La extrema derecha
en Brasil: aprendiendo y desaprendiendo desde la izquierda
24 de diciembre de 2018
Eduardo Gudynas y Alberto
Acosta
El
triunfo en las elecciones presidenciales de Brasil de Jair Bolsonaro tiene muy
importantes efectos en toda América Latina y plantea enormes desafíos
políticos. Expresa no solo otro caso donde un gobierno progresista debe dejar
el gobierno, sino también la llegada al poder de actores ultra conservadores o
de la extrema derecha. Estas implicancias exigen un análisis de los efectos de
este giro político extremo, y en especial las izquierdas latinoamericanas están
conminadas a aprender de lo que allí sucedió. Sea aquellos grupos que todavía
gobiernan en algunos países, sea las izquierdas o progresismos que están en la
oposición en otros. Todos ellos enfrentan el desafío de no repetir las
contradicciones observadas en Brasil, y en otros países vecinos. Esto también
es indispensable para los movimientos ciudadanos que siguen lidiando con
estrategias como las extractivistas, ya que un estilo político como el
propuesto por Bolsonaro solo augura una acentuación de la violencia. Enfrentamos
preguntas que deben hacerse. ¿Qué nos enseña Brasil para evitar, por ejemplo,
que alcance la presidencia la extrema derecha en Ecuador o Uruguay? ¿Cómo
evitar que el ejemplo Bolsonaro permita que se acentúe todavía más la deriva
hacia la derecha en Chile o Colombia? Sin negar las intromisiones externas o
los desvíos internos, es necesario reflexionar sobre lo sucedido. En este texto
presentamos distintas reflexiones a partir de lo sucedido en Brasil. No se
pretende un análisis detallado de la política interna en ese país, sino que
nuestro propósito es otro: rescatar algunos aprendizajes que sean útiles para
unas izquierdas que están ubicadas en las naciones vecinas.
Por esa razón
también ponemos énfasis en la situación de los demás países sudamericanos.
Tampoco se repite la nutrida información circulante ni se apelara a análisis
simplistas, tales como achacar toda la culpa sea a la derecha, al progresismo,
al imperialismo o a los grandes medios de prensa. Son los resultados de un
trabajo en marcha, desde el compromiso con la justicia, tanto social como
ecológica, para evitar que otros Bolsonaros se instalen en el resto del
continente, y apostando así a una renovación de las izquierdas. Progresismos e
izquierdas: son diferentes En todo el continente, los agrupamientos políticos conservadores
realizan un activo entrevero de hechos para desacreditar las opciones de cambio
hacia la izquierda. Se
mezclan las severas crisis de Venezuela y Nicaragua con la caída del Partido de
los Trabajadores (PT) en Brasil, para insistir en que las opciones de cambio
hacia la izquierda son imposibles, fatalmente están teñidas por la corrupción,
y así sucesivamente. Pero justamente la crisis brasileña muestra la necesidad
de insistir en las diferencias entre progresismos e izquierdas.
Es que muchos de los problemas observados en Brasil resultan,
como se verá más abajo, de programas y una gestión de gobierno del PT y sus
aliados donde poco a poco olvidaron sus metas iniciales de izquierda para
transformarse paulatinamente en progresismos. Esto nunca lo ocultaron, sino que
hicieron de ello uno de sus atributos.
Por lo tanto, una primera lección a tener en cuenta es que la distinción entre
izquierdas y progresismos sigue siendo clave1.
Humildad para entender los humores
del pueblo
El
Partido de los Trabajadores y el liderazgo de Lula da Silva fue repetidamente
presentado como ejemplo de viraje exitoso hacia las llamadas “nuevas
izquierdas” en toda América Latina y a nivel mundial, lo que es comprensible al
haber ganado cuatro elecciones consecutivas. No fueron pocos los grupos
políticos que en distintas naciones lo tomaron como inspiración. Es más, se
insistía en que el “pueblo” en su mayoría había adherido a la izquierda y eso
explicaba victorias electorales como las de Dilma Rousseff. Sin embargo, en un
proceso relativamente veloz, incluyendo los abusos de la oposición de las
disposiciones jurídicas, el PT perdió el control del gobierno, Rousseff fue
removida de su cargo en 2016. Ella fue reemplazada por un político poco
conocido y de derecha, Michel Temer, quien había sido vicepresidente de la misma Rousseff.
Los
escándalos de corrupción no cedieron, se procesaron a decenas de empresarios,
políticas e intermediarios, y Lula da Silva, perseguido por la justicia, fue
encarcelado (ingresando en prisión en abril de 2018). Esas y otras
circunstancias desembocaron en un cambio político extremo. No sólo triunfó
Bolsanaro, sino que se hizo evidente que la sociedad brasileña es más
conservadora de lo pensado. Aquel mismo “pueblo” que años atrás apoyaba al PT,
en unos casos lo rechazaba intensamente, y en otros, festejó a un candidato
prolífico en discursos de tono fascista.
Estamos
aquí ante otra lección que impone precaución en usar categorías como “pueblo”,
y que nos demanda humildad en aseverar cuáles son los pensamientos o
sensibilidades prevalecientes. Quedan en evidencia las limitaciones de un
“triunfalismo facilista” ante una sociedad brasileña que no era tan
izquierdista como parecía y un conservadurismo que estaba mucho más extendido
de lo que se suponía. En ese sentido, Maristella Svampa anota que el triunfo de
Bolsonaro se “nutre de un fascismo social preexistente”, que ya estaba
avanzando en el país2.
Es
una dinámica que también puede tener algunas similitudes con los derrumbes de
las izquierdas y socialdemocracias europeas para dar paso a un paulatino avance
de grupos ultraconservadores o fascistas 3. Esta es una cuestión de
mucho cuidado viendo cómo avanzan las creencias en una prosperidad que
supuestamente descansa en el individualismo, el consumismo, y que entienden
como normal y hasta necesaria la existencia de profundas diferencias sociales,
y aceptan la violencia.
