¿Hacia una
nueva democracia?
31 de enero de 2002
31 de enero de 2002
Por
Gonzalo Rodríguez
Opinión
"Algo está
por fin empezando a cambiar. Tengo ochenta años, y por primera vez en mi vida he
visto que fue el Pueblo, y no los milicos el que echó a un gobierno..."
(Alberto, en la Asamblea popular de Olivos, domingo 20/1/2002)
1.
Introducción
El regreso a
la "Democracia" en 1983 marcó no sólo el final de la Dictadura militar que desde
1976 había implementado uno de los mayores genocidios de la historia del país.
Ese momento marcaba también la vuelta a una forma de gobierno donde el pueblo
podría, nuevamente, "elegir a sus propios representantes". La política recobraba
nueva vitalidad, miles de jóvenes se acercaban a los partidos políticos, y la
sociedad renovaba una gran expectativa en las posibilidades de la democracia.
Sin embargo, desde 1983
hasta el presente, el pueblo ha votado una cosa mientras que los gobiernos
electos han hecho sistemáticamente otra. Elección tras elección, las promesas
electorales de los partidos gobernantes se han revelado como falsas.
Dieciocho años después
de la vuelta a la "Democracia", la economía argentina está hecha trizas, a pesar
de que las empresas privatizadas, los bancos, las multinacionales y las grandes
empresas de capital nacional han realizado enormes ganancias extraordinarias.
La concentración de la
riqueza supera año a año los niveles anteriores, a medida que aumentan la
desocupación y la pobreza. El Estado argentino está quebrado producto de los
pagos de la Deuda Externa, la corrupción estructural, y de quienes lo han
aprovechado para los grandes negociados privados. Como broche de oro, la banca
nacional y extranjera, en complicidad con el Estado y el gran capital, han
consumado el mayor de los saqueos de la historia argentina, habiendo hecho
"desaparecer" de un día para el otro nada menos que la casi totalidad los
ahorros de millones de argentinos.
Todos los
gobiernos desde 1983 prometieron programas que luego no sólo no se cumplieron,
sino que resultaron ser exactamente lo contrario. En sus recordados discursos,
el entonces presidente electo Raúl Alfonsín del
Partido Radical, afirmaba que
"con la Democracia se come, se cura y se educa". Luego vino el Dr. Carlos Menem
del opositor
Partido Justicialista, quien prometió llevar adelante una
"revolución productiva", un "salariazo" para los trabajadores, y que no habrían
privatizaciones de las empresas públicas. También mintió, aunque logró ser
reelecto al convencer a una parte importante del pueblo de que los sacrificios
habían sido necesarios, que ya había pasado lo peor, que la copa se había
llenado y el champán estaba próximo a derramarse. Pero nada de eso sucedió.
Luego vino nuevamente el radicalismo, en alianza con la centroizquierda del
Frepaso. Las promesas electorales decían que no habría más ajuste, no más
recetas neoliberales, más educación, trabajo y salud para los argentinos. Y otra
vez la mentira dijo presente.
Según el
diccionario de la Real Academia Española, "representar" quiere decir "Sustituir
a alguien o hacer sus veces, desempeñar su función... Ser imagen o símbolo de
algo, o imitarlo perfectamente". Más allá de la ambigüedad de estas
definiciones, está claro que, al menos en el ideal del sentido común popular, el
representante es quien debiera hacer "lo que uno le ha pedido que haga", es
decir, si fuera uno mismo quien gobierna. Si a la luz de los hechos está claro
que la voluntad de millones de ciudadanos expresada a través del voto, no es
respetada por los supuestos representantes, se revela entonces que la democracia
representativa no es un mecanismo de representación, sino un mecanismo de
expropiación de la voluntad popular. Esto quiere decir que los ciudadanos,
creyendo haber designado sus "representantes" y haberles dado un mandato, lo que
han hecho en realidad es delegar en ellos sus facultades.(1) Una vez expropiada
en manos de los representantes, la voluntad popular se encuentra sujeta a
modificaciones; puede ser (y generalmente será) rediscutida, modificada y,
recién entonces, ejecutada.
