El
debate sobre Bolivia y
el rol de García Linera
en el estancamiento
del proceso de cambio
19 de mayo de 2020
Por Mauro Alcocer Hurtado
Rebelión
A seis meses del sangriento golpe fascista
en Bolivia del 10 de noviembre de 2019 que derrocó al gobierno de Evo Morales,
se ha iniciado un debate sobre las causas que llevaron a ese terrible
desenlace. Al respecto, algunos autores bolivianos ya han publicado estudios aún preliminares: Rafael Bautista (“Bolivia: génesis y naturaleza del golpe”), Jorge Viaña (“El ciclo estatal de las luchas en Bolivia 2006 – 2019, crónica de una muerte anunciada”) y Hugo Moldiz (“Golpe de Estado en Bolivia, la soledad de Evo Morales”). Lo curioso es que, hasta ahora, ninguno de los más connotados dirigentes del gobierno anterior ha efectuado una autocrítica política integral. Aunque se debe reconocer que realizan campañas internacionales denunciando al gobierno golpista de Jeanine Añez, lo uno no vale por lo otro; denunciar al golpe no sustituye la necesidad de un balance de aciertos y errores.
Del que más
llama la atención su silencio sobre este tema es de
Álvaro García Linera, quien durante casi 14 años fue el vicepresidente de Evo
Morales. Fungiendo como ideólogo al mismo tiempo que gestor público, García
Linera fue Presidente de la Asamblea Legislativa (Congreso nacional de
diputados y senadores) y miembro permanente de los gabinetes de Morales en el
poder ejecutivo. No había ningún tema (económico, político, social,
comunicacional, ambiental, de relaciones exteriores, de seguridad) del gobierno
en el que no tuviese participación, por lo que estamos hablando de una persona
clave para el proceso político ya que sus ideas influían decisivamente –para
bien o para mal- en las acciones gubernamentales. Siendo así, ¿puede Álvaro
García continuar evadiendo el debate?
Luego del golpe de Estado, en Bolivia las
cosas no han hecho más que empeorar. La represión militar y policial, que ya
dejó un saldo de al menos 35 muertos en las masacres de Yapacaní, Sacaba y
Senk’ata, se ha intensificado en las últimas semanas con el ilegal
encarcelamiento de cientos de activistas sociales que lideran protestas, así
como cibernautas que expresan críticas al gobierno de facto. La economía se ha
hundido en la recesión y desempleo, con graves consecuencias de
desabastecimiento o encarecimiento de alimentos y medicamentos. Los derechos
laborales son vulnerados cotidianamente dejando a los trabajadores en precaria
situación. Los abusos racistas contra originarios aymaras y quechuas son cosa
común en un país que, hasta hace poco, se preciaba de ser el que más había
avanzado en Latinoamérica en inclusión social. La crisis por la pandemia del
Covid 19 (cuyas verdaderas dimensiones está ocultando al pueblo y a la
comunidad internacional el gobierno de Añez) podría dejar en Bolivia 4.000
muertos y 48.000 personas infectadas, según las proyecciones del ex ministro de
salud, Aníbal Cruz, cesado en el cargo por negarse a manipular información. Quienes nos quedamos en Bolivia luchando contra los golpistas que se atrevieron a quemar nuestra wiphala, tenemos la obligación de analizar críticamente el “proceso de cambio”, para no volver a cometer los errores que llevaron a su derrota. Es en este contexto que emplazamos a García Linera a que asuma su responsabilidad por ser autor intelectual de dos conceptos no revolucionarios que llevaron a una práctica gubernamental que frenó, desde adentro, el proceso de transformaciones durante el gobierno de Evo Morales. Esos dos conceptos fueron:
1)
El
planteamiento del “capitalismo andino” como objetivo de la denominada
revolución democrática y cultural, anclándola en políticas de moderación
pactada, que terminaron preservando el capitalismo extractivista.
2)
La actitud
colaboracionista con la burguesía, definiéndola nada menos que como “aliada del
proceso”, bajo la lógica de que los grandes inversionistas privados constituyen
el sujeto económico necesario para el “capitalismo andino”.
