El nuevo escenario de confrontación
venezolano
Maduro asumirá nuevamente el gobierno con
una oposición fragmentada y una situación económica y política fuera de todo
control. Las tensiones geopolíticas se suman al precario estado del país. En el
chavismo, aparecen voces disidentes. El 10 de enero, cuando Maduro vuelva a
ponerse la banda presidencial, se evidenciará el nuevo escenario de confrontación.
Por Ociel Alí López
Diciembre 2018
Nicolás Maduro tomará posesión de su segundo
mandato en una situación paradojal. Resultó elegido, pero sin competencia en la
arena electoral y política. Su partido maneja 20 de las 24 gobernaciones, 310
de las 335 alcaldías y la totalidad de la Asamblea Nacional
Constituyente. Además, el Plan de Recuperación Económica que
encaminara semanas después de su triunfo electoral del 20 de mayo se ha
disuelto sin resultados tangibles de mejoría. La hiperinflación, la caída del
PIB y el resto de los indicadores económicos muestran que el empeoramiento del
país no parece haberse detenido después de cuatro meses de ejecución. Así,
Maduro llega nuevamente al gobierno sin mucho que plantear, debido a que su
principal ofrecimiento electoral, un programa para la recuperación económica,
fracasó entre la elección del 20 de mayo y su toma de posesión. Esto lo deja
sin capacidad de producir expectativas de que pueda controlar la caótica
situación económica en el sexenio próximo.
Si los esquemas económicos de Maduro se
muestran agotados, la oposición aparece extremadamente derrotada y atomizada.
Carece de fuerzas para llamar a movilizaciones. Hasta el discurso de la ayuda
humanitaria ha venido cediendo. Solo les queda esperar una salida de fuerzas
que la subdivide más a ella misma. Las sanciones económicas también afectan al
empresariado que la
sostiene. Con el panorama opositor, la salida de Maduro, que
algunos voceros de gobiernos vecinos consideran «inminente», solo puede
esperarse a partir de una intervención militar interna o externa.
El auge de los gobiernos de derecha en la
región, encabezados ahora por Brasil, ha subido el tono de las declaraciones.
No solo califican de ilegítimo al gobierno de Maduro, sino que han planteado de
manera pública algunos modos de intervención –incluso por la vía militar–.
¿Están dispuestos Colombia y Brasil a asistir a una guerra con Venezuela?
La tensión se acrecienta con el movimiento
de fichas de Rusia, que envió este diciembre por algunos días los bombarderos
estratégicos TU-160 en visita oficial a Venezuela; esto fue antecedido por el
otorgamiento de créditos en el orden de los 6.000 millones de dólares. China ya
había otorgado créditos por 5.000 millones exclusivamente para ser invertidos
en la industria petrolera venezolana, cuya producción continúa mermando,
incluso con el aumento de los precios petroleros.
Ante el posicionamiento de Rusia y China y
la visita del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan a Caracas, no se vislumbra
con claridad la posición de Estados Unidos. Las sanciones que ha venido
aplicando Donald Trump contra funcionarios venezolanos han terminado
aferrándolos más en el poder. Además, las sanciones que se han lanzado contra
la actividad económica venezolana del petróleo, el oro y las criptomonedas
afectan a todo el país y no parecen debilitar a Maduro, sino darle
argumentación a su lógica política.
10 de enero: nuevo acontecimiento
El 20 de diciembre se reunió en Bogotá el
Grupo de Lima, compuesto por viceministros y coordinadores nacionales de
Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana,
Honduras, Jamaica, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía. Salvo México,
el resto de los países aseguraron que no reconocerán la investidura de Maduro
para su nuevo periodo debido a que no cumple los «mínimos estándares
democráticos». Sin embargo, no aclararon si llevarán a cabo alguna acción conjunta de las que
se vienen rumorando, como el retiro de embajadores o las sanciones
económicas.
Con más detalle, el vicepresidente electo de
Brasil, el general Hamilton Mourao –quien fuera encargado militar de la
embajada en Venezuela–, vaticinó un golpe de Estado en el que «Naciones Unidas tendrá que
intervenir através de las tropas de paz. (...) Allí está el papel de Brasil:
liderar las tropas de paz». Veremos si luego de su asunción en el cargo, a
partir del 1º de enero, mantiene esta línea dura.
Hay que advertir que la posición de la Unión Europea
comienza a ser diferente de la de estos países. Tras un año de sanciones, la
organización del Viejo Continente está gestionando la creación de un «grupo de
contacto internacional» que facilite el diálogo, motorizado por España, cuyo canciller ha declarado que dicho grupo debe estar
lleno de «buena voluntad», como una manera de demostrar que quiere producir
otro tipo de relaciones con Maduro que no pase por una política de sanciones.
Como vemos, las paradojas sobre Venezuela no
se le presentan solo a Maduro, sino al mundo entero. Eso es lo que
probablemente ha llevado a Estados Unidos a no apresurar una decisión
terminante sobre el 10 de enero.
Ante esta complejidad geopolítica y el
movimiento de fichas de las potencias mundiales sobre Venezuela, ¿le importa al
mundo la legitimidad de Maduro o priman otros intereses? ¿Habrá un
debilitamiento de la democracia y un aumento de la crisis social ante la
presión internacional?
