (CSIS) en Washington el pasado 12 de junio
2014 [3] .
"(...) En muchos casos, es indispensable
respaldar esos instrumentos civiles con la capacidad de utilizar la potencia de
fuego militar. De lo contrario, la diplomacia sigue siendo ineficaz. Por tanto,
una PESC (Política Exterior y de Seguridad Común) creíble necesita una fuerte
PDSD (Política de Defensa y de Seguridad Común). Europa sólo puede convertirse
en un proveedor de seguridad creíble si también dispone de medios militares para actuar. Y para ser capaz de
actuar sin depender en todo momento del apoyo de EE.UU.
Desafortunadamente, esto no es la realidad hoy
en día. Durante muchos años, las naciones europeas han reducido constantemente
su gasto en defensa y, para hacer las cosas aún peor, lo hicieron de forma no
coordinada. Esto ha dado lugar a importantes deficiencias en las capacidades,
que limitan la capacidad de Europa para actuar.
Para superar estas deficiencias y construir
una capacidad de actuación, Europa tiene una sola opción: la cooperación y la
integración.
Como expresó recientemente Arnaud Danjean,
Presidente de la Subcomisión de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo:
“Ninguno de nuestros Estados miembros, ni siquiera Francia o el Reino Unido,
las dos potencias militares más fuertes, está en una posición por sí solo de
hacer frente a los retos de seguridad actuales y las amenazas en Europa.
Ninguno de nuestros Estados miembros, ni siquiera Alemania, la potencia
económica más fuerte, está en una posición por sí sola para garantizar la
competitividad de su base industrial nacional. Ninguno de nuestros Estados
miembros, ni siquiera los más atlantistas, está en una posición para apoyarse
eternamente en la protección de EE.UU.”
En pocas palabras: EE.UU. necesita una Europa
fuerte. Y sólo una Europa unida tiene el potencial de ser fuerte. Una PESC, no
una única PESC. Una Europa unida, no uniforme.
(...)Sabemos que la cooperación en defensa
nunca es fácil, ya que alude a la soberanía nacional. Y que los países europeos
tienen fuertes tradiciones nacionales que siguen siendo fuertes obstáculos a
cualquier enfoque común.
(...)En el orden mundial del siglo XXI, EE.UU.
y Europa se necesitan mutuamente más que nunca antes. EE.UU. necesita una
Europa fuerte. Y Europa sólo puede ser fuerte si está unida, cuando la UE
desarrolle una política común de defensa de gran alcance sobre la base de una
amplia cooperación e integración.
Cuando Europa intensifique su capacidad
militar y tecnológico estará en mejores condiciones de intervenir donde y
cuando los EE.UU. no desee hacerlo, por ejemplo en África. Y ser un socio mucho
más capaz en acciones conjuntas, como en Libia.
Europa y los EE.UU. forman un buen equipo. Lo
hemos demostrado en el pasado y vamos a probarlo en el futuro. Empleando todas
las armas de nuestro arsenal para construir nuestra asociación. Y haciendo
frente a los desafíos de un mundo en constante cambio."
Cabe recordar que e l artículo 42 del Tratado
de la UE establece que “la política de la Unión respeta las obligaciones de
algunos de sus países miembros, que consideran que su defensa común se realiza
mediante la OTAN”. Ya que 22 de los 28 países de la de UE son miembros de la
OTAN está claro su protagonismo. El protocolo nº 10 sobre cooperación,
establecido por el artículo 42, destaca que la OTAN “es el fundamento de la
defensa colectiva” de la UE y que “un papel más fuerte de la UE en materia de
seguridad y de defensa contribuirá a darle fuerza a una OTAN renovada”.