Derechas sin disimulos y progresismos
disimulando ser izquierda
Seguidamente
queda en evidencia otro aprendizaje: los riesgos de un programa que se recuesta
sobre sectores y prácticas conservadoras para poder ganar la próxima elección. Una postura que asume que primero se debe “ganar” la elección presidencial, y
que una vez en el palacio de gobierno se podrá “cambiar” al Estado y la sociedad. Esto se
ejemplifica en Brasil con acciones que van desde la adhesión a un orden
financiero (en la muy conocida Carta al Pueblo Brasileño firmada por Lula en
plena campaña electoral 4 ) hasta su articulación política con el
PMDB (Partido Movimiento Democrático Brasileño) de centro-derecha para lograr
gobernabilidad. Le siguieron otras concesiones clave en las estrategias de
desarrollo, cerrando la puerta a transformaciones estructurales del aparato
productivo y así repitiendo el estilo primario exportador5.
Este es justamente uno
de los aspectos que sirven para caracterizarlos como progresistas y
diferenciarlos con las izquierdas. Se cae en una situación donde el progresismo
una y otra vez intenta disimular que es una izquierda, mientras que la nueva
derecha nada disimula ni oculta. Bolsonaro critica abiertamente a negros o
indígenas, es homofóbico y misógino, ironiza con fusilar a militantes de
izquierda, defiende la tortura y la dictadura, y apuesta a reformas económicas
regresivas. Es ese tipo de discurso el que es apoyado o al menos tolerado por
una proporción significativa de la sociedad brasileña.
Pero a su vez, no son
pocas las medidas que tomó el progresismo para obtener algunas ventajas (sean
políticas, electorales o económicas) pero que en
realidad eran funcionales al pensamiento conservador, como fue alentar el
consumismo y el mismo individualismo. De esta manera se le allanaba el camino a
un futuro conservadurismo.
Desarrollo nada nuevo sino senil
La necesidad
de distinguir entre progresismos e izquierda también queda en evidencia al
analizar las estrategias sobre desarrollo seguidas por el PT en Brasil. El
camino de esos gobiernos, el “nuevo desarrollismo”, descansó otra vez en las
exportaciones de materias primas. Para lograrlo se ampliaron las fronteras
extractivistas y la captación de inversión extranjera, alejándose así de muchos
reclamos de la izquierda.
De ese modo, Brasil
devino en el mayor extractivista del continente, tanto minero como agropecuario
(por ejemplo, las exportaciones de minerales hasta llegaron a triplicar a la
suma de todos los demás países mineros sudamericanos). Esto sólo es posible
aceptando una inserción subordinada en el comercio global y una acción limitada
del Estado en algunos sectores como el industrial, justamente al contrario de
las aspiraciones de la izquierda de sacar a nuestros países de esa dependencia
en la exportación de productos primarios. La esencia de esa estrategia de
desarrollo no es diferente a que siguieron otros regímenes progresistas pero
también algunas administraciones conservadoras.
La adicción al
petróleo, la minería y otros extractivismos es muy clara en la Venezuela
bolivariana, e incluso se está profundizando con Nicolás Maduro. Algo similar
se ha repetido en Argentina, Bolivia y Ecuador 6. Tomando a este
último país como ejemplo, el gobierno de Rafael Correa devino en el gran
promotor de la megaminería y defensor del petróleo 7, sin lograr una
transformación estructural, por lo que bien se puede hablar de “una década
desperdiciada” 8. Sin duda hay diferencias allí donde el Estado
tiene una presencia mayor. Esto es evidente en Brasil con enormes empresas como
Petrobras (hidrocarburos) o Vale (minería), que son en parte estatales o
estaban controladas y financiadas por el gobierno. En cualquier caso persistió
el componente extractivista y primario exportador, que vienen de la mano de
procesos desindustrializantes y que obliga a prácticas de imposición
territorial y control de movimientos sociales. Las limitaciones de esas
estrategias se disimularon en Brasil con los jugosos excedentes de la fase de
altos precios de las materias primas. Aunque se publicitó la asistencia social,
el grueso de la bonanza se centró en otras áreas, tales como el consumismo
popular, subsidios y asistencias a sectores extractivos o el apoyo a algunas
grandes corporaciones (las llamadas campeões nacionales 9). Esto
explica que el “nuevo desarrollismo” fuese apoyado tanto por trabajadores, que
disfrutaban de créditos accesibles, como por la elite empresarial que conseguía
dinero estatal para internacionalizarse. Lula da Silva era aplaudido, por
razones distintas, tanto en los barrios pobres de su país como en el Foro
Económico de Davos 10.
El PT contribuyó
sustantivamente a la defensa cultural de esas estrategias, y por ello en Brasil
no ocurrieron debates que alcanzaron la misma intensidad a los vividos en los
países vecinos. Las ayudas mensuales que se otorgaban en Brasil a los sectores
marginados sin duda eran importantes, pero no sacaban realmente a la gente de
la pobreza, ni resolvía la excesiva concentración de la riqueza, ni impedía que
mucho dinero se perdiera en redes de corrupción. La caída de los precios
internacionales de las materias primas dejó todavía más en evidencia estás
limitaciones. De manera análoga, la reducción de la
pobreza en países como Ecuador se acompasó con un aumento de la concentración
de la riqueza, con lo que los ricos estaban mejor y los pobres un poco menos
mal 11. Las izquierdas deben aprender de esa incapacidad de
los progresismos para transformar la esencia de sus estrategias de desarrollo.
