lunes, 24 de agosto de 2020

Destaquemos que la emergencia ecológica plantea "algún tipo de solución colectivista. Las dimensiones y alcances del problema, por lo demás, obligan a miradas globales, totalizadoras; antes que a focalizaciones parciales. Y en el campo de las teorías abarcantes, dialécticas (en el sentido de pensamiento inseguro que busca integrar diferentes dimensiones) la tradición marxista tiene pocos rivales. Por otra parte, una auténtica pax-capitalista es inviable.(...)En la actualidad se ha sumado un componente muchísimo más grave: la crisis ecológica provocada por un tipo de desarrollo basado en el agotamiento de los recursos no renovables, la “compra de tiempo” a costa de la hipoteca del futuro y la depredación de las dos fuentes de la riqueza: los trabajadores y la naturaleza.

Algunas reflexiones sobre

el marxismo de nuestro tiempo

19 de agosto de 2020
Por Ariel Petruccelli (Rebelión)
A comienzo de los años noventa, quien observara de manera realista lo que sucedía en el mundo en términos políticos e intelectuales bien podría dudar respecto a si, treinta años después, quedaría algo de marxismo. A la luz de la debacle ignominiosa de los “socialismo reales”, el ascenso vertiginoso del neoliberalismo, el retroceso cuantitativo y cualitativo del movimiento obrero y la marginalidad política de todas las izquierdas (incluyendo aquellas que habían sido críticas de ese “socialismo real”), el escenario de la desaparición lisa y llana de la tradición socialista, dentro de la que el marxismo había sido sin margen para la duda la fuerza hegemónica, no podía ser descartado. Y aún cuando la pura y simple desaparición no pareciera lo más probable, sólo cabía imaginar en términos sombríos su futuro. En las páginas finales de Los fines de la historia, publicado en 1992, Perry Anderson imaginó cuatro futuros posibles para el socialismo. El primero era que, andando el tiempo, se viera a las experiencias del socialismo del siglo XX como una anomalía exótica. Anderson establecía una analogía con las experiencias comunitarias de las misiones jesuíticas del Paraguay. La segunda posibilidad -cuya analogía histórica eran los levellers– era que ciertos componentes limitados de su ideario se traspasaran a otros movimientos cuyas principales preocupaciones serían otras y cuyo lenguaje es ya muy diferente. La tercera posibilidad -cuya analogía eran los jacobinos- implicaba una mutación y el surgimiento de un nuevo movimiento de transformación social que reconocía su deuda con la vieja tradición. La cuarta y última posibilidad contemplada por Anderson es que sucediera con el socialismo algo semejante a lo que sucedió con el liberalismo: luego de un eclipse prolongado, un resurgimiento arrollador.
Aunque sin pronunciarse de forma categórica sobre cuál alternativa sería la más probable. Parece indudable que Anderson se inclinaba por la última, al menos como apuesta política, como orientación, como deseo. Pero no es menos innegable que mostraba algo así como lo que Gilbert Achcar denominó “pesimismo histórico”, que el propio Anderson no reconocería como tal. Más allá de optimismos y pesimismos, Anderson defendía un “realismo intransigente”, caracterizado por la negativa a toda componenda con el sistema imperante, pero rechazando toda piedad o eufemismo que puedan infravalorar su poder. Mirar la realidad cara a cara, sin consuelos bienpensantes, podríamos decir.
Si como fuerza política el socialismo estaba en los noventa devastado, como tradición intelectual el marxismo no estaba mucho mejor. Fiel al realismo intransigente, a la premisa de mirar la realidad a la cara por poco confortables que fueran las imágenes que el espejo nos devolviera, en el año 2000 el mismo Anderson constataba:
Todo el horizonte de referencia en el que se formó la generación de la década de 1960 prácticamente ha sido barrido del mapa: los hitos del socialismo reformista y revolucionario por igual. A la mayoría de los estudiantes, la lista de los nombres de Bebel, Bernstein, Luxemburgo, Kautsky, Jaurès, Lukács, Lenin, Trotsky, Gramsci les resulta hoy tan remota como una lista de obispos arrianos… La mayor parte del corpus del marxismo occidental ha quedado también fuera de la circulación general: Korsch, el Lukács de Historia y conciencia de clase, casi todo Sartre y Althusser, la escuela de Della Volpe, Marcuse. Lo que mejor ha sobrevivido es menos directamente político: en lo esencial, la teoría de la Escuela de Frankfurt del período de posguerra y algunas obras escogidas de Benjamin. En nuestro país, Raymond Williams ha sido arrinconado, casi como Wright Mills en los Estados Unidos hace veinte años; Deutscher ha desaparecido; el nombre de Miliband habla de otro tiempo.

