Agendas y
culturas políticas
en los movimientos sociales latinoamericanos.
28 de abril de 2015
28 de abril de 2015
Por Raúl Zibechi (Noticias Aliadas)
Una somera radiografía de las movilizaciones
más importantes de los últimos años, como las masivas manifestaciones de
millones de brasileños en 353 ciudades en junio del 2013, puede contribuir a
visibilizar a los nuevos actores que protagonizan el activismo social en
América Latina. El 84% de los manifestantes no tenían preferencias partidarias,
el 71% participaba por primera vez en protestas y el 53% tenía menos de 25 años1.
Las movilizaciones brasileñas se focalizaron
en el rechazo al aumento del precio del transporte urbano, como parte de una
lucha más amplia por el acceso a la ciudad y contra la represión policial. La
organización convocante, el Movimiento Passe Livre (MPL), es una pequeña red
asentada en decenas de ciudades e integrada por jóvenes de los sectores medios que estudian en la universidad, que se
movilizan cada vez que aumenta el transporte (uno de los más caros del mundo).
Con los años, el movimiento ha ido evolucionando hacia la demanda por el
derecho a la ciudad, que sienten limitada por el costo del transporte y la
especulación urbana2.
Las protestas en Brasil tienen cierta similitud
con el movimiento Yo soy 132 lanzado por los estudiantes
universitarios mexicanos, exigiendo la democratización de los medios de comunicación durante las elecciones
presidenciales del 20123. Aunque ambos se dispersaron en poco
tiempo, los grupos que estuvieron en la base de las movilizaciones brasileñas
estaban organizados desde mucho tiempo antes y siguen adelante luego del
momento álgido de las acciones de calle.
En los últimos 10 años han surgido tantos
movimientos que resulta difícil hacer un listado que los incluya a todos. Entre los más conocidos, figura el
movimiento estudiantil de Chile, agrupado en la Asamblea Coordinadora
de Estudiantes Secundarios (ADES); las decenas de asambleas locales contra la
minería y el modelo extractivo en Argentina, coordinadas en la Unión de
Asambleas Ciudadanas; la potente resistencia a la minería en el departamento de
Cajamarca, en el norte del Perú, en particular contra el proyecto Conga, en la
que destacan las comunidades indígenas andinas, por mencionar apenas tres casos
distintos. A ellos, habría que sumar infinidad de movimientos locales, como la Asamblea Malvinas Lucha
por la Vida, que consiguió frenar la instalación de Monsanto en una pequeña
localidad cercana a la ciudad de Córdoba (Argentina)4. O la importante
resistencia a la especulación inmobiliaria en Río de Janeiro, con motivo del
reciente Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos del 20165.
Bloques sociales y temáticos En el continente
podemos identificar, por su pertenencia social, tres grandes bloques de
movimientos: los indígenas, los campesinos y los de sectores populares urbanos. Cada uno de ellos se asienta en
espacios diferentes y enarbolan, en principio, demandas distintas. Los
primeros, anclados en sus territorios ancestrales, reivindican la defensa y
reconocimiento de esos territorios frente a la expansión del extractivismo
minero y agroexportador, pero también exigen autogobierno en base a sus usos y
costumbres, así como poder decidir aspectos centrales de las políticas
educativas y de salud que afectan a los pueblos.
La actividad de los movimientos campesinos
gira en torno a la
tierra. Como los indígenas, enfrentan también al agronegocio,
en particular la expansión de los cultivos de soja que provocan migraciones y
contaminan aguas y poblaciones. Su lista de demandas incluye desde la reforma
agraria (caso del Movimiento Sin Tierra de Brasil) hasta la exigencia de
créditos para la producción y precios para sus productos. En los últimos años
algunos de ellos han incrementado sus movilizaciones contra los efectos de
tratados de libre comercio con Estados Unidos, y llegan a exigir su derogación,
como la Mesa Nacional
de Unidad Agraria y decenas de organizaciones campesinas en Colombia6.
