Economía y vida:
paradigma del cuidado
frente al
extractivismo
3 de mayo de 2019
Por José
María Agüera Lorente (Rebelión)
«Al parecer ya no creemos tener una tarea o misión que
realizar en el planeta y tampoco hay un legado que nos sintamos obligados a
preservar o del que seamos guardianes.»
Zygmunt Bauman: El
arte de la vida (p. 55)
De tantas cosas que se ha dicho y han sido escritas con ocasión de tan malhadado acontecimiento a mí me ha llamado la atención una, mencionada de paso cuando se informaba sobre el propósito en seguida manifestado de volver el monumento a su integridad previa al incendio. Era una noticia de radio en la que el locutor destacaba la presta disposición de una gran cantidad de ciudadanos, de diversa condición y clase, a donar dinero con el fin de volver a contemplar la catedral de París como parte de esa estampa estereotipada de la capital de Francia. De pasada decía que contrastaba esta actitud con la racanería mostrada durante décadas por las instituciones encargadas de su conservación, lo que por cierto tampoco había suscitado significativas protestas por parte de
El cuidado es la esencia del cultivo, actividad que transformó la vida de homo sapiens sobre la faz de la Tierra con la revolución neolítica. De esa actividad –expresada en latín con la palabra colere cuya forma de supino es cultumy de aquí «cultura»– se derivó un cambio determinante de una forma de vida que estableció la base material para la creación de
Frente al paradigma del cuidado, el de
Los trabajos del cuidado no son apreciados como notables. Tienen algo de naturaleza negativa en el sentido de que no producen, sino que evitan que ocurra el mal. Toda inversión en ellos parece no lucir, pues se trata de conservar en buen estado lo dado. Por contra, los trabajos de extracción traen a la esfera de nuestro poder lo que no nos era dado. No hay drama en el cuidado que sí hay en la extracción, en el cazador que expande el territorio en busca de la presa y, en general, en el buscador de recursos que ha de luchar por arrebatárselos a la naturaleza o a otros, incluso si es menester mediante el recurso a
El científico y excelente divulgador norteamericano Jared Diamond dedica una parte muy importante de su entretenido libro ¿Por qué es divertido el sexo? a la lactancia, capítulo principal de la puericultura. «Dar de mamar a los gemelos humanos –nos dice– es un gasto de energía tal que el presupuesto de energía de una madre de gemelos se acerca al de un soldado en un campo de entrenamiento» (p. 73). Me pregunto cuál de las dos conductas se valora más cuando la segunda de ellas está institucionalizada en la esfera pública en tanto que la primera es asunto del hogar, que incluso se debe mantener dentro de sus límites si se atiende a cierto pacato sentido del pudor.
La dicotomía que aquí presento entre los paradigmas del cuidado y de la extracción tiene su plasmación desde la perspectiva sociológica. La recientemente galardonada con el Premio Nacional de Sociología, pionera en la investigación del trabajo dentro del hogar,
Según los cálculos de la mencionada socióloga, habría que subir un 70% el IRPF para pagar parte de los cuidados que hoy se hace gratis (declaración en entrevista del diario 20minutos de 12 de febrero de 2019). De tal magnitud es su valor económico. En cualquier caso, una necesidad social que nuestro Estado del bienestar no cubre, que puede comprar quien tiene recursos; pero quien carece de ellos recurre al «cuidatoriado», los que se dedican principalmente a cuidar siendo la mayoría trabajadores no remunerados en absoluto o insuficientemente remunerados. Los remunerados suelen ser mujeres inmigrantes con condiciones laborales peores que todos los demás trabajadores. Pero el grueso de esta clase social son mujeres que no cobran por cuidar, sino que lo hacen por afecto o por sentimiento de obligación familiar. Sin derecho a la seguridad social están condenadas a la miseria y a la dependencia.
Con un país inmerso en un «invierno demográfica», que envejece a toda prisa, con una de las esperanza de vida más altas del planeta, el sector del cuidado es el gran negocio; si no fuera porque pocas familias pueden pagar lo que cuesta una plaza en una residencia o una persona que cuide interna al dependiente. Es la confusión de mercado y economía la que lleva al desprecio del trabajo de cuidados, que poco tiene que ver a simple vista con la producción y la generación de riqueza. Se calcula lo que cuesta una vacuna infantil, el salario del personal sanitario que la suministra, las instalaciones donde se practica; pero queda al margen de los números, lo que más valor tiene, a saber: el tiempo de la persona que deberá dejar de trabajar para acompañar al niño y que, seguramente, al día siguiente tendrá que quedarse en casa cuidándolo.
El cuidado queda fuera del PIB por el mercado centrismo que denuncia el economista Ha-Joon Chang en su libro Economía para el 99% de
Según su concepción, la economía se reduce a una red de relaciones comerciales que conforma el mercado. «La focalización en el mercado –nos advierte Chang– ha propiciado que la mayoría de los economistas no presten atención a ámbitos cruciales de nuestra vida económica, con importantes consecuencias negativas para nuestro bienestar» (p. 409). Diríase que nos hemos vuelto des-cuidados, desatendiendo aspectos tan vitales como la calidad del trabajo y el equilibrio entre la vida privada y el trabajo. Aquí residen las claves para identificar las causas últimas del invierno demográfico que dicen padecemos. Mujeres trabajadoras, a menudo mal pagadas y demasiado estresadas sin la seguridad de una cierta estabilidad, a las que se les exige cargar con el cuidado de la prole y puede que también con el de sus mayores y dependientes. ¿Es ético exigirles tamaña abnegación? ¿Cabe esperarla de ellas por decisión voluntaria conforme se van liberando de la tradicional moral
Ya lo dijo Robert Kennedy el 18 de marzo de 1968 en el fragor de la campaña electoral: «el PIB lo mide todo excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida». Por eso no mide el cuidado, quedando este trabajo, esencial para gozar de una vida buena, al margen de valoración y ninguneado en la agenda política.