Se
profundizó la dependencia de las materias primas, con China como nuevo
referente, con graves efectos en la desindustrialización y fragilidad económica
y financiera. El “nuevo desarrollismo”
que quiso construir el progresismo no es “nuevo”, y en verdad es tan viejo como
las colonias, pues en aquel entonces arrancó el extractivismo. La lección para
las izquierdas en el resto del continente es que la reflexión sobre las
alternativas al desarrollo sigue siendo clave. Se podrá tener un discurso
radical, pero si las prácticas de desarrollo repiten los conocidos estilos, se
quiera o no, eso desemboca en políticas públicas convencionales, y es esa
convencionalidad otro componente que apartó a los progresismos de las
izquierdas. En repetidas ocasiones han asomado los intentos de poner en
discusión las bases conceptuales de ese desarrollo. Se destaca por ejemplo la
propuesta que nació desde la sociedad civil ecuatoriana por una moratoria
petrolera, pero algo análogo por cierto no ocurrió en Brasil durante los
mandatos del PT. A su vez, la discusión en Ecuador estaba directamente
vinculada con de los derechos de la naturaleza, otras de las innovaciones de la
nueva constitución de ese país 12. Romper con la dependencia con los
extractivismos es un tema clave para las izquierdas, y para ello es
indispensable poner en debate las concepciones del desarrollo.
Tensiones
similares ocurren entre los grupos opositores en los países bajo gobiernos
conservadores. Esto se ilustra en Perú, donde la oposición no-conservadora
parece dividirse entre una desarrollista al estilo progresista y otra que
intenta una transformación más sustancial. La primera mantendría los
extractivismos asumiendo con optimismo que los podrá controlar ecológicamente,
les impondría impuestos adecuados para compensar sus impactos, y podría
blindarlos contra la corrupción; necesita esos extractivismos porque sigue
creyendo que desarrollo es crecer económicamente. Es más o menos la receta seguida
en Brasil. La otra, en cambio, apuesta a salir de la dependencia de los
extractivismos, y asoma como más abierta al aceptar la necesidad de explorar
alternativas al desarrollo. En cambio, en Colombia, una parte de la oposición
no-conservadora logró dar pasos sustantivos en ese tipo de reflexión en la
última campaña electoral. En efecto, en el debate conocido como “petróleo
versus aguacates”, más allá de cómo se lo abordó en los medios, refleja un
intento muy valioso desde la
Colombia Humana (liderada por Gustavo
Petro), para pensar alternativas frente al inminente agotamiento de los
hidrocarburos en ese país.
Todos estos casos
muestran que existen opciones para una renovación de izquierda que acepte el
desafío de poner en discusión estrategias de desarrollo, en particular los
extractivismos, se repiten desde tiempos coloniales. Clientelismo versus
justicia social El PT aprovechó distintas circunstancias logrando reducir la
pobreza, junto a otras mejoras (como incrementos en el salario mínimo,
formalización del empleo, salud, etc.), todo lo cual debe ser aplaudido 13.
Por medio de políticas sociales se puede paliar la pobreza, pero cuando
prevalece el clientelismo eso se vuelve acotado. No se consigue construir
ciudadanías sólidas que reclamen desde los derechos, lo que va mucho más allá
de un bono mensual en dinero. El consumismo se acentúo y se lo confundió con
mejoras en la calidad de vida. La bancarización y el crédito explotaron (el
crédito privado trepó del 22% del PBI en 2001 al 60% en 2017). De este modo
prevaleció el asistencialismo y con más extractivismos se reforzó la
mercantilización de la sociedad y la Naturaleza. El nuevo desarrollismo golpeó sobre
todo a pobres y marginados en las ciudades y el campo, y en particular a los
indígenas. Eso alimentó las peleas del progresismo con organizaciones
campesinas, indígenas, ambientalistas, feministas, etc. En este contexto se
mezclan reclamos por empleo y salud con otras, como las demandas económicas. El
consumismo y las ayudas en dinero a los sectores más empobrecidos fortalecieron
la lógica del clientelismo, que en otros progresismos se sustentó en un
matonismo caudillista. No se construyeran o fortalecieran ciudadanías
responsables y organizaciones sociales autónomas, indispensables para hacer
realidad los requeridos cambios estructurales. Las mismas organizaciones
sociales, pilares del PT, tuvieron que subordinar sus objetivos, tales como la
distribución de la tierra, a las lógicas de “el poder por el poder” desplegadas
por aquel partido.
No se
quiso entender que esas estrategias obligaban a usar ciertos instrumentos
económicos, sociales y políticos nada neutros, y más bien contrarios a buena
parte de la esencia de izquierda. Como resultado, se generaron condiciones para
el retorno de la derecha dejando servido un Estado y normas que lo harán
todavía más fácil sostenerse en el poder. Además,
la fragilidad del “nuevo desarrollo” hace que los progresismos no puedan
resolver sus crisis desde una perspectiva de izquierda y deriven hacia
políticas públicas más conservadoras.
El PT
contribuyó a erosionar la calidad política y aplicó medidas abiertamente
contrarias a las izquierdas que le dieron origen, tales como las
flexibilizaciones ambientales y laborales para atraer a inversores.
Paradojalmente, esos cambios en Brasil antecedieron, por ejemplo, a las
“licencias ambientales express” de Colombia. En el campo de la justicia social
se priorizaron instrumentos de redistribución del ingreso y no tanto de la
riqueza, mientras que los derechos ciudadanos y de las diversas comunidades,
sobre todo indígenas, seguían siendo frágiles. El sueño de resolver las contradicciones y conflictos por medio de
compensaciones económicas, entregando todo tipo de bonos, se derrumbó. En
condiciones donde el consumismo genera la falsa imagen de bienestar en amplios
segmentos sociales, al carecerse de espacios plurales para sopesar oposiciones,
se siembra el terreno para apelar a un narcisismo nacionalista que al poco
tiempo se conecta con la xenofobia.
El racismo xenófobo ya no ocurre solamente en
Brasil.