El tercer bloque está conformado por los
sectores populares que viven en las periferias de las grandes ciudades. En
estos espacios, que en ocasiones denominan también como territorios, se
aglomeran familias que fueron expulsadas por el agronegocio, las guerras y
violencias de paramilitares, narcotraficantes, militares y guerrillas, pero
también trabajadores formales cuyas empresas quebraron en la última crisis y
migrantes de países de la
región. Han levantado sus viviendas en base al trabajo
familiar, espacios y equipamientos colectivos (en ocasiones escuelas y clínicas
de salud) gracias a la cooperación y la reciprocidad (minga). En general, son
familias que sobreviven en el empleo “informal”, pero también encontramos
trabajadores mal remunerados que se desempeñan en la construcción, el trabajo
doméstico y la venta ambulante.
Las demandas han sufrido algunos cambios a lo
largo de los años. Si hubiera que encontrar alguna característica común, es el
rechazo a la desigualdad y la lucha por cambios de carácter estructural . Sin embargo, muchos de estos
movimientos comienzan reclamando algo tan simple como poder vivir. Algo así
reclaman Máxima Acuña Atalaya, su familia y sus vecinos: que les permitan
quedarse en las tierras que compraron hace 20 años, que ahora reclama una
multinacional de la minería en la laguna Azul , en las alturas de Cajamarca7.
El derecho a la vida es también el reclamo que mujeres y personas de la
diversidad sexual han instalado en la agenda pública de muchos de los países de
la región para acabar con la impunidad de la que gozan los responsables de
feminicidios y crímenes de odio.
En efecto, las luchas por el agua, la tierra y el derecho a la
vivienda, aún para quienes viven en favelas y asentamientos precarios,
atraviesa a campesinos, indígenas y sectores populares urbanos. Pero a medida que esas demandas se
convierten en movilizaciones, desde lo local hasta lo nacional, chocan con las
diversas facetas de la desigualdad (desde el acceso a los medios de comunicación hasta la representación en el
sistema político). En este
punto enfrentan lo que el sociólogo peruano Aníbal Quijano ha denominado “colonialidad del poder”: un patrón de relaciones asimétricas,
de raza, género y generación, que siempre perjudica a los indios, negros y
mestizos, y de modo particular a las mujeres y los jóvenes de esos sectores.
El nacimiento de feminismos comunitarios, populares, indígenas y
afrodescendientes, forma parte de este proceso de enraizamiento de los
movimientos entre los grupos subalternos, marcando claras diferencias con la
primera generación de feministas formadas en las academias y los partidos
políticos, y volcadas hacia las ONGs y las instituciones8. Una
característica de esta nueva realidad, es la aparición de grupos de mujeres
(como FEMUCARINAP9), que no se identifican como feministas, pero que
luchan por la emancipación de las mujeres.
En el mundo juvenil se pueden observar procesos similares. A
través de expresiones como el hip
hop, los jóvenes negros de
ciudades como Río de Janeiro buscan un lugar en una sociedad que los excluye10.
Los medios de comunicación nacidos
en las villas de Buenos Aires, donde grupos
juveniles expresan sus diferencias culturales, enseñan la politización no
domesticada de los jóvenes pobres en las grandes ciudades latinoamericanas11.
Una nueva cultura política
Tan importante como las demandas, son las
culturas políticas que expresan los movimientos. Se trata de abordar lo que no
dicen los programas políticos, ni las listas de reivindicaciones, ni las
consignas que agitan en las calles. Sabemos que hoy los movimientos luchan
contra los extractivismos minero, agropecuario y urbano, por más libertades y
derechos. Pero también importa cómo lo hacen, de qué manera trabajan, cómo
están dispuestas sus fuerzas en el interior de los colectivos y grupos.
