lunes, 18 de mayo de 2020

III. Destaquemos que: "El abordaje típico se concentra en un nivel político superficial, ignorando pertinazmente tanto los fenómenos estructurales de larga duración, como la posibilidad agencial de cambiar las estructuras socioeconómicas: posibilidad siempre abierta, aunque con disímiles circunstancias y grados de factibilidad. En consecuencia, lo que predominan son flacos análisis. Flacos porque deben omitir datos obvios (como las escandalosas diferencias regionales), descartar preguntas reveladoras (¿por qué, por ej., hay tanta alarma con el COVID-19, cuya tasa de mortalidad se halla muy lejos de las de la desnutrición, el cólera, o el paludismo?) y evitar el cruce de variables o dimensiones (como ecología y capitalismo). El resultado de todo esto es una pésima discusión pública de los problemas, junto a un desconcierto generalizado que no reconoce fronteras geopolíticas ni sociales".


Covid-19, estructura y coyuntura,

ideología y política

18 de mayo de 2020
 
 
   Por Federico Mare y Ariel Petruccelli (Rebelión)


Continúa

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La inmensa mayoría de los gobiernos, igual que el grueso de la opinión pública intoxicada por los mass media, parecen empeñarse en creer que la pandemia es una calamidad terrible que puede ser contenida si las autoridades hacen lo adecuado. No hay ninguna duda de que esta es la situación subjetiva hoy imperante. Sin embargo, los crudos datos objetivos cuentan otra historia. La mortandad del COVID-19 está muy por debajo de la del cólera, la malaria, el sida, la desnutrición… y la lista sigue. Incluso en los estados más afectados por la pandemia, las cifras no son catastróficas.

Italia ha superado los 30 mil decesos a causa del coronavirus. La cifra absoluta es impresionante. Pero pocas veces se recuerda que en 2019 murieron en ese país casi 650 mil personas, unas 2 mil por día. Aun en el improbable caso de que todos los decesos por COVID-19 no hubieran tenido lugar sin la pandemia (esto es, si a los 650 mil fallecimientos que habría aproximadamente en condiciones normales adicionásemos 30 mil), la tasa de mortalidad general de Italia aumentaría aprox. un 5% en relación a 2019. Oscilaciones de ± 5 % son usuales en las tasas de mortalidad general, sin que medie ningún evento excepcional. En España, por ej., de 2013 a 2014 hubo un aumento del 7 % en la cantidad de decesos. El fenómeno no motivó ninguna discusión pública. Y tratándose del COVID-19, los casos de Italia y España son bastante extremos, muy por encima de la media mundial.
La comparación con la pandemia de 1918 –tan traída y llevada por estos días– desmiente en realidad el alarmismo paranoico en que vivimos. La mal llamada gripe española causó entre 20 y 50 millones de muertes sobre una población mundial de unos 1.850 millones de habitantes. Tomando la más baja de estas cifras, para que el COVID-19 alcance un guarismo equiparable debería provocar no menos de 80 millones de decesos. Argumentos escépticos de este tenor, basados en la estadística comparada y el método lógico de la reductio ad absurdum, podrían invocarse a granel.

¿Por qué entonces, si las cifras de la actual pandemia no son –en términos relativos y absolutos– tan descomunales, tan excepcionales, la humanidad se encuentra en una situación sin precedentes? Uno de nosotros intentó una explicación más exhaustiva en el artículo La política del terror http://www.laizquierdadiario.com/La-politica-del-terror, publicado en La Izquierda Diario. Baste aquí con recordar que la clave del asunto parece ser que el coronavirus ha afectado especialmente a países y clases sociales normalmente invulnerables a las grandes causas de mortandad mundial, y en particular, invulnerables a las temidas y temibles enfermedades contagiosas. La disparidad abismal del impacto de las enfermedades contagiosas entre los países de más bajos ingresos (donde son principalísima causa de muerte) y los países de ingresos más elevados (donde son un problema sanitario menor) explica tanto el poderoso efecto subjetivo de la actual pandemia en las clases acomodadas y las naciones ricas (que se topan con un riesgo inusual para ellas, pero muy corriente entre las clases pobres y los estados subdesarrollados), como su baja incidencia factual en Asia y África.
Si el pánico generado no se corresponde con las cifras objetivas, la eficacia de las medidas gubernamentales tampoco concuerda con los relatos oficiales u oficiosos. Esas cifras tampoco parecen encajar con las explicaciones más difundidas, basadas en una presunta omnipotencia de las políticas de emergencia improvisadas por las autoridades, o en interpretaciones especulativas inspiradas en algo parecido al «choque de civilizaciones». No hay panaceas sanitarias in extremis, y las tesis culturalistas a lo Toynbee o Huntington oscurecen más de lo que aclaran.