Ultimamente se lo
percibe y vive en ciudades de Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Y en tanto
involucra sobre todo a la migración venezolana es aprovechada para acusar al
“socialismo” como la raíz de todos los males. Tampoco se puede marginar en este
breve análisis la brutal militarización de la política gubernamental para
intentar frenar la delincuencia común en Brasil, sobre todo en las grandes
urbes, y que provocó todavía más violencia e inseguridad. Bajo estas y otras
dinámicas, el énfasis en ayudas y compensaciones económicas acentuó la
mercantilización de la sociedad y la Naturaleza.
Con ello, el
progresismo olvidó aquel principio de la izquierda de desmercantilizar la vida,
justamente una de sus reacciones contra el neoliberalismo prevaleciente en el
siglo pasado. La insistencia del progresismo brasileño en el crecimiento
económico como fundamento del desarrollo reforzó un mito que ahora aprovechó
Bolsonaro, presentándose como el mejor mediador para alcanzar esa meta. Esa misma
obsesión con el crecimiento está en los progresismos gobernantes (es muy
visible tanto en Bolivia como en Uruguay, por ejemplo), como en los gobiernos
conservadores.
Los caminos y los
instrumentos pueden ser diferentes en algunos puntos, pero todos parten de
concebir al crecimiento económico como meta privilegiada, teniendo sobre todo a
las inversiones extranjeras y las exportaciones como sus principales sino
únicas mediaciones, con el fin de viabilizar dicho crecimiento más y más los
extractivismos. En cambio, la crítica de izquierda debe, en el siglo XXI, poner
ese reduccionismo en discusión. En efecto, es necesario no quedar atados a esas
visiones estrechas y caducas. Es hora de aceptar que la justicia social es
mucho más que la redistribución, así como que la calidad de vida es también más
que el crecimiento económico.
Ruralidades conservadoras
Las
cuestiones alrededor de las ruralidades y el desarrollo agrícola, ganadero y
forestal, también están repletas de lecciones a considerar. Bolsonaro llega a
la presidencia apoyado entre otros por un ruralismo ultraconservador que
festeja sus discursos contra los indígenas, los campesinos y los sin tierra, y
que reclama el uso de las armas y la violencia. Podría
argumentarse que apunta a ideas y prácticas como las que ya ocurren en muchas
zonas de Colombia, donde está muy instalada esa lacerante realidad. Bolsonaro
se apoya en la llamada “bancada ruralista”, un sector que ya había llegado al
parlamento con el progresismo, en tanto Rousseff colocó a una de sus líderes en
su gabinete (Kátia Abreu) 14.
Este
ejemplo debe alertar a la izquierda, pues distintos actores conservadores y
ultraconservadores aprovechan de los progresismos para enquistarse en esos
gobiernos. Paralelamente, el progresismo fue incapaz de promover una real
reforma agraria o en transformar la esencia del desarrollo agropecuario
brasileño. Recordemos que bajo el primer gobierno de Lula da Silva se difundió
la soja transgénica y se multiplicaron los monocultivos y la agroindustria de
exportación, y no se apoyó de la misma manera a los pequeños y medianos
agricultores.
Otras
administraciones progresistas, en especial las de Argentina, Ecuador y Uruguay,
apostaron al mismo tipo de agropecuaria 15. La problemática con el
mundo rural se repite en los demás países sudamericanos, y muchas veces los
progresismos han intentado esquivarlos porque entiende que cualquier opción de
cambio en este campo le implicará perder votos. El caso brasileño muestra que
el simplismo de apoyar los monocultivos de exportación, sostener al
empresariado del campo, y si hay dinero, distribuir asistencias financieras a
campesinos, finalmente erosiona la propia base electoral. Una renovación de las
izquierdas, en cambio, debe innovar en propuestas por una nueva ruralidad, abordando
en serio no solo la tenencia de la tierra, sino los usos que de ella se hacen,
el papel de proveedores de alimentos no sólo para el comercio global sino sobre
todo para el propio país. Esta problemática de alguna manera ha retrocedido en
los progresismos gobernantes (tal como se evidencia en las política rurales de
Bolivia o Ecuador), o está estancada o retrocede por el avance del agronegocio
(en Argentina o Uruguay). A la vez, sigue siendo una cuestión pendiente en
países como Colombia, Perú o Chile, lo que requiere que los grupos en la
oposición lo aborden. No solo estamos ante desafíos con problemática
tradicionales, como la propiedad o tenencia de la tierra, sino en la necesidad
de comenzar a entender al territorio como espacio de vida y no simplemente como
un factor de producción, y los papeles que debe desempeñar en la prosecución
del Buen Vivir.
Corrupción, violencia y derechos
No
puede dejar de mencionarse la problemática de la corrupción que, como ya se
indicó arriba, penetró profundamente en el gobierno de Brasil. Los esquemas de
corrupción se extendieron o repitieron en las naciones vecinas, como sucedió
con los negociados de Odebrecht y otras corporaciones. Sin duda que la prensa
convencional aprovechó esto para insistir en la corrupción del gobierno del PT,
con asociaciones simplistas tales como sostener que todo socialismo es sinónimo
de corrupción. Pero a la vez ocultaba o poco decía sobre la corrupción desde
los gobiernos conservadores, como en Perú o Colombia, y que llegó a extremos
escandalosos en Chile por afectar al Poder Ejecutivo y a todo el Legislativo
(en el primer gobierno de Sebastián Piñera).
El
progresismo no supo abordar esa problemática, prevalecieron las defensas o los
silencios, y las imágenes que se popularizaron fueron las de los sobornos de
Petrobras, los bolsos de dinero en Argentina o los fajos de dólares en el techo
de un apartamento en Quito. O sea, todos casos atados a los progresismos. La
lección ante esto es simple pero a la vez debe ser contundente. Las izquierdas
deben recuperar una lucha frontal contra la corrupción.