El “capitalismo andino”. A mediados del 2005, luego de una trayectoria
política en el indianismo intentando articular la insurgencia de las
comunidades aymaras con la teoría marxista, lo que le costó varios años de
cárcel, Alvaro García fue designado por el Movimiento al Socialismo (MAS) para
acompañar a Evo Morales en el binomio electoral. Por entonces ya venía
sorprendiendo por su tono políticamente discreto, muy alejado de cualquier
radicalismo, que se esforzaba en mostrar como panelista en un programa
televisivo llamado “El Pentágono”. Como parte de esa reconversión política y negando todo lo
que había escrito en los años noventa, dio a conocer ese 2005 su planteamiento
del “capitalismo andino”, expresado inicialmente de la siguiente forma:“Nuestro objetivo no puede ser el socialismo ya que no están dadas las condiciones materiales para ello. En una formulación más concreta propongo un modelo de capitalismo adecuado a las características de nuestro país, provisionalmente denominaremos a este modelo capitalismo andino amazónico” [ii].
Las críticas revolucionarias a este planteamiento conservador no se hicieron esperar, pero Alvaro García respondía de manera petulante: “Nos observa en Bolivia esa izquierda cadavérica, de los años 50 y 70, seudo marxista, que ya es un fantasma, frente a la que surge una nueva izquierda indígena de acción colectiva con su propia estructura, ideología y simbologías” [iii].
Como los reproches de los verdaderos comunitaristas no cesaron y venían incluso desde las filas del Movimiento al Socialismo, el candidato a la vicepresidencia tuvo que cambiar su planteamiento inicial, tratando de dar entender que no se había referido a un modelo económico que sólo administre el sistema capitalista, sino que estaba hablando de una larga fase de transición postneoliberal. Lo hizo en un artículo que escribió en enero de 2006, en cuyas partes esenciales se podía leer:
“El triunfo del MAS abre una posibilidad de transformación radical de la sociedad y el Estado, pero no en una perspectiva socialista (al menos en corto plazo), como plantea una parte de
En este alegato
hay una falacia histórica: “no se construye socialismo sin proletariado”. Menos
mal que no se guiaron por este axioma los revolucionarios en Vietnam o Cuba,
donde el proletariado era demográficamente muy pequeño. Allí persistieron en
efectuar verdaderas revoluciones de orientación socialista, con las
consiguientes medidas de transformación estructural.
Pero dejemos que sea el propio García, no
el refinado gradualista del 2005 sino el rebelde socialista de 1991, que
responda a la falacia: “Marx nos muestra que estas luchas de estas masas no capitalistas pueden asumir un profundo carácter revolucionario al adoptar el “punto de vista del proletariado”, esto es, que las luchas de las masas trabajadoras no capitalistas contra el avance burgués en determinadas condiciones puede asumir el mismo carácter progresivo y revolucionario que el que pueden adoptar en un momento determinado las del proletariado”.[v]
“La posibilidad de revolucionarizar la sociedad no radica ni en la cantidad de esas fuerzas productivas, ni en el número de esos proletarios, sino, sobre la existencia más o menos generalizada de estos, sea cual sea su número, en la lucha radical del trabajo vivo por autodeterminarse por encima y en contra del ser impuesto de la burguesía”.[vi]
¿Cómo se entiende esta contradicción tan flagrante entre lo que escribía García en los noventa y lo que hizo cuando fue parte del gobierno quince años después? No obedece por cierto a una maduración teórica porque, si ese fuera el caso, habría algún libro escrito por él en que revise íntegramente sus postulados de juventud que leímos en sus obras “De demonios escondidos y momentos de revolución” (1991) y “Forma valor, forma comunidad” (1995). Pero no hay ninguno. Por eso se puede calificar lo hecho por Álvaro García como un viraje pragmático, carente de honestidad intelectual.
Pero esa no es la única observación a la vía gradualista propuesta por García el 2006. Al iniciarse el gobierno de Morales, su vicepresidente planteó un objetivo práctico, que se evidenciará como un engaño en los siguientes años: que hay que “cabalgar” dentro del capitalismo postneoliberal, para potenciar el Estado y fortalecer las redes comunitarias, para así en un lejano futuro (20 o 30 años) poder pensar en una utopía socialista.
Hace catorce años, cuando estaba iniciando el gobierno de Evo Morales, los comunitaristas afirmamos que, con su teoría del cambio gradual (primero el “postneoliberalismo”, después el “postcapitalismo”) formulada en términos tan volátiles, Álvaro García condenaría al proceso de transformación boliviano a quedarse dentro de los límites del capitalismo. No fuimos los únicos en alertar de este peligro, recordemos lo que escribió el hermano Raúl Prada Alcoreza, un conocido pensador marxista en Bolivia: “Plantear el capitalismo andino después de seis años de luchas por la soberanía, contra las poliformes estructuras coloniales, no es más que proponer un nuevo colonialismo interno que continuará destruyendo las relaciones comunitarias en una decodificación cultural y una colonización de cuerpos sobre una patria restringida”.