Este
funcionamiento perverso de la democracia representativa no es una anormalidad,
pues está consagrado nada menos que por la Constitución Nacional de la República
Argentina. En su artículo 22, ésta dice que El pueblo no delibera ni gobierna,
sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta
Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los
derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición.
Este artículo es el que
le otorga legalidad a la traición de los representantes. La legitimidad de este
accionar, indispensable para que el sistema funcione de modo normal, proviene de
la ficción de que son los ciudadanos quienes deciden, y quienes eventualmente se
equivocan al elegir mal a sus representantes.
Si no es el pueblo ¿quién es entonces el verdadero soberano? ¿Es que los
representantes no representan a nadie? Debemos recordar aquí que detrás de la
separación entre la política y la economía, lo que existe es una división de
funciones, y el Estado burgués aparece como el garante del proceso de
acumulación capitalista.
El poder lo reciben del
pueblo, y el mandato que cumplen los gobernantes es el del gran capital y sus
organismos financieros internacionales. Allí son elaboradas las recetas
económicas neoliberales que se han impuesto en la Argentina desde, cuando menos,
el regreso a la democracia. La Argentina está en presencia de una situación
donde la "clase política" y el propio capitalismo, aún sin quererlo, ha
terminado destruyendo su propia fuente de legitimidad.
Harían falta diez libros para completar el sombrío panorama de la situación
social y económica que atraviesa la Argentina, pero basta observar que dicha
situación fue conformando con el correr de los años la base de un incipiente
descontento popular. Descontento que, huelga abundar en detalles, tuvo como
consecuencia el auge de importantes luchas populares que atraviesan toda la
geografía del país en los últimos años, dando lugar a grados crecientes de
organización popular, como lo expresa la conformación de la Asamblea Nacional Piquetera (2) a mediados de
2001.
Pero las
últimas medidas económicas del gobierno de De La Rua (bancarización forzada de
las transacciones primero, y confiscación de los depósitos mediante el corralito
bancario después, agravado luego por los efectos de la devaluación) determinaron
el despertar político de un sector, las clases medias urbanas, que hasta
entonces habían aceptado impávidas las consecuencias del modelo neoliberal.
2. Los
tres momentos de ruptura con la democracia representativa
A partir de
los últimos meses de 2001, se han venido sucediendo una serie de hechos que
implican un salto cualitativo respecto a las diferentes expresiones del
descontento popular conocidas hasta entonces. Acontecimientos que expresan
profundas rupturas no sólo con el modelo económico neoliberal dominante, sino
con el sistema democrático representativo y aquella ficción de la representación
política, y que, según el interrogante que orienta este trabajo, pueden estar
inaugurando una nueva perspectiva en la construcción de un modelo distinto de
verdadera democracia popular. Los tres momentos a los que nos referimos son:
1)
las elecciones legislativas de octubre de 2001;
2)
las movilizaciones espontáneas y el reclamo popular que obligaron a
renunciar a dos presidentes entre el 20 y el 31 de diciembre de 2001; y
3)
desde ese momento, el surgimiento y multiplicación de las asambleas
populares barriales.
