Comunicación estratégica,
marketing político,
psicología de masas y
control de la información
en el régimen correísta.
27 de
octubre de 2014
Este texto es el capítulo elaborado por
el sociólogo y periodista Decio Machado para el libro "La restauración
conservadora del correísmo", el cual aparece al público a partir del
mes de noviembre del presente año y ha sido elaborado por diversos autores.
Por Decio Machado
“Una educación que remueve la cultura
política para que la sociedad no busque salvadores, sino que genere
socialidades para convivir, concertar, respetar las reglas del juego
ciudadano (…) la educación debe desarrollar sujetos autónomos ya que
frente a una sociedad que masifica estructuralmente, una sociedad que
tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades de diferenciación,
la posibilidad de ser ciudadanos es directamente proporcional al
desarrollo de sujetos autónomos, es decir, de gente libre tanto interiormente como en sus tomas
de posición. Y libre significa gente capaz de saber leer la publicidad y
para qué sirve, y no dejarse masajear el cerebro, gente que se capaz de tomar
distancia del arte de moda, de los libros de moda, gente que piense con su
cabeza y no con las ideas que circulan a su alrededor.”
Jesús Martín Barbero, Oficio de
cartógrafo (2002)
Desde la vuelta de las democracias a
América Latina, tras el aciago período histórico que se caracterizó por una
concadenación de dictaduras militares en la región[1],
la actividad política se ha convertido en un asunto de importante interés
público para los ciudadanos de la región. Según los indicadores emanados de
Latinobarómetro[2], la ciudadanía
latinoamericana más allá de desear estar al día con respecto a los asuntos que
les afectan cotidianamente, demandan la participación directa en la actividad
política de su contexto social. Este es el origen de la enorme importancia
adquirida por la comunicación estratégica en nuestros días.
Las acciones
realizadas por los candidatos, líderes políticos, partidos e instituciones
gubernamentales por mantener y fortalecer el respaldo de la gente hacia sus
propuestas, programas y políticas públicas, se ha convertido en un factor
crítico tanto para alcanzar los puestos de elección popular a los que aspiran,
como para el mantenimiento
del orden, el control social y la gobernabilidad en sus respectivos ámbitos de
intervención.
La imposición
-dentro de un mundo globalizado y en plena evolución- de las nuevas tecnologías
de la información y la comunicación, de técnicas y herramientas innovadoras que
permiten la expansión casi sin límites de la comunicación ha hecho que a causa
del marketing político, las ideas ya no basten para que los políticos convenzan
a la ciudadanía de que son los más apropiados para ejercer los cargos a los que
aspiran e incluso para perpetuarse durante años en el poder.
Si bien es cierto que la comunicación
política existe desde los tiempos de la Antigüedad, donde se aprovechaba la
reputación de los guerreros para amedrentar a potenciales enemigos internos y
externos, así como para recaudar los impuestos entre sus súbditos (Maarek,
2009), las nociones actuales en las que se manifiestan este tipo de técnicas se
remontan apenas a la segunda mitad del siglo XX[3].
Paralelamente, desde hace
aproximadamente un par décadas, se vive un momento en el que las relaciones
entre las élites políticas y los medios
de comunicación se han complejizado a escala global. Mientras asistimos a una
enorme concentración de medios de
comunicación a nivel planetario, en algunos países a los políticos se les
reprocha que ya sólo actúen o comuniquen en función de la visibilidad mediática
de sus operaciones a riesgo de una suerte de populismo modernizado (Tironi y
Cavallo, 2004), mientras que otros gobiernos, independientemente de su
sensibilidad política, intentan desarrollar el control sobre la información con
el objetivo de sufrir el menor desgaste posible en el ejercicio de su autoridad.
Campaña de 2006: punto de partida de
la expertise correísta en marketing y comunicación política
De igual manera que otras tantas campañas
latinoamericanas del momento, la campaña presidencial del año 2006 en Ecuador
fue una campaña fuertemente mediática (Dávalos, 2012). La campaña de comunicación política y
estrategias de marketing electoral correísta se sustentaron –al igual que otras
tantas en la región- en el establecimiento de alianzas entre “grupos de
interés”, “poderes fácticos”, líderes de opinión y medios
masivos de comunicación (López, 2003). Todo ello, más allá de la realización de
múltiples eventos electorales en un recorrido que abarcó el conjunto del país,
llegando a lugares que sus adversarios desecharon, ganándoles también en el
pulso del contacto directo con el electorado.
En base a esta estrategia el entonces
candidato Rafael Correa, además de incrementar sus indicadores de conocimiento,
identificación y penetración entre la ciudadanía, generó el escenario idóneo
para lanzar sistemáticos ataques en contra de sus rivales, lo que fue la base
de su campaña electoral. Dichos ataques se hicieron fundamentalmente en contra
de los ya muy desgastados partidos políticos tradicionales, los cuales se
encontraban altamente deslegitimados ante la ciudadanía y muy deteriorados en la
realidad política nacional. Con cada nuevo ataque dialéctico, el entonces
presidenciable ganaba en popularidad, logrando vehicular a su favor los
resentimientos de las y los ecuatorianos en contra de la llamada
“partidocracia” e implementando con su modelo de comunicación una imagen que
ganaba enteros en consistencia y coherencia política durante toda su campaña.
En este sentido, la estrategia correísta cumplió dos de los fundamentos
existentes en los actuales manuales políticos electorales modernos: a) si hay
descontento social la estrategia debe ser de ataque y descalificación de los
adversarios; y b) cuando un candidato tiene una estrategia clara y definida, el
candidato debe mantener su postura de manera coherente durante toda la campaña
electoral (Durán y Nieto, 2010).
Bajo estos criterios, la campaña de Rafael Correa durante la primera vuelta se
concentró en el discurso político –necesidad de un cambio radical en el país,
deslegitimación de la partidocracia e implementación de un nuevo proceso
constituyente-, mientras que sus rivales se limitaron a posicionar ofertas
políticas y promesas básicamente en materia de vivienda y empleo. No sería
hasta la segunda vuelta cuando el hoy mandatario ecuatoriano, inmerso ya en una
fuerte y estratégicamente elaborada campaña de desprestigio respecto a su
adversario Álvaro Noboa, posicionara diversas propuestas y compromisos
políticos para su futura gestión de gobierno.
El éxito electoral del correísmo se
basó en saber segmentar de forma adecuada sus mensajes hacia los diferentes
públicos objetivos de su comunicación. Así, mientras
Noboa basaba su discurso en las clásicas estrategias clientelistas que han
caracterizado históricamente la política ecuatoriana, dirigidas –entre dádivas,
regalos y promesas de campaña- al sector más empobrecido de la población, y
autodefiniéndose como “enviado de Dios” (Recalde, 2007); el correísmo se
articuló con base en el desprestigio del Congreso Nacional y de los partidos
políticos entonces existentes (Dávalos, 2009); dotando a su campaña de una gran
creatividad publicitaria –videos que fueron virilizados en redes sociales[4] desprestigiando a sus oponentes y spots publicitarios con gran originalidad
y acierto mediático[5]-. En base a lo anterior, el correísmo consiguió conectar con sectores medios de la población y de manera especial con el
target más joven del electorado.
Fueron los medios de comunicación de masas, hoy en conflicto
con el oficialismo, los que se encargaron de posicionar de forma sistemática
que Rafael Correa era un candidato nuevo, un outsider en la política ecuatoriana, y sobre
todo una persona joven que se enfrentaba a candidatos de mayor experiencia.
