La
economía nos necesita muertos
La
vida, la dignidad y la economía
21 de mayo de 2020
Por Carlos
Fernández Liria
Cuarto Poder
Leí un artículo impresionante de Juan
Torres porque me llamó la atención el título: “Hay
cosas más importantes que vivir”. Comenzaba diciendo que la frase no era
suya. Y, en efecto, inmediatamente pensé que esa frase, en realidad, era de
Sócrates y que es uno de los hilos conductores de toda la Historia de Pero no, la frase a la que se refería Juan Torres (qué magnífico artículo) era, en realidad, «there are more important things than living», y fue pronunciada hace unos días por el vicegobernador del Estado de Texas, en Estados Unidos, Dan Patrick. Resulta que lo que es más importante que la vida es
Pero no puede haber un mejor y más crudo diagnóstico de la encrucijada en la que está encallada
Hace muchos años leí una noticia en El País que me sorprendió. Según una encuesta, el noventa por ciento de la población pensaba que los bancos tenían mucho más poder de decisión política que el gobierno. Curiosamente, según la misma encuesta, ante la pregunta de si España era una democracia, el noventa por ciento de la población respondía también que sí. Precisamente estaba leyendo la noticia con una amiga diputada del PP y le mostré mi extrañeza ante esta supuesta contradicción. “Yo no veo ninguna contradicción”, me respondió con un descarnado realismo. “Sencillamente ocurre que la gente vota democráticamente que gobiernen los bancos, porque son los que tienen la sartén por el mango”. Y en realidad, es cierto, si dependes a vida o muerte de que a la economía le vaya bien, lo mejor es ceder a la economía la capacidad de gobernar. Ahora bien, en estos momentos hemos rizado el rizo. Porque la economía nos necesita muertos. Sería muy egoísta por nuestra parte empeñarnos en salvar la vida, comprometiendo la sangre y el alma de nuestro mundo económico. Ahí están las caceroladas del pijofachismo intentando que entremos en razón: lo primero es salvar la economía.
Sin embargo, las conclusiones que se pueden sacar de ello son preocupantes. Quizás tienen razón. Si no salvamos la economía, será mucho peor, porque el desastre será tan inmenso que morirá todavía mucha más gente aún. Conviene, así pues, que sacrifiquemos a los más débiles y que salvemos el futuro para los que resistan. Aunque también se puede plantear el dilema de otra forma. Si nuestro sistema económico nos plantea semejante chantaje, lo que hay que hacer es mandar a la policía y meterlo en
Si algo ha demostrado esta pandemia es que nuestro peor enemigo no es la covid-19, sino el sistema capitalista en el que estamos atrapados. En mi opinión, el mejor chiste que se ha hecho en estos meses de alarma ha sido ese en el que aparecían los dinosaurios viendo caer el meteorito letal y exclamando (en portugués) “¡puta mierda, va a joder la economía!”. No era sólo un chiste, es una profunda reflexión sobre la encrucijada en la que nos encontramos. El problema no es sólo
Ha habido otro chiste muy bueno que ha circulado: “¿Os habéis fijado en que si durante un mes sólo consumimos lo que necesitamos se hunde la economía?”. No hay mejor forma de resumir la encrucijada a la que nos ha llevado el capitalismo.
La economía tiene muchas más necesidades que nosotros, sus habitantes. Y eso no es nada de sentido común. Ha llegado la hora de concluir con otro chiste que también ha circulado (lo leí en una pancarta de Hong Kong): “No podemos volver a
Al comienzo del estado de alarma, escribí un artículo sobre lo que sin duda es el más grave de los inconvenientes de este sistema económico: que no puede parar, que no puede ralentizar
Lo espeluznante del problema, en uno de sus aspectos siniestros, fue muy bien resumido por Antonio Turiel en su artículo La tormenta negra. Santiago Alba Rico, en un magnífico artículo también, lo resumía así: “El consumo del petróleo ha disminuido en un 30% gracias a la pandemia y es muy probable que su caída –tanto en consumo como en precio– se precipite en picado todavía más. Esto debería ser saludable para el planeta y esperanzador para las economías individuales. Pero resulta que no. Es una maldición. Porque el capitalismo se ha preparado para producir petróleo, no para dejar de producirlo, y hay que sacarlo de la tierra sin parar, a riesgo de que los pozos se petrifiquen sin vuelta atrás; y el ya sacado no se puede almacenar más de seis meses sin que su putrefacción genere más problemas ecológicos de los que ahorra su combustión en el aire. Así que, con independencia ya de los beneficios, la supervivencia material de todos depende de que minemos sin cesar las condiciones materiales de supervivencia de todos”. Y Santiago Alba concluía con una buena definición del tipo de economía al que nos estamos refiriendo: “El capitalismo, que no piensa, es una estructura que nos obliga a pegarnos voluntariamente un tiro en la nuca para mantener con vida una estructura de la que dependemos para podernos pegar un tiro en la nuca unos días más”.
Así están las cosas. Pero, Julio Anguita, el único político de este país que no paró en el Parlamento de intentar explicarlo desde hace varias décadas, era, según el repugnante resumen editorial de El País, un idealista sin sentido de la realidad.
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