Crisis del Estado-nación y de la
democracia formal
18 de enero de 2019
Raúl Prada Alcoreza
Definamos la democracia formal como la democracia, en
sentido pleno, como autogobierno del pueblo, restringida institucionalmente;
acotada, limitada por el Estado y circunscrita al juego democrático
representativo y por delegación. El pueblo, en sentido efectivo, ha
desaparecido, para ser mediado por las representaciones y las delegaciones
encomendadas electoralmente. Esta democracia restringida ha funcionado en las
llamadas repúblicas modernas; claro que el funcionamiento no ha estado exento
de problemas, adecuaciones forzadas, interrupciones violentas, llevadas a cabo
por motines intermitentes. Pero también por constantes acotamientos y
restricciones que deprimían el ejercicio democrático a estrechos espacios
privilegiados; hombres, propietarios privados e ilustrados. Estas
circunscripciones y jurisdicciones privilegiadas se han ido ensanchando;
empujadas por las luchas sociales y las luchas de las mujeres por su
participación. En el caso de las repúblicas que se asentaron en territorios
indígenas colonizados, los espacios democráticos también se ampliaron por la
lucha de las naciones y pueblos indígenas por sus reivindicaciones políticas,
culturales y territoriales. El voto universal en el continente fue arrancado al
Estado-nación por las revoluciones nacional-populares. Sin embargo, a pesar de
la universalización del voto, de la inclusión de todos en la participación
electoral, el ejercicio de la democracia no deja de ser restringido, pues está
conformado por mediaciones institucionales, representativas, delegativas y
normativas.
En todo caso, la democracia formal e institucionalizada por
la Constitución, incluso por las reformas constitucionales, recientemente, a
principios del siglo XXI, por procesos constituyentes, que se autoproclamaron
poder constituyente, por lo tanto, en términos prácticos, por Asambleas
Constituyentes originarias, ha funcionado, en algunos periodos, en su
recurrencia rutinaria, en otros periodos, como interrupciones abruptas;
retomada en su extensión, intensificación y profundización por revoluciones
populares. Después del interregno de las dictaduras militares, en plena guerra
fría, la democracia formal es recuperada del control de los fusiles y las
bayonetas caladas.
Este periodo, primero, de las
“transiciones democráticas”, segundo, de las relativas consolidaciones
institucionales, el ejercicio democrático, en el Estado-nación, va a
experimentar una especie de crisis latente, de la que no le va a ser fácil
salir. En algunos casos, se dan intentos de proyectos nacional-populares, como
segundas versiones, un tanto tardías, de lo que fueron las revoluciones
nacional-populares heroicas de mediados de siglo XX. En otros casos se ingresan
a coaliciones barrocas, entre “socialistas” y neoliberales; en un tercer tipo
de casos, emergen proyectos neoliberales de envergadura que postulan el
achicamiento del Estado, el ajuste estructural, basado en privatizaciones de
recursos naturales y empresas públicas, así como del ahorro de los
trabajadores, acompañadas por disminuciones notorias en la inversión social. El
resultado palpable de la aplicación del proyecto neoliberal va a hacerse
visible en el costo social y la pauperización de las arcas del Estado; la
riqueza pasa a manos privadas, sobre todo a empresas trasnacionales.
La crisis social, que, además, es acompañada
por la crisis económica, generada por este tipo de políticas económicas por
despojamiento y desposesión, genera las condiciones sociales y políticas del
descontento social, de la multiplicación de las demandas sociales, así como por
el desencadenamiento de movilizaciones sociales. Lo que emerge de este estado
de cosas y de subjetividades es la movilización social generalizada contra el
proyecto neoliberal.
El ejercicio de la democracia formal, expandida, en el marco
del voto universal, sobre todo de la politización colectiva, dada por la
experiencia de las luchas sociales, va a dar lugar a gobiernos populares,
mayoritariamente votados y respaldados por un pueblo alzado y rebelado contra
las formas del monopolio del poder, perdurables hasta ese entonces. Como en
todo momento de entusiasmo colectivo, se creyó que éste era el comienzo de otra
era política. Los nombres rimbombantes traducen esa expectativa: “socialismo
del siglo XXI”, “socialismo comunitario”. Sin embargo, el entusiasmo no tardó
en convertirse en frustración; los nuevos gobiernos nacional-populares tardíos
del siglo XXI no tardaron en demostrar sus limitaciones; sobre todo sus
profundas debilidades. En la medida que estas revoluciones neo-populistas o, si
se quiere, neo-socialistas, se dieron en una sociedad turbulenta, pero todavía
atrapada en las mallas institucionales del Estado-nación, las promesas
nacionalistas, populistas, socialistas, incluso indigenistas, no pudieron
cumplirse.