Los nuevos movimientos muestran otros modos de
organizarse, una cultura política que el MPL sintetiza en cinco rasgos:
autonomía, horizontalidad, federalismo, consenso para tomar decisiones y
apartidismo (que diferencian del anti-partidismo). En paralelo, suelen posicionarse contra
un amplio abanico de opresiones: de clase, de género, de raza y generacionales,
además de la defensa de la
naturaleza. Casi todos los movimientos asumen varias
identidades, no limitándose a una sola, lo que constituye una característica de
los movimientos integrados por jóvenes.
La más reciente camada de movimientos nació en
un período caracterizado por la crisis del viejo patriarcado y la
deslegitimación de las instituciones basadas en la representación, como los
partidos, los sindicatos y los parlamentos. En ambos casos, los nuevos sujetos
(en particular mujeres y jóvenes) tienden a construir organizaciones que
rehúyen las jerarquías, el tipo de estructuras gobernadas por varones, donde
las bases están sujetas a las direcciones y tienen pocas posibilidades de hacer
que sus opiniones sean tenidas en cuenta. Quisiera destacar cinco aspectos que
considero atraviesan a la mayor parte de los movimientos más dinámicos y
creativos y que conforman el núcleo de la cultura política emergente en el
actual activismo social y político.
-
Crean organizaciones pequeñas y medianas, donde los
vínculos cara a cara sustituyen la figura de la representación en las grandes
organizaciones de “masas”. La preferencia por
grupos de tamaño reducido no ha impedido la eficacia de la movilización. En
esos grupos se crean fuertes lazos de camaradería y confianza, similares a los
vínculos de carácter comunitario. Son esos vínculos los que potencian la acción
colectiva, sostenida en el tiempo, y no los aparatos burocráticos de carácter
masivo. Esto facilita su autonomía del Estado y los partidos.
-
Para la coordinación de acciones entre gran cantidad de grupos, establecen coordinaciones
puntuales, “livianas”, capaces de articularse en poco tiempo, que tienden a
desarmarse cuando ya no son necesarias. Esta peculiaridad de los colectivos
de jóvenes y mujeres suele desconcertar a los varones anclados en la “vieja”
cultura política, ya que hay un evidente desfasaje entre la capacidad de
movilización y la estabilidad y visibilidad de los núcleos organizados.
-
La horizontalidad, entendida como la inexistencia de
jerarquías permanentes y fijas, es una de las principales características de
los modos de hacer de los movimientos actuales. En vez de representantes, eligen voceros; en vez de
dirigentes, nombran personas para coordinar cada reunión, asamblea o actividad,
que no suelen ser las mismas que ya realizaron esa tarea en momentos
anteriores. En no pocos casos, aparece la figura de la rotación o turno, propia
de las culturas indígenas, aunque la mayor parte de las veces no las nombran de
ese modo.
-
Se percibe un evidente rechazo a un tipo de crecimiento
destructivo de la naturaleza y también de la sociabilidad entre las personas. Rechazan la contaminación y el
crecimiento económico que no aporta calidad de vida a las comunidades. En algunos casos adoptan la consigna
de “Buen Vivir” para designar el tipo de sociedad a la que aspiran, aunque
otros movimientos prefieren hablar de “socialismo”. No todos los movimientos
rechazan el desarrollismo, aunque hay una tendencia creciente a la crítica al
modelo de crecimiento perpetuo.
-
Por último, una de las características más novedosas de los
movimientos es que no sólo demandan a los Estados y gobiernos, sino que crean espacios propios donde
empiezan a construir relaciones sociales diferentes a las hegemónicas. Inspirados en las comunidades
indígenas y en las culturas juveniles, se empeñan en construir ahora el mundo
de sus sueños.
* Periodista, analista internacional y
escritor uruguayo, acompaña procesos de movimientos sociales en América Latina
y es autor de numerosas publicaciones sobre los mismos.
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NOTAS (...)
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=198144
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