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Bolivia_Rafael Bautista: «Del estado de
excepción al estado de rebelión»
15 de agosto de 2020
Por Rafael Bautista S.
Resumen Latinoamericano, 15 de agosto de 2020
El Estado de excepción no declarado, pero en
ejecución fingida, constituye el contexto ineludible que permite –en una
reflexión crítica de la coyuntura– poder advertir, la más que improbable
realización democrática y limpia de elecciones nacionales. La postergación continua
del evento electoral (por cuarta vez), bajo el pretexto de la “pandemia”,
demostró ya la falacia grosera de la autodenominada “transición”, que exhibe la
dictadura actual como mera cobertura “democrática” de unos propósitos
profundamente anti-democráticos.
Su finalidad no fue nunca “recuperar la
democracia”, sino destruirla desde sus bases mismas; minando la propia
soberanía nacional en acuerdos espurios que comprometen la propia viabilidad
estatal y nacional.
Un “gobierno de transición” jamás se arroga
tareas como la definición de nuevos acuerdos internacionales y diplomáticos, o
la otorgación de concesiones en minería o hidrocarburos; tampoco su tarea jamás
debió considerar deshacer la institucionalidad o instrumentalizar los órganos
estatales para benéfica propio (si eso supuestamente era lo que había que
corregir); o minar la soberanía nacional, permitiendo la injerencia abierta de
la Embajada gringa en asuntos estratégicos, como es el litio y la bioceánica; o
poner al descubierto, para beneficio chileno, información estratégica del
conflicto por las aguas del Silala.
Desde su inicio, se pudo vislumbrar un
atrevido y enfermo revanchismo, desmontando incivilmente “lo plurinacional” del
Estado boliviano; desde la quema de una insignia patria como es la wiphala (que
continuó con su total anulación de la imagen gubernamental), hasta el respaldo
abierto a grupos parapoliciales y paramilitares que fueron, en el golpe,
actores visibles en la destrucción de instituciones estatales; quienes
desataron, además, la persecución, amedrentamiento y hostigamiento a
dirigentes, asambleístas nacionales y pueblo en general (sobre todo de
procedencia indígena).
La “transición” fue un eufemismo que sirvió a
los golpistas para “encantar” a la población urbana con un cuento de hadas
invertido, donde los buenos son malos y los malos son buenos. Tarea que fue
encargada a los medios de comunicación que, hasta el día de hoy, prosiguen con
una sistemática desacreditación del campo popular, en connivencia y complicidad
con la dictadura disfrazada de “democracia recuperada”.
Este Estado de excepción no declarado, pero
en ejecución fingida, por mediación de la policía y el ejército (y los
ministerios de gobierno y defensa), moviliza ahora grupos civiles para provocar
el justificativo de otro golpe al interior de la trama oligárquica que se ha
instalado como “ficción democrática” contra el pueblo boliviano. Ese es el tono
abierto que viene desenmascarándose en declaraciones abyectas que vociferan los
representantes de “Comités Cívicos”, como el de Santa Cruz (que aglutina a la
más rancia facción fascista del golpe) que, ante la opinión pública, señala que
no se retractará del calificativo de “bestias inhumanas”, imputado al pueblo
indígena movilizado. Eso es lo que está detrás de esta famosa “recuperación
democrática” y lo que manifiesta su carácter ya no solamente profundamente
antinacional sino hasta profundamente anti-humano.
Si de democracia hablamos, la democracia que
esgrimen los cooptados por el señorialismo oligárquico, es un “kratos” sin
“demos”; es decir, un poder exclusivo para quienes conspiran y socavan
constantemente la posibilidad de un país de iguales y de democracia
amplificada. Mientras vociferan a los cuatro vientos la presunta “dictadura que
vivimos en los 13 años del MAS”; en apenas 8 meses de gobierno golpista, se
dieron la tarea de instaurar la verdadera dictadura que temían tanto los
incautos citadinos clasemedieros movilizados en contra del “caudillo
populista”.
En noviembre del año pasado ya cobraron los
fascistas su insana sed de muerte, y frente a la actual movilización popular
(otra vez totalmente indefensa), vuelven a amenazar soberbiamente con todos los
poderes coercitivos y, además, escudados por el bloque civil de reclutamiento
oligárquico que todavía pueden congregar (aunque ya en menor medida pero
magnificados por los medios de comunicación y/o propaganda de la dictadura).
