Pepe
Mujica era un buen presidente….
8 de agosto de 2020
Por Marcelo Colussi (Rebelión)
https://mcolussi.blogspot.com/
El uruguayo Pepe Mujica fue un buen presidente. Así lo marcan las encuestas. Pero, ¿qué significa ser un “buen presidente”? ¿Lo es, por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador en México, quien luego ya de un tiempo en el gobierno no evidencia un notorio desgaste como pasa con otros dignatarios, o Nayib Bukele en El Salvador, aceptado ampliamente por el manejo que dio en su país a la pandemia de COVID-19? ¿Quizá Vladimir Putin en Rusia, que sigue teniendo un amplio margen de aceptación popular que le permite eternizarse en el Kremlin? Hoy por hoy, según la preferencia del electorado, tanto Angela Merkel en Alemania como Emmanuel Macron en Francia no gozan de la mayor popularidad. ¿Son “malos” mandatarios entonces? ¿Y qué decir de Salvador Allende en Chile, amado por muchos, pero desplazado del poder con un sangriento golpe de Estado que le costó su vida? ¿No era un “buen” presidente entonces? Del mismo modo puede preguntarse por Hugo Chávez, o más aún por su sucesor, Nicolás Maduro: ¿está “manteniendo”
Es creencia
repetida hasta el cansancio que los presidentes, los mandatarios en sentido
amplio, en este engendro confuso y perverso que se nos presenta como
“democracia” en el marco de los sistemas capitalistas (pretendidamente:
gobierno del pueblo), son los que mandan. Eso es lo que machaconamente nos dice
la ideología dominante, repetida hasta el cansancio a través de todos sus
mecanismos de aculturación: escuela, medios masivos de comunicación, iglesias,
sentido común.
Esta idea, absolutamente cargada de una
ideología antipopular, mezquina y entronizadora del individualismo, ve la
historia como producto de “grandes hombres”. Vale la pena, al respecto, repasar
esa maravillosa poesía del dramaturgo alemán Bertolt Brecht “Preguntas
de un obrero que lee”. Allí, mofándose de esa creencia centrada en los “grandes”
personajes, entre otras cosas se pregunta: “César
derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?”La historia es una muy compleja concatenación de hechos, siempre en movimiento, donde el conflicto, el choque de elementos contrarios es lo que
Debe quedar claro de una buena vez por todas que la historia no la hacen los personajes, no depende de “una persona” en particular; la historia la hacen las grandes mayorías en su dinámica social. Los personajes, como diría Hegel, son parte de un infinito teatro de marionetas. Los personajes pueden contar: no es lo mismo un pusilánime pelele como George Bush hijo (marioneta de otros poderes, sujeto con severos problemas psicológicos personales) que un estadista como Vladimir Putin (con el que se podrá coincidir o no, no importa, pero que tiene un peso decisivo en la Rusia post soviética), o que Fidel Castro, por ejemplo, o que un líder carismático como Mahatma Ghandi. Pepe Mujica, el “presidente más pobre del mundo”, como se le ha dicho, es muy buena persona. Cuando fue mandatario de su Uruguay natal, no andaba pavoneándose en banquetes de gala con ropa costosa ni relojes de oro de afamadas marcas. ¿Cambió el país por eso? Sería ingenuo creer que sí.
Álvaro Arzú, hombre fuerte de la política guatemalteca por varias décadas y conspicuo exponente de la oligarquía nacional, acaudalado millonario que no necesitaba el sueldo de funcionario público para vivir, no es lo mismo que el presidente Jimmy Morales, comediante de segunda devenido gobernante por avatares del destino. Pero esos “hombres” no deciden todo, en absoluto. Los mandatarios, en las democracias capitalistas, son una expresión de los verdaderos factores de poder, quienes detentan la propiedad de los medios de producción: tierras, empresas, banca. ¿Quién da las órdenes a quién? Si nos quedamos con la idea -falsa y equivocada- de “grandes hombres”, o de que los presidentes son, efectivamente, quienes mandan, no entendemos lo que es la marcha de la historia.
Veamos algunos ejemplos para graficarlo: un país pobre como Guatemala, una potencia económico-político-militar como Estados Unidos, o un país socialista como Cuba.
En Guatemala regresó en el año 1986, luego de años de sangrientas dictaduras militares, esto que se llama “democracia”. Ya han pasado numerosos gobernantes desde entonces, “elegidos democráticamente”: Vinicio Cerezo, Jorge Serrano Elías, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Oscar Berger, Álvaro Colom, Otto Pérez Molina, Jimmy Morales, más dos que llegaron por mecanismos administrativos: Ramiro de León Carpio y Alejandro Maldonado. ¿Algún cambio para las grandes mayorías populares? ¡Ninguno!: continúa el 60% de población en condiciones terribles de abandono, sigue el analfabetismo, el país sigue siendo un exportador neto de materias primas, la clase dominante se mantiene como la oligarquía más rica de la región, la más anticomunista y la menos modernizante. A inicios del 2020, antes que comenzara la pandemia de coronavirus, llegó uno nuevo: Alejandro Giammattei; ¿podía esperarse algo nuevo con él? Más allá de la esperanza, sana y razonable, que se puede tener ante cualquier cambio de cara, la realidad lo indica: sigue la pobreza, la exclusión de los pueblos originarios, el patriarcado, la corrupción y
Veamos otro ejemplo: Estados Unidos. Tomemos los últimos presidentes de estas décadas: John Kennedy, Lindon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George Bush padre, Bill Clinton, George Bush hijo, Barack Obama, Donald Trump. ¿Qué cambió en lo sustancial para el ciudadano estadounidense medio (Homero Simpson), o para nosotros en Latinoamérica, su virtual patio trasero? Nada. Estados Unidos, no importa con qué gerente, siguió siendo una potencia rapaz, belicista, imperialista. Desde
Quien toma las
decisiones finales -en general, en las sombras, sin que el gran público lo
sepa, y mucho menos pudiendo incidir en ello- son las grandes corporaciones
ligadas a los principales rubros económicos: el complejo militar-industrial
(que inventa guerras a su conveniencia, lo cual le genera muchísimos dólares
por minuto de ganancia), las compañías petroleras, los megabancos, la industria
química, la narcoactividad (que no es cierto que sea un negocio solo de
narcotraficantes latinoamericanos: ¿quién la distribuye y lava los activos en
el Norte?), y últimamente, los negocios ligados a las nuevas tecnologías
digitales.
Conclusión: pese a lo que la ideología individualista presenta, debe quedar claro que la historia la hacen las masas, las grandes mayorías, los pueblos en su movimiento. Los conductores son una expresión de ese movimiento. Pepe Mujica era un “buen tipo”, bienintencionado sin dudas; pero eso solo no alcanza para lograr cambios reales. En el capitalismo, el presidente de turno (¿gerente?, ¿administrador?, ¿capataz?) no es sino un mandatario de los grandes poderes económicos. Si lo olvidamos, olvidamos que la historia es la dinámica de luchas de clases sociales enfrentadas y chocando continuamente.
Fuente: https://rebelion.org/pepe-mujica-era-un-buen-presidente
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