Otros seis años con Maduro
(2019-2015)
El Grupo de Lima y Estados Unidos desconocen
la elección de Maduro, en la que no participaron el grueso de factores de
oposición, aunque hubo un par de líderes opositores inscriptos en la contienda
(Henry Falcón, participante de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática
y Javier Bertucci, del partido evangélico Esperanza por el Cambio). Lo cierto
es que, a pesar de las trabas técnicas y judiciales que impusieron las
instituciones del Estado venezolano, como inhabilitaciones de candidatos y
partidos políticos, la decisión de no participar en la contienda fue una opción
política y estratégica de los partidos y líderes opositores ante la falta de
una alternativa de acción. Esto ha llevado al debilitamiento y la división
entre los que no quieren dejar el camino abierto a Maduro en el terreno
institucional y quienes se niegan a volver a participar hasta tanto no cambie
la institucionalidad total y Maduro deje el poder, lo que parece muy alejado de
la realidad.
Por su parte, para Maduro la situación
política es muy clara. Viene de ganar con 67% unas elecciones presidenciales y
va a mandar durante los próximos seis años. Lo que parece no tener claro es
cómo puede gobernar un país totalmente descontrolado en su economía y con una
situación de crisis social creciente.
La oposición no vislumbra una salida
alternativa y tiene una nueva prueba de fuego el 5 de enero, cuando debe
decidir, por consenso según acuerdos preestablecidos desde 2015, la directiva
de la Asamblea
Nacional que controla con mayoría sólida. Para este año le
correspondería presidirla al partido más radical, Voluntad Popular, que además
de tener sus principales líderes encarcelados, se opone a dialogar o tener
cualquier acercamiento al gobierno y llama «entreguista» y «colaboracionista» a
cualquiera que intente dialogar o participar en comicios. Mientras tanto, la
otra parte de la oposición considera que, de tomar la Asamblea Nacional ,
este partido solo generaría mayor confrontación y terminaría unificando al
chavismo. De no ponerse de acuerdo para la fecha, la oposición venezolana
acabaría por diluirse.
La decisión de Estados Unidos de encarcelar
a Alejandro Andrade, importante militar chavista que había aceptado la figura
de «testigo protegido», lanza un mensaje directo a los militares venezolanos,
que ahora pueden desconfiar de algún pacto secreto con el país del Norte para
diseñar una salida de facto. Esto endurece aún más el
mando militar chavista y consolida su lealtad hacia el presidente Maduro.
¿Puede haber otra salida a Maduro?
En un momento en que la oposición es
prácticamente inexistente y no hay una política efectiva por parte de Estados
Unidos y sus aliados en la región para derrocar a Maduro, el único escenario
plausible es su perpetuación hasta que termine su mandato en 2025, a menos que el
chavismo –como fuerza popular y militar– se divida o se levante contra él. Este
no es un escenario muy probable debido al control interno de Maduro y su
principal aliado, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional
Constituyente y hombre fuerte que controla el partido de
gobierno y las Fuerzas Armadas. No obstante, han sido muchas las voces que se
han alzado frente a la línea oficial desde el triunfo de Maduro en mayo de este
año. Ministros, partidos aliados, sectores sociales que incluyen barrios
enteros y sectores campesinos se han venido levantando por diversas demandas.
De hecho, ha habido alguna purga interna hacia varios de ellos. Los más
politizados han desistido de una línea confrontacional y han quedado en una
zona de «crítica obediente» pero que genera mucho debate y expectativa.
Por el contrario, en
sectores populares donde ha ganado el chavismo, las manifestaciones por agua,
gas doméstico, comida y transporte se vienen ampliando en las últimas semanas.
Estas protestas se producen de forma descoordinada pero adquieren paulatinamente
un mayor grado de intensidad. Algunas de ellas han sido reprimidas por las
fuerzas del orden.
Resulta improbable
que estas escaramuzas terminen en un gran levantamiento en los próximos meses,
y mucho menos de cara al 10 de enero (fecha en que el chavismo se unificará aún
más), pero es un escenario probable que el chavismo no llegue unido al final
del sexenio y que se acentúe el descontento de los sectores populares contra la
forma de gobierno del nuevo establishment,
que ha estado perturbado por muchos casos de corrupción, mal manejo de recursos
e improductividad en la reconocida industria petrolera.
Nada de esto es
justificación suficiente para decretar la ilegitimidad de Maduro. Primero,
porque el decreto de ilegitimidad de los países vecinos y Estados Unidos parece
no hacer mella en el gobierno como tal e incluso puede fortalecerlo. Pero
también porque este tipo de escándalos no existen solo en Venezuela, sino
también en otros países de la región y nunca se forman grupos de países para
declarar su ilegitimidad. Imaginemos que el peronismo o el Partido de los
Trabajadores (PT) no asistieran a las elecciones en sus respectivos países:
¿podría declararse la ilegitimidad de los gobiernos que provengan de ese tipo
de elecciones al que una de las fuerzas principales no asiste? ¿Es esta una
razón de peso para intervenir militarmente un país?
Lo más preocupante
es que el afianzamiento de la confrontación geopolítica entre China, Rusia y
Estados Unidos haga de Venezuela un país donde la legitimidad de las decisiones
del gobierno, la crisis social y la propia democracia sean consideraciones de
segundo plano en relación con las presiones internacionales que recibe. Esto
está por verse en los próximos meses.
Fuente: http://nuso.org/articulo/venezuela-maduro-oposicion/
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