¿Es posible una revolución socialista hoy?
24 de agosto de 2020
Por Marcelo Colussi (Rebelión)
https://mcolussi.blogspot.com/
“Por supuesto que hay luchas de clase, pero es mi
clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando.”
Warren Buffett, archimillonario estadounidense
1979, en Nicaragua, con la insurrección
sandinista que quitó a la
dinastía Somoza en el poder desde largas décadas atrás, marcó
la última revolución socialista en el mundo. Luego de eso por supuesto siguió
habiendo luchas populares: muchas, numerosas y en los más distintos ámbitos,
todas de gran importancia en la historia, pero ninguna logró instaurar eso que
conocemos como “socialismo”. Lo de Venezuela y su Revolución Bolivariana merece
capítulo aparte (proceso justiciero, en todo caso, pero no una revolución
socialista en sentido estricto). Una década después de la gesta nicaragüense,
la emblemática caída del Muro de Berlín y la desintegración del campo soviético
–la URSS y todos sus países satélites– más el paso a elementos de economía
mercantil en la
República Popular China, muestran que las ideas de socialismo
parecen ir esfumándose. Cuba, Corea del Norte, Vietnam quedan como islas casi
perdidas en un mar de capitalismo globalizado y triunfalista.
Ahora bien: ¿se esfumaron aquellas ideas?
El grito vencedor del mundo capitalista parece creer que sí. Pero no es cierto.
Las causas que hicieron nacer las primeras protestas anticapitalistas en la
Europa de la
Revolución Industrial en el siglo XIX, estudiadas en
profundidad por Marx y Engels dando lugar al socialismo científico, se
mantienen inalterables. El sistema en su conjunto, en su estructura básica, no
ha cambiado. Se adecuó a los tiempos, sobrevivió a guerras y revoluciones, y
ahora, después de la pandemia de coronavirus, parece más fortalecido. La
explotación de clase, lo que fundamenta al capitalismo, no ha variado. Por eso
el ideario socialista sigue vigente. Lo cierto es que, analizando con
objetividad el mundo actual, se ve que las ideas de transformación social no
parecen estar imponiéndose. Por el contrario, la población planetaria parece
más domesticada que nunca; las políticas neoliberales de estas últimas décadas
y los efectos de la pandemia (no los sanitarios sino el manejo sociopolítico
que se le dio al asunto) muestran un mundo volcado muy unilateralmente hacia el
lado del capital (“Disolvieron todas las
protestas del mundo sin un solo policía. ¡Brillante!”: Camilo
Jiménez). La clase trabajadora global está acallada. Las explosiones que sigue
habiendo (la reciente rebelión de población afrodescendiente en Estados Unidos
en plena crisis sanitaria, los estallidos sociales latinoamericanos del año
pasado, los movimientos campesinos o lo Okupa por aquí y por allá, marchas
diversas y reivindicaciones varias que se siguen levantando) muestran que las
injusticias no han terminado. El epígrafe de Warren Buffet no deja lugar a
dudas.
Entonces, ¿es posible cambiar
revolucionariamente el sistema, más allá de los pequeños acomodos cosméticos,
gatopardistas, que el capitalismo puede permitirse? Esta pregunta, que sigue
inquietando a numerosas personas (para ver que sí sea posible, por un lado, o
para evitarlo a toda costa, por otro), da para interminables debates. Para
aportar un granito de arena más en esa discusión –absolutamente imprescindible
al día de hoy, más aún saliendo de la pandemia–
presentamos aquí este breve opúsculo, con la intención de ampliar esa búsqueda.
Entendemos que deben plantearse,
al menos, estas tres preguntas:
- ¿Está vigente el marxismo hoy como teoría
revolucionaria para cambiar el mundo?
- ¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el
mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes
transformaciones).
- ¿Cómo dar ese cambio?
Por supuesto, cada línea de
pensamiento de estas tres “ideas-fuerza”, da para una eternidad de trabajo. Por diversas razones, no nos comprometemos a un
exhaustivo y sistemático desarrollo de cada una de ellas en este texto. En todo
caso, las dejamos esbozadas aquí, para retomar con mayor profundidad en otras
instancias.