Por eso el pueblo ha ido comprendiendo y
decantando su movilización en la amplificada e irrenunciable petición de
renuncia del gobierno golpista en su conjunto. Porque precisamente esa es la
única garantía de una verdadera “recuperación democrática”.
Los acuerdos que se lograron entre la
Asamblea legislativa y el Tribunal Electoral, sobre el supuesto blindaje legal
para asegurar comicios electorales hasta el 18 de octubre, ya no constituyen
garantía, desde la conculcación del Estado de derecho que se produjo, una vez
violentada la Constitución en esa supuesta “sucesión constitucional” que se
inventaron para legitimar el golpe de Estado de noviembre de 2019.
No vivimos en un Estado de derecho, sino en
una “anomia estatal” que, según la ley del más fuerte, ha convertido a Bolivia
en una tierra sin ley ni derecho alguno. Creer que, en esas condiciones, es
posible una “elección democrática”, es pecar de ceguera política.
La ficticia “sucesión constitucional” se
produjo entre bambalinas y con actores hasta foráneos injerencistas, como la
embajada brasilera, la CIA, la
Unión Europea, la Iglesia Católica, además de partidos de derecha y
ejecutores del golpe que después fueron gobierno, en instalaciones de la Universidad Católica,
en La Paz. Ellos
instauraron este disparate de gobierno que lo comandan inadaptados sociales
cuya patología racista es sólo comparable al nazismo, al ku klux klán y al
sionismo actual.
La dictadura, una vez cooptados todos los
órganos estatales (a excepción de la Asamblea Legislativa,
que vive en continuo hostigamiento), también aseguró su presencia indefinida,
poniendo como cabeza del Tribunal Electoral a un individuo ligado a la CIA, por
mediación de la USAID. Es
decir, se encargaron ya de reordenar todas las Cortes Electorales nacional y
subnacionales para montar el verdadero fraude que tanto imputaron al gobierno
anterior y hasta ahora imposible de demostrarse fehacientemente (ni siquiera la
versión burlesca de la cómplice golpista OEA).
Sólo la pérdida de credibilidad y las
repugnantes develaciones inmediatas de corrupción, nepotismo y robo maniático
de los golpistas, hizo que fuesen aplazando las elecciones, por el rechazo creciente
a la candidatura de la autoproclamada en las encuestas nacionales; sumado a
ello, la acumulación creciente de preferencia electoral por parte del MAS (lo
cual ya devela la falacia derechista de impugnar al gobierno anterior lo
anti-democrático que, en realidad, representa la dictadura actual).
En ese contexto, la oligarquía sabe que
“democráticamente” no puede continuar en el poder; esa es la razón por la que,
amparándose, como es su costumbre, en poderes foráneos y, sobre todo, en el
poder imperial (que compró a la antipatriota cúpula militar y policial),
provoca ella misma una guerra civil.
Esa era la apuesta del golpe
cívico-prefectural del 2008 y que buscaba, de modo abierto, la balcanización de
Bolivia, y que, hoy en día, sobre todo con la presencia del separatista
Marincovic, como “ministro de planificación” de la dictadura, se vuelve a
activar.
Por eso el pueblo, desde las propias bases
–en esa acumulación de memoria histórica del movimiento
nacional-popular–, demanda la renuncia innegociable de todo el gobierno
golpista. Porque no existe ningún ápice de confianza democrática en un orden
impuesto al servicio de los intereses más antinacionales del país. Todas las
apuestas electoralistas, en que también cae el propio MAS, no toman en cuenta de
que no estamos en “condiciones normales” y que, quienes les sacaron vía golpe
de Estado, es decir, de modo violento, jamás aceptarán devolver el poder de
modo democrático (si por actuar “políticamente correctos” ante la opinión
pública nacional e internacional, creen que recuperar la democracia pasa por la
aceptación de las reglas impuestas desde la Embajada gringa, significa que no
sólo han perdido visión política sino que sus cálculos carecen de toda
objetividad). El conflicto no es coyuntural sino que ha despertado, otra vez,
la contradicción histórica no resuelta (y que el MAS tampoco supo resolver)
entre la nación y la anti-nación.