2.1 El
primer momento de ruptura
En el mes de
octubre de 2001 se desarrollan las elecciones para cargos legislativos de las
cámaras de diputados y senadores nacionales y provinciales. Tanto la alianza
política gobernante como el principal partido de oposición el Partido
Justicialista, decrecen su caudal de votos en términos absolutos. Más
significativo aún es la enorme cantidad de votos en blanco y anulados (20% en
todo país el país, 30% en Buenos Aires y casi el 40% en Rosario) y el voto "no
presencial" (aquellos ciudadanos que expresaron su disconformidad desertando de
los comicios). Este es el llamado "voto bronca", al que se suma además el
notable crecimiento de las diferentes agrupaciones de izquierda que por primera
vez en muchos años logran tres bancas en el Congreso Nacional y en varias
legislaturas provinciales. Los resultados de aquellas elecciones dan cuenta de
un nuevo escenario caracterizado por una crisis de representación, y expresan
entonces una primer gran ruptura entre el sentir, el pensar y el hacer de los
ciudadanos, respecto de los mecanismos legitimadores de la expropiación de la
voluntad popular. Prácticamente la mitad de la población adulta no se siente
representada por nadie, y se niega a delegar en los partidos políticos las
facultades de ejercer el gobierno. El pueblo comenzaba así a cuestionar nada
menos que el fundamento mismo del sistema representativo: el momento del
"contrato" donde a través del voto los sujetos aceptan que otros gobiernan
mientras que ellos obedecen. Pero aquí se abrían otros nuevos interrogantes.
Este cuestionamiento ¿estaba poniendo en crisis el sistema democrático
representativo como tal? ¿o sólo a los miembros de aquella "clase política" que
circunstancialmente encarnaban la personificación del sistema democrático?(3) Y
por otro lado, es cierto también que las distintas manifestaciones del "voto
bronca" fueron muy heterogéneas en cuanto a sus contenidos, los había por
derecha(4) , por centro y por izquierda.
2.2 El
segundo momento de ruptura
Al segundo momento de ruptura lo identificamos con el estallido social que se
inicia en la semana del lunes 17 de diciembre de 2001, y que tiene su apogeo en
los días miércoles 19 y jueves 20. El estallido tiene como protagonistas a
cientos de miles, tal vez millones, de personas cuya movilización tiene como
desenlace nada menos que el derrocamiento de dos presidentes de la república, y
un ministro de economía (un "intocable" del neoliberalismo, el FMI y el poder
financiero mundial) en el corto período de una semana.
Este verdadero
Argentinazo tiene dos caras.
Los masivos saqueos a supermercados con los que se
inicia la semana del 17 de diciembre y los cacerolazos (protagonizados
mayoritariamente por las clases medias) que estallaron los días 19 y 20. Sin
banderas e identificaciones políticas,
la gente salió a reapropiarse del espacio
público, cortando calles, avenidas y ocupando las plazas más emblemáticas del
país. Así es como se ha instalando una nueva modalidad de manifestación pública
de masas bautizada por la cultura popular como "el cacerolazo". Aunque la
rebelión de las clases medias coincidió temporalmente con el estallido de los
sectores más pobres de las periferias urbanas, ambas protestas se diferenciaron
claramente en cuanto a su composición social, a las metodologías de la protesta
y a los alcances políticos y las perspectivas inauguradas por la movilización
.
Mientras el argentinazo de los saqueos se agotó (al menos por ahora) en el
reclamo y de medios para la subsistencia inmediata, el argentinazo de las clases
medias logra proyectarse más allá de los reclamos económicos inmediatos
(devolución de los depósitos) hacia un cuestionamiento global del régimen
político y económico existente.