Oportunamente y con parecidas palabras, los comunitaristas alertamos a Evo Morales que su vicepresidente estaba utilizando su pasado político de manera oportunista, para mostrarse como un cuadro teórico de avanzada cuando, en los hechos, terminaría convirtiéndose en un estorbo para el avance del programa de transformaciones revolucionarias en Bolivia. Hoy, con los hechos consumados en nuestro país, podemos decir con tristeza que la realidad nos dio la razón.
El colaboracionismo con
El
planteamiento de fortalecer una “burguesía nacional” para una vía autónoma de
desarrollo, se ha demostrado hace mucho tiempo que es una quimera y ya ningún
estudioso serio plantea algo parecido. En el debate económico [vii] continental
de hace más de medio siglo quedó plasmado que no puede existir en América
Latina, menos en Bolivia, una “burguesía nacional”. Si alguna vez pudo pensarse
que surgiera fue en el período posterior a la gran depresión capitalista
iniciada en 1929, cuando intentó aplicarse en algunos países (Argentina,
México, Brasil) el modelo de industrialización sustitutiva de importaciones.
Pero, al agotarse ese modelo con la gran expansión económica luego de la
segunda guerra mundial con predominio del capitalismo estadounidense, la
llamada “burguesía nacional”, en la medida que se articulaba al mercado
mundial, pasó a ser cada vez más dependiente de los grandes capitales
transnacionales.
Una
característica de los proyectos que plantean el desarrollo dentro del
capitalismo con fuerte regulación estatal, como es el caso de la teoría
linerista del “capitalismo andino”, es que conforme pasan los años tiene que
realizar cada vez mayores concesiones a la gran empresa privada. Se debe esto a
la necesidad práctica de su propio modelo económico de contar con la inversión
directa de capitales privados, para preservar la estabilidad económica y un
cierto nivel de crecimiento.
Sin embargo, si nos referimos a los principales mandatarios, hay que diferenciar el caso de Evo Morales del caso de Álvaro García. Nuestro hermano Evo Morales se ha guiado siempre por un sólido vínculo con su base social campesina, que sufre la opresión originada en la subsunción formal del poder económico del capital sobre sus comunidades. Esto explica que Evo no haya cambiado, a lo largo de todos estos años, la identidad del Movimiento al Socialismo (MAS) como un partido político anticolonialista, antimperialista y anticapitalista.
El caso de García es distinto. Hombre de clase media sin ninguna base social orgánica que le controle, decidido a convertirse en interlocutor oficial con los sectores empresariales, convencido de lo que él definió como “la concepción pactista del poder”, comenzó a actuar en términos cada vez más funcionales a la seguridad jurídica que demandaban las organizaciones burguesas y las empresas multinacionales.
El año 2007, ya ocurrida la nacionalización de los hidrocarburos [viii], el vicepresidente había comenzado a dar un nuevo giro pragmático: el fortalecimiento del Estado (con las nacionalizaciones) ya no estaría principalmente orientado a la construcción de un modelo económico que comience a transferir excedentes hacia el sector social y comunitario de la economía [ix]. La nueva orientación era que el Estado se convierta en la locomotora del desarrollo dentro de un “modelo económico productivo” inspirado en algunas experiencias asiáticas (Corea del Sur, Japón), en las que el Estado asumía un fuerte rol de regulación interna y de ampliación de las oportunidades de negocios y de los mercados de exportación para sus propios emprendedores burgueses.
Veamos lo que Álvaro García afirmaba ese año 2007 en una entrevista en la ciudad de Santa Cruz, el lugar donde está asentada la burguesía más poderosa de Bolivia:
“Es que el Estado es el único que puede unir a la sociedad, es el que asume la síntesis de la voluntad general y el que planifica el marco estratégico y el primer vagón de
Comenzaban los halagos a la gran inversión privada nacional (burguesa) y extranjera (empresas transnacionales). ¿Dónde quedaba el sector campesino? En quinto lugar. ¿Dónde las formas productivas indígenas? En sexto lugar. ¿Dónde las empresas autogestionarias obreras? Ni las mencionaba. ¿Qué de las iniciativas económicas colectivas del sector social de la economía, que no son público-estatales ni privadas-capitalistas? Nunca las tomó en cuenta.