Si esta era, grosso modo, la situación hace veinte o treinta años, ¿cómo se nos presenta en la actualidad?
Desde el ángulo de las organizaciones políticas, la situación de cualquiera de las dos grandes tradiciones socialistas internacionales de masas -la segunda y la tercera internacional- la situación es de completo descalabro. Los Partidos Comunistas abdicaron o fue derrocados en casi todos lados. Allí donde esto no sucedió, como en China, la deriva hacia el capitalismo fue a marchas forzadas. China es hoy un país capitalista en toda la regla desde el punto de vista económico, acoplado a un estado policial máximamente autoritario. Y se ha convertido en la principal locomotora de la economía capitalista y en una de las principales usinas de la devastación ecológica planetaria. La vieja socialdemocracia ha devenido en un insulso liberalismo social. En Europa principalmente, las viejas banderas socialdemócratas asociadas al “Estado benefactor” han sido retomadas por los residuos de los viejos partidos comunistas, que ya carecen de toda pretensión revolucionaria. La oleada de supuestos gobiernos posneoliberales en América Latina ha sido un gran fiasco. Más allá de los fuegos de artificio retóricos (“socialismo del siglo XXI”, “buen vivir”, etc.), la sórdida y oscura realidad ha sido un desarrollismo capitalista basado crecientemente en el “extractivismo”, la expansión de las mismas pautas de histeria consumista del denostado “norte global”, desastres ecológicos, hipoteca del futuro… Todo a cambio de módicos derechos y una tibia redistribución económica en medio de la ola pasajera de altos precios de las commodities. Una década larga de explosión de los precios agrícolas internacionales, combinado con gobiernos “progresistas”, sirvió para mejorar un poco las condiciones de vida de las grandes mayorías populares, sin que casi se viera afectada la increíble desigualdad que caracteriza a nuestra región (que es la más desigual del mundo). Los pobres eran un poco menos pobres, pero los ricos cada vez más ricos. Pasada la coyuntura favorable, la caída de los precios internacionales agrícolas y petroleros, junto con la llegada al poder de gobiernos menos comprometidos con la “justicia social”, provocó que se desandara en pocos meses lo que supuestamente se había avanzado en dos o tres lustros. Por lo demás, el crecimiento económico -condición necesaria, se nos dice, para conseguir a lo sumo módicas mejoras de las clases populares- está devastando el planeta. Este es un problema acuciante en la actualidad: el crecimiento económico se parece demasiado al crecimiento de un cáncer.
Ningún gobierno del llamado “ciclo progresista” introdujo cambios socioeconómicos equiparables ni analogables a los que en su momento introdujeron las revoluciones rusa, china o cubana. Y su atractivo disminuyó o se eclipsó en apenas una década. La Venezuela de Maduro se halla envuelta en una crítica situación económica y social, además de política, que no puede ser explicada por las agresiones externas. El gobierno de los “movimientos sociales” del MAS en Bolivia fue derrocado sin ofrecer resistencia por un golpe de Estado con apoyo masivo de sectores medios urbanos, sin que los movimientos sociales que supuestamente gobernaba salieran a defenderlo. Más que el gobierno de los movimientos sociales, parece haber sido el gobierno de la cooptación y desmovilización de tales movimientos. La perfomance de Syriza en Grecia ha sido seguramente el mayor fiasco de la historia de un gobierno de “izquierdas” en el poder y la deriva de Podemos en España, menos trágica y vertiginosa que la de Syriza, no ha sido menos decepcionante: pasaron de condenar a la socialdemocracia como un proyecto agotado y a “la casta” como la raíz de todos los males, a convertirse en socialdemócratas y en parte de “la casta” poco después, como aliados minoritarios y subordinados en el Gobierno de Pedro Sánchez, del PSOE.
Por otra parte -y no es este un dato menor- ninguna fuerza de izquierda revolucionaria ha podido hacer pie entre las masas ni acercarse al poder. La marginalidad política ha sido la marca de los tiempos de las fuerzas políticas verdaderamente radicales, entre ellas las varias “cuarta internacional”. Allí donde ha habido movimientos de masas significativos, las demandas han sido parciales, antes que globales, orientadas a “ampliar derechos”, antes que a subvertir el orden social. Aunque en estos terrenos acotados y específicos se han librado grandes luchas y conquistado no pocas posiciones, las mismas han tenido lugar dentro de los marcos de lo políticamente tolerable por el sistema, y en términos que más que socavar su base de sustentación, más bien parecen haberla ampliado. Como señalara recientemente Susan Watkins luego de reseñar los importantes avances del feminismo en las últimas décadas a escala mundial: “los avances en la igualdad de género han ido de la mano con el aumento de la desigualdad socioeconómica en la mayor parte del planeta”. La historia reciente del feminismo es, de hecho, un ejemplo claro de esta situación: las corrientes más anticapitalistas del feminismo han sido hasta el momento domeñadas. El campo lo dominan perspectivas abiertamente liberales (como las que buscan romper el “techo de cristal”) u otras más belicosas en sus discursos y a veces en sus prácticas, pero limitadas a demandas puntuales (como el derecho al aborto) perfectamente integrables al orden capitalista. Los feminismos populares, cuya importancia no puede ignorarse, se hallan de momento a la saga.
Aunque en los últimos años han estallado aquí y allá movimientos huelguísticos (en Francia, por ejemplo) el nivel de activismo obrero, en alza en algunos países, se halla todavía muy por debajo de otros momentos históricos, y en general bastante desligado de todo imaginario socialista. El panorama en los múltiples movimientos ecologistas no es mucho mejor. Los viejos partidos “verdes” europeos de los años setenta/ochenta, fueron ya hace tiempo domesticados e integrados. Los nuevos movimientos surgidos más recientemente (como “extinción rebelión”) de momento no son mucho más que una promesa, y se hallan orientados más bien a sensibilizar a la opinión pública y formular demandas a las autoridades, antes que a derrocar un régimen social. Aunque el nacionalismo no ha desaparecido, ni tampoco la religión, comparados con los movimientos nacionalistas y religiosos de otros tiempos muchos de los contemporáneos parecen cuasi paródicos. Y los movimientos nacionalistas y religiosos, que en el pasado supieron tener en no pocos casos inclinaciones progresistas e incluso revolucionarias, en la actualidad se hallan predominantemente orientados en sentidos conservadores. Es difícil ver en ellos algo más que una reacción mayormente ciega a ciertas tendencias de la globalización, con muy escasa capacidad de proponer y promover reordenaciones sociales generales. Su horizonte no va más allá del capitalismo.
En todos estos campos sobreviven corrientes que procuran vincular estas demandas con alguna perspectiva socialista revolucionaria, así como articularlas entre sí. Pero son, de momento, minoritarias. Aunque ni el imaginario ni el lenguaje del socialismo han desaparecido del mapa, su situación sigue siendo crítica.

