¿Dualidad de poderes en
Venezuela?
24 de enero de 2019
Raúl Prada Alcoreza
Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional ,
se autoproclamó como presidente interino de la República Bolivariana
de Venezuela, considerándose presidente en sustitución constitucional, en pleno
vacío de poder, una vez que se posesiona ilegítimamente Nicolás Maduro. A su
vez, declara Maduro de instrumento de la conspiración imperialista a Guaidó.
Por cierto, parece que asistimos a una versión reciente de lo que se definió
como poder dual. Esta vez no desde la perspectiva bolchevique, de las tesis de
abril de 1917, sino desde la interpretación de Juan Guaidó de la propia Constitución
bolivariana. Varios gobiernos, sobre todo los vinculados al Grupo de Lima,
además, claro está, del gobierno de Estados Unidos de Norte América, reconocen
a Guaidó como “presidente legítimo” de Venezuela. Lo que parece evidente es que
asistimos al conflicto de poderes, entre el instaurado en Miraflores y el
establecido en la
Asamblea Nacional.
A Juan Guaidó no le faltan argumentos para tipificar de
ilegitimo al gobierno de Nicolás Maduro. Después de la imposición de una
Asamblea Constituyente apócrifa, que vulnera la Constitución Bolivariana
de Venezuela y desconoce el momento constitutivo de la Asamblea Constituyente
de 1999. A
Nicolás maduro le faltan argumentos para justificar su posesión en el gobierno,
no debido a la apócrifa Asamblea Constituyente , que impone por
la fuerza, sino debido a que su elección se da en condiciones de imposibilidad
democrática. Sin embargo, Maduro cuenta todavía con la lealtad del ejército y
parte de las organizaciones sociales chavistas. Guaidó cuenta con el respaldo
multitudinario de la población, movilizada en contra de Maduro, fuera del apoyo
de gobiernos, que no gozan precisamente de expresar el sentido democrático,
tampoco hablan desde un locus ético moral. Para muestra basta un botón: el
anacrónico gobierno ultraconservador y racista norteamericano no es
precisamente el referente adecuado para criticar al gobierno dictatorial de
Maduro; tampoco el gobierno neoliberal tardío de la Argentina, mucho menos el
gobierno fascista criollo del Brasil.
Pero, vayamos a la nuez del problema. La crisis política,
que es, en el fondo, crisis de legitimidad, no solamente corresponde al
“gobierno progresista” de Nicolás Maduro, sino también a lo que representa la
“oposición” venezolana. Ambas referencias políticas corresponden al círculo
vicioso del poder; en consecuencias, ambos perfiles políticos, por más que se
proclamen enemigos, son cómplices de la reproducción del poder, tal como se ha
dado en las genealogías políticas de América Latina. Es demasiado ingenuo creer
que se va a salir de la crisis múltiple del Estado nación, liberándose de
Nicolás Maduro y su régimen neopopulista, abriendo las compuertas a cualquier
figura de una “oposición” enclenque, que solo es fuerte porque el pueblo
venezolano está cansado de la demagogia, de la impostura, de la corrupción
galopante de los “revolucionarios” de pacotilla. La crisis atraviesa todo el
espectro político, toda la gama de la casta política, de “izquierda” y de
“derecha”. En la crisis múltiple política se encuentran todas las expresiones
políticas e ideológicas, que disputan el poder. Salir de la crisis implica
resolverla, resolver la problemática compleja de la crisis múltiple del
Estado-nación. Las opciones que ofrece la “oposición” están muy lejos de ser
algo aproximado de las soluciones del problema político y de legitimación.
Menos aún, la continuidad del régimen neopopulista.