La fórmula de gobernabilidad pactada con la burguesía era: estabilidad política para el gobierno a cambio de seguridad jurídica para los capitalistas. Inevitablemente modificó el planteamiento programático que el MAS había defendido en
“El país gradualmente va adquiriendo sus propios recursos, frutos de estos procesos de recuperación del gas y del petróleo, las telecomunicaciones y la energía eléctrica que son las 4 áreas que hemos procedido a nacionalizar gas, petróleo, energía eléctrica, telecomunicaciones y parte de
Nunca llegó el nuevo impulso. Los acuerdos de gobernabilidad pactada lo impidieron bajo el discurso gubernamental de que: “no hay que dar señales negativas a la inversión privada”.
A cambio de esa seguridad jurídica sobre sus propiedades e inversiones, que tendría efecto de obturador sobre el modelo económico a ser aplicado en los siguientes años, la burguesía abandonó a finales del año 2008 la conspiración política y empezó a coordinar acciones económicas con el gobierno de Evo Morales. A su modo, la burguesía fue también pragmática: dándose cuenta de que podía seguir realizando buenos negocios con un gobierno que no les representaba, aceptó
Durante el tiempo que Evo Morales gobernó Bolivia, fue su vicepresidente Álvaro García el más entusiasta promotor y operador de estos pactos con la burguesía, a la que mostraba nada menos que como “aliada” del proceso de cambio. Cuando se reunía con sus representantes les hablaba de seguridad jurídica sobre sus inversiones, del rol positivo que jugaban para la economía nacional, de la importancia de su modelo capitalista emprendedor y de cómo el gobierno estaba atendiendo la agenda empresarial. Para demostrar esto que afirmo haré un pequeño recuento de hechos significativos:
En octubre de 2014, el vicepresidente asistió en la ciudad de Santa Cruz al acto por el 50 aniversario de
En julio de 2015 viajó hasta la frontera con Chile en el departamento de Potosí, cerca de la enorme mina de San Cristóbal, para decirles a los inversores japoneses de la Sumitomo: “En estos últimos días había amenazas de que iban a cortar la electricidad, de que iban a tomar San Cristóbal, el Gobierno no lo va a permitir… ustedes hacen un buen trabajo, sigan haciendo su buen trabajo”.[xiii]
En marzo de 2016, García fue invitado a la posesión del nuevo directorio de la Cámara de Industria, Comercio y Servicios (CAINCO) en la ciudad de Santa Cruz. La CAINCO es la entidad burguesa más poderosa de Bolivia. Veamos la siguiente reseña que hizo sobre ese acto un periódico boliviano: “El vicepresidente Álvaro García Linera ofreció anoche una ‘alianza’ entre el Estado y el sector empresarial para empujar el crecimiento de la economía boliviana, en ocasión en que el rumbo de la economía mundial no es tan alentadora. García Linera sostuvo que el Gobierno no será rival ni competidor de los empresarios, sino un aliado para el crecimiento económico”.[xiv]
Lo vuelvo a decir: durante todos los años (2006-2019) de la denominada revolución democrática y cultural, ha sido García el principal ideólogo de la colaboración con la burguesía para el crecimiento económico, le ha dado forma teórica a ese colaboracionismo. El que fuera vicepresidente no es un heterodoxo como él gusta definirse, es un ecléctico que se ufana de estar “actualizado” y que toma prestados conceptos de autores europeos como Negri, Bourdieu, Foucault, Harvey, Piketty y otros, adecuándolos a sus propios fines prácticos, aunque al hacerlo no respete la lógica interna de esos conceptos y los deforme.
Hay un claro
ejemplo de esto en una grosera interpretación que hizo del pensamiento del
teórico comunista italiano Antonio Gramsci. En ocasión de la XX reunión anual
del Foro de San Pablo de partidos políticos de izquierda y centro izquierda de
Latinoamérica que se realizó en la ciudad de La Paz, le tocó a Alvaro García pronunciar
un discurso. En esa disertación y hablando sobre cómo deberían comportarse los
gobiernos progresistas en su relación con los “grupos de poder económico” se
inventó nada menos que la siguiente perla: “¿Cómo
se construye hegemonía? No olviden: siempre hay que sumar a Lenin con Gramsci.
Al adversario hay que derrotarlo, eso es Lenin. Ahora Gramsci: al adversario
hay que incorporarlo, pero no se incorpora al adversario en tanto adversario
organizado sino en tanto adversario derrotado”.[xv]
Como puede verse, Álvaro García utilizaba de la peor manera a Gramsci, para justificar su propia visión colaboracionista con
Por este tipo de planteamientos se explica la paulatina pérdida de credibilidad de García entre las organizaciones revolucionarias en Bolivia. Así también entre las organizaciones sindicales, que lo recuerdan como un operador de intereses patronales. Lo mismo entre las organizaciones campesinas originarias, que le culpan por los errores que cometió Evo Morales. Por estas razones, el linerismo ha desaparecido hoy en Bolivia.