Hablamos de las fallas estructurales del Estado-nación
subalterno, por lo tanto, dependiente. Los llamados “gobiernos progresistas”,
en vez de arriesgarse por la consecuencia constitucional, de sus novísimas
constituciones, del nuevo constitucionalismo latinoamericano, optaron por el realismo
político y el pragmatismo, intentando un camino sinuoso, por lo tanto, difícil,
de reformas tímidas, combinadas con pactos solapados con la burguesía, los
agroindustriales, incluso los latifundistas. Además de permitir la permanencia
de las empresas trasnacionales extractivistas, aparentemente controlada por las
“nacionalizaciones” y la soberanía del Estado.
La crisis múltiple del Estado-nación
atraviesa entonces distintos contextos histórico-políticos, distintos periodos,
en las genealogías del poder, local, nacional y regional. Sin detenernos en las
características de la crisis del Estado-nación en periodos anteriores a los
“gobiernos progresistas”, remitiéndonos, en este caso, a ensayos anteriores,
podemos tipificar la singularidad de la crisis del Estado-nación en el lapso
histórico de los “gobiernos progresistas”.
La crisis múltiple del Estado-nación durante el periodo de
los “gobiernos progresistas” se puede caracterizar:
·
Primero, por la saturación de problemas políticos y de
legitimación no resueltos a lo largo de las historias políticas de los
Estado-nación, sobre todo, subalternos.
·
Segundo, por haberse convertido en un dispositivo en el mapa
de la geografía política y la geopolítica del sistema-mundo capitalista, al
servicio de garantizar las transferencias de los recursos naturales al centro
cambiante del sistema-mundo. En consecuencia, contando con márgenes de maniobra
acotados por la división del trabajo a nivel mundial.
·
Tercero, por convertir a la máquina abstracta y concreta de
poder, que es la malla institucional estatal, en el instrumento de promesas
incumplibles, dados los márgenes de maniobra acotados por el sistema-mundo.
·
Cuarto, por reproducir la genealogía del poder de la forma
de gubernamentalidad clientelar, que denota patentemente la perdida de
convocatoria, que se compensa con la extensión de redes clientelares.
·
Quinto, por su caída catastrófica en las prácticas paralelas
del poder, las de la economía política del chantaje y las del lado oscuro del
poder.
·
Por último, por no
tener otra alternativa, después de asistir incluso al desgaste de la forma de
gubernamentalidad clientelar, que recurrir a la escalada de violencia y de
represión para mantenerse en el poder.
En consecuencia, asistimos, en los espesores de la coyuntura
presente, a los desbordes de la crisis del Estado-nación, en las circunstancias
y condiciones del colapso del funcionamiento de la democracia formal. Esta
crisis se evidencia en la impotencia de la “oposición” de elaborar una
propuesta, por lo menos, provisional, para salir de la crisis política. Si
logra maniobrar, como en el caso de Argentina y Brasil, y conseguir el acceso
al gobierno por elecciones o, como se dice, por balotaje, se trata de gobiernos
sumamente débiles, sin capacidad de maniobra política, salvo la repetición
trasnochada del desvalido proyecto neoliberal o, aún peor, del desgarbado
proyecto del conservadurismo recalcitrante del fascismo criollo. Lo que
implica, de por sí, la confesión del fracaso, en lo que respecta a la crisis de
legitimación. La diatriba exacerbada de los gobiernos neo-populistas, que
todavía se mantienen en el gobierno, devela el fracaso de la legitimación, pues
no es lograda, salvo por la ficción de la propaganda y la publicidad
compulsiva. Por s
donde se le vea, por las salidas trasnochadas de “derecha” y las salidas desesperadas de “izquierda”, la crisis múltiple del Estado-nación se evidencia a todas luces.
donde se le vea, por las salidas trasnochadas de “derecha” y las salidas desesperadas de “izquierda”, la crisis múltiple del Estado-nación se evidencia a todas luces.