Por lo demás, si Rusia y China responden
moviendo sus fichas en el tablero de ajedrez comercial, tampoco van a la zaga
en el terreno militar: ya en septiembre de 2013, junto con Bielorrusia, Rusia
llevó a cabo las maniobras “Zapad 2013 (Occidente 2013), “cuyo escenario es la defensa de
ambos países ante un ataque del escudo antimisiles de la OTAN”. Muy poco
después estallaría la crisis en Ucrania. En cuanto a la parte china, el
ejecutivo de este país anunció el mismo año un incremento del gasto militar de
nada menos que un 10,7%, 119.000 millones de dólares. Tampoco en este caso las
dos potencias caminan por separado, siendo fundamentales los intercambios de
tecnología militar. [4]
2.La guerra permanente
2.1.Libia y Mali (2011-2015)
La guerra de Libia supuso un desastre de
consecuencias dantescas que podía haber sido perfectamente previsto para un
país cuyo Estado a duras penas cohesionaba la diversidad de lealtades tribales
que componían su realidad sociopolítica, mucho más compleja que el relato
mítico establecido por quienes apoyaron la intervención de una alianza internacional,
encabezada por Francia, Estados Unidos e Inglaterra, en términos de defensa de
una sociedad civil democrática frente a los abusos de una tiranía. El gobierno
español, dirigido aún por José Luis Rodríguez Zapatero, apoyó la intervención
con tropas y un entusiasmo realmente desmesurado. El entonces vicesecretario
general del PSOE, José Blanco, declaró que "no hay causa más justa que la
defensa de la libertad y los derechos", por lo que hay que sentirse
"orgullosos del papel de España en la intervención militar en Libia”.
Según el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la guerra de Libia provocó
15.000 muertes sólo en los cuatro primeros meses de desarrollo. Pero los
motivos de “orgullo” no habrían de agotarse en un plazo tan breve. Habría que
esperar al supuesto final de la guerra para que el caos se desenvolviera en
toda la dimensión que ha caracterizado a las consecuencias de otras
intervenciones militares salvadoras, como la paradigmática de Irak, madre de
barbaries y uno de las causas fundamentales de la extensión de los terrorismos,
como reconociera Tony Blair.
Después de una “transición” imposible, el
vacío de poder que dejó el depuesto y asesinado dictador libio, fue llenado, en
parte, por jefes tribales y milicias locales que, cohesionadas antes por la
lucha contra Gadafi, tardaron bien poco en enfrentarse entre ellas por el
control de territorios y recursos como pozos petrolíferos. Actualmente, Libia
vive una nueva guerra civil que desangra un país en el que operan dos
Parlamentos rivales, cada cual con la lealtad de respectivos bloques armados
que se reparten el control de las distintas partes del territorio. Una de las
porciones del país está controlada por una coalición de la que forma parte el
grupo terrorista Anshar al Sharia, cuyo nombre quizá suene de algo al ser su
homólogo tunecino el autor del atentado (de los de nota a pie de página del
periódico) en el que perdieron la vida doce personas en Túnez, el pasado 25 de
noviembre. Esta organización no existía antes de 2011, año en que se fundó a
partir de varias milicias y consiguió extenderse gracias al vacío de poder
existente, a las armas provenientes de Qatar y a una política de proselitismo
basada, entre otras cosas, en la asistencia social a la población. Una
escisión de este grupo se ha adherido al Daesh y ha proclamado el califato en
una ciudad de 100.000 habitantes en la que las escenas de decapitación que nos
consternan se suceden habitualmente. [5]
Pero el auge yihadista no se reduce a la
proliferación descontrolada de dichas organizaciones. Cabe recordar que, en
2011, los rebeldes apoyados por la “coalición internacional” nombraron
gobernador militar de Trípoli a Abdelhakim Belhadj, veterano de la guerra en
Afganistán contra los soviéticos y vinculado desde entonces a Al-Qaeda. No
extraña mucho que tirando un poco del hilo se acabe siempre por topar, como
causa eficiente, con el apoyo estadounidense a los “combatientes islámicos” en
los años 80, aquellos aguerridos soldados elevados a la categoría de héroes en
algún lamentable ejemplar de la filmografía norteamericana de la época. [6] En
cualquier caso, la estrategia del caos había puesto firma a una de sus obras
más deslumbrantes.
Las consecuencias de la gloriosa intervención
en Libia no se reducen, por desgracia, a los límites de las fronteras de este
país, no sólo porque en los campos de Ansar al Sharia se entrene a combatientes
para luchar en Siria contra el régimen de Bachar al-Asad, sino, sobre todo,
porque la desestabilización del norte de Mali está directamente relacionada con
el caos inducido en el país mediterráneo.