No es entonces por su actual importancia en la política boliviana que me interesa saldar cuentas con el que fuera vicepresidente. De ninguna forma. Es por el rol que tuvo en el proceso de cambio, Álvaro García Linera con sus concepciones neocoloniales tuvo su cuota de responsabilidad en el estancamiento de la denominada revolución democrática y cultural, que terminará siendo uno de los factores –no el único, por supuesto- que desgastó al propio gobierno de Evo Morales hasta su derrumbe.
No estoy diciendo que García Linera es culpable de la caída, eso sería un exceso inaceptable y una injusticia considerando que tuvo también un aporte positivo. Digo que debido a la puesta en práctica de la concepción ideológica linerista el proceso boliviano no avanzó más. Y es sabido que en sociopolítica, como en la vida, lo que no avanza, pierde el impulso, termina estancándose y luego retrocede. Y no es simplemente un asunto de “correlación de fuerzas sociales”, pues esa correlación también se construye; es asunto de lucha entre concepciones ideológicas revolucionarias y no revolucionarias que terminan, como pasó en el caso de Bolivia, debilitando a unas fuerzas sociales y preservando e incrementando el poder económico de otras fuerzas sociales.
Es tiempo de hacer el balance de lo sucedido en Bolivia. Un balance crudo, valiente, frontal, incisivo, sin falsas modestias. No estoy planteando que nos distraigamos en debates interminables, descuidando la lucha contra los golpistas, eso sería absurdo. La resistencia en Bolivia no va a parar y nosotros seguiremos corriendo riesgos junto a un pueblo heroico, que se ha convertido nuevamente como dijeron nuestros mayores, en guerreros del arco iris (wiphala). Tampoco se trata de volcar página como plantea alguno, si no aprendemos de los errores cometidos, mañana otra vez tropezaremos con la misma piedra.
Notas:
i
Componente del “Colectivo de Estudios Comunitarios Larama” de la ciudad de El
Alto, Bolivia. Este artículo es resultado de una reflexión colectiva.
ii
Periódico La Prensa, entrevista a Álvaro García, edición del 30 de agosto de
2005. La Paz, Bolivia.
iii
Declaraciones de Álvaro García a BBC.com. Diciembre de 2005.
iv
García, Álvaro. “El capitalismo andino – amazónico”. En Le Monde Diplomatique,
enero de 2006.
v
García, Álvaro. “De demonios escondidos y momentos de revolución”. La Paz,
1991. Página 112.
vi
García, Álvaro. “De demonios escondidos y momentos de revolución”. La Paz,
1991. Página 289.
vii
Se puede mencionar muchos autores económicos que fueron parte de este debate:
André Gunder Franck, Vania Bambirra, Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Maurini,
Osvaldo Sunkel, Raúl Prebisch.
viii
El 1 de mayo de 2006, el gobierno de Evo Morales nacionalizó por decreto los
hidrocarburos aunque sin expulsar a las empresas transnacionales que operaban
en el país.
ix
Algunos tecnócratas que fueron parte del gobierno del MAS intentan confundir
diciendo que se repartieron tractores, que se fortaleció el Fondo Indígena y se
aumentó el presupuesto de los municipios rurales. Si bien esto es cierto, puede
calificarse sólo como “factores de redistribución” del ingreso, que no
cambiaron para nada la matriz capitalista.
x
Periódico El Deber, entrevista a Álvaro García, edición del 21 de enero de
2007. Santa Cruz, Bolivia.
xi
García, Álvaro. Conferencia dictada sobre “Propiedad privada, propiedad pública
y comunidad” en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo,
Centro de Estudios Económico y Monitoreo de Políticas Públicas. Buenos Aires, 6
de octubre de 2010. Página 11.
xii
Portal del periódico El Deber. Santa Cruz, Bolivia. 28 de octubre de 2014.
xiii
Periódico La Razón digital. La Paz, Bolivia. 27 de marzo de 2015.
xiv
Periódico Los Tiempos digital. Cochabamba, Bolivia. 18 de marzo de 2016.
xv
Participación de Álvaro García en la XX Reunión del Foro de San Pablo. La Paz,
Bolivia. 28 de agosto de 2014. Archivo de video en el siguiente link:
https://www.youtube.com/watch?v=M_GLRjNTzKg
xvi
Antonio Gramsci. “El problema de la dirección política en la formación y el
desarrollo de la nación y del Estado moderno en Italia”. En Antología.
Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. Siglo XXI editores. Madrid,
España. Decimosexta edición.
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