Aunque este posicionamiento fue intencionalmente provocado por los mass media nacionales, más que afectar a
Correa lo que propició fue un positivo posicionamiento ante amplios sectores
del electorado ecuatoriano. Se afianzó la imagen de Correa como un político
nuevo, sin secuelas por su pasado y de fuerte personalidad contestaría. Esto lo
visibilizó de forma muy diferenciada frente a su rival, un candidato de mayor
edad, millonario, aburrido y reiterativo en las campañas políticas
ecuatorianas. Correa se convirtió así en el exponente del cambio, en la
identificación política del creciente malestar de perfil “antisistémico”
existente entre la ciudadanía y en la expresión del descontento generalizado
ante las tradicionales formas de hacer política y el actuar de los eternos
grupos de poder (partidos políticos, empresarios, banqueros y medios de comunicación) existentes en el país.
Enmarcada en esta cuidada estrategia
electoral, se articuló el compromiso de un nuevo proceso constituyente en el
Ecuador. Esto permitió una nueva innovación electoral más, Rafael Correa y
Alianza PAIS prescindieron de presentar candidatos a un muy desprestigiado
Congreso Nacional, lo que como elemento novedoso tuvo un afortunado impacto
entre el electorado. En la práctica y de esta manera, la campaña electoral
correísta incorporaba en su estrategia comunicacional una consigna ya
anteriormente interiorizada por millones de ecuatorianos durante el
derrocamiento de Lucio Gutiérrez: el “Que se vayan todos!” (Dávalos, 2012).
Bajo esta lógica estratégica electoral, se generalizaron las esperanzas
ciudadanas en un cambio político de carácter radical, más allá de la
sensibilidad política del votante ecuatoriano del momento, el cual estaba ya
muy lejos de canalizar su descontento por vías revolucionarias.
En materia de imagen, el candidato
Correa también supo diferenciarse de sus adversarios, pues realizó su campaña
vestido de manera informal -camisetas
color verde y pantalones jeans-,
lo que generó una imagen de cercanía con la población. Correa
no aparecía como un político al uso, sino como un ciudadano similar al
electorado al que le pedía su voto. Esta estrategia de
imagen respondía a otra regla clásica de manual electoral, la cual hace
referencia a la resonancia que determinadas imágenes tienen sobre el electorado
en momentos determinados, buscando con acierto los estímulos provocados que
evocan significados cercanos al votante (Schwartz, 2001). El posicionamiento de
Correa como un ciudadano alejado de la política tradicional, un joven y
aguerrido ciudadano -no político- que buscaba la profunda transformación del
país, polarizó la elección y situó al hoy Presidente de la República en una
posición privilegiada electoralmente respecto a sus contendores.
Otro elemento referenciable de la
campaña correísta fue el acertado uso de la identidad corporativa que se
desarrolló y el empleo del color verde brillante fosforescente. El color verde flex tuvo su origen en un anterior y agresivo
posicionamiento publicitario elaborado por la transnacional española Movistar
–líder en telefonía inalámbrica-, que quedó plasmado en el subconsciente de la
ciudadanía, lo cual fue utilizado adecuadamente por la campaña de
Correa. Respecto a eso que los expertos publicistas en la materia llaman eye
tracking[6], los
afiches y bandeloras del correísmo tuvieron una más que destacada visualización
frente a los de sus adversarios, los cuales manejaron colores apagados como
fondos de su campaña electoral.
Por último, dentro de la imagen gráfica de campaña y más allá del color verde
flex, se utilizó el rostro de Correa en forma de negativo fotográfico, lo que
tuvo fuerte impacto social, debido a la simpleza de la
imagen y su aspecto “urbano” juvenil –asemejado a un graffiti o la imagen de un líder revolucionario[7]- (Dávalos, 2012). La lógica icónica de un líder mirando
hacia el futuro se traducía en la idea de un preparado académico que irrumpe en
el mundo de la política en un país sumamente corrupto, pero que mira hacia el
infinito enfocando sus sueños para la Nación más allá del horizonte inmediato.
La idea aunque básica tuvo una carga innovadora y efectiva, pues a través de un
efecto de fotogenia, un joven profesor universitario con escasa trayectoria
política (acumulaba apenas unos meses como ministro de Economía del gobierno
anterior) fue transformado en héroe revolucionario. Con su imagen elevada por
una especie de luz sobrenatural que lo inspiraba, al entonces candidato
presidencial se le trabajó publicitariamente como un ícono simbólico asociado
al Che Guevara, lo cual combinado con eslóganes como “recuperemos la patria” y
setenteras canciones de los Quilapayún o los Inti-Illimani en cada uno de sus
actos electorales, reforzó el aire revolucionario y heroico de su figura
mediática.
Sólo faltaba entonces para ganar,
amortiguar el fuerte carácter y las puntuales salidas de tono del entonces
aspirante a presidente. Esto se hizo a través del asesoramiento externo de una
empresa de comunicación política mexicana que llegó al Ecuador tras haber
asesorado al partido conservador salvadoreño Alianza Republicana Nacionalista
(ARENA), organización política fundada por el paramilitar Roberto d´Aubuisson
en 1989. La consultora mexicana Cuarto de Guerra fue la encargada de
transformar el perfil marcadamente irascible del hoy mandatario ecuatoriano en
una suerte de “Pasión por la Patria”[8].
Es a través de esta
campaña electoral del 2006 donde se sentarán las bases de la futura comunicación
político-estratégica del correísmo en el gobierno. El correísmo, ya como
doctrina oficialista en el poder, combinará innovadoras técnicas de
comunicación política en el país con un desarrollado y estratégicamente
calculado culto a la personalidad del líder, la agresividad y descalificación
dialéctica como norma de desacreditación sobre los adversarios políticos del
régimen, el factor sorpresa como herramienta de quiebre ante sus rivales, las
técnicas que reflejan proximidad ante la ciudadanía (gabinetes itinerantes,
enlaces ciudadanos desde los lugares más recónditos del país o permanentes
apariciones del mandatario rodeado de masas ciudadanas), los acordes de las
viejas canciones revolucionarias, así como una cuidada campaña publicitaria
(tanto por la destreza en la elaboración de piezas audivisuales como por la
creatividad de su cartelería, gigantografías y otras herramientas de imagen
estática) basadas en los logros obtenidos a través de determinadas políticas
públicas auspiciadas por el gobierno.
Siete años y medio de un modelo de
comunicación político-estratégica innovadora en Ecuador
Los estudios elaborados por diferentes
entidades ecuatorianas especializadas en sondeos de opinión, desde finales de
los años noventa hasta hoy, vienen a indicar que los ecuatorianos se
identifican desde lo místico mayoritariamente como seguidores de la fe cristian a y sus valores; desde el ámbito del ocio
como acérrimos seguidores del deporte del futbol; mientras que en la esfera
política desean tener un líder fuerte que guíe al pueblo hacia un futuro
próspero, que fomente la seguridad, el afianzamiento de la dolarización y la
justicia al interior de un país que sea socialmente más o menos equilibrado. La
honestidad en la gestión pública, la vuelta de los emigrantes, la implementación
de una democracia real y el desarrollo económico nacional son los elementos más
deseados por la ciudadanía, transversalizándose también entre estos
sentimientos el orgullo de ser ecuatorianos.