Antes de la intervención en Libia, Mali era un
país miserable, con una de las tasas de pobreza y de desempleo más altas del
continente y con un Estado prácticamente desmantelado gracias a las políticas
de ajuste estructural impuestas por el Fondo Monetario Internacional en los
años 80, que incluyeron el deterioro de los sistemas educativo y sanitario,
privatizaciones de sectores estratégicos que acabaron en manos de grandes
empresas francesas como France Telecom y la imposibilidad de ejercicio de la
soberanía alimentaria al obligar al país a especializarse en la producción de
algodón para la
exportación. Terreno abonado, en definitiva, para una
inestabilidad que sólo habría de regarse "un poco". A partir de
octubre de 2011, los tuaregs emigrados e integrados en el régimen libio
comienzan a regresar a Mali cargados del armamento del desmantelado ejército y,
al año siguiente, consiguen tomar el norte del país con el apoyo, entre otros
grupos, de Al-Qaeda en el Magreb Islámico, que acaba por convertirse en la
fuerza hegemónica. Así, después de la intervención en Libia, Mali no era sólo
ya un país miserable, sino también un país estragado por la violencia.
La solución, por supuesto, no podía pasar por
otra cosa que no fuera una intervención militar. En enero de 2013, Francia
lanzó la Operación
Serval , con apoyo de tropas africanas (sobre todo chadianas),
para detener el avance de los grupos islamistas. Los bombardeos franceses no
tardaron mucho en causar víctimas entre la población civil de las ciudades y es
de suponer que, en contextos tales, no resulte tan fácil distinguir quiénes son
los buenos y quiénes los malos, o que sea complicado para la población apreciar
los sellos de civilización que diferencian a las bombas europeas de las armas
de los bárbaros. Quién sabe si algo así no ayuda también a la cocción de eso
que se suele denominar como “un caldo de cultivo”.
Justo al mismo tiempo en que se bombardeaba el
norte de Mali, con el rechazo de sectores activos de la sociedad malí, fuerzas
especiales francesas se desplegaron en el vecino Níger para proteger... una
mina de uranio. Níger es el quinto productor mundial de este mineral esencial
para abastecer a las 58 centrales nucleares galas, de las que salen dos tercios
de la electricidad que consumen los franceses, mientras que en torno a un
tercio del uranio consumido procede de las minas del país norteafricano. Para
este, uno de los diez países más pobres del planeta, el uranio supone un 70% de
su exportaciones y sólo el 5% de su PIB. El negocio, desde luego, parece un
tanto desequilibrado en favor de la beneficiaria multinacional francesa Areva,
líder mundial en el sector de la energía nuclear y empresa denunciada por la
contaminación producida en Níger y por las condiciones de seguridad en las que
se encuentran los trabajadores de sus minas. No resulta tan descabellado pensar
que las motivaciones francesas de seguridad se refieran, en última instancia, a
la seguridad energética. No obstante, 600 soldados nigerinos participaron
también en la protección de la mina que explota Areva contra sus propios
intereses nacionales, lo cual puede ayudar a dar una idea aproximada del grado
de soberanía que se gasta en las antiguas colonias francesas.
La de “asegurar” esta región ha sido, desde
siempre, una obligación de primer orden para la conservación de un “espacio
vital” francés que permita mantener su papel específico en un mundo de
competencia intensificada entre potencias (o de “imperios combatientes”, como
dice Rafael Poch). Las exportaciones francesas y la oferta de crédito a África se
ha reducido en un 50% en 10 años, y las posiciones están amenazadas por
competidores agresivos y eficaces. Francia pierde terreno y los que mandan
saben más que nadie de eso, como bien atestigua un par de informes del año
2013: el Informe Vedrine (llamado así por el nombre del más significativo de
sus autores, el ex-ministro “socialista” Hubert Vedrine) presentó a François
Hollande una propuesta sobre lo que debía ser el papel de Francia en África,
partiendo de la preocupante constatación de la implantación china en el
continente, sosteniendo que “El Estado francés ha de centrar su política
económica en el apoyo a las relaciones de negocios del sector privado y asumir
plenamente la existencia de sus intereses en el continente africano”. Otro
informe del mismo año, elaborado por el Grupo de Trabajo de la Comisión de
Asuntos Exteriores y las Fuerzas Armadas, del Senado francés, lleva por título,
sin duda elocuente, “Sobre la presencia de Francia en una África codiciada”. [7]
Notas...
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"Jaén, Ciudad Habitable"
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207038
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