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Más allá de los fuegos de artificio retóricos, el sustrato ideológico de las interpretaciones imperantes sobre la presente crisis pandémica es lo que podríamos llamar el juego de las pequeñas diferencias, y la hiperpolitización de las explicaciones de los procesos de larga duración. Paradójicamente, mientras el rango de las alternativas políticas se angostaba en extremo tras la caída del Muro de Berlín, las explicaciones politicistas cobraban nuevos bríos. Al capcioso «no hay alternativa» thatchereano, se replicó con algo así como hay muchas alternativas mínimamente diferentes entre sí. La estructura capitalista de las relaciones de producción fue considerada un dato inalterable, irreversible, tanto por la ortodoxia neoliberal como por sus detractores progresistas o populistas. Tras la debacle del socialismo real, quienes asumieron implícita o explícitamente –de buena o mala gana– que ya no había ningún horizonte posible más allá del sistema del capital, empezaron a detectar sutiles diferencias dentro del capitalismo. Esas diferencias por supuesto que existían. Pero el verlas como enormes y sustanciales fue una consecuencia de la desaparición del comunismo en el abanico de las posibilidades históricas. Ante una alteridad civilizatoria radical como lo fue la Unión Soviética y sus satélites, las diferencias entre el capitalismo yanqui, renano o nipón parecen meros matices escasamente relevantes.
Nadie sabe si un nuevo sistema alternativo al capitalismo podría triunfar en el futuro. En todo caso, las fuerzas socialistas –o genéricamente anticapitalistas– son indudablemente débiles en la actualidad. Por ello, desde el estricto punto de vista del análisis de situación, el no contar con la probabilidad de una opción por fuera de la sociedad burguesa no podría ser intelectualmente reprochable, por aquello del pesimismo de la inteligencia –o de la realidad– que reclamaban Gramsci y Mariátegui. Sin embargo, la eliminación de una alternativa anticapitalista del horizonte de lo posible –o lo inmediato– ha contribuido a que, quienes asumen esa conclusión, caigan con suma facilidad en errados análisis y discutibles diagnósticos. Desde luego que aquellas personas que consideren poco probable una alternativa socialista, una quimera perimida del siglo XX corto, no tienen por qué embellecer formas específicas del capitalismo, ni se hallan condenadas a brindar explicaciones poco consistentes de los procesos actuales. Sin embargo, es esto lo usual en el panorama intelectual contemporáneo.
Y sin embargo, las agudas contradicciones del capitalismo se hallan en la base de todo cuanto está aconteciendo en el mundo en estas últimas décadas. La inviabilidad de un crecimiento económico infinito en un planeta finito es algo evidente. Esta imposibilidad lógica tiene ya manifestación empírica: los desastres ecológicos de toda índole. Pero el compromiso con un régimen social fundado en el imperativo del progreso material indefinido es la piedra basal de todos los estados hoy existentes.
No es de extrañar entonces que, en el discurso público mayoritario, a un lado y otro de las fronteras ideológicas internas del capital (conservadores y progresistas, liberales y populistas, ortodoxos pro-mercado y heterodoxos estatistas), se omita o minimice la vinculación de la pandemia actual con la problemática ambiental, se hable lo menos posible de la relación del capitalismo con esta última, y se contraponga burdamente salud y economía. Por lo mismo, tampoco es de extrañar que, en la polarizada Argentina de la grieta, la política del ASPO dispuesta por el gobierno nacional peronista sea apoyada –y replicada con celo a nivel local– por las tres provincias radicales (Mendoza, Jujuy y Corrientes), y también por CABA, controlada por el macrismo, las cuatro jurisdicciones opositoras de centroderecha.
Las diferencias regionales expuestas en el presente texto –algo que estalla en la cara de cualquiera que mire los datos– son sistemáticamente ignoradas. El abordaje típico se concentra en un nivel político superficial, ignorando pertinazmente tanto los fenómenos estructurales de larga duración, como la posibilidad agencial de cambiar las estructuras socioeconómicas: posibilidad siempre abierta, aunque con disímiles circunstancias y grados de factibilidad. En consecuencia, lo que predominan son flacos análisis. Flacos porque deben omitir datos obvios (como las escandalosas diferencias regionales), descartar preguntas reveladoras (¿por qué, por ej., hay tanta alarma con el COVID-19, cuya tasa de mortalidad se halla muy lejos de las de la desnutrición, el cólera, o el paludismo?) y evitar el cruce de variables o dimensiones (como ecología y capitalismo).
 

El resultado de todo esto es una pésima discusión pública de los problemas, junto a un desconcierto generalizado que no reconoce fronteras geopolíticas ni sociales. La humanidad parece ingresar al ojo de la tormenta de una crisis civilizatoria con los ojos vendados. Solo que, a diferencia de la diosa Temis, su balanza está descalibrada; y su espada, sin filo.
Fuente: https://rebelion.org/covid-19-estructura-y-coyuntura-ideologia-y-politica/

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