En cuanto a la relación entre valor social de un trabajo y remuneración recibida por su desempeño, el heterodoxo antropólogo británico David Graeber lo tiene claro: «cuanto más ayuda y beneficia un trabajo a los demás, y por tanto mayor valor social crea, menos se suele pagar por él» (p. 275). Es la sentencia que encontramos en su libro Trabajos de mierda. Una teoría.
Según algunas investigaciones a las que nos remite, una de las profesiones que mayor valor social aporta es la de maestro de primaria, no especialmente bien pagada como todos sabemos, mientras que la que más valor social sustrae es la de los profesionales del sector financiero, los cuales, sin embargo y como muy bien sabemos, están excelentemente bien pagados. Y dado que la actividad financiera es un exponente flagrante de extractivismo (se trata de extraer la poca riqueza de unos muchos para incrementar la mucha riqueza de unos pocos) tenemos otra constatación más de ese desequilibrio económico entre el cuidado y el extractivismo que venimos analizando. De este desequilibrio económico fueron síntoma evidente los recortes salariales aplicados a partir de la crisis de
Al mismo tiempo, el trabajo se ha ido convirtiendo en un valor en sí mismo; quien no trabaje, aunque sea en algo que no le guste y en lo que sea explotado e invirtiendo en ello la mayor parte de su tiempo, es un gorrón, un gandul, un parásito indigno de simpatía y de ayuda pública. Así se achica el espacio y se merma el tiempo dedicado al cuidado, que –como hemos dicho– queda al margen de la matematizada valoración económica.
La pregunta es cómo se decide el valor del trabajo, en función de qué criterios. La respuesta ortodoxa que resuelve dogma en ristre la cuestión echando mano del mercado –animal metafísico donde los haya– es cuando menos discutible por cuanto desprecia consideraciones de orden vital que ya han sido expuestas. El aludido David Graeber ensaya la formulación de un criterio: «cuando un servicio o producto responde a una demanda o mejora de alguna manera la vida de la gente se puede considerar que tiene verdadero valor, pero no así cuando solo sirve para crear demanda, haciendo que la gente se sienta gorda y fea o engañándola para endeudarse y luego cobrar intereses por ello» (p. 267).
El trabajo de cuidados es el fenómeno que desafía la autenticidad de la conexión entre economía y vida. Cabe preguntarse si el actual paradigma económico globalmente vigente no ha permitido una expansión excesiva de su componente extractivo, ya sea de recursos naturales, ya de recursos financieros mediante el procedimiento del endeudamiento crónico. Si es así, la economía pone en peligro su genuina razón de ser, que tiene que ver, básicamente, con una administración de los medios materiales, siempre limitados, que posibilite que los humanos estemos en disposición de alcanzar el disfrute de una vida buena. A juzgar, sin embargo, por los efectos bien evidentes a estas alturas del proceso de globalización sujeto a la providencia del libre mercado (trasunto actual de
Recientemente
El desarrollo ideológico de las últimas décadas ha llevado a cabo un continuado y efectivo trabajo de erosión de toda apreciación del vínculo social, del sentido de comunidad al margen del entramado económico. «No existe lo que se llama sociedad. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias», decretó
Desde entonces, carece de sentido preocuparse por la sociedad y pensar en el bien común, mientras que lo tiene todo que cada individuo trabaje más y haga lo posible por ganar más. Quiere decirse también que la solidaridad no es productiva; o sea, que es inútil unir fuerzas y subordinarlas a una causa común. Toda apelación al principio de responsabilidad comunal por el bienestar de los miembros integrantes de una sociedad se condena como lo propio de un Estado paternalista que debilita la capacidad de emprendimiento de los individuos, máxima virtud promotora del crecimiento económico. Se asume que el cuidado de otros, por contra, es el vicio que conduce a una dependencia aborrecible y detestable. A la postre, el debilitamiento del sentido del cuidado da lugar a sociedades fracasadas en las que el consumismo y el extractivismo se retroalimentan con el convencimiento de que no hay alternativa.
El agotamiento de los bienes materiales y el agotamiento de los cuerpos, procesos en el que nos ha instalado el paradigma extractivista nos lleva a vivir en el tiempo de la inminencia, en el que todo puede cambiar radicalmente o todo puede acabarse definitivamente. Es lo que
¿Es esto vivir? Es la pregunta a la que cualquiera puede recurrir
en cualquier contexto de vida, según señalara el filósofo Etienne de La Boétie
en el siglo XVI. No tiene que ver con una objetividad calculable, sino que
apela a una dignidad que siempre puede ser puesta en cuestión. Según Marina
Garcés de nuevo, «es una pregunta que se puede compartir pero no delegar, porque
lo que expresa es que la vida consiste en elaborar el sentido y las condiciones
de lo vivible» (p 58). En
ella, en fin, se halla la semilla de la insubordinación a toda servidumbre
voluntaria, también la promovida por un paradigma económico cuya ansia
extractivista menoscaba la relevancia vital del cuidado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
BAUMAN, ZYGMUNT: El arte de la vida. De la vida como
obra de arte. Editorial Paidós. Barcelona, 2017.
CHANG, HA-JOON: Economía para el 99% de la población. Editorial Debate. Barcelona, 2015.
DIAMOND, JARED: ¿Por qué es divertido el sexo? Círculo de Lectores. Barcelona, 2007.
GARCÉS, MARINA: Nueva ilustración radical.
Editorial Anagrama. Barcelona, 2017.
GRAEBER, DAVID: Trabajos de mierda. Una teoría. Editorial Ariel. Barcelona, 2018.
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