COP21, metas y
geoingeniería
13 de diciembre de 2015
Cualquiera que sea la meta fijada en el
llamado Acuerdo de París, no tendrá costos para los que sigan contaminado
Por Silvia
Ribeiro
Uno de los temas más álgidos en la reunión global de la Convención
de Naciones Unidas sobre el cambio climático que finalizó el 12 de diciembre en
París (COP21), fue la definición de una nueva meta de calentamiento global que
no se podría sobrepasar. Países insulares y otros del tercer mundo, desde hace
años plantean que no sobrevivirán un calentamiento global mayor a 1,5 grados
centígrados, ya que su territorio desaparecería por el aumento del nivel del
mar y otros desastres. Razones más que atendibles, que se suman a que esos
países no son los que han causado el cambio climático.
La temperatura global promedio aumentó 0,85 grados centígrados en
el último siglo, la mayor parte en los últimos 40 años, a causa de las
emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de dióxido de carbono (CO2) y
otros gases, causadas por el uso de combustibles fósiles (petróleo, gas,
carbón), mayoritariamente para la producción de energía, sistema alimentario
agro-industrial, urbanización y transportes. Si sigue el curso actual, la
temperatura aumentará hasta 6 grados centígrados a fin del siglo XXI, con
impactos tan catastróficos que no es posible predecirlos.
En el proceso hacia la COP21 y hasta su inicio, el texto borrador
de negociación contemplaba fijar una meta de aumento global de 2oC hasta el año
2100, cifra que de todas maneras era combatida por los principales emisores.
Sorpresivamente, países del Norte, que son los principales
culpables del caos climático, entre ellos Estados Unidos y Canadá, así como la Unión Europea anunciaron en la COP21 que apoyarían una meta global de máximo 1,5
grados centígrados. Según estimaciones científicas, esto implicaría reducir sus
emisiones en más 80 por ciento hasta 2030, a lo cual los gobiernos de los países del
Norte se niegan rotundamente. ¿Por qué ahora dicen aceptar una meta de 1.5
grados centígrados?
Como es predecible, sus razones no son limpias y ocultan
escenarios que agravarán el caos climático: se trata de legitimar el apoyo y
subsidios públicos de tecnologías de geoingeniería y otras de alto riesgo, como
nuclear, así como el aumento de mercado de carbono y otras falsas soluciones.
Cualquiera que sea la meta fijada en el llamado Acuerdo de París,
no tendrá costos para los que sigan contaminado. La Convención aceptó desde
antes de la COP21, que los planes de reducción de gases no son vinculantes. Son
contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional, por lo que cada país
declara intenciones, no compromisos obligatorios. La suma de las contribuciones
que ha declarado cada país hasta octubre 2015, resulta ya en un aumento de la
temperatura de 3 a
3.5 grados centígrados al año 2100. Y esto ni siquiera es lo que realmente
harán –que puede ser mucho peor– sino lo que declaran. Por tanto, aunque la
meta global sea baja, los planes reales están a la vista y la catástrofe sigue
en marcha.
Sumarse en el discurso a una meta aparentemente baja, no cambia
los planes presentados, pero les da a esos gobiernos razones para argumentar
que deben apoyar técnicas de geoingeniería, como almacenamiento y captura de
carbono (CCS por sus siglas en inglés), técnica que proviene de la industria
petrolera y que presentan como capaz de absorber CO2 de la atmósfera e
inyectarlo a presión a gran profundidad en fondos geológicos terrestres o
marinos, donde según afirma la industria, quedaría para siempre.
La tecnología existía bajo el nombre recuperación mejorada de
petróleo o en inglés, Enhanced Oil Recovery. Es para empujar las reservas
profundas de petróleo, pero no se desarrolló porque no es viable ni económica
ni técnicamente. Rebautizada como CCS, la misma tecnología se vende ahora como
solución al cambio climático. Así, los gobiernos tendrán que subsidiar las
instalaciones (para cumplir las metas de la Convención), las empresas podrán
extraer y quemar aún más petróleo y encima cobrar créditos de carbono por
supuestamente secuestrar y almacenar gases de efecto invernadero.
CCS no funciona en realidad, sólo hay tres plantas operativas en
el mundo, fuertemente subsidiadas con fondos públicos, además de algunas
planeadas y otras cerradas por escapes de gas o fallas. No obstante, gobiernos
e industrias que lo promueven aseguran que podrán compensar con estas técnicas
el aumento de emisiones, para llegar a emisiones netas cero: no para reducir
emisiones, sino para compensarlas con CCS, de esta forma la suma sería cero.
Aseguran además que si a esto agregan el desarrollo de bioenergía a gran
escala, con inmensos monocultivos de árboles y otras plantas para producir bioenergía,
y luego entierran el carbono producido (lo llaman BECCS, bioenergía con CCS),
resultará en emisiones negativas, con lo cual podrían incluso vender la
diferencia a otros. Un muy lucrativo negocio para que los que provocaron el
cambio climático sigan emitiendo gases, con mayores subsidios de dinero
público. David Hone, de Shell, argumenta abiertamente en su blog en la COP21,
la necesidad de lograr una meta de 1.5 grados, para apoyar el desarrollo de
CCS, BECCS y otras técnicas de geoingeniería. (http://tinyurl.com/nkaqbcv)
Como estas tecnologías no funcionarán, sino que aumentarán el
cambio climático, en unos años nos propondrán otras tecnologías de
geoingeniería aún más riesgosas, como el manejo de la radiación solar. Desde
ya, tenemos que desmantelar su discurso. No se trata de reducir, no se trata de
metas bajas, no se trata de enfrentar el cambio climático. No son falsas
soluciones. Son mentiras.
* Investigadora del grupo ETC
La Jornada
La Jornada
http://www.lahaine.org/cop21-metas-y-geoingenieria
Texto completo en: http://www.lahaine.org/mundo.php/cop21-metas-y-geoingenieria
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