Debe
ser un tema prioritario y debe estar dispuesto a tomar las medidas necesarias
para que no se difunda, a todo nivel, tanto entre autoridades nacionales como a
nivel local. La corrupción puede a su vez ser interpretada como una violación
de las ideas de justicia y de las salvaguarda de los derechos. En ese sentido,
Brasil también muestra que el progresismo no logró evitar la criminalización de
la protesta ciudadana, o la tolerancia o inoperancia ante las violaciones de
los derechos. Pero lo mismo ha ocurrido con los progresismos en los países
vecinos, como muestra el hostigamiento de los gobiernos de Correa o Morales a
las organizaciones sociales, o el espionaje que mantenía el kirchnerismo en
Argentina. Tampoco puede obviarse que Brasil, por ejemplo lidera los
indicadores mundiales en asesinatos de defensores de la tierra, teniendo a
Colombia en tercer lugar (57 en el primer caso y 24 en el segundo, según Global
Witness) 16. Se vuelve evidente que la criminalización de los
movimientos ciudadanos y sociales no puede ser tolerada por una renovación de la izquierda. Una
verdadera izquierda debe promover y fortalecer el marco de los derechos humanos
en todo momento y en todo lugar, más aún desde el gobierno, aún si ello le
significa perder una elección, ya que es su única garantía no sólo de su
esencia democrática sino de retornar al gobierno.
Radicalizar la democracia
La
debacle política brasileña también confirma la enorme importancia de una
radicalización de la democracia, una de las metas del empuje de las izquierdas
de años atrás y que precisamente el progresismo abandonó. Aquella incluía, por
ejemplo, hacer efectiva la participación ciudadana en la política y mejorar la
institucionalidad partidaria. Sin embargo, el PT de Brasil concentró cada vez
más el poder en el gobierno federal, tuvo un desempeño confuso y hasta
perverso: en unos casos volvieron a usar los sobornos a los legisladores
(recordemos el primer gobierno del Partido de los Trabajadores con el
mensalão); persistió el verticalismo partidario (por ejemplo, con Lula
eligiendo a su “sucesora”); poco a poco se desmontaron experimentos vigorosos
(como los presupuestos participativos); y se usaron las obras públicas en una
enorme red de corrupción al servicio de los partidos políticos.
El
caudillismo partidario se repitió en otros progresismos (como en Ecuador, donde
Correa eligió a su sucesor, o en Argentina donde lo mismo hizo Cristina
Fernández de Kirchner). Es evidente que una renovación de las izquierdas
necesita aprender de esa dinámica, y no puede renunciar a democratizar tanto la
sociedad como sus propias estructuras y prácticas partidarias. Si no lo hace,
solo facilita el surgimiento de oportunistas. Las estructuras políticas de
izquierda deben, de una vez por todas, ser dignas representantes de sus bases y
no meros trampolines desde los que ascienden figuras individuales, con claros
rasgos caudillescos. Otra lección surge de
comprender que la obsesión electoralista lleva a prácticas que impiden esa
democratización. En efecto, el “miedo a perder la próxima elección” hace que el
núcleo gobernante (tanto sus políticos como tecnócratas) se abroquelen,
rechacen los reclamos de cambio y apertura, y se inmovilicen.
Un
temor de ese tipo se evidencia en el progresismo boliviano con su imposición de
una nueva re-elección de dudosa legalidad. Del mismo modo, en Ecuador, Correa
también quiso introducir la posibilidad de una reelección indefinida
violentando la Constitución, pero que luego, cuando entendió que su candidatura
no avizoraba éxito, retrocedió con una transitoria que postergaba la
posibilidad.
Esta
realidad, en parte debida a la incapacidad de fortalecer al propio partido
político alentando sucesores y renovaciones, es otra muestra de debilidad
democrática. Un reto aún mayor para las izquierdas,
sobre todo luego de las experiencias progresistas, es reconocer el papel
político de los pueblos indígenas en una democratización real. Simplificaciones
esencialistas Muchos de los problemas señalados hasta aquí fueron desestimados
en buena parte de los debates en los que participaban militantes y académicos
progresistas. En cambio, prevalecían descripciones esencialistas y simplistas
tanto dentro de Brasil como en los países vecinos.
Los
gobiernos del PT eran presentados, tanto desde otras izquierdas como incluso
por conservadores, como una maravilla, se insistía en logros rutilantes (como
la sustantiva reducción de la pobreza), y eran considerados como un ejemplo a
seguir para las izquierdas de los países vecinos. Se agregaba que Lula da Silva
representaba una izquierda seria, de tipo socialdemócrata, y lejos de los
desvaríos, por ejemplo, de Hugo Chávez en Venezuela. Hoy en día cambiaron los
argumentos y las voces, pero se repite ese esencialismo totalizante: Brasil
ahora se habría convertido en ejemplo de la peor extrema derecha.
Abordajes esquemáticos
de este tipo se repiten entre quienes años atrás afirmaban que el “pueblo”
empujaba hacia la izquierda, para ahora alarmarse por lo que interpretan como
mayorías que festejan el uso de armas, se burlan de migrantes o indígenas, o se
refugian en el dogmatismo religioso. Aquí ocurre, como ya alertamos, un uso
superficial de categorías como “pueblo”.
Estos
problemas se repiten en varios países sudamericanos. Es así que en Argentina
muchos intelectuales y líderes sociales sostenían que los gobiernos del
matrimonio Kirchner habían cambiado para siempre a la sociedad argentina,
mientras que en Bolivia se publicita la creación de un estado “plurinacional”
con predominancia de los “indígenas”. Ahora sabemos, años atrás, que las dos
posiciones son tanto simplificaciones como exageraciones. Nuestro punto no es
adentrarse en sopesar cada uno de los componentes, sea de las alabanzas como de
las críticas, sino en dejar en claro que muchos de esos análisis eran apenas
simplificaciones. Es más, en los últimos años se
perdió la rigurosidad en los análisis, y seguramente también la humildad y la
mesura.