En este sentido, tanto el presidente
Correa como sus asesores políticos, desde la campaña del 2006 hasta la fecha,
han sabido encauzar acertadamente el sentir nacional y los aspectos cognitivos
de la conducta del pueblo ecuatoriano. En base a ello, se han manejando
estrategias como la del famoso “correazo” (símbolo de machismo y autoridad,
dado que refleja la forma en que se castigaba a los niños en el país) durante
la campaña de 2006, hasta el “Rafael para el pueblo, Correa para los corruptos”
o el “Ya tenemos Presidente!!” de campañas posteriores. De forma paralela, el
mandatario hace gala permanente de ser un férreo seguidor de uno de los equipos
estrella del campeonato de fútbol ecuatoriano, llegando incluso a dedicar
amplios espacios de sus programas destinados a la rendición de cuentas a la
ciudadanía a opinar sobre la calidad del juego de los diferentes equipos
punteros del Ecuador y de su selección. De igual manera, el líder oficialista
ha manifestado de forma permanente su fuerte identificación con la doctrina cristian a, llegando incluso a sancionar
disciplinariamente a diversas asambleístas de su partido por manifestarse en el
Legislativo favor del aborto en casos de violación.
Tampoco se dejó atrás el drama de la
emigración nacional, el cual ha tenido un fuerte impacto sobre las familias
ecuatorianas. La estafa de las políticas neoliberales en Ecuador llegó a su “climax” con el gobierno de Jamil
Mahuad (1998-2000), cuyo gabinete estaba controlado por la bancocracia,
protagonizando el “salvataje bancario”[9] y la
dolarización[10]. Esta crisis provocó una fuerte emigración hacia
el exterior, principalmente hacía España e Italia; y aunque los números son
confusos, se estima que en el año 2000 más de medio millón de personas –un 4%
de la población en ese momento existente- salieron del Ecuador en busca de su
supervivencia. Es por ello que en marzo de 2007, apenas dos meses después de su
investidura, el presidente Correa ponía en marcha una de sus innovaciones
políticas: la creación, con rango de ministerio, de la Secretaría Nacional
del Migrante (SENAMI), siendo su misión “la definición y ejecución de políticas
migratorias, encaminadas al desarrollo humano de todos sus actores, que servirá
de enlace en las acciones de atención, protección y desarrollo de la persona
migrante”[11]. Al año siguiente se pondría en marcha el Plan
Bienvenidos a Casa, lo que en la práctica significaba el inicio de la llamada
“operación retorno”[12]. Según datos
oficiales, la combinación de las políticas del Plan Bienvenidos a Casa y del
Plan Voluntario de Retorno[13], este último
impulsado por el gobierno español, significó que a finales de 2013 los
migrantes retornados al país alcanzaran la cifra de 37.000 ecuatorianos. Lo que
desde las instituciones ecuatorianas se presenta como un triunfo de las
políticas nacionales enmarcadas en la vuelta de los exiliados económicos, no
oculta más que una visión muy parcializada de este “supuesto” éxito. Según los
datos del INE[14], el número
de ecuatorianos residente en el Estado español viene disminuyendo
paulatinamente desde el año 2009, habiendo abandonado dicho país unos 47.000
migrantes ecuatorianos tan solo en el transcurso del año 2012. En resumen, la
mayoría de los migrantes ecuatorianos que han salido de territorio español desde
la llegada de la crisis a este país lo han hecho con destino a otros lugares de
Europa (Machado, 2013); y en este sentido, cabe señalar que la Casa Ecuatoriana
en Londres recibió durante ese mismo año –mediante cita previa, con tan solo
tres operarios y carente de bolsa de trabajo- una media de 300 personas
diarias, cuyo perfil común era ser ecuatorianos emigrados desde España en busca
de trabajo y con necesidad de solicitar prestaciones sociales. Un informe
elaborado en mayo del 2012 por la Universidad Queen Mary
bajo el título No Longer
Invisible (No más invisibles) concluía que 85% de los jóvenes
sudamericanos residentes en Londres sufre abuso laboral, recibiendo un 11% de
estos una remuneración inferior al salario mínimo reglamentado. En referencia a
dicho informe, organizaciones de trabajadores migrantes con sede en Londres
como Latin American Workers
Association (Lawas), señalan
que “los trabajadores latinoamericanos suelen trabajar hasta 16 horas al día,
en algunos casos son racialmente abusados y pueden terminar siendo víctimas de
abusos físicos y sexuales”.
Por otro lado, desde la utilización del
rostro del presidente Correa con apariencia de negativo en su primera campaña
electoral, han sido múltiples las imágenes desarrolladas
del mandatario bajo leyendas patrióticas y manteniendo su mirada de forma
elevada hacia el horizonte o el infinito, plasmándose cierto mensaje mesiánico
que no le es para nada hostil a la población ecuatoriana. El aparato de
propaganda gubernamental ha ido conformando una lógica de culto a la
personalidad de su líder que convirtió al presidente Correa en una especie de
gran demiurgo del corazón ecuatoriano, con cierta iluminación por lo divino y
un agudizado perfil caudillesco, lo cual lejos de ser entendido de manera caricaturesca
forma parte de la tradición política latinoamericana. La estrategia permitió
que en los ámbitos más empobrecidos y con menor formación cultural de la
sociedad, al Presidente de la República se le haga alusión incluso como “Papi
Correa”, en referencia a la devoción de sus votantes y el reconocimiento a la
“sabiduría” y la “autoridad” del padre para determinar el futuro de sus hijos.
Encuadrados en esta realidad social, se
ha desarrollado una permanente campaña publicitaria de gran creatividad, una propaganda
de proximidad a la población en la cual se crea la ficción de la participación
social del conjunto de los ecuatorianos en la toma de decisiones del Estado,
así como la profundización de la ironía y la polémica en los discursos
presidenciales, lo cual ha sido la base de la comunicación estratégica y del
marketing político del correísmo durante estos casi ocho años de gobierno.
Lo anterior no quiere decir que todas
las campañas de ataque y confrontación (Durán y Nieto, 2010) en las cuales se
sostiene la dialéctica presidencial estén siempre destinadas a lograr
penetración y recordación popular. Los equipos de marketing político y
asesoramiento comunicacional de los que dispone la Presidencia de la República
entienden bien que este tipo de estrategias deben basarse en los temas que
realmente cuentan con la fuerza necesaria entre el electorado para movilizar
simpatías y votantes. De igual manera, se busca bajo la estrategia de la
descalificación política e incluso personal de los disidentes por la izquierda
del oficialismo o de sus adversarios políticos conservadores, continuar con el
desgaste de las figuras opositoras asociándolas a la vieja y deslegitimada
partidocracia nacional. Como elemento de apoyo estratégico, se explota un
discurso de lógica soberanista y patriotera basado en la convicción de que el
país camina unilateralmente[15] hacia el desarrollo para salir de lo
que se ha venido a llamar comúnmente “Tercer Mundo”, lo cual califica a los
críticos de dichas políticas como antipatriotas e incluso como malos
ciudadanos. Se pretende a su vez, mantener la imagen del presidente Correa como
un político no convencional, estrategia para lo cual es necesario posicionar su
figura como un líder diferenciado y reconocido en el ámbito internacional. Para
ello se posiciona desde las campañas político-publicitarias auspiciadas desde
el aparato de propaganda estatal y cuyo público cautivo es la ciudadanía
residente en el Ecuador, el que un país de quince millones y medio de
habitantes y apenas 283.560
kilómetros cuadrados de extensión –siendo más del 40% de
su territorio selva húmeda tropical apenas poblada- es un referente geopolítico
de gran importancia en el concierto de la gobernanza global. Todo ello se
enmarca a su vez en la adulteración del término “socialismo”, concepto que si
bien es cada vez más olvidado en los discursos del correísmo, tomó en el
régimen un matiz “cristian ismo
humanista” que pretende rebajar su carga ideológica y las resistencias que
pudiera ocasionar en determinados sectores de la población ecuatoriana.