El “indio convertido en multitud” fue lo que
despertó el miedo, junto al desprecio del señorialismo oligárquico (que hace también
nido en la clase media urbana, en ese ficticio “mestizaje” que ostenta el
boliviano que persiste en “argumentar contra sí mismo”), del “volveré y seré
millones”. Por eso el rechazo vehemente al Evo y su frase de “hemos venido a
quedarnos por 500 años”. Eso fue lo que prendió los acentos de desprecio y odio
oligárquico (basado en ese su “juramento de superioridad sobre los indios”) y
amenazó definitivamente la continuidad de esa oligarquía como inmerecida elite
política.
No se trataba de que “alguien” se quede con
el poder eternamente (esa fue la “leyenda urbana” que se inventaron los
medios), sino que el único garante de la presunta superioridad
criolla-blanca-señorial –el indio en cuanto su oprimido “inferior”– se atreva a
disputarle para siempre su condición de elite dirigencial del Estado. Porque la
oligarquía se acostumbró a transferir al indio todas sus miserias,
podredumbres, taras y complejos, haciendo de éste el perfecto “chivo
expiatorio” sobre el cual descargar toda su mendicidad hereditaria de un país
rico condenado al beneficio foráneo.
Que el indio, en la presencia del Evo, les
haya demostrado mayor eficiencia y logrado, además, el inédito despegue
económico de Bolivia; mostrando de ese modo la total inutilidad de la casta
oligárquica, fue lo que enervó el desprecio señorial y se tradujo en odio
desencarnado; que es lo que se devela ahora como única plataforma (in)moral que
ostenta el conservadurismo más rancio de una “ciudad letrada” que es la que, en
realidad, ostenta la ignorancia que tanto impreca al campo.
El componente racista de una clasificación
social que cree “natural” el citadino, es lo que activa la última resistencia
señorialista en contra de la misma nación que dice “amar”; por eso la casta
patrocinadora del racismo urbano, representado ahora por la oligarquía cruceña
(siendo su portavoz el “Comité Cívico pro Santa Cruz”), no renuncia incluso a
cercenar el país que nunca mereció dirigir y al cual nunca tampoco jamás
consideró como “propio”.
Ahora el pueblo confluye, desde todos los
rincones y todos los extremos, para mostrarnos lo que define a “un pueblo en
tanto que pueblo”. Frente a cualquier pacto o negociación nos señala que no se
puede negociar la vida, menos cuando ésta es la que se encuentra seriamente
amenazada por la presencia de lo más espurio de la derecha oligárquica hecho
gobierno ilegítimo.
Hoy es el gran cabildo de El Alto y se reúnen
todos los tiempos y todos los siglos; desde las 20 provincias de La Paz,
llegaron todos los pueblos, los ayllus, los suyus y las markas, para señalarnos
y enseñarnos el camino. Si el pueblo, en la retórica política de la izquierda,
es el depositario del poder político, entonces es hora que eso ya no sea más
discurso sino sea efectiva fidelidad al poder popular.
La única garantía de recuperación democrática
es la dirección popular unificada que está sucediendo histórica y efectivamente
hoy. Por eso el interés desmedido de la derecha (y sus medios) en provocar
divisiones, desencuentros y desacuerdos. La lucha nunca ha sido homogénea sino
analógica; no todos caminan al mismo ritmo, incluso en sus demandas, pero
todos, desde las propias bases están configurando la decantación de la toma de
autoconsciencia de que nos estamos jugando históricamente el destino nacional.
Si la dictadura hubiese ya triunfado, eso iba
a significar, por lo menos, otro medio siglo de aplazamiento en el desarrollo
del poder popular. Pero el pueblo recuperó la lucidez que le hizo ser sujeto
del proceso constituyente, y los propios ancestros (de toda nuestra historia ausente
en la miopía de los historiadores) le han devuelto, otra vez, la “unción
democrática y revolucionaria”. Es hora de frenar definitivamente el
atrevimiento fascista-oligárquico de balcanizar Bolivia, y que eso coadyuve al
avance definitivo del poder popular como poder instituyente y constituyente.