- ¿Está vigente el marxismo hoy como teoría
revolucionaria para cambiar el mundo?
Sí, sigue estando vigente. Sus conceptos
fundamentales, en tanto construcciones científicas, siguen siendo herramientas
válidas para entender y proponer alternativas en torno a la realidad. Las
sociedades humanas (hoy día sociedad absolutamente mundializada, con un
capitalismo principalmente financiero dominante) se asientan en la producción
material que asegura la vida.
La forma de organización que adopta hoy esa sociedad
planetaria es, básicamente, capitalista. Entender eso es entender las
relaciones de producción que la sostienen, y las mismas son relaciones de
explotación de un factor (el capital, en sus nuevas formas –capital financiero
global, despersonalizado, sin patria, transnacionalizado– pero capital al fin)
y quien produce la riqueza: los trabajadores (también en sus nuevas formas: un
proletariado industrial urbano en proceso de cambio/achicamiento/extinción,
contrataciones tercerizadas en el Tercer Mundo, pérdida de conquistas laborales
históricas, trabajadores de carne y hueso reemplazados cada vez más por
procesos de automatización y robotización, etc.) Pero más allá de la nueva
fisonomía, las relaciones capital-trabajo siguen vigentes. En eso asienta el
mundo.
La lucha de clases (en sus nuevas y
diversas formas) sigue siendo el motor de la historia. Leer esa
realidad y proponer alternativas revolucionarias continúa siendo el corazón
mismo del pensamiento marxista, o socialista, o crítico, o como se le quiera
llamar (¿pasó de “moda” hablar de socialismo o comunismo? Eso lleva a
preguntarnos por qué). Conclusión: el marxismo sigue
vigente como método de análisis y como propuesta de transformación. Pero hay que
adecuarlo a los nuevos tiempos, muy distintos en muchos aspectos –quizá no en
la estructura de base, pero sí con cambios importantes– de lo visto por los
clásicos hace un siglo y medio atrás. El imperialismo, en la segunda mitad del
siglo XIX, no tenía el peso que pasó a tener posteriormente, por ejemplo. Las
nuevas tecnologías de control masivo –el mundo digital, los satélites
geoestacionarios, los drones, etc.– hoy día le confieren un poder sin par al
capital.
Además,
aparecen tematizadas y explícitas contradicciones que siempre existieron, pero
que ahora cobran un valor nuevo: las luchas por la equidad de género, las
luchas contra todo tipo de discriminación (étnica, por la diversidad sexual,
etc.), la denuncia de la catástrofe medioambiental a que ha llevado el modelo
productivo depredador, la dinámica centro (países desarrollados del Norte)
versus periferia (países pobres y subdesarrollados del Sur). El materialismo
histórico, en tanto método de análisis, permite entender y procesar todo ese
movimiento, si bien en el texto de los clásicos puede no estar presente. ¿Marx
era “machista” o “eurocéntrico”? Sin dudas, preguntas mal formuladas.
- ¿Cómo es hoy ese mundo? (entendiendo que el
mundo del que habló Marx en su momento ha tenido grandes transformaciones).
El mundo actual, capitalista en sus
cimientos, ha cambiado mucho en este siglo y medio. Hoy día el proceso de
mundialización (globalización) ha transformado el planeta en un mercado único,
con capitales tan fabulosamente desarrollados que están más allá de los Estados
nacionales modernos. El desarrollo portentoso de las tecnologías abre nuevos y
complejos retos al campo popular y a las propuestas revolucionarias: el poder
militar del capital es cada vez más grande, los métodos de control (en todo sentido,
en especial el ideológico-cultural) son cada vez más eficientes, el capitalismo
salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) ha hecho retroceder
conquistas sociales históricas, la desesperanza y la despolitización seguidas a
la caída del campo socialista soviético aún siguen siendo grandes. A todo ello
se suman, empeorando la situación, los efectos del manejo que ha tenido la
pandemia del COVID-19, confinando poblaciones completas, desarticulando luchas,
creando una nueva cultura del terror y la desconfianza (el otro es
desconfiable…, porque puede ser portador de enfermedades, en particular, de
esta nueva “peste bubónica”). Hoy día, por ejemplo, a partir de un manejo bien
conducido por parte de la clase dominante, los sindicatos ya no constituyen una
herramienta importante para la organización y la lucha popular (comprados,
cooptados, burocratizados). No hay dudas que la posibilidad de una revolución
socialista en la actualidad, si bien no desapareció, no se ve muy cercana. ¿Es
posible desarrollar y mantener una revolución exitosa en un solo país? Depende
qué país: ¿podría una pequeña y pobre nación africana o centroamericana
mantener altiva su revolución como lo hizo Cuba varias décadas atrás, hoy día
sin Unión Soviética? ¿Es la República Popular China y su “socialismo de
mercado” un referente para la clase trabajadora mundial?