Es así, inmersos en la ciencia ficción
auspiciada por el aparato de propaganda gubernamental, donde por ejemplo
organizaciones campesinas cercanas al régimen y conformadas mayoritariamente
por población rural de escasos recursos económicos que demandan transparencia
respecto al reciente acuerdo comercial firmado entre el Ecuador y la Unión Europea ,
encabezan sus cartas al ministro de Comercio
Exterior bajo el subtítulo “compañero Francisco Rivadeneira”, en alusión a un
ex gerente del Citibank[16] y de la CORPEI[17].
La estrategia de marca de Rafael
Correa
La mejor estrategia electoral del
presidente Rafael Correa, desde el 2006 hasta hoy, se ha basado en la
construcción de un “branding”[18] asociado a su nombre y figura. Dicho branding esta conformado por cinco elementos:
a) naming: creación de un
nombre, b) identidad corporativa, c) posicionamiento, d) lealtad de marca, y e)
desarrollo de marcas y arquitectura de una marca. Es por ello que Rafael Correa
construyó su proyecto político posicionado sobre las iniciales de su propio
nombre - Revolución Ciudadana (RC)- e imagen. Esta estrategia acompañada de un
sinfín de herramientas auxiliares sostenidas sobre un estilo personal de
gestión y la aplicación de sofisticadas técnicas publicitarias, convierte en
extremadamente difícil desmontar el espejismo sociopolítico creado sin una
contra campaña altamente inteligente que hasta hoy ninguno de sus rivales ha
sido capaz de articular. Los que enfrenten a futuro a Rafael Correa en las
urnas, deben pasar no solo el filtro del branding posicionado, sino también por el
de su empoderamiento social con tintes populistas (promesa democratizadora de
devolver el poder secuestrado por las élites a los ciudadanos) para poder
derrocarlo. El reto es complejo, dado que el populismo surge cuando los
sistemas representativos y de partidos son percibidos como excluyentes,
posicionándose como las alternativas políticas que pretenden terminar con el
dominio de las élites y convirtiendo a la imagen del líder en la encarnación
del pueblo[19].
El correísmo no sólo ha implantado una
nueva forma de hacer política en el país, sino que también continúa intentando
vivir estratégicamente del odio y la frustración acumulada por la ciudadanía
ecuatoriana durante las dos décadas y media de un neoliberalismo que tuvo
consecuencias dramáticas. Es por ello que una parte del discurso
correísta se sostiene sobre el temor ciudadano a volver a un pasado caótico
donde los grupos de poder existentes en el país hicieron -sin control del
Estado- lo que les vino en gana. Así, la marca corporativa auspiciada durante
todo el actual gobierno de la revolución ciudadana, se posiciona como única en
la historia del país, unificando mensajes, el desarrollo de una propaganda que
enmarcada al conjunto de instituciones públicas en una estrategia global, las
cadenas gubernamentales en radio y televisión, así como el sabatino Enlace
Ciudadano. Respecto a lo último, cabe señalar que los Enlaces Ciudadanos fueron
concebidos inicialmente como una herramienta de comunicación entre el
mandatario y la ciudadanía para ser utilizada como un espacio de rendición de
cuentas, pero que ha sido transformado en una especie de “púlpito” donde el
presidente da rienda suelta a su propio estilo personal de comunicación. Es a través de esta herramienta
de conexión entre el presidente Correa y la ciudadanía donde se visibiliza uno
de los mayores problemas que tiene Alianza País para desarrollarse como
herramienta de un proyecto de alcance nacional: en los países donde la relación
política entre el gobernante y la población es una relación de líder/masa, no
son necesarios los partidos políticos; es más, pudieran incluso ser
contraproducentes, pues podrían generar debates políticos internos respecto a
ideología, programas y liderazgos de futuro, circunstancia que se encuentra muy
alejada de intención de la dirección política actualmente existente en el
partido de gobierno[20].
Comunicar es persuadir y persuadir es
buscar efectos en el receptor. De esta manera la comunicación desarrollada
desde el poder se convierte en una herramienta más de la gestión gubernamental
orientada a la consecución de los objetivos estratégicos del oficialismo. Cabe
señalar al respecto de todo lo anterior, que a pesar de que ya sea notorio un
mayor desgaste en la capacidad comunicativa del régimen, la estrategia aún
continúa dando sus frutos. Sin embargo, tanto el presidente Correa como sus
asesores estratégicos son conscientes que aquello que nos cantara Héctor Lavoe[21] décadas atrás: “todo tiene su final,
nada dura para siempre…”. Es por ello, que tras las elecciones seccionales de
febrero del 2014 y tras unos resultados electorales por primera vez poco
alentadores para el oficialismo, el presidente Correa rectificó sobre las
directrices dadas a sus ministros en junio del 2012, cuando ordenó la
prohibición a los altos funcionarios del Estado de conceder entrevistas a medios privados, a los que acusó de atacar al
gobierno con mentiras.
En resumen, el
presidente Correa ha sido convertido a través de elaboradas estrategias de
comunicación política y marketing electoral en un “lovemarks”[22]. Su rostro
aparece por todas partes, su voz cierra los spots publicitarios del conjunto de la
propaganda emitida por los diferentes ministerios del gobierno nacional, y los medios pueden llegar incluso a ser sancionados por
no recoger como noticia destacada alguno de sus viajes al extranjero o sus
exposiciones académicas en el exterior[23]. Respecto a
lo último, es curioso señalar el hecho de como los recién creados órganos de
control sobre los medios de
comunicación consideran la estrategia de posicionamiento internacional del
presidente Correa como información “relevante”, argumentación sobre la que
basan la justificación de sus posibles futuras sanciones sobre los medios de comunicación que no la destacan. Además ,
la figura del mandatario ecuatoriano ha sido no solo trabajada desde la
propaganda y publicidad masiva, sino también a través de historias que lo
interrelacionan: obras inauguradas –en algunas ocasiones por tramos, lo que
permite reiteradas inauguraciones en la misma obra- que pretenden ser míticas,
discursos posicionados como referenciales en los foros internacionales, y una visión
con cierto perfil mesiánico sobre el futuro del Ecuador y del conjunto de la Humanidad. Todo
ello cumple con las reglas básicas del “Lovemarks”, las cuales buscan
lograr una conexión basada en el amor entre el consumidor y la marca, lo
que se soporta sobre una
plataforma estratégica que explota los sentimientos y el respeto[24], o lo que es
lo mismo, se carga al producto publicitado de densidad y volumen. En definitiva
y gracias a los avances de la neurociencia y su aplicación al marketing
(neuromarketing), lo que se viene a demostrar es algo tan sencillo como que la
publicidad ya entendió que lo que mueve a los seres humanos es la emoción por
encima de la razón. En
base a lo anterior, se desarrollan estrategias que buscan la construcción de
vínculos emocionales profundos y duraderos con los clientes/electores,
consiguiendo el máximo grado de fidelidad y lealtad más allá de la razón; lo
que combinado con el misterio -grandes historias que hay detrás de las grandes
marcas-, crean la fuente de inspiración que suponen estas marcas/partidos para
sus clientes/electores.