Por ello la sabiduría popular no ve –como lo
hace la visión inmediatista e instrumental del razonamiento político– las
elecciones como un fin en sí mismo o como el summum de la democracia. Las
elecciones abren posibilidades, como también las cierran. Son un ejercicio
democrático pero no la democracia misma. Cuando son hechas a la medida de una
democracia acorde al mercado, es decir, al neoliberalismo, el voto puede ser lo
más engañoso (como lo es toda encuesta manipulada). Por eso, el verdadero
“kratos” de la democracia no es una elección (que es siempre contingente) sino
el ejercicio constante del poder popular.
Una elección no se define como “democrática”
por su sola realización sino por todo aquello que la hace posible. En ese
sentido, sólo una verdadera “recuperación democrática”, podría asegurar unas
elecciones creíbles y donde se pueda recuperar, de nuevo, la “unción
democrática” de un pueblo que fue objeto de una usurpación fascista que, no
sólo pretendió arrebatarle su espíritu democrático, sino incluso cercenarle su
propia capacidad histórica.
Pero el pueblo boliviano tiene, en su memoria
inmediata, el haber expulsado al último gobierno neoliberal, el 2003, en la
llamada “guerra del gas”; y tiene, además, en su memoria larga, el haber
resistido siglos de conquista y colonia y nunca haber capitulado ante el
enemigo invasor, ahora actualizado como elite colonizada.
Ahora asciende históricamente, en esta hora
decisiva, con toda una acumulación de siglos y puede, por ello, despertar la
pesadilla oligárquica del “indio hecho multitud”, del “cerco hecho escuela
política”, de “la marcha hecha escuela histórica”. La historia vuelve sobre sí
y anuncia un nuevo “cerco histórico” para mostrarnos dónde está la verdadera
ignorancia, la anti-nación, el anti-patriotismo de una casta que siempre
embaucó a sus subalternizados con sus propias miserias coloniales.
“Cercar” a esta casta y su “espacio vital”
significa, en la lucha popular, la abreviación de su nefasta transmisión
social. Por eso lo expansivo del poder popular es su irradiación histórica de
carácter trascendental. Todos los tiempos se hacen presente en el Pachakuti,
porque todos los tiempos demandan reparación histórica, desde los pasados
negados hasta los futuros no cumplidos o los porvenires no alcanzados. Todos
demandan redimirse cuando el presente se propone constituirse en la redención
de toda nuestra historia. Por eso el pueblo asciende en su unificación desde
todo su pasado en cuanto acumulación histórica. Por eso despierta una sabiduría
de profunda densidad que le permite interpretar el presente a la luz de todos
los tiempos.
No se trata de una elección más, tampoco de
un cambio gubernamental, sino de originar un nuevo y definitivo “proceso
constituyente” que, ahora sí, se proponga el desmontaje sistemático del
carácter señorial, oligárquico, liberal y estructuralmente colonial del Estado
boliviano. Y eso es precisamente lo que la dictadura pretende reponer, mediante
el ejército y la policía y su bloque fascista urbano. Añoran la república,
donde eran patrones de un Estado convertido en su finca privada. Entonces,
“recuperar la democracia” es tarea urgente e ineludible desde que fue asaltada
de modo fascista, en el golpe de Estado.
En ese sentido, las dirigencias deben saber
ponerse a la altura histórica que el pueblo ha alcanzado. Es el tiempo de los
pueblos. En plena cuarentena global que han desplegado los poderes facticos
para imponer un siniestro “nuevo orden” de control explícito de la vida de la
humanidad.
En Bolivia se puede ver cómo, los supuestos
heraldos del discurso en “defensa de la vida”, son quienes, por el contrario,
siembran muerte y dolor sin miramientos. El capitalismo moderno se expande en
esa misma retórica y, sin embargo, a lo único que nos conduce es al fin de la
vida misma. Por eso el “grito del sujeto” se constituye en el grito de la vida
misma ante una economía de la muerte y una forma de vida que es, en realidad,
una sistemática forma de producir muerte.
Ese ese el mundo moderno que, en boca de sus
nuevos “cruzados” (como son los fascistas renacidos en el racismo urbano)
llaman “bestias” a quienes les alimentan, les crían y hasta les brindan cultura
e identidad; ese desprecio de la ciudad al campo es lo que el mundo moderno ha
impuesto como falacia civilizatoria y que ahora se desencubre como la barbarie
moderna misma del supuesto “civilizado”.
