Caja de Pandora
25 de febrero de 2015
25 de febrero de 2015
Por Arturo D. Villanueva
Imaña (Rebelión)
A lo largo de nuestra historia, en la política como en la realidad
nacional, se han sucedido culebrones que han hecho temblar estructuras de
poder, de gobierno o de instituciones nacionales, porque sacudieron las fibras
más íntimas o los principios más elevados de la sociedad y del Estado,
obligando a realizar cambios. Por ello y en vista de los innumerables y
generalmente perversos incidentes que surgieron a conocimiento público, se
identificaron como cajas de Pandora, en referencia aquel mito griego por el que
Zeus las creó.
Actualmente, uno de ellos está vinculado a
daños económicos al Estado y la corrupción, que la Contraloría General
ha identificado en el uso de los recursos provenientes del IDH, que el Fondo
Indígena utiliza y destina para financiar proyectos de los sectores indígenas y
campesinos del país. Sin embargo, a pesar de su gravedad y siguiendo aquella
lógica simplista y punitiva de encontrar culpables, no importando las causas y
los asuntos de fondo que lo originaron, el impacto y sus consecuencias parecen
estar destinadas únicamente a sentar un nuevo escarmiento y precedente para los
individuos que finalmente se identificarán como corruptos. Y ello podría
suceder en el mejor de los casos, porque por el estado en el que se encuentra
la administración de justicia, así como la recurrencia a las dilaciones e
innumerables “recursos legales” a las que estamos acostumbrados, finalmente
podrían dar lugar a que los presuntos culpables logren torcer el proceso,
salgan con su gusto y se burle nuevamente la justicia. Es decir,
en realidad se habrá omitido y evitado realizar una investigación completa y de
fondo, y mucho menos contribuir a identificar, resolver y corregir aquellos
asuntos estratégicos de fondo, que hacen a la gestión del proceso de
transformaciones y cambio que todos esperamos.
Debe tomarse en cuenta que los resultados de
las indagaciones realizadas por la Contraloría, solo dan cuenta de 71 millones
de bolivianos que se desembolsaron a 153 proyectos, cuando en realidad entre
fines del año 2010 y el primer semestre de 2011 se aprobaron más de 1.100
proyectos por un monto que supera los 1.260 millones de bolivianos (¡!) y,
además, también se ha calculado que en 8 años se han asignado alrededor de
3.500 millones de bolivianos (alrededor de 500 millones de dólares, sin contar
otros 2.100 millones de bolivianos que quedaron en caja y banco).
Y cuando nos referimos a otros asuntos de fondo de los que no se
habla, estamos haciendo referencia, por ejemplo, a que el Fondo Indígena (una
vez identificados, juzgados y sentenciados los culpables, si se logra),
continúe siendo una especie de caja chica (con grandes recursos), para
administrar las disputas y la pugna de intereses entre los sectores indígenas y
campesinos; sufragar gastos arbitrarios; utilizar prebendal y patrimonialmente
los recursos como mecanismo de perversión, corrupción y tráfico de influencias;
así como la de mantener aquella lógica colonial de “donantes y beneficiarios”
para la distribución de los recursos disponibles (amén de facilitar la
conformación de una casta o cúpula con amplios poderes para decidir qué, dónde,
cuánto y a quién se financia).
Por otra parte, resulta totalmente
incomprensible que el Fondo Indígena que dispone de una gran cantidad de
recursos, cuya sostenibilidad y disponibilidad en el tiempo están garantizadas,
haya mantenido y reforzado una lógica clientelar e inmediatista de
financiamiento de pequeños proyectos puntuales, localistas y hasta de beneficio
familiar, que dispersaron y atomizaron el impacto y un manejo eficiente de los
recursos. No
existió la voluntad e iniciativa para preocuparse por abordar y resolver los
graves, profundos y estratégicos problemas que tienen los sectores indígenas y
campesinos del país, precisamente por tratarse de uno los más vulnerables,
explotados y excluidos de la
sociedad. Y este asunto es aún más grave, cuando nada menos
que la Presidenta del Fondo, la ministra de Desarrollo Rural y Tierras,
exdirigente nacional de las mujeres campesinas, que por varios años se ha
permitido efectuar gestiones, comprometer todo tipo de facilidades e
incentivos, e inclusive otorgar beneficios y licencias más allá de lo
legalmente justificable en favor de sectores empresariales y agroindustriales, tradicionalmente
conservadores y de intereses antinacionales, no haya tenido la elemental
iniciativa de trabajar en favor de su propio sector oprimido y discriminado. Es
decir, en un Fondo tan estratégico como pudo haber sido el Indígena. Peor aun
cuando se resiste a dar su palabra, explicar su actuación en el manejo de los
recursos del Fondo Indígena y dar por entendido que sólo serían culpables
quienes utilizaron los recursos. Como si la responsabilidad y obligación
(triple por ser autoridad, miembro de los sectores afectados y militante de un
proceso de cambio), sólo fuese atribuible a quienes siguieron la lógica de
expresar sus necesidades inmediatas, pero que no se aseguraron de respaldar
documentalmente los gastos y/o dar continuidad a proyectos iniciados.
Arturo D. Villanueva Imaña es Sociólogo,
boliviano. Cochabamba.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195808
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