Desde la perspectiva corporativa de las
empresas o marcas políticas, puede parecer una obviedad, pero cotidianamente se
hace visible el escaso respeto que tienen la mayoría de las marcas/partidos por
sus clientes/electores. Sin embargo, en el mundo del Marketing 3.0.[25], los Lovemarks se ganan el respecto de sus
consumidores/electores a través de técnicas aplicadas basadas en la estrategia,
determinación y autodisciplina cotidiana.
Todo lo anterior ha hecho del
presidente Rafael Correa un candidato vencedor de largo tiempo, que basa sus
estrategias políticas en la comunicación negativa sobre sus opositores y en el
irrespeto por todo lo que pueda ser considerado como disidencia política u
oposición ideológica. A su vez, como estado moderno en que se ha convertido, el
gobierno ecuatoriano y por lo tanto también el partido de gobierno, utiliza las
herramientas más modernas en materia de marketing político para posicionar a
través de estudios cuantitativos y cualitativos los elementos que están en el
sentir más profundo del pueblo ecuatoriano, con independencia que estos
sentimientos puedan considerarse más o menos afortunados (entre ellos la lógica
política popular de un líder/padre que implementa autoridad sobre sus
subordinados/hijos). De igual manera, el correísmo se especializó en
implementar elementos sorpresa en sus campañas políticas, electorales o no,
basadas en claves de ataque –los cuales están siendo incorporados dentro del
imaginario de los y las ciudadanas ecuatorianos- sobre el discurso de los opositores
al régimen. Es por ello que gran parte de las y los ecuatorianos utilizan en la
actualidad frases hechas y calificativos posicionados por el régimen a través
de sus cadenas gubernamentales, su propaganda política o los Enlaces
Ciudadanos. Entre esa terminología destacan calificativos como el de
“ecologistas infantiles” para calificar a los ambientalistas críticos con la
política neodesarrollista emprendida por el gobierno, el de “tirapiedras” o
“izquierda caduca” al hacer referencia a los opositores del régimen por la
izquierda, el de “ponchos dorados” o “emplumados” para significar a la
dirigencia indígena no afín al régimen, el término de “opositores caretucos” para
señalar a la oposición política en general, o frases como “de donde va a salir
la plata para las escuelas del milenio y el desarrollo si no es del petróleo o
de la minería” para cuestionar las resistencias locales emprendidas por
comunidades afectadas a las políticas extractivistas implementadas por el
actual gobierno, entre tantas otras.
A pesar de declaraciones tan ingenuas
como las realizadas por el anterior secretario ejecutivo de la agrupación
política oficialista, Galo Mora, quien diría en octubre del 2012 que "no
necesitamos de una empresa, porque Alianza PAIS es capaz de contar y socializar
los nuevos sueños"[26], la
estrategia política del correísmo se ha ido perfeccionando con el paso del
tiempo y ha sido incluso reconocida internacionalmente no precisamente por sus
capacidades internas. No es tan solo que algunos movimientos y organizaciones
políticas europeas que están apareciendo hoy, fruto de la decadencia neoliberal
en Europa, estén copiando parte del discurso y la estrategia electoral de
Rafael Correa en Ecuador (casos como el del Frente de Izquierda en Francia o el
de Podemos en el Estado español), sino que incluso su última campaña electoral
(2013) fue galardonada en una reciente edición de los Victory Awards 2014[27]. Allí se
reconocieron los trabajos del ministro Vinicio Alvarado y de los consultores
políticos mexicanos José Adolfo Ibinarriaga y Roberto Trad –quienes comandaron
la campaña electoral presidencial oficialista de febrero del 2013- como
finalistas en la categoría “Campaña del Año”[28].
Otra categoría en la que estuvo
vinculada la última campaña presidencial de Rafael Correa fue la “Consultor Político
del Año”. En este apartado el proyecto desarrollado en Ecuador obtuvo el primer
lugar, siendo José Adolfo Ibinarriaga –consultor político que actualmente
desarrolla funciones como profesor del diplomado de Comunicación Gubernamental
del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM- y Roberto Trad -consultor
internacional en comunicación estratégica y comunicación política, y director
del Instituto de Artes y Oficios para la Comunicación Estratégica-
reconocidos profesionalmente por su trabajo en la reelección de Correa.
En pocas palabras,
el régimen tiene dinero y no escatima por lo tanto en gastos para traer a los
mejores consultores internacionales en comunicación, cuesten estos lo que
cuesten. La lista de consultores extranjeros implicados en las estrategias de
marketing y comunicación política del régimen es amplia y abarca desde el
prestigioso profesional norteamericano –hoy consejero presidencial- Ralf
Murphine quien con más de medio millar de campañas electorales por diferentes
partes del planeta ha acompañado al oficialismo desde 2006, hasta el
recientemente incorporado Antoni Gutiérrez, un reconocido profesional catalán
especializado en asesorías de comunicación estratégica.
El correísmo ha hecho suya aquella
lógica emanada del psicólogo social antimarxista francés Gustave Le Bon[29], por la cual
se afirma que conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas
equivale a conocer el arte de gobernarlas, y maneja por lo tanto a través de la
comunicación estratégica lo que este pensador escribiría en su obra La psychologie des foules (1898): "Son siempre los lados
maravillosos y legendarios de los sucesos los que más las impresionan. Así, los
grandes hombres de estado de todas las edades y países, comprendidos los más
absolutos déspotas han considerado la imaginación popular como el sostén de su
poder".
Es así que las apariciones públicas de
Correa se dan entre una multitud que lo abraza, hace high five, exponen a sus hijos
para que el líder les bese en la frente y se fotografíe con ellos, brindan sus
manos y cuerpos con el afán de ser saludados e incluso abrazados por el mandatario,
mientras entran en una especie de éxtasis, entre banderas verdes y un nutrido
cordón de seguridad presidencial. A pesar de lo anteriormente descrito, cabe
referenciar que esto no se da tan solo por determinación popular, dotándose el
régimen -a través de la
Secretaria Nacional de Gestión de la Política- de mecanismos
para “incentivar” la asistencia de funcionarios públicos y receptores de bonos
y subsidios a los actos presidenciales.
El control sobre la información
Habría que empezar este apartado del
texto por indicar que no es posible sostener un branding bajo una fuerte campaña de
comunicación negativa en contra. En las estrategias corporativas de las grandes
compañías transnacionales de hoy, una de las funciones más importantes de sus
comunicadores es precisamente el control y la desarticulación de la información
negativa contra sus empresas. Tal es así, que los Community Manager, los
responsables de Public Affairs,
o los técnicos especializados en comunicación y marketing que trabajan para
este tipo de corporaciones no solo tienen entre sus objetivos posicionar lo
bueno y competitivos que son sus productos en el mercado, sino también desarmar
los flujos de información negativa que afectan a su imagen y que emanan tanto
de consumidores insatisfechos como de estrategias auspiciadas por empresas
competidoras. En la actualidad y a pesar de la ilegitimidad del caso, gran
parte de los periodistas de medios
financieros y económicos de todo el planeta reciben sustanciales prebendas
económicas ya no solo por posicionar artículos en formato publirreportaje
camuflados para alabar corporaciones y productos comerciales, sino también para
silenciar la información negativa que en un momento determinado puedan manejar
sobre dichas empresas.