¿Qué sucede en el campo intelectual?
El pensamiento crítico, antisistema, no se ha detenido, en modo alguno. Más bien al contrario, en los últimos años han proliferado todo tipo de teorías críticas. Disponemos de una cartografía no exhaustiva pero sí muy apropiada de este campo en la obra de Razmig Keucheyan, Hemisferio izquierda. Entre las conclusiones más importantes que deja traslucir Keucheyan cabe destacar un cierto desplazamiento de la intelectualidad crítica a las instituciones superiores de USA (en sintonía con la hegemonía cultural de la superpotencia); la consolidación del ámbito universitario como sitio de producción del pensamiento crítico -academización a marcha forzada por decirlo de algún modo-; una fuerte tendencia a la dispersión (contexto en el cual el pensamiento inspirado en la obra de Marx ha perdido sin ninguna duda la centralidad que supo tener en al campo de las teorías críticas en el siglo XX); el marxismo específicamente, como parte de una totalidad más amplia de teorías críticas, ha tendido a fragmentarse en un archipiélago de mil y un marxismos; el género y la etnia han desplazado a la clase en la preocupación general, el lenguaje ha corrido a la economía, la filosofía ha desplazado a la historia y la crítica abstracta ha prácticamente sepultado al pensamiento estratégico. Con las debidas excepciones, este es el panorama general.
Keucheyan prevé, sin embargo, que en el futuro inmediato el pensamiento crítico de tradición marxista recobre nuevos bríos. Hay algo del orden del deseo en esa previsión, sin duda. Pero hay también sereno análisis de la situación. La crisis económica del 2008 colocó a la economía en primer plano, luego de décadas donde todo parecían ser juegos de lenguaje. Y la crítica situación ecológica del planeta vuelva a poner sobre la mesa la abolición radical de las relaciones capitalistas de producción: es obvio que un capitalismo sin crecimiento económico es virtualmente un absurdo, y no es menos evidente que ese crecimiento nos conduce a un desastre colosal. Las propias características y magnitud de la crisis ecológica y del presente cambio climático llevan a pensar casi ineludiblemente (para quien no sea un apologista cínico -e incluso pago- del capitalismo) en algún tipo de solución colectivista. Las dimensiones y alcances del problema, por lo demás, obligan a miradas globales, totalizadoras; antes que a focalizaciones parciales. Y en el campo de las teorías abarcantes, dialécticas (en el sentido de pensamiento inseguro que busca integrar diferentes dimensiones) la tradición marxista tiene pocos rivales.
Por otra parte, una auténtica pax-capitalista es inviable (aún cuando las fuerzas anticapitalistas sean sumamente débiles). Y no se trata únicamente de la naturaleza intrínsecamente destructiva del capitalismo como sistema (basado en lo que se suele llamar “destrucción creativa”), la recurrencia ineliminable de las crisis periódicas o las tradicionales pujas entre potencias emergentes y declinantes (China/USA hoy en día). En la actualidad se ha sumado un componente muchísimo más grave: la crisis ecológica provocada por un tipo de desarrollo basado en el agotamiento de los recursos no renovables, la “compra de tiempo” a costa de la hipoteca del futuro y la depredación de las dos fuentes de la riqueza: los trabajadores y la naturaleza. El futuro ha llegado tras tres o cuatro siglos de desarrollo capitalista: el sistema más “exitoso” y expansivo de todas las creaciones humanas se halla al borde de una catástrofe sin precedentes: ha cortado las ramas sobre las que estaba parado, ha destruido su entorno vital.
La gran paradoja del mundo contemporáneo es que mientras el sistema capitalista se empeña en generar caos a escala planetaria y se dirige raudamente hacia lo que bien podríamos llamar un colapso, las fuerzas políticas dispuestas a enfrentarlo son absolutamente exiguas. En el imaginario popular, una invasión extraterrestre parece más probable que una revolución social.