Una renovación de las
izquierdas, por lo tanto, no puede caer en esos esquematismos, sino que debe
reconocer, entender y respetar la diversidad dentro de la sociedad. Cuando
se cae en las simplificaciones que insisten en presentar como que casi todo es
o fue positivo, ya no hay lugar ni para advertencias o críticas, ni para los
ajustes y cambios. En el Brasil del PT y su base aliada, así como en los
progresismos de los países vecinos, hay muchos ejemplos de esto. Se minimizaron
muchos problemas, e incluso se negaban las contradicciones. La crítica y la autocrítica
estaban suspendidas para muchos. Era más sencillo minimizar u ocultar los
problemas, negar los enfrenamientos, o recurrir a slogans mientras duró el auge
de las materias primas.
Todavía recordamos como se tildaba a las alertas como expresiones
de oposición conservadora, de ser una izquierda infantil, o servir al
imperialismo extranjero, tan solo para citar algunas de las expresiones
peyorativas. Así,
simplemente cualquier crítica era de antemano devaluada porque se hacía el
juego a la derecha, decían. Esa negación de la autocrítica y el blindaje
irracional también se observa, con distintas intensidades, en los países donde
los progresismos todavía gobiernan. Esto va desde la persecución directa a la
disidencia partidaria y el desmoronamiento de las garantías democráticas en
Venezuela, el colapso político del gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, pasa
por el abuso electoral como ocurre con el Movimiento al Socialismo de Bolivia
que califica a cualquier voz de alerta de neoliberal, opositora o de derecha, y
llega a la postura del gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay que simplemente se
refugia en una postura pedante y silenciosa.
Se
puede retrucar que los agrupamientos partidarios progresistas promueven la
crítica, que realizan seminarios invitando a todo tipo de panelistas, que
discuten con los movimientos sociales, y así sucesivamente. Pero en realidad,
una vez ganado el gobierno, todos ellos han avanzado hacia el encerramiento y
blindaje. Y lo que es más grave, grupos de pensamiento otrora críticos,
terminaron por orquestar posiciones que, incapaces de tomar otros caminos,
terminarán muriendo por la nostalgia del poder que perdieron. Por momento la
situación se volvió muy extraña, ya que habían muchas discusiones sobre
distintas variedades de desarrollo, pero se impedía pensar más allá del
desarrollo, ni se aceptan sus límites sociales o ecológicos. El debate crítico
y plural se empobreció. En síntesis, los conflictos y las contradicciones
proliferan, y si se observan con atención han estado presentes en Brasil y en
los otros gobiernos progresistas. Lo que sucede ahora es que este tipo de
situaciones son ahora más difíciles de ocultar, y llegó a tales extremos en
Brasil que ese inmovilismo del progresismo se convirtió en uno de los tantos
factores que seguramente explican la victoria de Bolsonaro.
Erosionando a las izquierdas y la
política
Cuando
se rechazan las alertas y se silencia el debate, los problemas no se resuelven.
Por ello, bajo los progresismos aumentaron las contradicciones entre distintos
grupos sociales, o entre el capital y la naturaleza, o entre la soberanía
nacional y la subordinación a la globalización, para mencionar apenas tres
situaciones. Esas contradicciones siguen su marcha, se suman tensiones, la
gente se cansa, se irrita, se enoja, y llega un momento en que se erosiona gran
parte de la base de sustento ciudadano del progresismo. Una situación que se
agudiza cuando los precios de las materias primas decaen en el marco mundial y
se frena bruscamente la insostenible bonanza consumista y disminuyen las
aportaciones sociales de corte clientelar. Todo esto, en un escenario de
creciente corrupción, desemboca en cada vez más amplios rechazos ciudadanos a
los progresismos. Aquí se agregan otros problemas. Si bien insistimos en que progresismo
e izquierda son distintos, los cuestionamientos y cansancios ciudadanos termina
englobando a la izquierda.
Es entendible que para
buena parte de la opinión pública: izquierda y progresismo sean lo mismo, sobre
todo por la insistencia de los progresismos en autocalificarse como una nueva
izquierda por un lado, y por la sistemática acción de confusión y demolición
ideológica que llevan adelante las fuerzas de la derecha por el otro lado.
Entonces, la debacle de progresismos como el PT en Brasil o el kirchnerismo en
Argentina tiene una consecuencia asociada que hace todavía más dificultosa la
reconstrucción de unas izquierdas que sean realmente nuevas.
En este deterioro no
ha sido nada menor el papel de los escándalos de corrupción que salpican a
todos estos gobiernos, tal como indicamos arriba, aunque de distinta manera. Es
una situación que ha sido aprovechada por los medios convencionales insistiendo
una y otra vez en tramas como las de Petrobras y las corporaciones
constructoras como un exclusivo problema de la izquierda. No puede
dejar de sorprender que el mismo país que hace pocos años atrás era presentado
como ejemplo de la “marea hacia la izquierda”, de un “nuevo” desarrollismo y de
un liderazgo popular, pasara ahora a ser un caso de estudio en el sentido
contrario. Una tendencia que para algunos además anuncia una catástrofe
democrática. Esos y otros factores generan un desencanto y enojo con los
progresismos, tanto en Brasil como en otros países, y con ello se fecta a la
calidad de la política como un todo.
