domingo, 26 de abril de 2015

III. Comprobemos cómo la democracia facilita la dictadura genocida del poder económico imperialista.

Territorios y cuerpos en disputa:
extractivismo minero y ecología política de las emociones
Vol. 8, Núm. 1 (2014)

Horacio Machado Aráoz (Universidad Nacional de Catamarca.)
machadoaterreno@arnet.com.ar

Este nuevo ciclo de ‘mineralización’ de la América Latina se extiende ya a lo largo de la vasta diversidad biológica y climática de sus territorios, y abarca también los más diversos paisajes ideológicos de los gobiernos vigentes. Hoy por hoy, el ‘consenso minero’ unifica a todo el espectro variopinto de los oficialismos gobernantes: desde los gobiernos de ‘derecha’ (de la ‘moderada’ y de la extrema), a los autoproclamados ‘progresistas’ y hasta ‘revolucionarios’; desde aquellos que abren las puertas a la expansión del militarismo norteamericano, permiten la instalación de nuevas ‘bases’ e impulsan los TLC con las potencias dominantes, a los que adoptan una retórica ‘anti-neoliberal’ , e incluso, a aquellos que modificaron sus Constituciones y consagraron los “Derechos de la Naturaleza” y el “Buen Vivir”. Al unísono con las grandes corporaciones del sector, los gobiernos latinoamericanos defienden a rajatabla “la minería”.

El oficialismo pro-minero se ejerce instalando, día a día, a través de diferentes canales y lenguajes, el mensaje de que “sin minería no se puede vivir”. A juzgar por los intereses del poder, el extractivismo minero parece férreamente consolidado. A más de dos décadas de iniciado, su implantación ha implicado cambios tan drásticos como profundos en todas las dimensiones de lo social; su magnitud y consecuencias no sólo impactan en el escenario presente sino que tienen implicancias mayores aún en el mediano y largo plazo. Con precisión, cabe señalar que la contundencia y eficacia transformadora del nuevo régimen minero ha dado lugar a la conformación de un nuevo escenario socioterritorial regional, tanto en el plano macro, de las instituciones y variables estructurales, como en nivel micro, de las subjetividades y las experiencias de la vida cotidiana. La envergadura del fenómeno ha concitado el interés de las ciencias sociales en la región y hoy contamos con muchas investigaciones relativas a diversos aspectos de la problemática. Por caso, hay ya una profusa bibliografía sobre las reformas político-institucionales y legislativas que crearon el marco de condiciones de posibilidad de este nuevo ‘auge minero’ (…).

2.- Territorios minados. Una caracterización de la conflictividad socioterritorial ‘minera’.

“En los ámbitos de las operaciones mineras, las comunidades se convierten en anfitrionas pasivas de una actividad que poco conocen y que trastoca su vida cotidiana y sus relaciones con el entorno. (…) Se acumulan elementos de vulnerabilidad dinámicos que acrecientan el factor de riesgo de las comunidades locales. (…) El desafío es la reducción de la vulnerabilidad construyendo y potenciando capacidades, respetando la cultura y contribuyendo a que estas comunidades mineras sean actores de los procesos de crecimiento económico y desarrollo sostenible. (…) Es recomendable considerar el tema de los riesgos mineros como parte de los desafíos del desarrollo”. (Martínez Casilla, 2003: 5-6).

“Para nosotros no son solamente conflictos socioambientales, son más bien conflictos multidimensionales que tienen que ver con la problemática de la tierra y de los territorios; tienen que ver con recursos fundamentales como, el agua, la tierra, los bosques, tiene que ver con la vida misma. Es decir, la presencia de las multinacionales petroleras o mineras están, directamente, influenciando en nuestra vida, están afectando nuestra salud… […] Por ejemplo, en La Oroya, ocho de cada diez niños, están fuertemente contaminados con presencia de metales pesados en sus organismos […]Pero más allá de esto tiene que ver, también, con la cultura, nuestra cultura, nuestra forma de organización social económica: las comunidades se ven alteradas fuertemente por la presencia de multinacionales que estropean, que arrasan con nuestros territorios”. (Mario Palacios Panéz, CONACAMI, Lima, 2009).

Uno de los principales y más difundidos slogans del marketing social de la minería transnacional a gran escala afirma que “ningún proyecto minero se hace sin el consentimiento previo de las comunidades involucradas” (Machado Aráoz et Alt., 2011). Sin embargo, de ser así, resulta bastante difícil entender cómo y por qué este tipo de explotaciones genera tantas resistencias y tantos conflictos allí donde se instala. La realidad regional de las últimas décadas muestra, en efecto, que la expansión territorial de los proyectos mineros ha alimentado una escalada de la conflictividad que no ha cesado de crecer en frecuencia, intensidad y grados de violencia. Los marcados contrastes que -en términos de recursos financieros e intervención tecnológica sobre los territorios- se verifican entre estos emprendimientos y las modalidades productivas de las economías locales, frecuentemente se usan para alentar las ilusiones de un discurso desarrollista que presenta a la minería como “oportunidad de empleo” y “superación de la pobreza” de los lugares.