Llevado esto al terreno de la política,
es de señalar que en ningún otro momento de la historia del Ecuador el
periodismo se ha convertido en un tema tan protagónico del debate político
nacional. La legitimidad de las empresas privadas-lucrativas por ejercer como medios de información para la ciudadanía; el
concepto de la información como bien de interés público; el desarrollo del
concepto “terrorismo mediático”; la honra o reputación de las personas tratadas
por los medios de comunicación; la
veracidad de la información; la censura previa y la autocensura; el concepto de
linchamiento mediático; los principios de democratización de la información; el
concepto de información relevante; el derecho de rectificación y el de réplica;
la información de circulación restringida; o, el derecho a la reserva de la
fuente; entre otros, no esconden más que el debate de fondo: el derecho a la
libertad de expresión y opinión; para quiénes, cómo y para qué se informa; el
cumplimiento ético de las normas deontológicas del periodismo; y el quién, cómo
y para qué se ejerce el control sobre la información.
En el Ecuador se vive en la actualidad
un debate que recuerda en muchos casos al existente durante el origen de los
primeros periódicos, los cuales tendían a tomar como objetivo a las personas vinculadas
al poder (motivo por el cual eran definidos como “balas de papel”, símil
dialéctico al utilizado por presidente Correa cuando se ha referido en
múltiples ocasiones a los periodistas como “sicarios de tinta”), siendo
censurados por batallar contra la Iglesia y el Estado mientras cortejaban al
mercado.
El control de la información y la
censura de la información han acompañado históricamente al periodismo. A
comienzos del siglo XVI, poco después de la invención de la imprenta por
Gutenberg, el cardenal Wolsey, cerebro en la sobra del gobierno de Enrique VIII
en Inglaterra diría: “Debemos destruir a la prensa o la prensa nos destruirá a
nosotros”[30]. El pasar de
los años y el reconocimiento a la libertad de comunicación del pensamiento y de
las opiniones en la Declaración de los Derechos del Hombre (1789) no se
modificó por parte del poder su visión sobre el periodismo. Sería Napoleón
Bonaparte, desde su exilio en la isla de Santa Elena, quien señalaría que “la
libertad de prensa debe estar en manos del gobierno, la prensa debe ser un
poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas
doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a
un peligro”[31]. En pocas
palabras, lo que expresaba el derrotado emperador francés no es más que una
evidencia: la información es poder y en la medida en que los Estados intentan
controlar los escenarios en los que intervienen, los medios
de comunicación son espacios de contrapoder frente al poder político.
Más allá de la cercanía de los primeros
editores europeos con el Estado[32], fue con la
llegada de la
Primera Gran Guerra cuando los Estados comenzaron a
desarrollar una serie de mecanismos ya bien coordinados y en aquel entonces
innovadores para el control de la prensa. La Primera Guerra Mundial convirtió a los
medios de comunicación en aparatos
de propaganda estatal (Sohr, 1998), silenciándose a cualquiera que fuesen las
voces críticas. El mismo primer ministro británico de la época, Lloyd George,
diría sobre este estilo de censura: “Si la gente realmente supiera lo que
ocurre, la guerra se detendría mañana. Pero por supuesto, no saben y no pueden
saber. Los corresponsales no escriben la verdad y la censura no la dejaría
pasar”[33].
En esa misma línea, el periodista y
escritor británico George
Orwell escribiría unos años después sobre su participación como brigadista
internacional en Guerra Civil española: “Tempranamente en mi vida noté que
ningún hecho es informado en forma correcta en los diarios. Pero en España leí
por primera vez reportajes que no guardan relación alguna con los hechos, ni
siquiera la relación que suele existir en una mentira común y corriente. Vi
reportajes sobre grandes batallas donde no hubo combates y completo silencio
donde murieron centenares de hombres”[34].
El colofón de este tipo de tesis sobre
el control y manipulación de la información se daría en Alemania y sus frentes
de guerra durante el III Reich, definiendo este ámbito de manipulación
mediática como “el cuarto frente”. El ejercito alemán fue el primero en contar con
unidades destinadas específicamente a la propaganda y la manipulación
informativa. El propio Adolf Hitler escribiría años antes en su obra Mein Kampf, que “la propaganda
efectiva debe ceñirse a unos cuantos puntos y machacar con estos eslóganes
hasta que el último ciudadano de esa audiencia entienda qué es lo que queremos
que comprenda con ese lema que le proponemos”[35]. Pero el
control de la información en los países aliados tampoco fue mejor. Winston
Churchill diría por aquel entonces: “En tiempo de guerra, la verdad es algo tan
preciado que debe ser cuidada por un guardaespaldas de la mentira”[36]. Por su
parte, la Unión
Soviética prohibiría la posesión particular de receptores de
radio durante el conflicto, difundiéndose la información a través de
altoparlantes situados en lugares públicos. Evidentemente Japón no fue una
excepción, en ese mismo período la posesión de un receptor de onda corta podía
conllevar para un ciudadano nipón la pena de muerte.
Ya incluso en los años ochenta, durante
el conflicto de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina, el gobierno británico
se encargó de transportar por medio de la Royal Navy un grupo de seleccionados periodistas
–todos británicos- a la zona de conflicto. Todos tuvieron que aceptar firmar un
documento en el que se sometían a la censura de sus despachos antes de enviarlos,
siendo sus transmisiones realizadas a través del sistema de comunicación de las
Fuerzas Armadas[37]. Por su
parte, en Argentina, el comunicado de rendición de su ejército se presentó como
“un acta en la cual se establecen las condiciones de cese de fuego y retiro de
tropas”[38].
En América Latina, la libertad de prensa
ha tenido una existencia muy frágil, lo que ha impedido la construcción de una
cultura periodística independiente y de investigación. Lo anterior, tiene que
ver a su vez con que la sociedad latinoamericana –el conjunto de instituciones
no estatales, entre las cuales se encuentra la prensa- posee escasa fortaleza a
pesar de haber estado históricamente al servicio de los grandes grupos de poder
económico.
Lamentablemente en
América Latina nunca se cumplió aquello que John Delane, quien accediera en 1841 a director del The Times[39] de Londres –cargo que mantendría hasta
su muerte en 1877-, sentenciaría como valor supremo de la independencia
periodística: “El deber de la prensa es hablar; el de los estadistas, guardar
silencio. Los gobiernos deben tratar a otros con respeto extremo, por oscuro
que sea su origen y por infames que sean sus actos; pero, afortunadamente, la
prensa no se encuentra sujeta a tales impedimentos (…) El deber del periodista
es buscar la verdad sobre todas las cosas, y presentar a sus lectores, no
aquello que los estadistas desearan que conociesen, sino la verdad, hasta donde
le sea posible alcanzarla”[40].
La limitación
ideológica de sus oligarquías, así como la enorme concentración de la riqueza
en manos de estas selectas élites, han sido los elementos que históricamente
han obstaculizado el pluralismo periodístico y información objetiva en la región. Los medios de comunicación han estado históricamente
controlados por oligarcas locales, los cuales han utilizado a estos medios como herramienta de confrontación ideológica
frente a los nuevos gobiernos autodefinidos como “progresistas”[41] y surgidos a lo largo de la pasada
década. Esta realidad ha complicado notablemente la labor informativa en el
subcontinente, no habiendo sido Ecuador una excepción al respecto.
Es por ello, que
con la llegada de Rafael Correa a la poltrona presidencial de Carondelet, el
gobierno puso en marcha un aparato estatal de comunicación a los que referencia
como medios de comunicación pública,
pero que se conciben desde la misma lógica que la establecida por Napoleón
Bonaparte a finales del siglo XVIII. Dicha situación poco o nada ayuda al
establecimiento de una información veraz para el conjunto de la ciudadanía,
pues estos medios actúan como
voceros gubernamentales y aparatos de propaganda del régimen político en el
poder, sirviéndose del entreguismo de profesionales del sector para la
ejecución de sus funciones. Al fin y al cabo, citando al ilustre periodista
argentino Rodolfo Walsh[42], “el
periodismo es libre o es una farsa”.