En el cacerolazo, la manifestación se construye alrededor de la identificación de los participantes como "vecinos". Los vecinos de los barrios se agrupan cortando una calle, generalmente en alguna zona de tránsito o cruce de avenidas importante del barrio, a golpear cacerolas, utensilios afines, u otros recursos tomados del mobiliario urbano circundante. Eventualmente, el cacerolazo puede incluir la quema de cubiertas o de basura. En un primer momento, el cacerolazo es solamente una instancia a través de la cual se pretende hacer visible algún tipo de reclamo común sentido por todos los presentes, de catarsis colectiva donde manifestar la bronca. Sin embargo, el cacerolazo ha venido a ser también un espacio de encuentro con el otro vecino, de verse las caras, de recomposición de lazos de solidaridad. Lo más novedoso de este tipo de manifestación es que los cacerolazos de aquel inicio del estallido fueron totalmente espontáneos. De todas maneras, a partir de entonces los cacerolazos han ido perdiendo su espontaneidad, especialmente a causa del surgimiento de las asambleas populares. Comienzan a ser éstas las que se ocupan de convocar los cacerolazos y procuran eventualmente coordinarlos con otros barrios y organizaciones (por ejemplo los cacerolazos en Tribunales los días jueves, los escarches a instituciones bancarias, el cacerolazo nacional convocado para el día viernes 24 de enero, etc.) La eficacia (definida esta como su masividad) de los cacerolazos ha consistido principalmente en la accesibilidad de esta forma de protesta para "el común" de los ciudadanos; cada quien no tiene más que salir de su casa con su cacerola y encontrarse allí en un pie de igualdad con otras personas que son sus vecinos de siempre. También ayuda en la eficacia la simplicidad de las reivindicaciones presentes en el reclamo, de escaso contenido político y elevado consenso popular(6) . Por último, existe un elevado efecto de contagio, los cacerolazos se multiplican abarcando la totalidad del territorio de la ciudad y en un mismo horario, la protesta adquiere un carácter generalizado ¿Qué elemento detonante ha desencadenado los cacerolazos masivos de la semana en cuestión?
La psicología social seguramente
estará abocada al estudio de este fenómeno, aunque por ahora es posible
identificar la función de los medios masivos de comunicación, en la medida que
difundieron los cacerolazos, favorecieron el efecto de contagio. Otras imágenes
difundidas, como el anteúltimo discurso presidencial de De la Rua, fue el
principal detonante de la bronca popular contenida en el primer gran cacerolazo
del día 19. La composición política e ideológica de los manifestantes en los
cacerolazos es muy heterogénea. No está permitida la exhibición de banderas de
agrupaciones políticas. Los propios participantes del cacerolazo se encargan de
reprimirlo, y las agrupaciones políticas enseguida aceptaron estas reglas de
juego. Al no ser los cacerolazos una forma de participación popular reconocida
dentro del régimen de la democracia representativa; al no haber sido estos
organizados por partidos políticos u otras organizaciones reconocidas por el
sistema representativo; al no haber existido referentes políticos con quien se
identificaran las movilizaciones; más aún, habiendo sido el derrocamiento de dos
presidentes constitucionales su principal y más claro objetivo, los cacerolazos
constituyen pues el segundo gran momento de ruptura con la legalidad y
legitimidad de la democracia representativa. El pueblo argentino había ejercido
durante aquella semana su primer acto de gobierno...
2.3 El
tercer momento de ruptura ...y ahora empezaba a deliberar.
En el corto
período de un mes, han surgido alrededor de 30 asambleas barriales en la Capital
Federal y una cantidad no determinada en otros partidos del conurbano y en el
interior del país. Algunas asambleas surgieron tempranamente, durante el segundo
día del la revuelta popular. A un mes del estallido, las asambleas populares se
siguen multiplicando y no es posible prever cuál será su techo. Las asambleas
populares surgen del espacio mismo donde se han autoconvocado los vecinos a
participar de los cacerolazos. A diferencia de los cacerolazos, las asambleas
son impulsadas por organizaciones políticas, militantes de otros movimientos y
organizaciones barriales y sindicales, estudiantes universitarios con
experiencia en asambleas estudiantiles, ex militantes de organizaciones
políticas, etc. Sin embargo, la masiva participación de vecinos excede
largamente a los militantes, adquiriendo realmente un carácter autónomo que las
aproximan a la definición de un nuevo movimiento social. La auto identificación
como "vecinos" es una manifestación de esta búsqueda de nuevas identidades
colectivas que puedan contener a la heterogeneidad de sujetos presentes, y cada
asamblea lleva entonces el nombre del barrio o de la plaza donde se reúnen. Por
el momento, las asambleas no presentan la masividad que tuvieron los
cacerolazos. Una de las mayores dificultades que presentan las asambleas
populares es el generalizado rechazo o desconfianza hacia la política que
todavía existe. En el imaginario popular, política es sinónimo de partidos
políticos. Sobre este punto suelen desarrollarse las primeras discusiones en las
asambleas ¿pueden participar los partidos políticos? ¿sólo los partidos hacen
política o todos estamos haciendo política a partir del momento que nos juntamos
para discutir y tomar acciones para solucionar nuestros problemas? Se percibe
esta dificultad de los de asumirse como sujetos políticos, aunque de a poco la
discusión al respecto se va saldando en el sentido de asumir la necesidad de la
política y reconocer positivamente la participación de los partidos y otras
organizaciones.