No obstante, poco tiempo después esos mismos contrastes alimentan frustraciones y antagonismos crecientes. En el ámbito de la minería a gran escala, los efectos de las promesas desarrollistas duran poco; a medida que la maquinaria extractiva se echa a andar, los conflictos no cesan de fluir. Así, lo cierto es que más allá de las ‘políticas de imagen’ que despliegan las corporaciones, la expansión del extractivismo minero da lugar al estallido de una amplia multiplicidad de antagonismos. Procesos de reubicación forzada de poblaciones; anegamiento de espacios productivos; ventas compulsivas de tierras y/o en condiciones fraudulentas; afectación de las fuentes de agua; conflictos por el acceso y uso de los bienes naturales (agua, suelo, flora, fauna); impactos por instalaciones y mega-infraestructuras, con sus transformaciones paisajísticas radicales y sus ‘cuotas’ de nuevos riesgos y peligros…

Competencias internas por el reparto de las nuevas ‘oportunidades’ económicas; disputas por puestos de trabajo y/o la venta de ‘servicios’ a las mineras; divisiones entre los que aceptan y aprovechan tales ‘oportunidades’ y quienes no acceden o se niegan a ‘transar’ con ‘la minera’; acusaciones de corrupción de los líderes políticos locales; conflictos por salarios, por el pago y/o el uso de las ‘regalías’, por incumplimientos o restricciones de los ‘programas’ de “responsabilidad social” de las empresas; afectados por accidentes, por casos de contaminación, por nuevas enfermedades ‘raras’; enfrentamientos directos entre pobladores y fuerzas de seguridad públicas y/o privadas; litigios judiciales interminables… Éstas, y muchas más, conforman la larga lista de la casuística de la conflictividad en las noveles “comunidades minera(lizada)s” (AA.VV., 2009; Bebbington, 2007; Bury, 2007b; De Echave, Hoetmer y Palacios Panez, 2009; AA.VV., 2009; Damonte, 2007; Delgado Ramos, 2010; Machado Aráoz, 2010a; Alimonda, 2011). A través de éstos y muchos otros casos, se manifiesta en realidad un escenario de conflictividad estructural en torno al territorio como espacio de vida y proyecto político (….).

Comprender la profundidad y especificidad de este tipo de conflictividad requiere atender a la propia naturaleza ecobiopolítica de la entidad “territorio”. En efecto, como indicábamos en otro trabajo (Machado Aráoz, 2010d), cabe concebir el territorio como producto complejo del acto de apropiación –inseparablemente material y simbólico- que se da en y por el trabajo, la energía psíquica, corporal y social que designa, se apropia y transforma la disposición de fenómenos, elementos y procesos que se dan en un determinado espacio geográfico, y que de tal modo, es así convertido en entorno-propio-de-vida. De allí que no hay territorio sin sujeto político que lo constituya como tal en el marco de esa relación pragmática que se entabla entre población y espacio geográfico en la gestión de la vida (…).

Desde sus orígenes, la modernidad definió lo ‘civilizado’ como lo ‘desapasionado’; la ‘racionalidad’ como el estadio de dominio y control del cálculo sobre los sentimientos. La expresión directa y plena de lo que ‘sentimos’ fue desde entonces asimilado a lo ‘bárbaro’ y a lo ‘primitivo’ (Elías [1977] 2011). Así nació la ‘objetividad’, como negación de lo que sentimos…. De allí que no debe haber sentimiento político que exprese más cabalmente la moral del orden colonial-burgués que el cinismo, ese arte de mentir ‘descaradamente’; de ocultar las emociones y controlar las pasiones propias para ejercer el dominio sobre los cuerpos y las acciones ajenas… Cinismo que se cultiva en intencionalidades inconfesables, y se desarrolla en el ejercicio de decir siempre lo ‘políticamente correcto’; aunque sea ‘falso’; aunque uno no ‘sienta’ lo que dice como ‘propio’. Cinismo que, en definitiva, es el triunfo pleno del interés sobre los ‘sentimientos’… Cuerpos radicalmente insensibles; completamente mineralizados… Pese a todo, mal que les pese a burócratas de Estado y a inversionistas, todavía hay en estas Tierras, cuerpos que, pese a tanta violencia, a tantas agresiones históricamente acumuladas, sienten en ‘carne propia’ la devastación de los territorios… Son aquellos que no ‘entienden’ la lógica de la compensación, pues creen que ciertos bienes están fuera de lo ‘negociable’… Son cuerpos-sujetos de sensibilidades-sociabilidades otras…. Portadores de afectividades radicalmente otras… Potencialmente alumbradoras, por tanto, de otros mundos posibles…


Fuente: theomai.unq.edu.ar/Art_Villamil_(Territorios_y_recursos_en_disputa).pdf

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