A todo ello se suman, en este nuevo mundo
inexistente un siglo atrás, nuevos elementos, como el capital mafioso
(capitales golondrinas, paraísos fiscales, capitalismo especulador,
narcotráfico como nuevo factor de acumulación y estrategia de dominación
renovada), nuevos sujetos que se suman a la protesta: las nuevas
reivindicaciones ya mencionadas, de género, étnicas, la reacción ante el
desastre ecológico en juego. Las contradicciones de clase siguen siendo el
motor de la historia, con el agregado y articulación de estos nuevos sujetos.
La pauperización/descomposición del proletariado industrial de los países
capitalistas más desarrollados abre igualmente nuevos escenarios. El
capitalismo globalizado y su abandono creciente del Estado satisfactor impone
también una nueva dinámica. La instalación de plantas fabriles de los países
dominantes en el Sur del mundo, más que sentirse como ataque imperialista, es
una “salida” a la pobreza estructural de inmensas masas de trabajadores, tanto
como lo son las migraciones masivas hechas en forma irregular hacia la
“prosperidad” del Norte, elementos desconocidos cien o ciento cincuenta años
atrás.
En definitiva: si bien la estructura de
base se mantiene (la explotación del trabajo, por ende, del trabajador en
cualquiera de sus formas: obrero industrial, campesino, peón agrícola,
productor intelectual, empleados en la esfera de servicios, etc.), hay nuevas
formas del mundo que implican necesariamente nuevas formas de lucha. La
catástrofe medioambiental mueve también a incorporar esa nueva dimensión en el
pensamiento revolucionario. Conocer este mundo, distinto al capitalismo inglés
de la segunda mitad del siglo XIX, implica estudiar muchísimo todas estas
nuevas variantes. Por ejemplo, y a título de provocación: ¿constituyen los hackers hoy una
nueva forma de lucha? ¿Serviría eso para desestabilizar el sistema y
transformarlo revolucionariamente?
En esto puede ser importantísimo,
imprescindible quizá, revisar las pasadas experiencias socialistas (las que
triunfaron y se constituyeron como poder político: la rusa, la china, la
cubana, etc.), y las que no lo lograron, como la guatemalteca, por ejemplo, o
los socialismos africanos post Liberación Nacional de los años 60 del pasado
siglo, o el socialismo árabe. ¿Falló algo ahí? ¿Qué pasó? ¿Por qué
retrocedieron las revoluciones triunfantes en la Unión Soviética y
en China? ¿Por qué no se pudo triunfar, por ejemplo, en Guatemala o en El
Salvador, donde había fuertes movimientos revolucionarios armados con amplia
base popular? Las protestas sociales (estallidos populares espontáneos) que
barrieron casi toda Latinoamérica y otros puntos del mundo (Medio Oriente,
chalecos amarillos en Francia, etc.) durante la segunda mitad del 2019
–silenciadas luego por los confinamientos derivados de la pandemia de
coronavirus, ¿“significativo silencio”? – ¿son fermentos revolucionarios?
¿Pueden ser la mecha de un cambio? ¿Cómo transformar ese descontento, muy
profundo sin dudas, en un cambio real de sistema? ¿Es posible? Todo el esfuerzo
ideológico-cultural del sistema a través de sus muy desarrollados mecanismos de
sujeción apunta a hacerlo imposible.