Se puede entender que cuando un pueblo se cansa de dar de sí
por una promesa que no se cumple, busque cualquier salida a la crisis, aunque,
en el fondo no lo sea. Más temprano que tarde se evidencian los límites
estrechos de las opciones de “derecha”. Esto se patentiza en la reciente
experiencia política de la Argentina y más recientemente en la experiencia
política de Brasil. Empero, como se sabe, la premura no es nunca una buena medida
para solucionar problemas álgidos. No se trata, de ninguna manera, de defender
a gobiernos de la simulación y la impostura como fueron y son los llamados
“gobiernos progresistas”, sino de comprender el desafío de la problemática
compleja de la crisis política. En conclusión, anticipada, se puede decir que
la salida a la crisis múltiple del Estado nación no se encuentra en el círculo
vicioso del poder, en las distintas versiones de la reproducción del poder,
sean de “izquierda” o de “derecha”, sino en la posibilidad de la madurez
histórico-cultural-política del pueblo. Cuando el pueblo sea capaz de tener
como autoridad a la razón, sobre todo a la razón crítica, es más, a la crítica
de la razón; cuando el pueblo se capaz del uso critico de la razón y de ejercer
su autonomía y autogobierno, entonces podremos decir que ha abandonado la
condición de inmadurez y de dependencia. Que es plenamente soberano y que puede
construir alternativas creativas, más allá del círculo vicioso del poder.
No sabemos, no podemos adelantarnos, no somos adivinos, lo
que va a pasar en Venezuela; no podemos acertar, a ciencia cierta, sobre los
desenlaces de la trama política. Sin embargo, podemos evaluar los límites
dramáticos de cualquier salida que se encuentra orbitando en el círculo vicioso
del poder. A modo de corolario, podemos decir que cualquiera sea la salida, en
el marco estrecho definido por el círculo vicioso del poder, la crisis de la
política y de legitimación continuará carcomiendo las columnas de un Estado
nación, que no ha resuelto sus problemas congénitos de nacimiento. No hay
república ni democracia, en pleno sentido de la palabra, cuando se instauran
teatros políticos republicanos y democráticos sobre cementerios indígenas.
Para continuar con los términos referenciales del discurso
político, inadecuados pero ilustrativos, las “derechas” se regocijan con la
caída de los “gobiernos progresistas”, creen que por esto se confirman sus
vernáculares prejuicios recalcitrantemente conservadores. No entienden, que, si
ahora se ventilan sus esquematismos extremadamente elementales, patriarcales,
racista y de supremacía blanca, es por casualidad, por una imprevista situación
catastrófica a la que arrastraron los gobiernos neopopulistas. No están donde
están por sus propios méritos, porque no los tienen, sino por los crasos y
grotescos errores de estos gobiernos neopopulistas. Fueron la mejor propaganda,
no solamente para la “derecha” en general, sino para estas expresiones
anacrónicas y reaccionarias del conservadurismo recalcitrante. Los gobiernos
neoliberales tardíos y el gobierno fascista criollo no tardan mucho en develar
sus extremas debilidades, sus insoportables levedades, además de sus grotescos
anacronismos. No subsistirán a los embates de la continuidad de la crisis.
Obviamente, el tema político no puede plantearse en el
simplismo esquemático y argumentativo de los voceros de los “gobiernos
progresistas”: O nosotros o ellos. Ni los unos ni los otros. El chantaje
emocional neopopulista no es otra cosa que eso, chantaje de paternalistas
políticos, que manipulan los sentimientos populares y su expectativa en la
promesa milenarista. Se presentan como “amigos del pueblo”. Este discurso es
excesivamente pretensioso y extremadamente demagógico, además de
compulsivamente manipulador. Adquieren ventaja sobre sus adversarios, los
neoliberales, quienes se presentan como técnicos neutrales ante la insoslayable
objetividad económica, que convierten en núcleo de la realidad misma, pues
resultan demasiado aburridos e incoloros, además de contar con poca gracia. Sin
embargo, esta ventaja es meramente imaginaria y emocional. No tiene asidero en
las dinámicas sociales y subjetivas de las masas. Del entusiasmo el pueblo pasa
al desencanto; en un tiempo más puede pasar a la interpelación a quienes lo
engañaron.
El “análisis político”, encumbrado por los medios de
comunicación, no entiende que se maneja con referentes inadecuados, como los
relativos al esquematismo dualista y simplón de “izquierda” y “derecha”. Los
proclamados enemigos, en realidad, efectivamente, en la genealogía del poder,
son cómplices; se necesitan. El amigo necesita del enemigo para legitimar su
posición de poder y viceversa.