Más de un año en vigor de una
conflictiva Ley de Comunicación
Un análisis de la Ley Orgánica de
Comunicación, aprobada el 14 de junio de 2013 por la Asamblea Nacional ,
basado estrictamente en la lectura de su texto legal no debería tener como
conclusión más que su consideración como un triunfo de las organizaciones
sociales que desde hace años han reivindicado mejores condiciones para ejercer
el derecho humano a la comunicación, la información fidedigna para el conjunto
de la ciudadanía y el acceso universal a las tecnologías y medios que la facilitan.
La distribución equitativa de las
frecuencias radioeléctricas, una de las principales reivindicaciones desde la
sociedad civil, fue reconocida en su Artículo 106, donde se establece que las
frecuencias del espectro radioeléctrico destinadas al funcionamiento de radio y
televisión se distribuirán con un 33% para medios
públicos, otro 33% para medios
privados, y un 34% para medios
comunitarios. En teoría esto debería significar un avance histórico para las
voces históricamente excluidas del país.
De igual manera, otro aspecto muy
positivo de la Ley es la prohibición de concentración o acumulación de
frecuencias o señales para estaciones de radio y televisión (Art. 113); así
como la obligación por parte de los medios
a difundir contenidos que expresen y reflejen la cosmovisión, cultura,
tradiciones, conocimientos y saberes de los pueblos y nacionalidades indígenas,
afroecuatorianas y montubias (Art. 36); y, la inclusión de las personas con
discapacidad a través de diversas medidas (Art. 37). Por su parte, el Estado, a
través del Articulo 35, se obliga a implementar políticas públicas para que
ninguna comunidad, por más alejada o pobre que sea, quede marginada del acceso
a Internet y otras tecnologías, o de la posibilidad de tener sus propios medios de comunicación locales.
Como aspectos oscuros, la Ley incorpora
la responsabilidad ulterior de los medios
de comunicación (Art. 20), estableciendo responsabilidades subsidiarias hacia
estos por los comentarios que se formulen en sus páginas webs. Esta amenaza ha
significado en la práctica la anulación de la valoración y participación de los
lectores sobre la noticia, habiendo suspendido varios medios
de información cualquier posibilidad de comentar sus noticias publicadas
digitalmente, lo que conlleva un claro recorte sobre la libertad de expresión
de la ciudadanía. La
separación entre la información generada por el medio y los comentarios de
particulares debería haber sido suficiente para deslindar las responsabilidades
entre unos y otros. Por otro lado, a través de una ambigua formulación del
término “linchamiento mediático” (Art. 26), en la práctica se ha coartado el
rol del periodismo de investigación en hechos de interés público, quedando
múltiples documentos sostén de importantes denuncias de corrupción y abusos por
parte de las autoridades guardados en los cajones de los denunciantes y de los
profesionales especializados en la investigación periodística.
Más allá de estas observaciones, el
problema fundamental de la Ley de Comunicación no es otro que el que acompaña
de forma habitual a la mayoría de las leyes instauradas por el correísmo: el
problema fundamental no radica en el análisis de sus textos sino en la mecánica
de aplicación de estas.
Los organismos de control sobre los medios de comunicación creados a partir de la
entrada en vigor de esta ley, son como ya es habitual en otros casos, cooptados
por miembros afines al régimen, lo que predispone un actuar orientado a
sancionar la crítica y la disidencia política, mientras paralelamente los medios “gubernamentales” gozan de impunidad para los
“excesos” en sus labores “informativas”.
También está por
ver los mecanismos por los cuales se esta estableciendo la distribución de
frecuencias, máxime cuando las prácticas gubernamentales ponen en entredicho la
ética profesional y política en la que se basa la objetividad de la información
que se le brinda a las audiencias. Vale señalar que las radios comunitarias que
el Estado entregó en 2010 a
las nacionalidades indígenas todavía no son autónomas, y por tan solo poner un
ejemplo de los mecanismos auspiciados por el Estado para el control de la
información, seis de las catorce que están en Pastaza han firmado contratos con
la Gobernación de dicha provincia para transmitir un programa en el que dicha
institución –representación del gobierno central en el territorio- rinde cuentas
a la comunidad, es decir, venden su espacio aire al Estado. A cambio, estas
emisoras radiales se someten a una serie de compromisos, como usar la prensa
gobiernista –la cual tiene bajo índice de lectores dada la escasa objetividad
de su información- en sus espacios informativos.
Cabe reconocer en este sentido, que
todas las sociedades están sometidas al progreso técnico y que en el campo
mediático existe una presión constante por la masificación de la entrega
noticiosa; sin embargo, en un sentido histórico la ampliación de audiencias es
un fenómeno neutro, pudiendo tanto fortalecer la democracia, la tolerancia y el
pluralismo, como contribuir al autoritarismo, la intolerancia y el ideologismo
(Sohr, 1998). En pocas palabras, los medios
de comunicación se definen por su postura ante el poder, lo que viene
determinado por capacidad de solvencia económica –que es lo que
tradicionalmente ha asegurado su autonomía frente a los gobiernos-. El sencillo
ejemplo expuesto con anterioridad, viene a demostrar la capacidad de la que
dispone el Estado para orientar el sentido de la información, con su
consiguiente carga ideológica, de los medios
de comunicación que teóricamente deberían ser autónomos tanto de los medios de comunicación privados, como de los medios de comunicación públicos controlados desde el
Ejecutivo. De esta manera, se hace muy difícil de creer que la Ley de
Comunicación esté dando voz a los que históricamente no han tenido voz en este
país.
La libertad de expresión en cuestión
La libertad de expresión según la Corte Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH), “es un elemento sobre el cual se basa la existencia
de una sociedad democrática. Es indispensable para la formación de la opinión
pública [...]. Es, en fin, condición para que la comunidad, a la hora de
ejercer sus opciones esté suficientemente informada”[43]. Por su
parte, la libertad de pensamiento se enmarca en la facultad que tiene toda
persona de desarrollar ideas, analizarlas, sintetizarlas, juzgarlas o en
general considerarlas en el sentido que consideren adecuadas (Morales, 2012).
Sin libertad de expresión no existirá la posibilidad de manifestar aquellas
ideas a quien considere pertinente hacerlo.
Ahora bien, aunque la libertad de
expresión sea un derecho de vital importancia para el sistema democrático, no
consta ni debe constar de una protección absoluta, lo que tampoco quiere decir
que deben imponerse filtros sumamente difíciles de superar para sancionar al
quien hiciere un uso abusivo de este derecho. Hay que tipificar de forma que
sea efectiva la tutela a quienes han sido lesionados en su reputación por el
abuso de la libertad de expresión, pero a la par de no deteriorar las
posibilidades de expresión e información (Ferrajoli, 2009), dado que la
libertad de expresión forma parte de derechos subjetivos que corresponden
universalmente a todos y todas.