Por eso el cabildo de El Alto, decidió darle
continuidad al Estado de rebelión. Porque el pueblo no capitulará su vocación
democrática; cuya fortaleza emerge desde las bases mismas que han interpelado
hasta a su propia representación. El mal cálculo de la Asamblea Legislativa,
con mayoría del MAS, hizo pecar a la misma COB y al Pacto de Unidad. En las otras
regiones los “auto-convocados” y las organizaciones populares, campesinas e
indígenas, han asumido una lucha “hasta la renuncia del gobierno golpista”. Y
esa es la prueba irrefutable que anula, por completo, la difamada calumnia
gubernamental, mediática, cívica y patronal de que los movilizados son “ovejas
pagadas y manipuladas por Evo”.
Para acabar este manifiesto. Los golpistas
fascistas y racistas, parecen Nerón y la elite imperial romana refiriéndose a
los cristianos originales de su
tiempo. El desprecio aristocrático al pueblo tiene esa tradición (desde Cicerón
hasta Kisisinger) en toda la historia de Occidente. Y el cristianismo
ya imperializado, desde Constantino, el 325, no escapa a ello; es ese cristianismo el que llegó, en 1492, con la cruz y la
espada, para imponer esa nueva creencia a sangre y fuego, desatando un
genocidio que no ha cesado hasta el día de hoy.
Por eso en el golpe, los nuevos “cruzados”
fascistas, meten a la Biblia que nunca había salido de Palacio y pretendieron
sacar a la PachaMama, que es la fuente de donde procede la vida misma. Tamaño
oscurantismo sólo puede provenir de una cultura de la muerte, travestida como
“religión del amor”.
Para terminar de desencajar a los supuestos cristianos que apoyaron el golpe y el nuevo
genocidio que pretende la dictadura: las “buenas nuevas” o “evangelio”, no
fueron dadas a los ricos sino a los pobres y, precisamente, de ellos, “será el
reino de los cielos”; porque Dios “escogió a los débiles para vencer a los
poderosos y soberbios”, y “escogió a los ignorantes para confundir a los sabios
y arrogantes del mundo”. Este año se cumplen 49 años del golpe de Estado de
Hugo Banzer. Golpe que fue la respuesta oligárquica contra la “Asamblea Popular”,
que promovió la última generación de militares patriotas al mando del general
Juan José Torrez.
Cuando vino el Mesías, vino a anunciar el año
del Jubileo, es decir, el año 50, donde todo vuelve a su origen: los esclavos
son liberados, las deudas perdonadas, la tierra vuelve a sus dueños originales
y la justicia de los cielos se derrama sobre la tierra. Estamos en
las vísperas del Jubileo, donde retorna el Mesías, pero ya no como individuo
sino como pueblo. Ese es el tiempo mesiánico o Pachakuti. Donde se redime toda la vida. Y tiene al pueblo
como el enviado en esa tarea para que la tierra pueda albergar la presencia
divina. Porque lo divino sólo puede habitar entre nosotros, cuando ser humano y
naturaleza, hijos e hijas y MadreTierra, puedan convivir en paz y justicia.
Por eso: Invocamos a todos los Ancestros,
desde la Antigüedad más Sagrada, hasta nuestros mártires, que ya heredaron la Tierra Nuestra.
Demandamos Su presencia en esta hora decisiva; porque todos
los siglos son ahora.
¡Jawilla! ¡Jawilla”. Nina Achachila, Awicha
Inal Mana, PachaMama, PachaTata, que nuestra pueblo reciba la unción de la qamasa
y la ch’ama de nuestros Abuelos y Abuelas. Nosotros somos la única razón de la
existencia de Ustedes. Si el pueblo perece, perecerá la memoria Suya y la
historia nuestra, perecerán nuestros muertos y nuestra semillas. ¡Restituyan el
ajayu del pueblo! ¡Jallalla Boliviamanta!
La Paz, Chuquiago Marka, Bolivia, 13 de
agosto de 2020
Rafael Bautista S.
autor de: “El tablero del siglo XXI: geopolítica
des-colonial de un nuevo orden post-occidental”, yo soy si Tú eres ediciones,
2019 dirige “el taller de la descolonización”
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