Observamos
una caída de la confianza ciudadana en los partidos políticos, los poderes
legislativos o los ejecutivos. Como anota el reporte Latinobarómetro 2018 el
apoyo a la democracia declina de manera sistemática desde el año 2010, alcanzando
el 48% en 2018 17. Al tiempo que ha comenzado a crecer el porcentaje
de quienes preferirían un régimen autoritario, ese mismo análisis advierte que
“los ciudadanos de la región que han abandonado el apoyo al régimen democrático
prefieren ser indiferentes al tipo de régimen, alejándose de la política, la
democracia y sus instituciones. Este indicador nos muestra un declive por
indiferencia. Son estos indiferentes que votan los que están produciendo los
cambios políticos, sin lealtad ideológica ni partidaria y con 12 volatilidad”.
Se
alimentan posturas anti-políticas que preparan un terreno fértil para aventuras
ultra conservadoras como las que expresan Bolsonaro.
Intelectuales y democracia
En estos golpes contra la democracia y la política han jugado
papeles importantes la escasez de análisis rigurosos y críticos sobre las
particularidades de los progresismos, la exageración con etiquetas tales como
“populismo” para todo tipo de régimen político, y otras formas de
simplificaciones. La falta de autocrítica, incluso la activa oposición a ella,
dificultaba remontar estas situaciones.
Es
por lo tanto importante explorar algunas lecciones sobre el papel de los
intelectuales y el mandato por la democracia. Para ello es oportuno rescatar
reflexiones del gran sociólogo brasileño Florestan Fernandes. En una
conferencia ofrecida en 1965, que aunque tiene medio siglo reviste mucha
actualidad, le decía a los estudiantes de la Facultad de Filosofía, Ciencias y
Letras de la Universidad de São Paulo, que “en verdad, es casi nula la
diferencia que separa el presente del pasado en muchas comunidades humanas
brasileñas, donde todavía impera formas arcaicas de despotismo”, agregando que
tres experiencias republicanas “fallaron en el plano elemental de garantizar un
régimen democrático de viabilidad histórica y normalidad de funcionamiento” 18.
Siguiendo esas ideas,
habría que preguntarse si regresó en Brasil ese despotismo arcaico que describe
Fernandes, o si este más reciente ciclo republicano volvió a fallar en
garantizar y fortalecer la democracia. Fernandes también afirmó no tener
dudas que el “único elemento realmente positivo” en la historia reciente de
Brasil estaba en los “pequeños progresos que alcanzamos en la esfera de la
democratización del poder”.
Desde allí postula que
“el mayor deber del intelectual, en su tentativa de ajustarse creadoramente a
la sociedad brasileña, se objetiva en una obligación permanente de contribuir,
como pueda, a extender y profundizar el apego del hombre medio a un estilo democrático
de vida”.
Ese
pensamiento alumbra sobre la situación actual, ya que lo ocurrido con los
progresismos es que se volvieron cada vez más
comunes los intelectuales que abandonaban la reflexión independiente y se
sumaban a los coros de apoyo, en lugar de los análisis que escucharan los
reclamos de comunidades locales prefirieron las visiones y argumentos de la
burocracia desarrollista estatal, y así sucesivamente. Ese deterioro de las
capacidades de análisis crítico y autocrítico es un factor muy importante en
explicar el agotamiento de los progresismos. Se cayó en el simplismo de creer
que bastaba conquistar la presidencia para cambiarlo todo. Pero, una vez en el
palacio de gobierno, al asumirse portadores de la voluntad colectiva y casi
propietarios de la verdad, creyeron que ya no era necesario seguir
profundizando la
democracia. Posiciones que, sin duda alguna, se revelaron no
solamente ajenas a la izquierda, sino que terminan siendo funcionales en el
mediano plazo a la extrema derecha.
La democratización en buscar alternativas al desarrollo no puede
ser confundida ni reducida a la nacionalización de recursos o a sostener
empresas estatales. Fernandes insistía
en que los “intelectuales brasileños deben ser paladines convencidos e
intransigentes en la causa de la democracia”. En ese compromiso democrático
está la necesidad de aceptar, reconocer y escuchar las advertencias, los
reclamos y las críticas. Allí se abren las puertas para una renovación desde la
izquierda.
Renovación de las izquierdas
El
triunfo de la extrema derecha en Brasil debe ser denunciado y enfrentado en ese
país, como también deben fortalecerse las barreras que impidan otro tanto en
los países vecinos. El caso brasileño además muestra que para entender las
condiciones actuales se debe también considerar lo realizado por los gobiernos
del PT, por sus aspectos positivos, por su duración (recordemos otra vez que
ganaron cuatro elecciones), pero también por sus contradicciones. Las alertas
sobre la deriva de ese partido y algunos aliados hacia un progresismo que se
alejaba de la izquierda fueron desoídas. Cuestionamientos sobre temas
fundamentales como los impactos del “nuevo desarrollismo” primarizado fueron no
sólo desatendidos, sino que además se combatieron los debates y se marginaron
los ensayos que buscaban las alternativas al desarrollo. Persistían problemas
como el debilitamiento en la cobertura de derechos, la violencia en el campo y
la ciudades, el destrato de los pueblos indígenas, y todo tipo de impactos
ambientales. Pero distintos actores, tanto dentro de esos países como desde el
exterior, aplaudían complacientes incapaces de escuchar las voces de alarma con
el pretexto perverso de ser funcionales a la oposición.
A pesar de todo, en
Brasil como en el resto del continente, se encuentran múltiples resistencias y
alternativas que se construyen cotidianamente, especialmente desde espacios
comunitarios. Ellas ofrecen inspiraciones para una recuperación de las
izquierdas, desde la crítica al desarrollismo, los empeños para abandonar la
dependencia extractivista o los esfuerzos para salvaguardar los derechos
ciudadanos. Allí están los insumos para una nueva izquierda comprometida con
horizontes emancipatorios. Entendemos eso como necesario y posible.