En Bolivia la “Cumbre por la Democracia”
muestra patentemente la complementariedad de la “oposición” respecto al
“oficialismo”. En una nota definimos esta situación de la manera siguiente:
Participar en las primarias, participar en las elecciones,
es ya habilitar a los inhabilitados por el voto popular, expresado el 21 de
febrero de 2016. El principio necesario, indispensable e ineludible es hacer
respetar la decisión definida por el pueblo en el referendo sobre la reforma
constitucional. Mientras esto no se cumpla es inconsecuencia participar en las
primarias y en las elecciones. No solo se habilita a los inhabilitados, sino que
después del golpe de Estado jurídico-político perpetrado por el TSE, como que
se legitima al gobierno de facto, que ya tiene todo preparado para ganar las
elecciones. Con estas actitudes inconsecuentes la “oposición” ha demostrado que
es complementaria al oficialismo, que forma parte del círculo vicioso del
poder. El pueblo debe encontrar su propio camino, sin contar con la casta
política, que funge de “oposición”. La salida popular es ir más allá del
círculo vicioso del poder, más allá de la “izquierda” y la “derecha”, más allá
de las poses y usos políticos seudo-democráticos. Siendo la democracia gobierno
del pueblo, el pueblo tiene que liberar su potencia social, encontrar salidas
de transiciones consensuadas, en la perspectiva del Autogobierno del pueblo.
La democracia formal está en crisis. Es decir, en
el marco institucional de esta democracia representativa y delegativa de la
república, no se puede encontrar ninguna salida a la crisis política. No hay
que confundir el cansancio de lidiar con engreídos y megalómanos gobernantes,
perdidos en el laberinto de su soledad, con un proyecto de salida de la crisis. No lo es; por
eso, no se trata tampoco de cambiar a unos amos por otros, a unos comediantes
políticos por otros. Las nuevas caras no son prueba de una salida de la crisis,
menos de una nueva era política. Sencillamente, se trata de nuevas caras en la
misma trama política y en la continuidad escabrosa del círculo vicioso del
poder. Esto lo comprueba el pueblo argentino y el pueblo brasilero, que se cansó
de la galopante corrupción neopopulista, que optó por cansancio cambiar las
caras de los gobernantes.
Ahora se encuentra con lo grotesco histórico-político,
endémico, sin discurso ni ideología, salvo la reiteración de la letanía del
esquematismo no creíble del equilibrio económico, peor aún, de la venganza
moral de los patriarcas otoñales e impotentes; después de haber buscado escapar
de la comedia del grotesco político del neo-popilismo, del neoindigenismo y del
neo-fascismo criollo.
La salida a la crisis no puede, obviamente darse, por una
opción tan ingenua y simplista, como cambiar de caras de los gobernantes, de
las “oficialistas” a las de la “oposición”. La crisis múltiple del
Estado-nación es compleja y profunda; data de la conquista y la colonia,
perdura en la colonialidad cambiante y en constante metamorfosis. Si los pueblos
del continente quieren resolver esta crisis histórico-política-cultural, deben
tocar las raíces de las genealogías del poder en el continente. Es decir, y
esta vez no como demagogia populista, tampoco indigenista, se debe lograr
procesos de descolonización; lo que equivale a deconstrucciones hermenéuticas
colectivas de alcance integral. No se pueden haber constituido ni repúblicas,
ni democracias, ni Estado-nación legítimos, sobre cementerios indígenas. Por
otra parte, no se pueden resolver los problemas del capitalismo, la explotación
en distintas escalas y estratificaciones, además de modalidades y sujetos
sociales involucrados, desde la otra cara de la medalla del poder; de un lado
está el capital, del otro lado esta el Estado. En tercer lugar, no se puede
hablar de liberación cuando ésta esta mediada por representantes y vanguardias
que habla en nombre de la “víctimas” de las dominaciones. La liberación solo es
posible desde los y las propias afectadas por las dominaciones polimorfas.
En otras palabras, si no hay madurez, es
decir, autonomía, de los sujetos sociales involucrados, es decir, el uso
critico de la razón y el autogobierno, no hay liberación; o la “liberación”
resulta una palabra para encubrir a la nueva elite dominante que habla en
nombre de las víctimas.
Concretamente, en el caso de la crisis múltiple del
Estado-nación en Bolivia, la “oposición” está muy lejos de ser una salida a la
crisis política, menos a la crisis que expresa dramáticamente la decadencia del
neopopulismo. Pregunta: ¿podrá el pueblo boliviano liberar su potencia social,
asumirse críticamente, preguntarse: cómo hemos llegado a ser lo que somos en el
momento presente? Lograr deconstruir la ideología, en sus distintas versiones y
tonalidades, el fetichismo simbólico e imaginario del poder, y diseminar las
mallas institucionales del Estado colonial, logrando comprender el secreto
perverso de su dominación y el secreto del recurrente círculo vicioso del
poder. No lo sabemos. Nuestra responsabilidad está en interpelar y preguntar.
Fuente: https://www.bolpress.com/2019/01/18/crisis-del-estado-nacion-y-de-la-democracia-formal/
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