Las asambleas populares
constituyen una ruptura clave con el sistema de la democracia representativa,
cualitativamente distinta a las dos rupturas anteriores A través de ellas, el
pueblo procura reapropiarse de la propia voluntad que los gobernantes le habían
expropiado.
Funcionan de manera horizontal y desarrollan formas alternativas (aunque
escasamente desarrolladas por el momento) de representación y delegación. En las
asambleas pareciera estar gestándose un nuevo contra poder. Allí se debaten
absolutamente todos los temas, desde aquellos problemas específicos de cada
barrio, hasta los problemas más generales que afectan al país (por ejemplo las
soluciones al corralito bancario, la renuncia de la Corte Suprema, el no pago de
la Deuda Externa, la estatización de la Banca y las empresas públicas
privatizadas, convocatoria a una asamblea nacional constituyente, etc.) Las
discusiones también conducen a la adopción medidas de acción directa,
generalmente movilizaciones y nuevos cacerolazos, que se realizan casi
prácticamente todos los días. Las distintas asambleas barriales de la ciudad de
Buenos Aires han construido un espacio de coordinación general de todas las
asambleas, con frecuencia semanal, a la que asisten delegados y vecinos con y
sin mandatos de sus respectivas asambleas. 3. Hipótesis y desafíos
teórico-políticos A partir de la lectura de las tres rupturas experimentadas en
el breve período que precede a este artículo, es posible plantear algunas
hipótesis que invitan a pensar en las perspectivas y desafíos del nuevo
movimiento social que se abre paso a través de la actual crisis orgánica que
atraviesa el bloque dominante. Una primer hipótesis, dice que la crisis de la
teoría de la representación política es todavía parcial e incompleta. No está
claro aún que el pueblo haya decidido no confiar más en la actual clase
política, y mucho menos que haya decidido gobernarse por sí mismo. Lo que se
puede interpretar a partir de los cacerolazos es que está en crisis una forma de
ver la política, entendida esta como el modelo tradicional de representación
política, que es el régimen de los partidos y las elecciones periódicas. Pero no
está descartada la posibilidad de que el bloque dominante logre generar una
salida propia a la crisis de representación(7) , incluso podría ser esta un
régimen de neto corte autoritario o una dictadura clásica como las que ya conoce
nuestro país.
Una segunda
hipótesis
considera que aquella crisis orgánica no se resuelve, o se resolverá una y otra
vez a favor del bloque dominante, ante la ausencia de una alternativa política
del campo popular.
La sociedad argentina camina hacia una agudización creciente
de las contradicciones sociales, el enfrentamiento entre el bloque dominante y
el campo popular (al que se suman incluso sectores de la clase media acomodada)
se profundiza y se vuelve más visible.