Por ello no
compartimos el pesimismo extremo que existe entre algunos actores, aunque
podemos comprenderlo. Un pesimismo que considera que el capitalismo alcanzó una
victoria total en América Latina y que cualquier opción de izquierda se volvió
inviable. Al contrario, entendemos que el derrumbe que observamos afecta a los
progresismos, y que ellos deberían permitir nuevas opciones para reconstruir
las izquierdas. Esa renovación implica incorporar
nuevas cuestiones y no caer en las viejas contradicciones, como negar la
problemática ambiental, asumir que todo se solucionará con estatizar los
recursos naturales o los medios de producción, esconder los vicios patriarcales
o ser indiferente a la multiplicidad cultural expresada por los pueblos
indígenas y afro. La renovación de las izquierdas debe asumir la crítica y la
autocrítica, cueste lo que cueste, para aprender, desaprender y reaprender de
las experiencias recientes.
Se mantienen conocidos
desafíos y se suman nuevas urgencias. La izquierda latinoamericana debe avanzar
en alternativas al desarrollo, debe ser ambientalista en tanto busca una
convivencia armónica con la Naturaleza y feminista para enfrentar el
patriarcado, persistir en el compromiso socialista con remontar la inequidad
social, y decolonial para superar el racismo, la exclusión y la marginación. Todo
esto demanda siempre más democracia.
Distintos actores
sociales seguramente tienen, a su vez, diferentes papeles y responsabilidades,
pero todas ellas deben estar articuladas con la causa intransigente con la
causa de la democracia, tal como reclamaba tiempo atrás Fernandes. Sin la
democracia, se corre el riesgo que el capitalismo genere en Brasil, dice
Fernandes, como en los demás países latinoamericanos agregamos nosotros, unas
formas de explotación e inequidades tan “chocantes, deshumanizadas y
degradantes” como otras que ya existieron en el pasado agrario del país. Nos
alarma que tal vez eso es justamente lo que está ocurriendo en nuestro
continente.
Distintas versiones resumidas del presente análisis se
publicaron en el semanario Voces (Uruguay), Página Siete (Bolivia), Desde Abajo
(Colombia), Wayka (Perú), Plan V (Ecuador) y Correio da Cidadania (Brasil).
Esta versión final se publicó en la serie Política y Democracia, Documentos de
Trabajo, D3E CLAES, diciembre 2019, en www.DemocraciaSur.com E. Gudynas es
investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social en Uruguay. A.
Acosta es profesor universitario, fue presidente de la Asamblea Constituyente
de Ecuador y candidato a la presidencia por la Unidad Plurinacional
de las Izquierdas.
--
1 Sobre la distinción entre izquierdas y progresismos, ver
por ejemplo, La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos
de las izquierdas, E. Gudynas, ALAI, 7 octubre 2015,
https://www.alainet.org/es/articulo/172855 2 La peligrosa legitimación del
“fascismo social”, M. Svampa, Río Negro,
https://www.rionegro.com.ar/debates/la-peligrosa-legitimacion-del-fascismo-socialEG5932017?fbclid=IwAR1AoVKoevhfdgGP8LuycKft7KKnPDpjNG4CwlzLcdJwxz5UX9VH_zI376U
3 Alejando Teitelbaum ve un paralelismo entre lo que sucede en Europa con los
que está aconteciendo en América Latina: “El Progresismo colapsado en América
Latina, la socialdemocracia en Europa, están dejando la mesa servida a
gobiernos ultraconservadores y fascistoides. El caso de Brasil”
http://www.elsalmon.co/2018/11/el-progresismo-colapsado-en-america.html?m=1 4
Carta ao Povo Brasileiro, junio 2002, disponible en Leia íntegra da carta de
Lula para acalmar o mercado financiero, Folha S. Paulo, 24 junio 2002,
https://www1.folha.uol.com.br/folha/brasil/ult96u33908.shtml 5 Sobre algunos
balances realizados dentro de Brasil sobre el desempeño del PT, véase entre
otros a A. Singer e I. Loureiro (orgs), As contradições do Lulismo. A que ponto
chegamos?, Boi Tempo, São Paulo, 2016; también a Francisco de Oliveira, Brasil:
uma biografia não autorizada, Boi Tempo, São Paulo, 2018. 6 De la resaca del
neoextractivismo y los extravíos del progresismo, a los acechos del
neofascismo, H. Machado Aráoz, Servindi (Perpu), https://www.servindi.org/actualidad-noticias/29/10/2018/de-la-resaca-del-neoextractivismo-y-los-extravios-delprogresismo-los
7 Véase De la violación del Mandato Minero al festín minero del siglo XXI, A.
Acosta y F. Hurtado Caicedo, Rebelión, 30 junio 2016, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=215028
8 Una década desperdiciada – Las sombras del correismo, A. Acosta y J.
Cajas-Guijarro, La Línea de Fuego, Quito, 2018
https://lalineadefuego.files.wordpress.com/2018/06/libro_la_decada_desperdiciada.pdf
9 Véase una explicación dada por el Banco Nacional de Desarrollo Económico
Social (BNDES), quien fuera uno de los principales financiadores de esos
“campeones, en: Livro verde. 65 anos. Nossa história tal como ela é, BNDES, Rio
de Janeiro, 2017. 10 Por ejemplo el Foro Económico Mundial de Davos le dio el
primer premio de “estadista global” a Lula en 2010; en Ambito Financiero, B.
Aires, 29 enero 2010,
https://www.ambito.com/el-foro-davos-consagro-un-lula-ausente-como-estadista-global-n3605459
11 Esto corresponde a la tendencia que Jürgen Schuldt denomina como “hocico de
lagarto”, analizado para el caso ecuatoriano en el artículo del mismo nombre
por A. Acosta y J. Cajas-Guijarro (2018).
https://es.scribd.com/document/391301168/El-gran-fraude-59-76-Alberto-Acosta-y-JohnCajas-Guijarro-Incluye-Links
Fuente: http://www.rebelion.org/docs/250527.pdf
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