En Venezuela, por ejemplo, la llegada a la
presidencia de un gobierno popular con un carismático conductor a la cabeza,
Hugo Chávez, montado en una fabulosa ola de descontento popular ante las
políticas neoliberales que se venían aplicando (recordemos el histórico
Caracazo de 1986), abrió esperanzas. Ello trajo aparejado una cierta
recomposición política en varios países latinoamericanos quienes, al amparo del
proceso bolivariano, abrieron perspectivas contestatarias, con una distribución
de la riqueza nacional más equitativa (Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia con
mucha más profundidad, Uruguay, Paraguay). Pero no fueron revoluciones
socialistas sostenibles. El sistema se las ingenió para, finalmente, torcerles
el brazo. Luego de esa primavera a principios del milenio, las cosas volvieron
a su carril. La post-pandemia augura más capitalismo, más explotación, menos
organización popular. Pero sí, seguramente, más reacción. Las protestas
sociales, acalladas de momento, ahí están listas para resurgir. ¿O acaso habrá
que darse por vencidos?
Hoy, visto el poder enorme de los actuales
capitales, las formas de lucha quizá ya no pueden ser las utilizadas décadas
atrás. ¿Qué hacer entonces? Es ahí donde surge la reflexión en torno a lo que
nos convoca: ¿cuál es el instrumento de cambio hoy día?
Partamos de la base que el sistema
capitalista en su conjunto sigue siendo un peligro para la Humanidad. Que un
15% de la población mundial viva decorosamente, con sueldo seguro y cierta
estabilidad –sin contar con una minúscula proporción que vive en la más
inconmensurable abundancia (el 1% de la población planetaria detenta el 50% de
toda la riqueza humana)– muestra que el sistema no funciona. Se desperdicia
comida para mantener estables los precios (para que el capital no pierda, dicho
en otros términos), en tanto la desnutrición causa 35 millones de decesos por
año a nivel mundial. Es más que obvio que el sistema no funciona. Se busca agua
en el planeta Marte mientras 11,000 personas mueren diariamente en la Tierra
por falta de agua potable; se gasta más en armas o en drogas que en
satisfactores. El capitalismo es un peligro, sin dudas. pero… ¿cómo se le hace
caer?
Los métodos de lucha que dieron resultado
años atrás –porque revoluciones exitosas sí hubo– hoy deben revisarse. El
sistema, es decir: el capital, que tiene mucho que perder y no descansa ni un
instante en su lucha por no ser destronado, parece tener mucha ventaja sobre el
campo popular, sobre la gran masa trabajadora mundial. Pero la historia no está
terminada. Incluso podría leerse toda la parafernalia de la actual pandemia
(que en un año de duración habrá producido casi la misma cantidad de muertos,
solo un poco más, que la gripe estacional… ¡no es la peste negra del Medioevo!)
como un mecanismo de control más que los poderes dominantes saben administrar
sobre la
población. Recordemos lo dicho más arriba: “Disolvieron todas las protestas del mundo sin un
solo policía. ¡Brillante!”. La situación se ve algo sombría… ¡pero
la historia no ha terminado!
El presente texto, que definitivamente no
agrega nada nuevo, pretende ser un humilde aporte más para contribuir a la
pregunta de por dónde tenemos que ir. Quizá no esté claro el camino, pero al menos
sabemos lo que no debemos hacer: rendirnos. Es, si se quiere, un llamado a la esperanza. Una
esperanza con carácter crítico, con los pies sobre la tierra: “Hay que actuar con el pesimismo de la razón y el
optimismo de la pasión”, como decía Antonio Gramsci. La oenegización
que nos inunda, definitivamente no es el camino (otra arma más de control
social que ponen los poderes). Entonces…. ¿por dónde? La pregunta sigue siendo
la misma que se hacía Lenin hace un siglo: ¿qué hacer? ¿Alguien tiene la
respuesta? ¿La construimos colectivamente? Lo que sí debe seguir guiándonos es
la idea de base: la explotación (de clase, de género, étnica) continúa, por
tanto, la lucha contra todo tipo de explotación continúa.
Fuente: https://rebelion.org/es-posible-una-revolucion-socialista-hoy/
No hay comentarios:
Publicar un comentario