La crisis política y de legitimación de
Venezuela tiene, por un lado, la crisis de la forma de gubernamentalidad
clientelar; tiene, por otro lado, la crisis del retorno endémico a las formas
insustanciales del criollismo colonial. Para decirlo, en sentido popular, la
caída del régimen “chavista” es una construcción de la propia derrota de esta
militancia delirante, enamorada de la convocatoria del mito, el caudillo. La
asunción probable al gobierno de cualquier perfil de “derecha” será el
desenlace de la trama de la dominación imposible de las oligarquías y de los
estratos criollos en el continente indígena de Abya Yala. Ambas expresiones
histórico-políticas conforman el cuadro de la genealogía de una colonialidad
que se desplaza sin poder lograr la hegemonía. No puede, es imposible, pues la
hegemonía implica contar con la connivencia de todos, en el asunto de la
administración y realización del poder. La hegemonía solo puede realizarse si
reconoces al Otro. La dominación criolla se basa en lo contrario, en el
desconocimiento del Otro.
Ponderamos el grito de los compañeros
que proponen una salida distinta a la propuesta por el imperio y el Grupo de
Lima, empero, lo que define los desenlaces es la correlación de fuerzas. Los
compañeros, aunque pueda que tengan razón – es discutible -, no tienen
suficiente fuerza como para convocar, memos para incidir en los desenlaces
políticos. Para decir algo, como poniendo en la mesa de discusión, consideramos
que la crítica al régimen “chavista”, desde la “izquierda”, debería haber
comenzado antes, mucho antes de los pronunciamientos, cuando ya era tarde. No
se construyó, desde un principio, otra posibilidad distinta a la convocatoria
del mito, del caudillo. Se esperó demasiado tiempo, para emprender la crítica,
que no deja, hasta ahora, de ser tibia; por lo tanto, ineficaz ante la
envergadura de la crisis política. El desenlace político no depende de la
razón que puedan tener compañeros, indiscutiblemente revolucionarios, sino,
otra vez, de la correlación de fuerzas.
Ante lo que ocurra, no tiene mucho sentido seguir
insistiendo en la razón teórica. La lógica de las fuerzas es implacable. Es
menester la autocrítica, antes de recomenzar una nueva era de crítica teórica,
política y cultural, de activismo comprometido. No se puede eludir la
corresponsabilidad de los compañeros probos, críticos y comprometidos, en el
derrumbe de los procesos políticos, abiertos por la insurgencia popular, como
el Caracazo. ¿Qué se ha hecho anticipadamente para evitar que ocurra lo que ya
está ocurriendo? Muy poco. Hubo como una autocomplacencia de la superioridad
del intelectual crítico; la razón crítica sobre las prácticas chabacanas de los
funcionarios. La crítica, en sentido pleno, es decir, radical, no deja piedra
sobre piedra; derrumba todos los muros, todas las edificaciones del poder.
Además, hace activismo, se comunica con el pueblo, hace pedagogía política; no
se satisface en la autocomplacencia de reuniones de intelectuales convencidos,
que hacen gala de sus certezas teóricas.
Si se dice lo que se dice, no es para echar piedras a los
compañeros, ni creerse el que dice una verdad superior a las verdades
conocidas, sino porque se tiene consciencia de que nos equivocamos juntos. Esto
no quiere decir que aquí termina todo y que nos vayamos a dormir, sino que la
experiencia vivida puede servir en el aprendizaje de los activismos radicales
contemporáneos de los nuevos combatientes. Hay que transmitir la experiencia
honestamente, develando la arqueología de las contradicciones que nos
constituyeron.
Una de la frases más bonitas y expresivas es la que dice:
¡La lucha continúa! Bueno pues, hay que continuar la lucha, cuan viejos
estemos. Pero, no olvidar, la lucha es crítica consecuente y consecuencia de la
crítica en las prácticas. Otros jóvenes combatientes retomaran la posta; mejor
si lo hacen irreverentemente a los que los precedieron. Es menester trasmitir a
estos jóvenes luchadores la experiencia, sin ocultar las contradicciones
evidenciadas.
Para no generalizar al mundo, solamente atreviéndonos hablar
del continente, contamos con colectivos de jóvenes vitales, que comprenden
mejor que nosotros el drama y la tragedia de la crisis ecológica. Es menester
comunicarse con estos colectivos y compartir experiencias y memorias, sobre
todo con la honestidad, para decirlo de una manera ilustrativa, de las
confesiones. Estos colectivos no deben cometer los errores que cometimos; por
eso es indispensable contar la historia paradójica de las revoluciones.
Fuente: https://www.bolpress.com/2019/01/24/dualidad-de-poderes-en-venezuela/
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