El actual gobierno del justicialismo
continúa aplicando el mismo modelo neoliberal que engendró estas tensiones (el
único posible dentro del capitalismo actual) y es imposible prever que esto se
modifique. La crisis de representación política involucra por un lado al bloque
dominante. Crisis que como ya vimos, comenzaba a expresarse en las elecciones de
octubre de 2001, se confirmaba con el estallido social de diciembre, y que
persiste en la actualidad, jaqueada por el movimiento de las asambleas y las
luchas de desocupados y estatales. Pero aún estando en crisis la legitimidad del
actual gobierno de Duhalde, el gobierno no parece haber perdido el poder que le
otorga la legalidad de las instituciones. El bloque de poder conserva el control
de la economía y del aparato represivo, y su capacidad de recambio aparece como
ilimitada aun en un contexto de reclamos y movilizaciones permanentes. Por otro
lado, la crisis de representación política también atraviesa al propio campo
popular y a todos los sectores que conforman esta amplio movimiento social del
Argentinazo. Hoy el pueblo no tiene representantes ni referentes dentro de la
"clase política". Aunque muchas de las expresiones políticas organizadas del
campo popular no estuvieron ausentes durante el Argentinazo, el pueblo se
movilizó por fuera de las estructuras políticas tradicionales de los partidos y
aún de los sindicatos y otros movimientos preexistentes. En última instancia, la
crisis actual se define por la ausencia de una alternativa del campo popular, ya
sea ésta una alternativa clásica de representación (algún agrupamiento político
o conjunto de ellos) que se constituya en referente del movimiento popular; o
bien una alternativa sui generis surgida del nuevo movimiento social que se está
construyendo a partir de los cacerolazos y las asambleas populares, en
articulación con el movimiento sindical y de desocupados. Una alternativa
política debe ser una expresión de poder popular organizada que derribe y
remplace al poder existente.
¿Son las
asambleas barriales, por fin, el germen de una salida a aquella escisión entre
los social y lo político? ¿Están en condiciones las expresiones políticas
organizadas del campo popular de construir a partir de las asambleas una nueva
articulación con las bases del movimiento social, respetando y alimentándose de
su autonomía? ¿Podrá este nuevo movimiento ciudadano aceptar y resolver el
desafío de asumir la política como única forma de transformación de la sociedad?
¿Podrán extenderse al punto de canalizar la bronca y la voluntad de cambio
expresada masivamente por la gente durante los cacerolazos, hacia un nuevo
contra-poder?
Es evidente que las tres rupturas que desarrollamos no alcanzan a
definir un rumbo unívoco de los acontecimientos.
La ruptura será total a partir
de que la mayoría del pueblo logre reapropiarse de la política. La construcción
de una nueva alternativa política del campo popular, podrá llevar a cabo en
algún momento la cuarta y última ruptura con la democracia representativa y el
sistema económico que la ha engendrado.
La ausencia de una articulación de la
"lucha social" y la "lucha política" se presenta entonces como el principal
desafío a resolver por parte de los actores políticos que buscan una
transformación radical de la sociedad, no sólo en sus aspectos económicos, sino
desde una concepción humanista y democrática. Las manifestaciones populares que
derribaron a dos presidentes en una semana, sin duda han llevado a una parte
importante del pueblo a recuperar la confianza en las utopías y las grandes
empresas colectivas (cualesquiera que estas sean). Aunque objetivamente la
eficacia de estas manifestaciones pareciera ser mucho más relativa (por no decir
nula en cuanto al logro de soluciones), pareciera que comienza a cobrar fuerza
la idea de que el pueblo debe gobernarse a sí mismo.
Es una idea que así
planteada despierta gran simpatía en las asambleas populares. Sin embargo, no se
han desarrollado todavía las discusiones acerca de qué quiere decir esto
exactamente. Y la discusión no es un tema menor, por cuanto no se está hablando
de escribir un libro sino de cambiar el rumbo de la historia y refundar una
sociedad y una nueva democracia.
Notas: (...)
* Gonzalo M. Rodríguez, Miembro de la FISyP. Licenciado en
Sociología. Texto
publicado en "Rebeliones y Puebladas: diciembre 2001 y enero 2002. Viejos y
nuevos desposeídos en Argentina". Cuadernos de la FISyP, cuaderno 7 (2° serie),
enero de 2002Fuente: http://www.alainet.org/es/active/1792
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