Y sin embargo, se mueve. Con escasa claridad política en cuanto al mundo que se quiere, en diferentes lugares han reaparecido revueltas de masas que indican, al menos, lo que ya no se quiere. El rechazo a una forma de vida que se torna insoportable, incluso allí donde se consideraba que todo era “modélico”: Chile, Francia, Hong Kong. Sobran las razones del malestar. Descontento y protestas, podemos darlo por seguro, no faltarán en el futuro. Pero ello no significa que puedan ser orientadas en un sentido anticapitalista. De hecho, es tan grande la asimetría de poder material y simbólico en el mundo contemporáneo que todos los grandes movimientos de los últimos años han sido o empantanados o esterilizados: las primaveras árabes, los indignados españoles, el 2001 argentino, y la lista podría seguir.

Pero hay otra no menos evidente y ya atronadora paradoja en el mundo contemporáneo. Distintas corrientes de pensamiento, cuestionando el supuestamente rudo determinismo o reduccionismo clasista del marxismo, insistieron en que a la explotación de clase había que sumar, en pie de igualdad, la opresión de género y étnica. Con el tiempo esto tendió a decantar, más que en una cierta paridad, en una ostensible preferencia por las dimensiones étnico-raciales o género-sexistas de la opresión y la explotación. Hablar de clases pasó prácticamente a ser sinónimo de estrechez mental, dogmatismo e incluso insensibilidad. Paradójicamente, mientras el ascenso económico de Asia oriental (China sobre todo, pero no exclusivamente) reducía las desigualdades entre países y estados, y mientras los avances del feminismo -sobre todo en el llamado “mundo occidental”- achicaba la brecha de género, las desigualdades de clase se dispararon hasta las nubes en las últimas décadas. Curiosamente, la forma de desigualdad, opresión y explotación de la que menos se habla es la que más ha crecido en los últimos tiempos. Y es, además, la única que no puede desaparecer sin que desaparezca el capitalismo. Por difícil que sea de alcanzar en la práctica, no es teóricamente imposible un capitalismo sin desigualdad de género o étnica. Pero un capitalismo sin clases es no sólo empírica sino lógicamente imposible. (...)
Fuente: https://rebelion.org/algunas-reflexiones-sobre-el-marxismo-de-nuestro-tiempo/

No hay comentarios:

Publicar un comentario