Sin embargo, con el Presidente de la
República a la cabeza, notables políticos ecuatorianos del oficialismo han
interpuesto ya diversas demandas judiciales contra periodistas y medios de comunicación, basando sus argumentos en
que su derecho al honor y al buen nombre están siendo vulnerados por estos. Ya
son tristemente famosas
algunas sentencias emitidas y posteriormente ratificadas por jueces
ecuatorianos, como la que determinó una indemnización sin precedentes de 40
millones de dólares al jefe del Estado contra el diario El Universo por una
delirante columna escrita con el “hígado” por el que fuera entonces su editor
de opinión Emilio Palacios[44]; o los 2
millones de dólares[45]de sanción
impuestos sobre los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita,
autores del libro “El gran hermano”, como indemnización al mandatario al
publicarse en dicha obra de investigación periodista que “el presidente conocía
de todos los contratos de su hermano” en base a una entrevista que forma parte
de su contenido con Fabricio Correa. Ambas sentencias se ampararon en la figura
de algo tan complejo, difícil de demostrar y con tan alto grado de subjetividad
como el “daño moral”, y fueron posteriormente perdonadas por el mandatario
ecuatoriano, aunque generaron un precedente que lesiona de forma grave la
libertad de prensa y expresión en el Ecuador.
Esta realidad posiblemente se agudizará
con la entrada en vigor del Código Orgánico Integral Penal, dado que la
discrecionalidad en la actuación de determinados jueces del sistema judicial
ecuatoriano puede verse aun más agravada a partir de este momento –han sido
varias las ocasiones en las que el jefe de Estado ha “sentenciado” determinadas
cuestiones con implicaciones legales los sábados en sus enlaces sabatinos, y
los jueces han procedido inmediatamente después acorde a las directrices
presidenciales-. En este sentido, ¿cómo entender que el Presidente de la
República utilice de forma habitual el término corrupto para calificar a
determinados adversarios políticos e incluso a la prensa privada en general –lo
cual es entendido por el oficialismo como una alusión a un categoría vinculada
a lo antiético cuando es pronunciada por el mandatario- y que un periodista en
un medio de comunicación pueda ser sancionado por mala practica profesional o
por injurias si utiliza el mismo término para calificar a un alto funcionario
el gobierno sin presentar las pruebas pertinentes?
La aplicación de la justicia en esta
materia está conllevando a que bajo el arcaico principio del dura lex sed lex (la ley es dura), se hallan
dictaminando sentencias carentes del principio de proporcionalidad[46] en las cuales se pretendió castigar
severamente a medios y periodistas
de investigación que habían sido denunciados, entre otros, por el mandatario
ecuatoriano en su calidad de ciudadano. Dicha estrategia ha conllevado, desde
el punto de vista de las limitaciones en el accionar periodístico, la
autocensura de medios y periodistas
durante la fase de elaboración de la noticia, crónica o artículo de opinión
pertinente (Machado, 2013).
El nuevo ámbito de
la información es el Internet. Los medios
de comunicación se verán obligados a interactuar de una forma muy diferente a
la que hoy lo hacen con sus lectores/consumidores. La industria periodística se
transformará inevitablemente, pues la historia del periodismo no es otra cosa
que la búsqueda incansable por encontrar una solución en cada momento al
problema de informar. A nivel global son contadísimos los medios que cuentan con haks labs(laboratorios hackers) dedicados a la experimentación. Es
por ello que los pocos medios que
cuentan con algún esquipo de experimentación logran marcar la diferencia. Entre
ellos destacan casos como The
New York Times (que goza de
un equipo de innovación y desarrollo que trabaja fundamental en la
experimentación de APIs –Application Programming Interface- que ofrece
en tiempo real la labor de los congresistas estadounidenses y presentaciones
interactivas); Los Angeles
Times Projects (quienes desarrollan una infinidad de
proyectos a base de información pública disponible); la BBC-
Backstage (uno
de los pioneros en generar proyectos de innovación sobre desarrollos propios); The Guardian (con infinidad de proyectos
innovadores que incluyen APIs y la innovación de suData Store desde 2009); el Mail & Guardian Online (pequeño periódico semanal sudafricano
especializado en innovación de procesos periodísticos y referencia periodística
por las investigaciones que publica);20fourLabs (quienes desarrollaron un departamento
de Research & Development con fuerte interés en aplicaciones
móviles); o, el News Australia (con un equipo de desarrolladores y
periodistas dedicados a crear nuevas formas de diseño y visualización de la
información).
En pocas palabras, mientras el régimen
ecuatoriano sigue considerando a los hackers bajo la imagen estereotipada de criminales
informáticos, el nuevo periodismo que va tomando una forma sobre la cual los medios de comunicación ecuatorianos –públicos y
privados- poco o nada saben, tiene claro que sin hackersya no hay periodismo, y
que a través de estos se logra incrementar la productividad del medio y
adaptarlo a la forma actual en la que los usuarios leen las noticias. En Ecuador, la crisis de la industria periodística está lejos
de ser el equivalente al cambio, más bien al contrario, se tiende al
conservadurismo profesional y a esconder la cabeza, sin plantearse la necesidad
de mirar alrededor e reinventarse.
Sin embargo, y a pesar de todo lo
anteriormente expresado, esta claro que el espacio cibernético es el ámbito de
interacción de la nueva comunicación e información en el presente siglo. Esto
convierte al ciber-espacio en un espacio en disputa, tal y como antes lo hemos señalado. En ese sentido, WikiLeaks[53] ha sido la propuesta más disruptiva de
los últimos años. Comenzando a operar en 2007, durante sus primeros cuatro años
de existencia publicó más documentos clasificados que todo el resto de la
prensa mundial en el transcurso de su historia. El modo de entender y usar la
tecnología ha sido clave para este proyecto (Mancini, 2011), el cual a través
de la publicación de un video donde se visualizaba el asesinato de dos
periodistas de la
agencia Reuters en Bagdad, los diarios de la guerra de
Afganistán, los registros de la guerra de Irak, y los Cablegate del Departamento de Estado de los
EEUU, pusieron a esta organización mediática internacional en el punto de mira
no solo de los EEUU, sino del conjunto de gobiernos que conforman el planeta.
WikiLeaks es la demostración práctica
de que el periodismo puede ser independiente, puede ir mucho más allá de lo que
hoy por hoy contemplamos de manera impresa y en las páginas digitales de los medios de comunicación convencionales. WikiLeaks
demostró que el valor de la información no sólo se produce a través de
experimentados periodistas con buena pluma u olfato para la investigación.
Esta experiencia es
en la práctica la demostración de que la circulación de la información es ahora
incontrolable. Las consecuencias de la ruptura de los moldes preestablecidos
por el periodismo convencional e inadaptado al actual ciclo de revolución
tecnológica en la que vivimos, están a la vista de todos. El encierro de Julian
Assange en la embajada ecuatoriana en Londres es la condena que sufre el principal
auspiciador de la nueva era de la información periodística. Es un periodismo
realizado por hackers–Obama
y sus “halcones” del Pentágono diría por terroristas- más que por profesionales
de la comunicación.
Las espadas están en alto, y aunque el proyecto WikiLeaks
aparece prácticamente anulado tras el encierro de Assange en el recinto
diplomático londinense, es una cuestión de tiempo que surgen nuevas
experiencias y episodios en este sentido.
Todo esto preocupa a los gobiernos a
escala mundial, quien piense que hay algún Estado en el conjunto del planeta
que no tenga cloacas que ocultar es un ingenuo. Citando a escritor y poeta
español Antonio Gala, “al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada
bajo su sombra”, quizás es por ello que con el nuevo Código Orgánico Integral
Penal, Julian Assange en el Ecuador hubiera sufrido una pena de tres años de
cárcel y Edward Snowden de cinco.
Lo que será la comunicación y la
información del futuro no será concedido desde ningún ámbito del poder
–independientemente que este sea político o económico-, sino que deberá serle
arrebatado por la ciudadanía y sus organizaciones de la sociedad civil.
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